¿Quién dijo que en el rap no hay
cerebro ni poesía?
ILL MANORS ««««
DIRECTOR: BEN DREW.
INTÉRPRETES: RIZ AHMED, ED SKREIN, NATALIE
PRESS, ANOUSKA MOND, MEM
FERDA.
GÉNERO: DRAMA / GRAN BRETAÑA / 2012 DURACIÓN:
121 MINUTOS.
SIN FECHA DE ESTRENO EN ESPAÑA
Me ha convencido totalmente el debut detrás
de la cámara del rapero británico Ben Drew, conocido artísticamente como
Plan B. La cinta está ambientada en el conflictivo barrio de East London
(cerca de la Ciudad Olímpica), un lugar donde el tráfico de drogas, la
prostitución, el desempleo, el absentismo escolar y la violencia son el caldo
de cultivo en un microcosmos degenerado de familias desestructuradas y sin
esperanza.
ILL MANORS es un relato coral que
surca la vida de varios personajes que luchan por sobrevivir en la calle y que
entrecruzan sus destinos hilvanando cada episodio con tema de rap que sirve de
introducción. Así, nos encontramos con un traficante de drogas que ha salido de
la cárcel y quiere recuperar su territorio enfrentándose a otros delincuentes. Del
mismo modo, seguimos a una pareja de amigos, Aaron (Riz Ahmed) y Ed
(Ed Skrein), el uno vulnerable y sensible que no desea meterse en líos; y el otro
impulsivo y violento que no se detendrá ante nada para recuperar su móvil, acusando
a una prostituta drogadicta de haberselo robado. También tendremos oportunidad
de seguir a una inmigrante ilegal de Europa del Este quien acompañada de su
bebé está siendo prostituida por la mafia, a un adolescente que pagará un
precio muy alto por unirse a una pandilla de traficantes y a un poderoso
gángster de barrio que lo controla todo.
El
panorama resulta devastador dentro de ese círculo vicioso de violencia y
desarraigo, Ben Drew realiza un certero análisis clínico de la delincuencia
urbana, sus terribles tentáculos y oscuros dominios, los más bajos registros
humanos y el camino de la autodestrucción. La representación de la autoridad
(padres, tutores, policías) es en la función prácticamente inexistente, sin
espacio ni acogida en un entorno infernal y descorazonador donde se espera
cualquier tragedia para ser asimilada. Y conscientes de esa filosofía del no
future y perro come a perro, los protagonistas se ven envueltos en una
incontrolable espiral de crímenes y depravaciones que acabará fagocitando sus
míseras vidas: un sucio poema urbano de crimen y castigo.
Rodada con espeluznante realismo y una
contundente, visceral energía, no reniega de la
influencia de clásicos como El Odio (Mathieu Kassovitz, 1995) o Los
Chicos del Barrio (John Singleton,1991), sirviendo como homenaje a la
magnífica Malas Calles (Martin Scorsese, 1973),
aunque su principal protagonista, Aaron, tiene al Travis Bickle de Taxi
Driver como uno de sus ídolos.
Hiriente, como la verdad desnuda, ILL
MANORS hace sangre con todas las afiladas aristas que sobresalen de
cada una de sus tremendas historias: el adolescente que golpea brutalmente a su
amigo para ser aceptado en una banda, el lacerante itinerario que recorren
Aaron y Ed prostituyendo a una chica para así recuperar el dinero del móvil que
dicén ella le ha robado a Ed, la siniestra venta de un bebé por unas miles de
libras, la salvaje venganza del gángster sobre el crío que ha matado
accidentalmente a su hermana pequeña, y el acto de heroismo de los dos
delincuentes –letal para uno de ellos- salvando a una madre y a su bebé de una muerte
segura en un incendio, componen el sórdido fresco de de un paisaje desolado y
de atmósfera irrespirable, donde la pérdida traumática de la inocencia y la
destrucción de vidas son monedas corrientes.
Así,
el atónito espectador se encuentra surcando los negros meandros del sufrimiento
humano como hábitat natural de unos personajes que dan vueltas en círculos
concéntricos hasta que en una súbita estación terminal les aguarda la muerte. Otro
eficaz escupitajo en la faz de ese espejismo al que llaman “sociedad del
bienestar”, otra flamígera mirada sobre los abismos de la existencia que nos
demuestra que en el rap, como en toda forma de expresión artística surgida de los
volcanes del alma, sí hay cerebro y poesía, que la modernidad, en sus variadas formas de
expresión, no está reñida con las inquietudes sociales, y que, por el
contrario, debe convertirse en el grito atronador que denuncie las injusticias
y males endémicos de un mundo cada vez más indiferente y mezquino.