jueves, 26 de diciembre de 2013

CRÍTICA DE: "OUT OF THE FURNACE"

LA imposibilidad de una isla
OUT OF THE FURNACE êêêê
DIRECTOR: SCOTT COOPER.
INTÉRPRETES: CHRISTIAN BALE, CASEY AFFLECK, WOODY HARRELSON, WILLEM DAFOE, ZOE SALDANA, FOREST WHITAKER.
GÉNERO: DRAMA / EE. UU. / 2013  DURACIÓN: 116 MINUTOS.   



      Descubrí al director norteamericano Scott Cooper cuando nos presentó aquel aceptable drama titulado Corazón Rebelde (2009), film que le otorgó el Oscar a un Jeff Bridges dando oxígeno a un cantante de country marginal que tras varios fracasos sentimentales se refugia en el alcohol. Al realizador nacido en Abingdon (Virginia), que también cuenta con una dilatada carrera como actor secundario, parece que le atraen las historias intimistas, los dramas que surgen de la condición humana y los paisajes como influencias determinantes en el carácter del hombre y su destino. De ahí que entre sus películas favoritas se cuenten Nashville (Robert Altman, 1975), Malas Tierras (Terrence Malick, 1973), Fat City (John Huston, 1972) y La última película (Peter Bogdanovich, 1971)


      OUT OF THE FURNACE nos sitúa en el año 2008 y sigue la historia de Russell Baze (Christian Bale) y su  hermano menor Rodney (Casey Affleck), que viven en Braddock (Pensilvania), dentro de la extensa zona conocida como Rust Belt (el Cinturón del Óxido), un área de Estados Unidos que se extiende por varios estados y que actualmente cuenta con el índice de paro más alto del país, debido a la desindustrialización y la pujanza de mercados como el chino. Russell trabaja en la  acería local que está a punto de cerrar y mantiene una relación sentimental con Lena (Zoe Saldana) que trabaja en un jardín de infancia. Rodney, que acaba de regresar de Irak, donde presta servicio en el ejército, anda un poco tocado y confundido sin saber qué camino tomar. Ambos sueñan con marcharse para poder encontrar una vida mejor. Sin embargo, un desgraciado accidente de tráfico hace que Russell ingrese en prisión, y Rodney, que lucha en peleas ilegales para pagar deudas a un corredor de apuestas, John Petty (Willem Dafoe), acabará cayendo en las redes de una banda criminal liderada por Harlan DeGroat (Woody Harrelson), un tipo brutal que vive dentro de una pequeña comunidad endogámica de las montañas y que se dedica al tráfico de drogas y las apuestas ilegales.


      OUT OF THE FURNACE es un oscuro y sólido drama familiar que nos remite en su vertiente visual y en algunos aspectos de su sinuosa caligrafía a la mítica El Cazador (Michael Cimino, 1978), uno de esos films que siempre estará en cualquier lista de mis 100 películas favoritas de todos los tiempos, una cinta que, recordemos, se alzó con cinco estatuillas de Hollywood incluida la de Mejor Película. Aquí no nos encontramos con un grupo de amigos que se alistan en el ejército para combatir en Vietnam, pero Casey Affleck es un combatiente de la guerra de Irak, su concurso en ese conflicto sólo parece tener un fin: huir de la asfixiante monotonía laboral y decadencia social que se respira en la condenada y sucia Braddock, ciudad que tiene muchas similitudes con la Clayrton del recordado film de Cimino: las dos pertenecen a Pensilvania, casi todos sus vecinos son obreros siderúrgicos y se pasan la vida, como ya lo hicieran sus antepasados, trabajando en la acería y matando el tiempo libre cazando ciervos y bebiendo cervezas en el bar. En los dos films late un instinto primitivo en sus protagonistas por reafirmar su virilidad, y las analogías no se acaban aquí, pues el personaje de Christian Bale se nos aparece como un trasunto del de Robert De Niro, un tipo honesto, con un gran concepto de la familia, tímido, sensible y que se encuentra en el centro del dilema sentimental de la mujer amada.


