“CARRETERA
ASFALTADA EN DOS DIRECCIONES”
(TWO-LANE
BLACKTOP, 1971)
DIRECTOR: MONTE HELLMAN.
INTÉRPRETES: JAMES TAYLOR,
DENNIS WILSON, WARREN OATES, LAURIE BIRD.
GÉNERO: ROAD
MOVIE / EE. UU. / 1971 DURACIÓN: 102 MINUTOS.
El director,
guionista y productor neoyorquino Monte
Hellman, que actualmente anda por los 82 años y se dedica a dar clases de
cine en el Instituto de Arte de California, comenzó a realizar películas de
bajo presupuesto bajo el padrinazgo de Roger
Corman a finales de los años 50 y tomando como actor fetiche a Jack Nicholson, al cual dirigió en cuatro películas: Viaje
a la ira (1964), Back Door to Hell (1964), A
través del huracán (1965) y El Tiroteo (1966). Hellman debutó
con la película de serie B La bestia de la cueva maldita
(1959), film de ajustadísimo metraje, paupérrimo presupuesto que financió Roger
Corman y que se me antoja un trabajo voluntarioso pero fallido, sobre todo en
el diseño de ese monstruo de cartón piedra. Hellman será recordado principalmente
por dos trabajos: el sólido western El Tiroteo, sobre dos hombres que
aceptan guiar a través del desierto a
una misteriosa desconocida que viaja sola y en donde, además del protagonismo
de Nicholson, comienza su fructífera colaboración con Warren Oates; y el film que nos ocupa, considerada su mejor cinta y
una de las más grandes obras de culto de la historia del cine, Carretera
asfaltada en dos direcciones (1971), para este cronista junto al film
del mismo año Punto límite: Cero
(Richard C. Serafian, 1971) una de las mejores películas sobre coches y road movies
que se han rodado y que fue un fracaso comercial en el momento de su estreno.
Two-Lane Blacktop (título original) narra el itinerario de dos chicos, The Driver y The Mechanic (el famoso cantautor y guitarrista James Taylor y el baterista y fundador de The Beach Boys Dennis Wilson, del cual se hizo famosa su relación con Charles Manson y sus mansonitas) que recorren las carreteras de Estados Unidos en un Chevrolet del 55 con el que compiten en carreras ilegales. Es lo único que les preocupa y divierte, no hablan ni pierden el tiempo en otras cosas. Un día se cruza en su camino GTO (Warren Oates) un peculiar conductor que les reta lanzándoles un desafío.
Guardo un especial cariño a esta
película que he visto muchas veces a lo largo de mi vida y que me sigue
fascinando tal vez por la gelidez con que está rodada, la exasperante parquedad
de los diálogos y la carencia de emociones superfluas entre sus lacónicos y nihilistas personajes,
a los que sólo importa el atractivo itinerario por la ruta 66, el rugido del
motor y quemar goma rindiendo honores a los ritos del asfalto en un viaje que
no parece tener principio ni final. Hellman
no quería que nada molestase lo que para él resultaba esencial en el film: el
placer de la carretera como símbolo de huída y libertad, de ahí la abstracción
extasiante de los protagonistas, los prolongados silencios, el desprecio por
las anécdotas y los aditamentos, sin buscar una épica definida y sin, en
definitiva, un argumento que justifique la función más allá del goce sensorial.
Nada parece
tener valor y pulsión si no se está al volante de un cacharro con motor, los
paisajes polvorientos son recorridos por miradas fugaces incapaces de captar la
amplia panorámica. La presencia de Warren Oates con su flamante Pontiac GTO
amarillo de 1970, aporta un poco de chispa a la acción, reinventando su vida
con cada autoestopista que invita a subir a su carro; al igual que la preciosa
Lurie Bird, una muchacha sin rumbo que abraza el amor libre y que se les cuela
a los protagonistas sin pedir permiso. Filmada
tal vez como consecuencia del inesperado éxito de Easy Rider (Dennis
Hopper, 1969) esta magistral road movie existencialista, lanza una descorazonadora
reflexión sobre el desencanto de una generación (la del flower-power, el ácido
y la psicodelia) que finalmente se vio fagocitada por el sistema y arrojada a un
futuro incierto, como ese final hacia ninguna parte, en donde el celuloide
quemado sirve como metáfora del fracaso y la desesperanza, de la carencia
absoluta de respuestas que se adivina en esa vida absurda que acontece fuera de
las carreteras.
