viernes, 28 de abril de 2023

LOS INEXTRICABLES CAMINOS DE BRUNO DUMONT: "L'UMANITÉ"

“L’UMANITÉ”  êêê

DIRECTOR: Bruno Dumont.

INTÉRPRETES: Emmanuel Schotté, Séverine Caneele, Philippe Tullier, Ghislain Ghesquere, Ginette Allegre, Marie-Hélène Aenont.

GÉNERO: Drama-políciaco / DURACIÓN: 148 minutos / PAÍS: Francia / AÑO: 1999

      Qué Bruno Dumont no es un director accesible lo sabemos todos los cinéfilos que seguimos su filmografía, sus películas no están destinadas para todos los públicos y él un cineasta enigmático en la medida que trata temas trascendentes e incendiarios que, sin embargo, logra camuflar con el extraño y a veces absurdo comportamiento de sus personajes, generalmente afligidos por algún trauma, abatidos por una soledad inabarcable y poco comunicativos. Las escenas de sexo explícito que suele incluir en sus obras no resultan eróticas, sino mecánicas y rudimentarias, y el orgasmo siempre es representado con muecas y gestos de dolor más que de placer.

     En L’umanité, Gran Premio del Jurado en Cannes y premio al Mejor Actor (Schotté) y Mejor Actriz (Caneele), nos sitúa en una localidad cercana a Lille, Bailleul, para presentarnos a un inspector de policía, Pharaon De Winter (Emmanuel Schotté), que investiga la violación y asesinato de una niña de 11 años cuando regresaba de la escuela. Pharaon, de gesto ensimismado y afligido por la muerte de su mujer y su hija, pasa la mayor parte del tiempo montando en bici, cultivando flores en su huerto y acompañando a una joven pareja vecina, Domino y Joseph (Séverine Caneele y Philippe Tullier), cuando van a cenar o a pasar el día en la playa, e incluso los observa cuando practican sexo de forma vigorosa. Pharaon parece sentir algo cercano al amor platónico por Domino, cuestión que a su madre, con la que vive, no le hace mucha gracia. La investigación del asesinato de la menor no avanza, y la policía está siendo presionada por las autoridades de Lille y París para que el crimen se resuelva cuanto antes.

    En L’umanité, segundo largometraje de Bruno Dumont tras su debut con La vida de Jesús (1997), vemos al director francés progresar en su estilo característico de largos planos contemplativos y ritmo pausado que le lleva a fijar durante mucho tiempo la cámara en el paisaje circundante o en los personajes sin que aparentemente pase nada significante, desarrollando un ritmo cadencioso y unos diálogos morosos que exasperan a gran parte del público. Dumont siempre apunta alto en sus premisas (aquí la violación y asesinato de una menor, en Flandres la historia de unos jóvenes que se alistan para combatir en una lejana guerra, y en Hadewijh el terrorismo islamista), pero siempre está presente el inconveniente de que los espectadores se distancien de la historia debido a la innecesaria prolongación de las escenas y los planos, el carácter meditabundo de unos personajes con vidas simples y acciones supletorias que son un enigma tanto en sus emociones como en sus motivaciones. Lo que complica el mensaje de un argumento sencillo hasta hacerlo inextricable para el público.

     Como comentaba más arriba, Dumont tiene tendencia a mostrar escenas sexuales explícitas, aunque éstas carecen del menor glamour al estar filmadas de forma ruda como un instinto animal. Pero tampoco le importa, como veremos, regalarnos algún detalle macabro. Tras un comienzo sugerente e impactante en el que observamos el cadáver semidesnudo de la niña asesinada con un primer estremecedor primer plano de la vagina, el caso parece ser una labor secundaria para el melancólico y solitario inspector Pharaon en la siguiente media hora, que se dedica a cuidar su huerto y a acompañar a sus vecinos. Se retomará el hilo más adelante, sin avances, sin rumbo, siguiendo el patrón de encadenar una escena accesoria tras otra, pero el jefe de Pharaon es apremiado ante el estancamiento de la investigación y una huelga de trabajadores que Dumont se inventa sin mucho sentido.