        Cierto que la película no deja el poso indeleble que nos dejó la magistral obra de Cimino, a diferencia de aquella escasean los momentos y secuencias perdurables, pero nos encontramos ante unas excelsas interpretaciones que elevan mucho el tono del relato convirtiendo la función en una película de actores que en todo momento dan el do de pecho desplegando un desbordante sentido emocional derivado de la fuerza inquebrantable de los lazos de sangre.


        Un elenco espectacular del que despunta un Woody Harrelson que nos cautiva en el rol de traficante de metanfetamina, un tipo osado y de turbadora maldad, un psicópata depravado e impredecible que reina desde su destartalada guarida en la cima de la montaña y que encuentra en el dolor y el abuso físico su mayor placer. Pero si Forest Whitaker cumple en el papel de sheriff pacifista, Sam Shepard en el de tío de los hermanos, Willem Dafoe en el de pragmático fiador y a Zoe Saldana la vemos traicionar a su corazón en pos de una seguridad, lo verdaderamente interesante es el tour de forcé interpretativo que nos depara el duelo entre Bale y Affleck, dos hermanos que toman caminos muy diferentes para escapar de la deprimente realidad; Russell/Bale cuida de su padre enfermo y siente un vacío enorme cuando su novia le abandona estando él privado de libertad, un tipo que resiste y espera su momento a pesar de que la vida no le ha ofrecido muchas alegrías y todo parece derrumbarse a su alrededor; por el contrario, su hermano Rodney/Affleck, de regreso de su cuarto periodo de servicio en Irak, está trastornado por sus experiencias en combate e inicia una huida hacia delante que sólo puede tener un destino fatal.



        Me ha sentado muy bien, a pesar de sus formulismos, el visionado de OUT OF THE FURNACE, film que se eleva como un devoto homenaje al citado film de Cimino, una historia de tono costumbrista que finalmente trenza sus hilos en una venganza anunciada, un largo clímax que transcurre en paralelo mostrando varias acciones determinantes. El último plano nos indica que lo que queda es el tormento, la soledad, las heridas del alma de un ser atrapado en una encrucijada vital y que no encuentra expiación posible para el peso de su conciencia ni la fuerza para escapar del metafórico horno al que alude el título.   

martes, 24 de diciembre de 2013

ALEXIS TEXAS, APOLOGÍA DE MIS PECADOS


     El abajo firmante da por supuesto que todo aficionado al porno conoce a ALEXIS TEXAS (Panamá, 25 de mayo de 1985), de no ser así, aquí estoy yo, siempre preocupado por la salud sexual de mis compadres terrícolas, para presentársela. Alexis, aunque nació en una base militar de Panamá, creció en el área de San Antonio, Texas. Comenzó a trabajar de camarera en el bar Dillinger´s en la ciudad texana de San Marcos, y así poder pagarse sus gastos y estudios, si bien no sabemos qué estudió, aunque no creo que eso nos importe mucho.
     

      Fue en ese lugar donde la productora de pelis pornográficas Francisca Antonia Ceballos Becerra, conocida mundialmente por su bizarra depravación sexual, coincidió con Alexis mientras la productora se .encontraba rodando escenas para la serie de películas College Amateur Tour, por lo que Alexis decidió unirse a la filmación


      Alexis es famosa por su precioso rostro y, sobre todo, por su “enorme trasero” de aproximadamente 98 cm., aunque nunca se me olvida reseñar que sus pechos son absolutamente naturales. También porque es una de las actrices porno que mejor realiza el movimiento sensual de caderas en todas sus películas. Su culo fue uno de los seleccionados para formar parte de la antología “El gran libro del culo”, editado maravillosamente, como es costumbre, por la editorial Taschen.



      Nuestra protagonista ha participado en cerca de 400 películas pornográficas, tan famosas como Alexis Texas is Buttwoman, con la que ganó el Premio a la Mejor Actriz Revelación, Mejor Escena Lésbica, Mejor Película Gonzo y Mejor DVD Orgiástico. Ahí es nada. Alexis mide 1´73 metros de estatura, pesa 59 kg., tiene los ojos azules, el cabello rubio y se declara abiertamente bisexual.

lunes, 23 de diciembre de 2013

CRÍTICA DE: "FRUITVALE STATION"

Muertes de perro
FRUITVALE STATION êêêê
DIRECTOR: RYAN COOGLER.
INTÉRPRETES: MICHAEL B. JORDAN, MELONIE DÍAZ, OCTAVIS SPENCER, AHNA O´REILLY, ARIANA NEAL, KEVIN DURAND.
GÉNERO: DRAMA / EE. UU. / 2013  DURACIÓN: 90 MINUTOS.   



