El remake de la
película francesa Un elefante se equivoca enormemente (Yves Robert, 1977) fue
todo un exitazo que se apuntó su director, guionista y protagonista Gene Wilder, una bomba para la taquilla
en la que tuvo mucho ver la banda sonora de Stevie Wonder y la belleza explosiva de la curvilínea Kelly LeBrock que hizo soñar y suspirar
a una generación entera de jovencitos con las hormonas descontroladas y de
maduritos que imaginaban una aventura con la despampanante musa. La mujer
de rojo (Gene Wilder, 1984) nos narra la historia de Teddy Pierce
(Wilder) un hombre aparentemente feliz con una encantadora esposa, hijos,
amigos y un buen puesto de trabajo en una agencia de publicidad. Un día se
cruza con una hermosa joven que luce un provocativo vestido rojo de seda
(LeBrock). Teddy descubrirá que la chica es una modelo seleccionada por su
agencia para una nueva campaña publicitaria. A partir de entonces la obsesión
de Teddy será tener una aventura con ella.
Kelly LeBrock (Nueva York, 1960) inició
su carrera como modelo cuando tenía 16 años apareciendo en numerosas revistas y
siendo la modelo más cotizada de la agencia Eileen Ford. Se casó en 1984 con el
productor de La mujer de rojo Victor Drai, aunque se divorció en 1986 y un año después con el actor Steven Seagal,
a quien conoció cuando le contrató como guardaespaldas. Con el pésimo actor
experto en artes marciales tuvo tres hijos y juntos protagonizaron varios
subproductos de acción hasta que en 1996 se divorciaron. Hay que reconocer que
Gene Wilder es un tipo listo, tanto como para convertir una comedia
insustancial en un clásico imperecedero de la década de los 80 cuya escena más
recordada es esa en la que Kelly imita a la Marilyn Monroe de La tentación vive arriba con
la icónica secuencia del vestido y la rejilla del metro. Una escena que
acompañada por el tema de Stevie Wonder “The
Woman in red” convirtió a la mediocre actriz en todo un símbolo sexual de
la época, un regalo para la vista que ni mucho menos vamos a consentir que
caiga en el olvido, pues al menos yo estaré aquí para rescatarla.
INTÉRPRETES:JENNIFER LAWRENCE,
JOSH HUTCHERSON, LIAM HENSWORTH, PHILIP SEYMOUR HOFFMAN, STANLEY TUCCI.
GÉNERO:CIENCIA-FICCIÓN /EE. UU. / 2014.
DURACIÓN: 123 MINUTOS
Al fin llegamos a la recta final de una
saga que a mí, particularmente, me ha dejado muy frío y me ha emocionado muy
poco. Lo he comentado en alguna ocasión, estas sagas teenagers, creadas para el
placer orgásmico de un público adolescente huérfanos de verdaderos héroes y de
una buena cultura cinematográfica, siempre más interesados por la estética, el
look visual y la verborrea huera que desprende un tono épico, sentencioso y
lapidario, no han conseguido nunca engancharme debido a su milimetrado diseño y
su impostada filosofía combativa. Salvo honrosas excepciones como Harry
Potter, la historia del cine luciría más impoluta sin artefactos como Crepúsculo,
Percy
Jackson, Las Crónicas de Narnia, Cazadores de Sombras, Divergente,
Soy
el Número Cuatro y que de no ser por los réditos en taquilla
(paupérrimos, por cierto, en algunos casos) nada han aportado al universo de lo
fantástico más allá de una galería de cuerpos lozanos y rostros bonitos.
En esta primera entrega
del capítulo final de Los Juegos del Hambre, la heroína Katniss Everdeen
(Jennifer Lawrence) se encuentra en el Distrito 13 después de destrozar los
Juegos para siempre. Bajo el liderazgo de la comandante Alma Coin
(Julianne Moore) y el consejo de sus amigos más leales, Katniss extiende sus
alas mientras lucha por salvar a Peeta Mellark (Josh Hutcherson)
capturado por el Capitolio, y a una nación alentada por su valentía. La vida en
el Distrito 13 no es tan fácil como Katniss se imaginaba, a lo que hay que
sumar su difícil relación con la presidenta del distrito, Coin, que quiere
convertir a Katniss en el símbolo de la revolución y valerse de su categoría de
Sinsajo para contagiar al resto de los distritos.