     En L’umanité la identidad del violador y asesino de la niña está siempre opacada, aunque latiendo intermitentemente con la infructuosa investigación, por los rutinarios actos de los tres personajes principales, sin embargo, los espectadores que logren terminar las casi dos horas y media de metraje comenzarán a hacer sus apuestas para adivinar quién es el asesino. Y sí, entre los sospechosos está el tipo que confiesa el crimen. Pharaon lo ve en la comisaría, le abraza, le besa y abandona la habitación. En el plano final vemos a Pharaon sentado en una silla mirando extasiado la luz que entra por una ventana. Está esposado. El final queda abierto, pero entiendo que el asesino confeso es culpable, pero Pharaon también se responsabiliza por su ingenuidad y pasividad. L’umanité no es una película trascendental, sólo un relato pesaroso sobre la vileza del ser humano, sobre la humanidad o la falta de ella, sobre la pasividad y escasa voluntad del hombre en medio de un paisaje monótono y una comunidad mortecina. El simplón, apático y pánfilo Pharaon carga con el dolor por los actos horribles de una sociedad malsana. Un insignificante, ingenuo y anodino inspector carga con el peso de la culpa de toda la humanidad. Sí, Dumont siempre ha sido un cineasta diferente, complejo e insondable. Pero yo tengo la desgracia de que me gusta su cine.


sábado, 22 de abril de 2023

CRÍTICA: "A THOUSAND AND ONE" (A.V. Rockwell, 2023)

 

Un canto hermoso, poético y triste a la maternidad

“A THOUSAND AND ONE” êêêê

DIRECTOR: A.V. Rockwell.

INTÉRPRETES: Teyena Taylor, William Catlett, Don Dipetta, Lia Lando, Ava Eisenson, Madeleine Mahoney, Tara Pacheco, Aaron Kingsley Adetola, Josiah Cross.

GÉNERO: Drama / DURACIÓN: 116 minutos / PAÍS: EE.UU. / AÑO: 2023

    La merecida ganadora del Gran Premio del Jurado del Festival de Sundance representa la ópera prima de la guionista y directora nacida en Queens A.V. Rockwell, con un filme que nos narra la historia de Inez (Teyana Taylor), una mujer con determinación y sin complejos que, tras haber estado un año en la cárcel, secuestra a su hijo Terry (interpretado de niño por Aaron Kingsley Adetola), sacándole del sistema de acogida de los servicios sociales. Madre e hijo se proponen recuperar su hogar, así como su identidad y estabilidad en una ciudad de Nueva York en constante transformación.

   Si hay un elemento que desprende un total magnetismo desde el primer fotograma de A Thousand And One y antes de que sepamos de qué va la narrativa dramática del relato, es la prodigiosa fotografía que capta de forma sublime la belleza decadente y el ajetreo diario de la ciudad más vitalista del mundo, Nueva York, en barrios como Harlem habitados por una mayoría afroamericana, donde la pobreza y la lucha por la supervivencia da sentido a unas vidas víctimas de la bestial gentrificación en una sociedad hipercapitalista.

     Esa fuerza de la naturaleza llamada Inez, a la que da vida una excepcional y volcánica Teyana Taylor, que acaba de salir de la cárcel y es una habilidosa peluquera, ofició con el que se gana unos dólares en el barrio, un día se encuentra con Terry, su hijo, y sin pensárselo se lo lleva del hogar de acogida para poder brindarle una vida mejor. Lo que técnicamente es considerado como un secuestro por las autoridades. La acción comienza a mediados de los 90 e iremos viendo como evoluciona la relación de Terry (interpretado según la época por tres actores) con su madre, hasta que va llegando el momento de ingresar en la universidad. A Thousand And One es ante todo un canto a la maternidad, a la bondad y el sacrificio de una madre ante la adversidad para que su hijo tenga la oportunidad de labrarse un futuro y alejarse de las peligrosas calles, y tan importante como eso, prepararle para la edad adulta en un mundo hostil. Mientras, Terry, carga con el abrumador peso de las expectativas que su madre tiene puestas en él intentando no defraudarla.

     A Thousand And One es la vida en su pálpito desbocado de angustia y felicidad, de amor y dolor, lo que nos invita a reflexionar sobre las decisiones que tomamos y los caminos que seguimos cuando mirar hacia para atrás resulta inútil para cambiar las cosas, pero no para hacer un ejercicio de redención, la expiación necesaria que lava el alma y calma la conciencia. Al comienzo de la función en la década de los 90 en las ruidosas calles de Nueva York, sabemos que Inez hará todo lo posible para dar a su hijo una buena vida, pero ni siquiera tienen un sitio donde alojarse, y sus vidas, como la ciudad, sufrirán cambios constantes, a medida que los problemas se agravan. Poco resolverá en lo económico Lucky (William Catlett) que tiene un pasado, y con quien Inez se casa para que Terry tenga el calor afectivo de un padre. En algunos pasajes, con planos aéreos de la Nueva York, se escuchan interjecciones del nefasto ex alcalde de la ciudad Rudy Giuliani, cuya política contra el crimen no sólo fracasó, sino que el “detener y cachear” hizo aún la vida más difícil a la comunidad afroamericana, en lugar de abordar causas más profundas como la pobreza y marginalidad.