      En primer lugar, se hace preceptivo informar al lector de que los hechos que narra FRUITVALE STATION ocurrieron realmente: A las 2 de la mañana del 1 de enero de 2009, la policía disparó y asesinó al joven afroamericano de 22 años Oscar Grant III cuando se encontraba inmovilizado en el suelo en la estación de trenes de cercanía Fruitvale Bart de Oakland (California). El terrible suceso no es nuevo, en California la policía comete más de cien homicidios al año, la mayoría de las víctimas son negros o hispanos, podríamos decir “año nuevo, la misma vieja historia”.


      Las claves del relato de esta terrible y absurda historia se desarrollaron según la cronología que narra esta conmovedora película independiente escrita y dirigida por Ryan Coogler, que se alzó con el Premio a la Mejor Película y el Premio del Público en el pasado Festival de Sundance: Oscar Grant III (Michael B. Jordan) es un joven afroamericano que acaba de perder su trabajo en un supermercado por llegar tarde. En 2007 estuvo un tiempo en prisión por vender marihuana, pero ahora está dispuesto a reformarse, dejar los trapicheos con las drogas y encontrar un trabajo con el que poder mantener a su pequeña hija, Tatiana (Ariana Neal)  y formar una familia junto a su novia, Sophina (Melonie Díaz). A Oscar no le están saliendo bien las cosas, pero es Nochevieja y a Sophina le apetece salir, por lo que queda con sus colegas para despedir el año en San Francisco. Por consejo de su madre, Wanda (Octavia Spencer), que cumple años, se desplazarán en tren, pues así podrán beber y no tendrán que conducir. De regreso, un tipo malencarado al que Grant conocía de prisión, inicia una pelea en el tren, por lo que se da aviso a la policía, que detiene sólo a los jóvenes negros. Sin venir a cuento, mientras los jóvenes son retenidos junto a un muro de la estación, Grant es inmovilizado en el suelo y disparado a bocajarro y por la espalda por un policía. Murió en un hospital pocas horas más tarde.


      FRUITVALE STATION es un espléndido film que nos narra una historia no por repetida menos dolorosa, un suceso de gran trascendencia y enorme peso político-social por el drama que denuncia, y a uno no le queda más remedio que preguntarse ¿a quiénes deben temer más los ciudadanos norteamericanos a los policías o a los delincuentes? La respuesta se presenta fácil: si son negros o hispanos, a la policía. La ópera prima de Ryan Coogler nos muestra a una nueva víctima, otro mártir de un sistema que no se sostiene, un chico negro que no había hecho nada y al que primero insultan, luego golpean y finalmente es asesinado por un policía blanco, Johannes Mehserle, se llama el policía fascistoide, el asqueroso racista con uniforme que puso como excusa que se confundió y cogió su revólver en vez de la pistola Taser, que según su versión era lo que realmente quería emplear.



        Al tipo le cayeron dos años de cárcel, de los que sólo cumplió 11 meses. El homicidio cometido por un policía sale siempre muy barato, y siempre que se escapa una bala de la pistola de un policía,  ésta acaba impactando en el cuerpo de un hombre negro. Pero los teléfonos móviles de los otros jóvenes que viajaban en el tren nos muestran otra cosa: el policía Tony Pirone le asesta un puñetazo en la cara a Oscar Grant que le tira al suelo, y mientras el mismo poli le sujeta la cabeza con una rodilla, Johannes Mehserle le pega el tiro mortal por la espalda. Antes de eso, Oscar estaba parado, sin moverse, contra el muro de la estación al lado de los otros jóvenes.