Enmi crítica de la anterior entrega escribí
que tanto las novelas de Suzanne Collins como sus adaptaciones a la
pantalla grande partían de una premisa nada original, con la seguridad de que
gran parte de los aditivos pegados a la historia habían sido vampirizados de
aquella película de culto japonesa titulada Battle Royale (Kinji Fukasuku, 2000) y de clásicos de la
literatura de anticipación como “1984”
de George Orwell, por poner sólo dos ejemplos. Tras ver este primer capítulo
de la aventura final, uno tiene la sensación de que el artefacto no ofrece nada
nuevo y todo parece más antiguo que la pana, esto unido a la inanidad e
insipidez de la función convierte a Los
Juegos del Hambre: Sinsajo (1ª parte) en un relato decepcionante que sirve
para constatar la innecesaria prolongación de la saga. No hay en las dos horas
de metraje una sola escena que merezca ser mínimamente reseñable en su
vertiente visual o narrativa, todo resulta plúmbeo hasta el punto de sentir
añoranza por la primera entrega que tampoco era gran cosa.
La cinta, diseñada exclusivamente para
hacer caja, rebosante de palabrería muy poco estimulante y ausencia casi total
de acción, se enreda en dar explicaciones y Francis Lawrence se olvida por completo de dotar de dinamismo a la
historia, pero también de proporcionar mayor entidad a unos personajes que
podían haber dado más juego en un escenario distinto al de los juegos. Tomada
como una introducción al capítulo que cerrará la saga, el film se podía haber
liquidado en poco más de una hora, el tiempo suficiente e incluso excesivo para
desnudar emocionalmente a Katniss (una Jennifer
Lawrence con el piloto automático) a la espera del clímax final, esa
decisiva traca donde todo parece previsible. En este punto, yo sólo recomendaría esta película sin garra ni tensión
a los fanáticos seguidores de la saga, muy dados, por sus trastornos
hormonales, a los desgarros melodramáticos, y a los que seguramente no les
importen los misérrimos efectos especiales y el infumable diseño de producción.
No hay horror en esa sociedad distópica tal y como la retrata el director, y
carecen de enjundia sus panfletarios eslóganes y consignas, más propias de un
campamento de boy scouts, el horror y el infierno, Mister Lawrence, están reflejados
en la mirada de Marlon Brando cuando se pasa sus dedos romos por su reluciente
calva en Apocalypse Now. No juegue
usted con palabras y conceptos tan graves como “revolución” (el nuevo opio de los intelectuales) para lo
que sólo es un aburrido y pueril juego
de niños.
INTÉRPRETES: SUSAN SARANDON, SEAN PENN,
ROBERT PROSKY, R. LEE ERMEY.
Segunda película del actor-director
norteamericano Tim Robbins, cuyo debut tras las cámaras se produjo con Ciudadano
Bob Roberts (1992) una interesante sátira sobre un candidato político.
Robbins se formó como actor en escenarios teatrales, poco después dio el salto
al cine para protagonizar un buen número de películas, entre las que destacan: Los
búfalos de Durham, Laescalera de Jacob, Cinco esquinas,
Cadena perpetua y Mystic River.
Matthew Poncelet (Sean Penn) condenado a
muerte por la violación y el asesinato de una pareja de adolescentes, solicita
desde la prisión donde cumple condena la ayuda de la hermana Helen Prejean
(Susan Sarandon). Faltando pocos días para la ejecución, la monja visita
asiduamente al condenado en el corredor de la muerte, en un intento por conseguir
para él la paz espiritual y la tranquilidad necesaria para afrontar la muerte
con dignidad. El indulto se presume como una empresa imposible, no sólo porque
es culpable de tan execrables crímenes, sino porque las familias de las
víctimas no perdonan y presionan para que sea castigado con la pena capital.
