Premisa nada original
para un film de correcta factura.
LOS JUEGOS DEL HAMBRE
DIRECTOR: GARY
ROSS.
INTÉRPRETES: JENNIFER LAWRENCE, JOSH HUTCHERSON, ELIZABETH
BANKS, LIAM HEMSWORTH, WOODY HARRELSON.
GÉNERO:
CIENCIA-FICCIÓN / EE. UU. / 2012 DURACIÓN: 142 MINUTOS.
SALA DE EXHIBICIÓN: CINES
VICTORIA (Don Benito).
La adaptación de
la primera novela de la trilogía firmada por la guionista y novelista Suzanne
Collins (las otras dos entregas llevan por título “En Llamas” y “Sinsajo”),
ha obtenido un estruendoso éxito de taquilla en su primer fin de semana de
estreno en las salas de los Estados Unidos con 155 millones de dólares recaudados,
colocándose como el mejor estreno de la historia en un mes de marzo. Si tenemos
en cuenta que su presupuesto ronda los 78 millones, sus beneficios al final de
su recorrido en USA y el resto del mundo pueden ser mareantes, pues mientras
escribo estas letras su recaudación pasa ya de los 600 millones, siendo la
tercera película más vista en su primer fin de semana detrás de Harry
Potter 8 y El caballero oscuro. Son
datos para la estadística, pero como apasionado al 7º Arte, lo que a este
cronista le interesa es la calidad final de la obra. Ya que la literatura
juvenil o englobada dentro del extraño término “young adult” (joven
adulto), no me dice nada, tenía el temor de encontrarme con otro cagarro en la
onda de los vampiros maricas de Crepúsculo, esa interminable
tontería engendrada por la mente ñoña de la mormona Stephenie Meyer. Nada más
lejos de la realidad, porque estamos ante un acontecimiento de cierta
relevancia que contiene muchos de los ingredientes que nos hacen pasar un buen
rato en el cine; acción, suspense, romance, emoción y una protagonista con
determinación y carisma.
Vayamos con el argumento: Ambientada en un
tiempo futuro indeterminado en las ruinas de lo que un día fue Estados Unidos,
el capitolio de la nación de Panem obliga a cada uno de sus doce distritos a
enviar a un chico y una chica por distrito para competir en Los Juegos del
Hambre, un juego letal que les obliga a matarse entre ellos como castigo por
una sublevación que tuvo lugar en el pasado. El acontecimiento es retransmitido
por televisión a todo el país, y los llamados “Tributos” tienen que luchar entre
sí hasta que sólo quede un superviviente, al que se le dotará de provisiones y
confort. Por parte del distrito 12 los elegidos para formar parte de la salvaje
cacería son Katniss Everdeen (Jennifer
Lawrence), una joven de 16 años que se presenta voluntaria a los juegos para
evitar que lo haga su hermana pequeña, y Peeta
Mellark (Josh Hutcherson). Katniss, que cuida de su madre y de su hermana,
es buena amiga de Gale (Liam
Hemsworth), quien se queda en el distrito cuando ella es enviada al capitolio.
Pero Peeta siempre ha estado enamorado de Katniss, lo que da inicio a una
carrera por la supervivencia de distinto
signo al que estaba previsto. Antes de que se inicien los juegos ambos deben
someterse a un entrenamiento para el que serán preparados por un estilista, Cinna (Lenny Kravitz), una supervisora,
Effie Trinket (Elizabeth Banks), y
un consejero y mentor, Hanvitch Abernathy
(Woody Harrelson).
Por la sinopsis,
mis inteligentes lectores se darán cuenta de que la premisa de la cinta no es
nada original, recordemos la magnífica Batlle Royale (Kinji Fukasuku, 2000),
tal vez una de las más claras referencias para la escritora, y ese mal plagio
de la anterior y subproducto de vídeo-club titulado La isla de los condenados
(Scott Wiper, 2007). Sin embargo, el planteamiento de Gary Ross (mucho más
light de lo que este crítico hubiera deseado), para esta fábula distópica
resulta más inteligente de lo que cabía suponer, pues aun con su factura mainstream, logra proyectar una visión
estremecedora y sombría sobre el futuro de la humanidad donde la diferencia de
clases es cada vez más acusada, haciendo bueno el acervo “perro come a perro”.
La importancia del director de casting nos habla del acierto en la selección de
todo el reparto, en el que destaca una Jennifer Lawrence soberbia e implicada a
fondo un papel que no imaginamos en la piel de ninguna otra actriz. Crítica feroz sobre las sociedades
herméticas y absolutistas, así como de la degradación de los medios de
comunicación de masas, con especial censura a los realitys-shows, Ross
confiere una complejidad insólita a un
producto destinado principalmente a un público teen, y donde el juego intuiciones te invita a reflexionar sobre el
perfil de los personajes, sus conexiones y reacciones dentro de un entorno agobiante.
LOS
JUEGOS DEL HAMBRE no sólo triunfa en su alegato contra la violencia,
los estados policiales y el atropello constante de los derechos individuales
(tanto 1984, de George Orwell, como Un mundo feliz, de Aldous Huxley se
encuentran también entre sus múltiples fuentes referenciales), donde los
instintos bélicos del ser humano sirven de contenedor de emociones a través de
un reality-show televisivo (con un público de clase alta que disfruta del
espectáculo), pues dentro de su corpus late con fuerza una terrible
introspección sobre la involución que puede depararnos el tiempo futuro: pan y
circo, circo romano para disfrute de los privilegiados, un juego a muerte en el
que los más débiles asumen el papel de carnaza. El film tiene una importante
intensidad dramática, profundiza en los sentimientos y la angustia de los
personajes, deteniéndose en el valor de Katniss- pilar básico de la función-
para superar situaciones verdaderamente complicadas. No estamos ante una obra maestra, para resultar verdaderamente punzante,
se ve necesitada de escenas, momentos y detalles más crudos de la carnicería,
sobre todo cuando de lo que hablamos es de una sociedad instaurada bajo los
principios primitivos de la violencia, lo que entendemos como una estrategia para
captar sectores más amplios de público. Con una ambientación cuidada y dirigida
con solvencia por Gary Ross (aunque recrea de forma mediocre algunas secuencias
de acción), me queda la duda de la auténtica trascendencia que hubiera
alcanzado este blockbuster si sus
responsables, sin el ajustado corsé de la calificación por edades, hubieran
demostrado una mayor osadía.