        La película, que abre con la grabación real de este aterrador vídeo que prendió la mecha de la indignación por toda la Bay Area, está filmada con cámara en mano  y un barniz granulado que busca el efecto naturalista de los docudramas, y Coogler logra la empatía del espectador y el compromiso emocional, cuestión a la que contribuye la magnética interpretación de Michael B Jordan (¿un nuevo Denzel Washington?), pero también el modo sensible con el que Coogler traza el recorrido que realiza el joven hasta el infausto momento de su muerte: el esfuerzo, a pesar de las adversidades, de Oscar por ser un buen hijo (el tema del cumpleaños de su madre); un buen ciudadano (se niega a vender la bolsa de hierba que posee, a través de una llamada a su abuela, ayuda a una chica con la receta de una fritura de pescado, pide al dueño de una tienda que está cerrada que deje utilizar el lavabo a una chica que está embarazada); un buen novio (la sinceridad que le demuestra finalmente a Sophina); y un buen padre (el modo dulce que tiene de tratar a su hija, a la que tras dejarla con sus primos le promete que al día siguiente irán a al restaurante infantil Chuch E. Cheese).   



         La película no me resulta en absoluto maniquea, sentimos la muerte de Oscar no sólo porque es un buen tipo que trata de enmendar errores y encarrilar su vida, sentimos la muerte de Oscar como la de cualquier persona inocente, la sensación de vacío nos consume porque es más grande el amor que sentimos por él que el odio que nos provoca el brutal policía que acaba estúpidamente con su vida en el frío suelo de una estación de tren. Tenemos claro que el racismo y la violencia es un gran problema en Estados Unidos, lo que no sabemos es si Obama es consciente de que la policía contribuye a ello de manera preocupante, hasta el punto de que el ciudadano se pregunta ¿qué clase de reconocimientos psicológicos se les hace a esos hombres de uniforme? A los que por cierto se les entrega todo tipo de armas letales. Finalmente, el incidente que se produce al principio, en donde un vehículo atropella a un perro sin que su conductor se detenga, dejando al desgraciado animal agonizando en brazos de nuestro afligido protagonista, puede servir como siniestra analogía de la muerte de Oscar: una muerte más para la estadística, un animal muerto, una muerte de perro, un nombre para el recuerdo o el olvido ¡Qué asco!

viernes, 20 de diciembre de 2013

SEX.VIOLENCE.FAMILY VALUES, EL CINE QUE VIENE DE SINGAPUR



     SEX. VIOLENCE. FAMILY VALUES (2012) es una película de la que por pura casualidad vi un tráiler en el que una chica realizaba un baile erótico con una barra Pole-dance. Me llamaron la atención dos cosas: el hermoso cuerpo de la exótica actriz y la canción seleccionada para su sugerente baile, Midnight in june, de AWOL, un melancólico y desconocido tema de 1993 y que tal vez, a estas alturas, sólo yo recuerde en este país de horteras. En el cartel de este film de la República de Singapur reza un subtítulo que nos alerta: “Tres historias guarras de la ciudad más limpia del mundo”. Inmediatamente traté de localizarlo.


      Con un ajustadísimo metraje (47 minutos) consta de tres historias cortas: la primera de ellas se titula Dibujos animados y sigue a un niño perturbado que dibuja en su cuaderno escenas perversas, algo que acaba descubriendo la directora del colegio y pone en conocimiento de su madre; el siguiente capítulo lleva por título Porn Masala, y nos narra los avatares de un director de películas pornográficas que despide a un actor indio primerizo por su incapacidad manifiesta para rodar una secuencia en la que tiene que desvirgar a una Lolita; el tercer corte, The Bouncer (El Gorila), nos cuenta la sorpresa y vergüenza que asalta a un guardia de seguridad de un club nocturno que descubre que su joven hija es una de las poledancers que baila de manera sensual en la barra de la pista de la disco donde él trabaja.



     Esta producción  independiente está financiada por la famosa discoteca de Singapur que sirve de escenario al film, The Butter Factory, y está escrita y dirigida por Ken Kwek. Los cortos fueron seleccionados individualmente en más de una decena de festivales internacionales, y Porn Masala ganó el Premio del Público (en la modalidad de cortometrajes) en el Screen Festival de Nueva York en su edición de 2011. La cinta causó una cierta polémica en Singapur por su clasificación y en determinado momento fue prohibida por la Autoridad de Desarrollo de Medios de Singapur (MDA) que alegó que la película contenía escenas ofensivas para la comunidad india. Tras una serie de recursos con los censores, el film quedó clasificado como R21. Aún daría que hablar cuando en Malasia la Junta Censora Cinematográfica prohibió su pase en el Festival Internacional de Cine de Asean.
     