Los últimos días suponen para Matthew una espantosa agonía que sólo puede
superar gracias al apoyo y la presencia de la hermana Helen, que le acompaña
hasta el último suspiro.
Pena de muerte queda emparentada con otra gran
película sobre el mismo tema, A sangrefría (Richard Brooks,
1967) basada en el libro-reportaje de Truman Capote, de hecho en el film de
Robbins, a modo de homenaje, interviene Scott Wilson en el papel de capellán y
que interpretaba en la película de Brooks al asesino Dick Hickock. Rodada con
gran realismo y sobriedad, la película está basada en la obra autobiográfica
como consejera espiritual de la hermana Helen Prejean, y fue Susan Sarandon,
compañera sentimental del director, quien le recomendó el libro y la que más
empeño puso en que la película se llevara a cabo. Era necesario cierto rigor
narrativo para plantear un tema tan espinoso como polémico, y el director no
sólo lo consigue sino que logra además un perfecto dibujo de los personajes: el
brutal asesino, que a pesar de lo monstruoso de su crimen es un ser humano; la
monja, que parece ser la única capaz de comprenderlo; los familiares de las
víctima, que sólo con el sesgo de la vida del reo verán cumplida justicia; y la
familia del condenado, que no comprenden cómo pudo ocurrir, pero que le dan
todo su ánimo y le arropan hasta el último momento.
En muchas escenas el film nos deja sin
aliento, como esa en que la madre y los hermanos de Poncelet se van despidiendo
de él, o aquella secuencia memorable en la que por fin el condenado confiesa su
horrible crimen a la hermana Helen, y el final, cuando los verdugos hacen su
trabajo y la inyección letal su efecto -previamente un tembloroso Poncelet ha
pedido perdón a los padres de las víctimas por pérdidas tan irreparables- mientras vamos conociendo, por medio de
sórdidos flash-backs, los escalofriantes sucesos que ocurrieron aquella
negra noche en el bosque. Un modo de definir el mismo mensaje que lanzó Capote
en su libro y Brooks en su película: matar es un error, no importa quien lo
haga, cuando lo hacen las autoridades también lo hacen a sangre fría... sólo que carecen de atenuantes. Cuando los
títulos de crédito finales caen pausadamente oímos cantar a Bruce Springsteen
“...en el corazón del bosque, su sangre y lágrimas me envolvieron, sólo
sentía las drogas y la escopeta y el miedo en mi interior, la charla de un
condenado”. La película obtuvo cuatro nominaciones a los Oscars y Sean
Penn, en una magistral actuación, se alzó con el Oso de Plata al Mejor Actor en
el Festival de Berlín’96, y una espléndida Susan Sarandon, con el Oscar a la
Mejor Actriz.
La mítica modelo
pin-up norteamericana Bettie Page nació
en Nashville el 22 de abril de 1928, y alcanzó la fama en la década de los 50
por sus posados y su aspecto de mujer maciza, cabello negro y genuino flequillo,
teniendo una influencia preponderante sobre la sexualidad de la época y la
moda. Siendo la segunda de seis hermanas, nació en una familia de escasos
recursos económicos, en el seno de la cual su padre abusó de ella y de sus
hermanas, por otra parte, su madre nunca le demostró cariño. Como sus dos
hermanas, era una fanática del cine, de ahí que uno de sus entretenimientos
favoritos era la recreación de escenas
memorables y la experimentación con el peinado, los osados y el maquillaje de
las estrellas de la pantalla grande. Lo cierto es que page era una excelente
estudiante, tanto que tras superar con mucha facilidad sus estudios de
secundaria, se licenció en Artes en la Universidad de Peadoboy.
