De la culpa, la expiación y el sacrificio
“THE
CARD COUNTER” êêêê
DIRECTOR: Paul Schrader.
INTÉRPRETES: Oscar Isaac, Tye
Sheridan, Tiffany Haddish, Willem Dafoe, Bobby C. King.
GÉNERO: Drama / DURACIÓN: 112 minutos / PAÍS: EE.UU. / AÑO: 2021.
El viejo zorro de Paul Schrader aún lo tiene. Como saben mis lectores no seré yo quien dude de la cualificación de este veterano guionista y director nacido en Gran Rapids (Michigan) en 1946, un cineasta por el que siento debilidad. De hecho, mi blog es un homenaje a Taxi Driver (Martin Scorsese, 1976) que cuenta con un libreto magistral suyo que lo lanzó al estrellato ofreciéndole la oportunidad de dirigir títulos tan interesantes como Blue Collar (1978) y Hardcore, un mundo oculto (1979), así como artefactos más comerciales como American Gigoló (1980) y El beso de la pantera (1982). Cierto que no había vuelto a rayar como en sus mejores obras, las magníficas Posibilidad de escape (1992), una de mis películas favoritas, y Aflicción (1997). Pero volvió a coger el buen tono con El reverendo (2017) y ahora confirma su buena forma artística con The Card Counter, que digan lo que digan y a la espera de poder visionar algunas películas exhibidas, ha sido de lo mejor que se ha podido ver en el pasado Festival de Venecia. No olvidemos que Schrader es además el guionista de otra obra maestra firmada por Martin Scorsese, Toro Salvaje (1980).
The Card Counter nos presenta a William Tell (Oscar Isaac) es un ex militar con un problema de ludopatía. A Tell solamente le interesa jugar a las cartas. Su espartana existencia en el casino es interrumpida cuando se cruza en su camino Cirk (Tye Sheridan), un joven que busca ayuda para llevar a cabo su plan de venganza contra un militar, el comandante Gordo (Willem Dafoe), quien también es un viejo enemigo de Tell. Con el respaldo financiero de La Linda (Tiffany Haddish), Tell pide que Cirk le acompañe en una ruta por los casinos de diferentes ciudades hasta que el trío se centra en ganar el World Series de póker en Las Vegas. Pero Mantener a Cirk en el buen camino se demuestra imposible, arrastrando a Tell a las tinieblas de su pasado.
Con una estructura clásica y una severa banda sonora, el director de Autofocus nos obliga a seguir de manera impenitente a un personaje enigmático e indescifrable, William Tell, un jugador profesional de póker educado, frío y maniático que escribe un diario y al que da oxígeno de manera pluscuamperfecta Oscar Isaac. Todo su hermetismo se derrumba cuando conoce a un muchacho llamado Cirk, que resucitará los fantasmas de su pasado. Cirk le hace una propuesta: que le ayude a secuestrar y asesinar al militar responsable del suicidio de su padre, un comandante del ejército encarnado por Willem Dafoe. ¿Por qué le hace precisamente a él tan terrible propuesta? Porque tanto Tell como su padre actuaron como torturadores en la cárcel de Abu Ghraib en Irak a las órdenes del hombre que Cirk le propone asesinar.
Con las obsesiones temáticas que vertebran su filmografía (la culpa, el dolor, la expiación, el sacrificio), Paul Schrader que, por supuesto, también firma el guión, se obstina en ofrecer a William Tell una oportunidad para la redención si consigue ayudar al chaval y a su madre económicamente con la condición de que se olvide de la sombría y atroz misión que sólo puede acabar trágicamente. Es ese conflicto lo que más le interesa al director, y muy poco el rutinario ritual de las partidas de póker en hoteles horteras, la nueva vida de un ex militar atormentado por la culpa y las brumas de un aciago pasado. The Card Counter es ante todo un relato sobre el pecado, la culpa y los remordimientos, también sobre el sacrificio de un hombre como única sanación para las heridas de su alma.
No hay suspense en las partidas de póker, tampoco
héroes, sólo que unos ganan y otros pierden, con escasa emotividad. Pero es en
esos escenarios por donde se mueve nuestro abrumado protagonista para ganarse
la vida, despistar a su soledad y, tal vez, para aplacar un poco su dolor. Sabe
que no hay bálsamo para eso, que las cartas de su vida están marcadas, que su
herida supura por una cuestión moral y existencial, y la atmósfera de los
casinos y hoteles dotan a su existencia de un aura impersonal, del ansiado anonimato
si se tiene la prudencia de no arriesgar mucho. Porque Tell no sabe cuánto pesaría
su alma en la balanza de Zeus, aunque sabe cuánto pesa su culpa. Sabe también que
el olvido es imposible, pero se puede optar por el perdón en un mundo que no
concede valor a la indulgencia. Vislumbramos que el circuito de casinos acabará
en un triste final bressoniano, cuando vivir es ya sólo una condena. Magnífica
película.