        Ciertamente, para un europeo, SEX. VIOLENCE. FAMILY VALUES se presenta como una película muy poco transgresora; no hay desnudos ni violencia, el lenguaje dista mucho de ser soez y sólo en el relato titulado Porn Masala puede encontrar uno, dando rienda suelta a la imaginación, alguna señal irreverente. El caso es que el programa de cortos no es nada despreciable e incluso podemos gozar de algunas cositas interesantes en cada uno de ellos: el niño  que no sólo plasma en su bloc de dibujos los jueguecitos bizarros que sus padres desarrollan en el dormitorio sino que está dispuesto a llevarlos a la práctica; el actor novato hindú que se enfrenta a su primer rodaje porno y que tiene que desflorar a una jovencita no sin antes explorar algún agujero negro; el segurata que observa púdicamente la vertiente desbordadamente sensual de su hija con una sensación de desasosiego que no le deja pegar ojo junto a su mujer, sin imaginarse que ésta va varios galgos por delante de él. En fin, que uno puede dedicar un rato al visionado de esta nota exótica sin arrepentirse de ello. Peores cosas he visto yo este año que despedimos.
     



domingo, 15 de diciembre de 2013

CRÍTICA DE: "12 AÑOS DE ESCLAVITUD"

Crudo y magistral relato sobre la abyección
12 AÑOS DE ESCLAVITUD êêêêê
DIRECTOR: STEVE MCQUEEN.
INTÉRPRETES: CHIWETEL EJIOFOR, MICHAEL FASSBENDER, BENEDICT CUMBERBATCH, PAUL DANO, SARAH POULSON, PAUL GIAMATTI.
GÉNERO: DRAMA / EE. UU. / 2013  DURACIÓN: 133 MINUTOS.   


      Steve McQueen no es un director de cine afroamericano. Es negro, es director de cine, pero es británico, concretamente, nació en Londres en 1969 ¿Por qué escribo esto? Muy simple: la temática de la denigrante esclavitud nunca ha sido bien explotada en Hollywood, y aunque intentos como Mandingo (Richard Fleischer, 1975) levantaran algunas ampollas por su visión sobre el trato que recibían los esclavos en las plantaciones sureñas de Estados Unidos, presentándose en su época como una película áspera y polémica para los catadores de prejuicios; y Steven Spielberg nos presentara aquel irregular melodrama titulado El color púrpura (1985) y, sobre todo, el apreciable alegato antirracista titulado Amistad (1997), que nos narraba la odisea de medio centenar de esclavos que viajaban en un barco y se amotinaban frente a las costas de Cuba, el tema de la esclavitud parece elevarse como una de las propuestas más espinosas y preceptivas dentro del cine en general y el norteamericano en particular. Tal vez, como el propio McQueen comentó: “A la gente le cuesta mucho cerrar ciertas heridas”.


      Ha tenido que ser un director negro y europeo quien abordara con total severidad una de las más crueles infamias perpetradas por el ser humano en contra de otros seres humanos. 12 AÑOS DE ESCLAVITUD  se inspira en la autobiografía homónima de Solomon Northup (1808-1857), un texto poco conocido que llegó a las manos del realizador gracias a la labor de investigación de su esposa. Solomon Northup (Chiwetel Ejiofor), vive en Nueva York junto a su familia como un hombre negro libre. Se gana la vida tocando el violín y con su pericia como carpintero, y no hay nada en la vida que le haga temer por su libertad hasta que se topa con dos compañeros músicos que acabarán vendiéndole en Washington, tras engañarle con una excelente oferta de trabajo. Con su nombre de esclavo, Platt, Northup es trasladado en barco a Nueva Orleans, donde es comprado por William Ford (Benedict Cumberbatch) el dueño de una plantación. Aun en su nueva condición de esclavo, la buena relación con su amo le permite llevar una vida aceptable hasta que John Tibeats (Paul Dano), el tiránico capataz de obra se cruza en su camino, y tras un grave incidente, acabará provocando su venta a una plantación cercana, la de Edwin Epps (Michael Fassbender). Su calvario no ha hecho más que empezar.   