Llegó a trabajar
como maestra, pero su exuberante aspecto hacía que los alumnos atendieran más
al infartante atractivo de su maestra que a los temarios de las clases. Su espíritu
libre le llevó a trasladarse de Tennessee a San Francisco, en donde tuvo varios
trabajos como secretaria, aunque siempre soñaba con alcanzar la fama en el cine
y poder disfrutar de una oportunidad como modelo. Finalmente obtuvo una
audición para la 20th Century Fox, que no manejó bien la prueba de cámara
presentándola como una caricatura de Joan Crawford. Huyó del lugar cuando un
productor le prometió una lucrativa carrera en el cine a cambio de favores
sexuales. Se negó porque le repelía y no le gustaba su mirada. Hasta el magnate
Howard Hughes la persiguió en vano. Tras un matrimonio fallido, acabó
instalándose en Nueva York, en donde, paseando un día por Coney Island se topó
con el oficial de policía aficionado a la fotografía Jerry Tibbs, que le ayudó
a crear su primer portafolio pin-up. De manera inevitable se vio inmersa en el
mundo del “Cheesecake”, y sus fotografías comenzaron a aparecer en multitud de
publicaciones.
Desde 1952 hasta
1957 posó para el fotógrafo Irving Klaw para fotografías en venta por correos
de temática pin-up, bondage y sadomasoquista, imágenes que mostraban un
ambiente fetichista y en donde Bettie alternaba el papel de dominatrix con el
de víctima indefensa, aunque nunca posando con una desnudez explícita. Algunas
pruebas la hicieron convencerse de que la actuación no era lo suyo, y sus
actuaciones en “Striptorama”, “Teaserama” y “Varietease”, peliculitas de tipo
revisteril, quedaron como una jugosa anécdota. En Miami conoció a varios
fotógrafos, entre ellos a Bunny Yeager, que envió unas instantáneas de Page a
Playboy, y Hugh Hefner seleccionó una de sus fotografías para la página central
de Playmate del Mes de Enero de 1955. El mismo año en que también se alzó con
el título de “Miss Pinup Girl of the World”.
En 1957 puso fin a su carrera como modelo, una etapa que, de
entre todas las pin-up fue la más celebrada y la más longeva. Aunque no se
conocen bien las razones exactas de su abandono y retiro, la más obvia es su
conversión al cristianismo, algo que sucedió
en la víspera de año nuevo de 1958, cuando visitó una iglesia en Kay West (Florida) y se sintió
atraída por el ambiente multirracial y la absoluta devoción… pero eso es otra
historia. Bettie Page murió el 11 de diciembre de 2008 de una neumonía a la
edad de 85 años, para entonces llevaba décadas siendo un icono de la cultura
underground y del mundo spanko, un mito fundacional y un fenómeno de los
placeres culpables, todo ello a pesar de que nuestra modelo pin-up favorita
desapareció de la escena pública a finales de la década de los 50. Gracias por
todo, Bettie Page, allí donde estés, este post es mi humilde homenaje a tu impagable
legado.
Avanzada la década de los setenta del
pasado siglo tuvo lugar el estreno de una película clave que lleva por título Todos
los hombres del presidente (Alan J. Pakula, 1976), film que marcó un
antes y un después en el subgénero del cine sobre periodismo de investigación
en una época marcada todavía por las tensiones de la Guerra Fría y las más
conspicuas teorías conspiranoicas. El mítico film narra, a raíz de un robo con
escalo en el complejo Watergate, sede
electoral del Partido Demócrata, la investigación llevada a cabo por los
periodistas del Washington Post Bob
Woodward (Robert Redford) y Carl
Bernstein (Dustin Hoffman) que acabó inculpando por espionaje político a
cinco colaboradores del presidente Richard Nixon y obligando a dimitir
ignominiosamente a éste. Tras ver Matar al mensajero no me cabe
ninguna duda de que aquel excelente film ha servido de gran inspiración a Michael Cuesta (El fin de lainocencia)
para poner en marcha un proyecto basado también en un hecho real y que tiene
como eje central la desesperante historia vivida por el periodista Gary Webb,
dando como resultado un aseado thriller político, una película necesaria y
comprometida que recupera una historia
desconocida para muchos y olvidada por casi todos.