“PUNTO LÍMITE:
CERO”
(VANISHING POINT,
1971)
DIRECTOR: RICHARD C.
SARAFIAN.
INTÉRPRETES: BARRY NEWMAN,
CLEAVON LITTLE, DEAN JAGGER, VICTORIA MEDLIN, PAUL KOSLO, ROBERT DONNER.
GÉNERO: ROAD
MOVIE / EE. UU. / 1971 DURACIÓN: 99 MINUTOS
El director de
cine y televisión Richard C. Sarafian
(1930-2013) dejó tras de sí una carrera versátil en la que durante cinco
décadas trabajó como realizador, actor y guionista. Educado en la Universidad
de Nueva York, murió en 2013 a los 83 años a causa de una neumonía cuando aún
quedaba bastantes años para la aparición del Coronavirus. Autor de una
irregular filmografía, comenzó dirigiendo series western para la televisión
como Lawman (1958) y The Dakotas (1963) y también de género
bélico como The Gallant Men (1962). Tras
dirigir varios western más para el citado medio, debutó en la pantalla grande
con el drama de producción británica Salvaje y libre (1969). Pero sólo
una de sus obras ha sido, es y será siempre rescatada del olvido, Punto
límite: Cero (1971), citada en todas las listas como una de las mejores
road movies de la historia.
La trama sigue a Kowalski (Barry Newman) veterano de la
Guerra de Vietnam y ex policía que trabaja en un negocio de alquiler de
vehículos y que apuesta con un compañero de trabajo que es capaz de conducir
desde Denver (Colorado) hasta San Francisco (unos 2000 km) en menos de 15
horas. Por el camino se encontrará con una fauna variopinta de personajes: unos
animándole; otros tratando de impedir que logre su hazaña.
Con un libreto
simple pero eficaz escrito por el mítico crítico de cine y escritor cubano
Guillermo Cabrera Infante (1929-2005), Punto límite: Cero se impone como
una oda a la libertad en plena efervescencia de los movimientos
contraculturales, el hipismo, el Pop Art y la subcultura psicotrópica. El protagonista,
a bordo de un precioso Dodge Challenger RT blanco de 1970 tiene como objetivo
hacer la entrega a un cliente de ese coche en San Francisco en menos de 15
horas partiendo de Denver. Es lo que menos importa porque finalmente todo se resume
en una huida hacia delante por desiertos y pueblos de mala muerte en la
búsqueda de una quimera llamada libertad. Su guía es un DJ negro llamado Super Soul (Cleavon Little) que desde
su estación de radio ambienta la aventura
con unas exquisitas piezas musicales y que le anima y alerta de los peligros del camino. Kowalski es el nuevo héroe, representa el
espíritu de los nuevos tiempos, un rebelde antisistema, solitario y nihilista que
en una época convulsa lucha contra el poder establecido representado por la
policía.
Con flash backs
(a veces molestos) sobre el pasado de Kowalski que sirven de pausa para una
carrera contrarreloj plagada de frenéticas persecuciones, el film se convierte
en un viaje existencialista que ejerce de espejo de la sociedad estadounidense
de la época. Porque surcando los polvorientos parajes del Middle West con sus
infinitas carreteras, Sarafian nos enfrenta a la decadencia de una sociedad
marcada por la maldita Guerra de Vietnam y la deriva corrupta de la clase
política cuya podredumbre eclosionó en el famoso caso Watergate. Con una fascinante fotografía de John H.
Alonzo que ilumina un paisaje árido de una luminosidad cegadora, seguimos a
Kowalski hasta el trágico final de la escapada. Atrás quedan una serie de
personajes excéntricos: policías violentos que odian y temen lo que el
protagonista represente, un cazador de serpientes, un hipy cuya novia se pasea
desnuda en moto, una secta fanática, el racismo imperante en la sociedad… toda
una foto movida de una nación que, de forma traumática, pronto diría adiós a la
inocencia. Película de culto y magnífica road movie.