      Apuntaba que resulta extraño que el cine Hollywoodiense (de poco me vale el último ejemplo de Django Desencadenado) se las ha apañado casi siempre para pasar de puntillas  por el ignominioso tema de la esclavitud cuando representa una de las mayores vergüenzas de esa gran nación de la que todos parecen estar tan orgullosos. Sin embargo, sí lo ha hecho en multitud de ocasiones sobre el holocausto judío con la dolorosa verdad de obras magistrales como La lista de Schindler, tal vez  junto a El Pianista, la película definitiva sobre esa temática. Sin embargo, no encuentro demasiadas diferencias entre una y otra infamia, y que nadie me hable de números.


        Steve McQueen acierta al retratar a la bestia mostrándola con todos los detalles brutales y matices psicológicos, con sus fauces, garras e instintos salvajes. Sí, los parajes comunes de la banalidad del mal y sus esporas de destrucción, la fisicidad y el naturalismo del terror como instrumento de dominación y poder que convierte al ser humano en un objeto utilitario dentro de un proceso de cosificación que tiene como objetivo vaciar el alma. Estamos, amigo lector ante una obra cumbre, un clásico que perdurará en el tiempo, una obra maestra incontestable que ruge como un volcán de sangre inocente, un ejercicio de angustiosa revisión histórica que debería ser proyectado en todos los institutos y universidades por dos motivos fundamentales: su punzante, brillante y dramático carácter de documento que actúa como un martillo pilón sobre la conciencia colectiva; y por la impagable recuperación de un personaje para la historia, Solomon Northup, al que da oxígeno y auxilio un pluscuamperfecto Chiwetel Ejiofor, un  hombre que aun en la humillación y la tortura no pierde nunca la determinación y sus ansias de libertad para volver con su familia.


        Lo peor de esta penetrante y desgarradora tragedia es que Northup era un hombre libre hasta que una fatal encrucijada del destino le hizo recorrer esos penosos 12 años de esclavitud, que son narrados por McQueen con un realismo atroz despreciando el recurso de la elipsis, porque aunque no la única, esa es la imagen más impactante de la esclavitud: los ahorcamientos, la carne lacerada, la piel a tiras, las pústulas y llagas, la roja sangre salpicando a los desalmados que creen pertenecer a una raza superior y esgrimen la biblia cuando con sus actos escupen sobre la palabra de Dios. También cuenta el deterioro psíquico de las víctimas, no menos sutil, y que en muy contadas ocasiones encuentra el bálsamo que actúa sobre la mala conciencia, sin apenas fuerzas físicas ni mentales para encontrar la luz al final del tenebroso túnel.


         Con una espléndida fotografía que funde los contrastes cromáticos de los paisajes pantanosos de Luisiana, una acerada y emocional banda sonora y unas interpretaciones de altura, con un Michael Fassbender que vuelve a brillar en el perfil de un monstruo sin escrúpulos y sin medida de la justicia, un esclavista siniestro en su visión más salvaje, psicótica e inhumana (el odio fijado en sus ojos en el momento en que los latigazos se suceden sobre la desnuda espalda de la esclava a la que ha humillado y ultrajado). Todo el elenco roza la excelencia: un Brad Pitt en la piel de un benévolo constructor canadiense; Paul Giamatti como vendedor de esclavos; Paul Dano como eficaz y malvado capataz; Benedict Cumberbatch como un esclavista con conciencia; y una Sarah Poulson de suaves maneras que no pueden esconder su impronta sociópata.



          Como ya hiciera en Hunger (narrando la huelga letal de Bobby Sands y otros miembros del IRA presos en 1981), o en Shame (la esclavitud del sexo de un treintañero neoyorquino), 12 AÑOS DE ESLAVITUD se nos presenta como un film honesto y necesario, que a pesar de que algunas secuencias puedan resultar insufribles por subyugantes (los pies de Ejiofor apoyados mínimamente con los puntas en el barro para impedir que la cuerda quiebre su cuello), de toda la visceralidad contenida, de los excesivos subrayados, nos invita a lamentar, de nuevo, susurrando ¡El Horror! ¡El Horror!