"KINGSMAN: EL CÍRCULO DE ORO" êêê
Mis lectores ya sabrán que estos artefactos tienen su origen en el cómic “Kingsman: The secret service” creado por Mark Millar y Dave Gibbons publicado en España en un solo tomo por Panini, y en el cual también participó el director Matthew Vaughn, que debutó en el año 2004 con el infravalorado pero estupendo thriller Layer Cake, protagonizado ni más ni menos que por Daniel Craig y Tom Hardy. Vaughn se está labrando una carrera interesante que incluye la aventura fantástica Stardust (2007), la excelente adaptación del cómic Kick-Ass: Listo para machacar (2010) y la revitalizadora X-Men: Primera generación (2011) excelente entrega de una franquicia que andaba muy decaída.
La secuela de Kingsman: Servicio secreto
nos narra cómo tras explotar la base de los Kingsman, Gary “Eggsy” Unwin (Taron Egerton) es ya un Kingsman de pleno
derecho que junto a su compañero Merlín
(Mark Strong) se ve obligado a viajar a los Estados Unidos. Allí, ambos deberán
reunirse con sus homólogos norteamericanos, integrantes de una asociación
secreta conocida como “Statesman”, que está liderada por el agente Champán (Jeff Bridges) y que, además,
cuenta con los agentes Tequila
(Channing Tatum), Whiskey (Pedro
Pascal) y la gurú de la tecnología Ginger
Ale (Halle Berry). Estos no son tan
educados como los Kingsman pero a pesar de sus patentes diferencias deberán
ponerse de acuerdo para acabar con Poppy
(Julianne Moore) la megalómana villana que tiene capacidad para acabar con la
organización pulsando un botón.
Como parodias de las películas de espías surgidas al abrigo de la Guerra
Fría en los años 60 y 70 como el caso la saga James Bond, en Kingsman:
El circulo de oro, Vaughn y su impenitente guionista Jane Goldman (una
de las mejores guionistas actuales) nos sirven un lustroso pasatiempo que,
anulado el factor sorpresa del film seminal, se decanta por el cuanto más mejor
y en desarrollar chascarrillos sobre los tópicos hipervitaminados de las
diferentes culturas de donde provienen los Kingsman (británicos elegantes,
flemáticos y amantes de los gadgets) y los Statesman (norteamericanos vestidos de
cowboys con nombres de bebidas alcohólicas, rudos y directos). Y la cosa no
decepciona a pesar de que no alcanza el nivel del film original ni nos regala
ninguna escena memorable como la del tiroteo de la iglesia de Kentucky en la
que al ritmo de “Free Bird” de Lynyrd
Skynyrd, Colin Firth ejecuta una masacre con todos los fundamentalistas que se
encuentran dentro.
Con
un ritmo endiablado y un impecable estilo visual, Kingsman: El círculo de oro se nos presenta como un digno
entretenimiento que comienza con una espídica e imposible pelea dentro de un
taxi por las calles de Londres y una frenética persecución, pero se ve
penalizada por una galería de personajes que apenas aportan nada (la
intervenciones de Channing Tatum, Jeff Bridges y Halle Berry resultan tan
insustanciales como escuetas) y unas escenas de acción que, aunque bien
ejecutadas y de una violencia paródica, se nos antojan redundantes y agotadoras.
Que
sí, que esta continuación sigue las coordenadas irreverentes de su antecesora y
nos regala momentos hilarantes y secuencias rodadas con ingenio y precisión,
pero esa máxima cinematográfica (no escrita) que dice que las continuaciones siempre
tienen que ser más pirotécnicas y excesivas que la anterior entrega no consigue
aportar novedad alguna al invento y sí mucha saturación y desparrame. Transgresora,
en todo caso, es esa idea de que todos los drogatas del mundo acaban
contagiándose del virus que ha puesto en circulación la villana Poppy (una
taimada Julianne Moore bien pertrechada tras sus sabuesos robots y que tiene
como aliado a Pedro Pascal y su letal
látigo) y sean enjaulados como animales
en estadios deportivos. Por otra parte, llama la atención la inclusión en el
elenco de un decadente Elton John dando vida a una caricatura bufonesca de sí
mismo. Un film que define a la perfección el sentido de lo hiperbólico.