El film sigue a Gary
Webb (Jeremy Renner) quien trabaja para el periódico local San José
Mercury News a finales de la década de los 80. Un día se cruza con CoralBaca (Paz Vega), la amante de un narcotraficante que está siendo
juzgado, y que entrega a Webb un material muy comprometedor: pruebas que
conectan a un tal Danilo Blandon, un capo de la droga, con la CIA. La historia
es terrorífica: la CIA había creado una red de venta y tráfico de drogas en
Estados Unidos con idea de financiar durante la era Reagan a la Contra
nicaragüense. Webb publica un artículo que pone en alerta a la comunidad
afroamericana: los barrios negros fueron inundados de crack mediante un
narcotráfico destinado a abastecer de dinero y armas a la CIA. La vida de Webb
se convierte a partir de entonces en un tormento en lo personal y en lo
profesional.
La veracidad de estos hechos terribles, gravísimos, absolutamente
devastadores investigados y denunciados por Webb (la CIA traficando con crack y
diseminando las esporas de la muerte en los barrios negros para financiar a la
grupos contrarrevolucionarios nicaragüenses) fue confirmada años después por la
agencia de inteligencia norteamericana en declaraciones que pasaron
inadvertidas en pleno escándalo Clinton-Lewinsky. El reportero Gary Webb murió
en diciembre de 2004 ¿la causa? Presuntamente se suicidó. Matar al mensajero nos narra una historia muy sucia y
escabrosa urdida desde las pestilentes cloacas del Estado, y Michael Cuesta
imprime un ritmo frenético acorde con lo narrado a un relato en el que Jeremy
Renner pone toda la carne en el asador metido de lleno en la investigación
hasta que logra sacar a la luz la verdad, momento en que tendrá que hacer
frente a una serie de problemas, calumnias y amenazas que llevarán a su caída
en desgracia. La película queda así dividida en dos partes relacionadas
aunque bien diferenciadas cada una de ellas rodadas con un tono distinto,
tratando de esta manera de marcar los pasos del calvario por el que tuvo que
pasar un hombre valiente solo frente al sistema. Queda en la retina la imagen
magnética del periodista honrado, heroico e insobornable que hace mucho tiempo,
para desgracia de nuestra sociedad, ha pasado a mejor vida.
Cuesta logra que mantengamos el interés
durante las casi dos horas de metraje, algo en lo que tiene mucho que ver un
magnífico Jeremy Renner en una
interpretación portentosa rebosante de recursos de buen actor y llena de
matices que dota de intensidad e identidad a un personaje asistido por el
coraje, las dudas, la ambigüedad, el instinto, la vulnerabilidad, la
determinación y la soledad que adquiere una dolorosa dimensión cuando pierde el
apoyo de su periódico, momento en que gozará de la empatía total del espectador
entregado ya hasta ese final triste, hiriente y descorazonador que nos hace
rememorar todo lo vivido e imaginar lo
que jamás veremos. Matar al mensajero es un film amargo que proyecta una visión
pesimista sobre los designios del poder y la condición humana, que al mismo
tiempo despide destellos esperanzadores sobre el espíritu indómito de esos
escasos hombres que se lo juegan todo en la búsqueda de la justicia y la
verdad. Enfangados como estamos en esta ciénaga de miserias y podredumbres,
la cinta puede servir como toque de atención a esa parte ingenua de la sociedad
que todavía cree a ciegas en las instituciones como garantes de su defensa y la
legalidad, cuando en realidad sólo atienden a sus propios intereses bastardos:
el juego de la sucia política y las incontables víctimas inocentes que deja a
su paso.
INTÉRPRETES: FANNY COTTENÇON, BRUNO CREMER,
FRANCISCO ALGORA, BERTA CABRÉ.
Esta es mi película favorita del director
catalán VicenteAranda, autor de una extensa filmografía que
comenzó en el año 1963 con BrillantePorvenir, codirigida por
Román Gubern. Ha conseguido éxitos en el género fantástico, Lanoviaensangrentada (1972), en diversas adaptaciones literarias, Lamuchachadelasbragasdeoro (1979), Tiempodesilencio (1985), así como en series de televisión, LoscrímenesdelcapitánSánchez (1985) basada en hechos reales, y Losjinetesdelalba (1990). Su mayor éxito le llegó con Amantes
(1991) a partir también de un suceso real conocido como “el crimen de Tetuán”.
Con Juanalaloca (2001) relato sobre la pobre Reina cautiva
de Tordesillas que obtuvo gran aceptación de público y crítica. Su último film,
Carmen (2003) adapta la obra de Mérimée sobre la famosa intriga amorosa
en la Sevilla decimonónica.
En Fanny“pelopaja” Aranda
adapta, una vez más, otra novela, en esta ocasión policíaca, su título Prótesis,
escrita por su paisano Andreu Martín, un magnífico especialista del género. Las
anómalas y complejas relaciones de dominación, de amor y odio entre una
delincuente Fanny (Fanny Cottençon) y un brutal ex-policía, Andrés “el gallego”
(Bruno Cremer) que fue expulsado del cuerpo por sus poco ortodoxos métodos y
más concretamente por agredir salvajemente a Fanny, sirven al realizador para
explorar uno de los temas que más le atraen: el intercambio de sensaciones y
sentimientos desmedidos. Fanny tiene que usar prótesis dental -de ahí el título
de la novela en que se inspira- como recuerdo de las “caricias” de el gallego,
y éste, trabajando de guardia de seguridad para ganarse la vida, cansado de la
monotonía de un trabajo que le aburre, hastiado de su vida familiar, con una
mujer chillona y vulgar, y hasta las pelotas de las tonterías de sus hijos,
echa en falta el trabajo en la policía, la violencia en las calles, y sobre
todo a Fanny. Ahora se buscan, quizás para vengarse, o puede que exista entre
ellos un sentimiento más fuerte.
El robo del furgón blindado, el dibujo de
los personajes, la intriga y la acción, todo parece quedar en segundo plano
para ahondar en lo que más preocupa al cineasta: arañar en las entrañas humanas,
profundizar en el desgarro nada convencional de un amor lleno de cicatrices, la
hiriente atracción de seres antagónicos y viscerales. Ambientada en el ajetreo
de una Barcelona industrial, gris y populosa, en la que Vicente Aranda
encuentra el escenario perfecto para este relato urbano de pasiones al límite.
Fanny “pelopaja” es un film duro que indaga, sin caer en el artificio y la
morbosidad, en los instintos mas extraños y sádicos entre personajes
disconformes con su destino, un ex-policía que huye de la alienación y una
ladrona que lo es para sobrevivir.
Es,
sin lugar a dudas, la película que mejor muestra las debilidades de su
director, que sabe sacar del trasfondo de una intriga banal una inquietante
reflexión sobre los márgenes del deseo. A destacar la buena dirección de
actores y las magníficas actuaciones de los franceses Bruno Cremer y Fanny
Cottençon. La pregunta es ¿dónde mete
Bruno Cremer la pistola?.
Si consideramos Death Proof como un
experimento suculento nacido del espíritu inquieto y libre de su cinéfago
director, la función -muy alejada del talante conformista de los nuevos tiempos-
puede resultar clave en la filmografía del chico de Knoxville, pues contiene
las dos mejores escenas rodadas por Quentin Tarantino en toda su
carrera, nos referimos al brutal choque de frente de los dos vehículos repetido
varias veces y el clímax final de la prodigiosa persecución que dura alrededor
de veinte minutos. Dos secuencias fundamentales que, de no existir, al arriba
firmante le hubiera resultado difícil valorar tan positivamente el film.
Filmada -como toda la obra de este
cineasta- bajo la influencia, el homenaje y las citas a otros películas
clásicas o de culto que marcaron su formación cinéfila: Faster, Pussycat!
kill! kill! (Russ Meyer, 1965), Bullit (Peter Yates,
1968), Carretera asfaltada en dos direcciones (Monte Hellman,
1970), Punto límite: cero (Richard C. Serafian, 1971)... la cinta
contiene una poderosa estética, un look visual tan desarmante y
atractivo que ahoga sin remisión unos diálogos plúmbeos que jamás alcanzan la
excelencia a que nos tiene acostumbrados su director y guionista. Veamos de qué
va la historia:
Stuntman
Mike (Kurt Russell) es un psicópata asesino que mata sin piedad a todas las
chicas conductoras lanzando cruelmente contra ellas su automóvil preparado 100
% a prueba de muerte (un Chevy Nova ilustrado tétricamente con una calavera),
dice haber sido doble de acción de Robert Ulrich y está obsesionado con dejar
los coches ajenos para el desguace. En esta ocasión, las victimas potenciales
de su instinto road killer serán la estrella pinchadiscos de un garito de
carretera, Jungle Julia (Sydney Tamila Poitier) y sus amigas, Arlene
(Vanessa Ferlito) y Shanna (Jordan Ladd). Pero también ha puesto sus
ojos en la vulnerable Pam (Rose McGowan), en la peluquera Abernathy
(Rosario Dawson) y en las especialistas en interpretar escenas de riesgo, Zoe
(Zoe Bell) y Lee (Mary Elizabeth Winstead). Todas ellas vivirán una
experiencia “traumática” e inolvidable cuando conozcan a Mike “el doble”.
Death
Proof fue concebida como parte del programa doble Grindhouse, invento
de corte exploitation que junto con Planet Terror (Robert
Rodríguez) incluía en su versión de 191 minutos estrenada en Estados Unidos
cuatro magníficos fake trailers dirigidos por Rob Zombie, Eli Roth,
Edgar Wright y el propio Robert Rodríguez. Al estrenarse en Europa las dos
películas por separado, la función pierde la intención original de tradición
Grindhouse con que fue proyectada, además -!mierda¡- el respetable tiene que
pasar dos veces por taquilla. Cabe resaltar lo interesante de la empresa, un
ejercicio nostálgico plenamente saludable para todos los que vivíamos en una
gran urbe en las décadas de los 70 y los 80, los inolvidables, cutres y
destartalados cines de barrio con sus sesiones doble, donde se proyectaban
zarrapastrosos Grindhouse que, debido a la escasez de copias y el largo y
tortuoso itinerario que seguían, acababan en un lamentable estado de deterioro:
colores apagados, imágenes borrosas, rayas, roces, pelos, saltos de rollo y
celuloide quemado. Estamos pues, ante una verdadera celebración revisionista
y sentimental de un tiempo irrepetible.
Hay varias secuencias de Death Proof que han quedado grabadas como muescas indelebles en el imaginario colectivo de los cinéfilos, pero como este blog lo maneja un erotómano muy verriondo, me voy a detener en la escena que protagoniza la actriz estadounidense de ascendencia italiana Vanessa Ferlito (Brooklyn, Nueva York, 28 de diciembre de 1980) marcándose un lascivo baile con el tema "Down in Mexico" de la banda The Coasters. Un baile muy sexy que en realidad viene motivado por una broma: Las tres amigas conducen hasta Austin (Texas) para celebrar el cumpleaños de Jungle Julia (Sidney Tamiia Poitier), que es presentadora de un programa de radio, y mientras toman una copa en el Bar Taco Güero, Jungle Julia confiesa que esa mañana ofreció por la radio un baile con Arlene (Ferlito) a quien la encontrara, le llamara mariposa, le invitara a una copa y recitara un poema. El afortunado es Especialista Mike (Kurt Russell), que será agraciado con los tórridos contoneos de "Mariposa" en una de las secuencias más memorables de Death Proof. Por cierto, en los cenáculos de Hollywood se cuenta que la ardiente Vanessa Ferlito es la actual compañero de Tarantino ¡qué suertudo! Os dejo con este excitante y erótico baile que a mí siempre me pone muy verraco.