    Cierto que la función pierde mucho si Inez no aparece en la pantalla, todo se siente más vacío sin ella, que sabe de su impostura, viviendo una vida prestada (como se descubrirá en el giro final), y resulta absolutamente conmovedor el monólogo final, que por su veracidad y desahogo romperá el alma de cualquier espectador sensible. Es el fantasma del pasado que llama a la puerta para derribar los muros de unas vidas que Inez ha construido durante tanto tiempo. Y puede que Inez tenga su parte de responsabilidad, pero el culpable directo es el sistema contra el que no se puede luchar, que sólo castiga a los que sólo tratan de sobrevivir, porque sin humanidad no hay redención posible y las consecuencias siempre serán dolorosas para los que sobreviven sin recursos y no se les ofrece una salida honrosa. Todos sabemos que el eco emocional y poético que emite A Thousand And One no ablandará los corazones de los pragmáticos burócratas ni de los despiadados políticos, que siempre viven de espaldas a las pequeñas tragedias de los barrios más humildes. La mejor película del año... hasta la fecha.

martes, 18 de abril de 2023

“MANOS SUCIAS SOBRE LA CIUDAD”: LA PELÍCULA EN LA QUE SE INSPIRÓ “STARSKY Y HUTCH”

 

“MANOS SUCIAS SOBRE LA CIUDAD”

(BUSTING)

DIRECTOR: Peter Hyams.

INTÉRPRETES: Elliot Gould, Robert Blake, Allen Garfield, Antonio Fargas, Michael Lerner, Sid Haig, Yvor Francis, William Sylvester.

GÉNERO: Policíaco / DURACIÓN: 88 minutos / PAÍS: EE.UU. / AÑO: 1974

      El director Peter Hyams merece ser recordado por un puñado de buenas películas entre las que podemos citar Capricornio uno (1978), Atmósfera cero (1981) y Testigo accidental (1990), también es el firmante de la nada despreciable secuela 2010: Odisea Dos (1984), pero la película que más me gusta del hoy olvidado guionista, director de fotografía y realizador estadounidense es su segundo largometraje titulado Manos sucias sobre la ciudad, con un argumento que sigue a Michael Keneely y Patrick Farrel (Elliot Gould y Robert Blake), dos detectives de la brigada antivicio de la policía de Los Ángeles que hacen caso omiso de las órdenes de sus superiores y le siguen la pista a Carl Rizzo (Allen Garfield), un peligroso capo de la mafia. Hartos de ser relegados para acciones poco importantes, creen que este caso puede ser la oportunidad de encontrar algún sentido a su trabajo.

     Hay películas que se desarrollan en clave de buddy movie que no funcionan, el mismo Hyams realizó en 1986 la mediocre Apunta, dispara y corre con Gregory Hines y Billy Crystal, un remake, no sé si confeso, de la película que nos ocupa. Aquí la fórmula funciona porque, entre otras razones, Elliot Gould y Robert Blake forman una pareja interesante como colegas policías poco ortodoxos. Mi propósito es que mis lectores le den una oportunidad a una película en la que el villano, Carl Rizzo, al que da oxígeno un sólido Allen Garfield, es un tipo con carisma alejado de la caricatura, tan tranquilo y seguro de sí mismo que se cree por encima del bien y del mal, y por supuesto, de dos policías peleles a los que desprecia desde su primer encuentro en un gimnasio hasta el esclarecedor y pesimista final con la foto fija de Keneely apuntándole con un revolver mientras Rizzo sonríe,  pues sus tentáculos llegan a las altas esferas de la política y la misma policía. Keneely y Farrel están hastiados y se rebelan ante su destino como policías en trabajos de mierda, efectuando redadas en garitos gays y arrestando prostitutas. Atención a la trampa que le tienden a una exquisita Cornelia Sharpe (que también aparecía en Serpico), en el papel de una prostituta llamada Jackie.

     Ellos se tienen en más alta estima y deciden dedicarse por su cuenta y riesgo a una misión de más enjundia que molesta mucho a sus jefes. Keneely en algún momento parece un remedo de Serpico con sus greñas, gorro de lana, bigote poblado, grandes patillas y siempre mascando chicle. Farrel, por el contrario, con su cigarrillo apagado colgando de los labios, tiene un magnífico corte de pelo y viste tan inequívocamente estándar que se huele a la legua que es policía… si bien, los dos se compenetran y tienen el mismo sentimiento de frustración y el decidido empeño de acabar con el capo de la mafia alrededor del cual, sospechan, se mueve todo un enjambre de corrupción.

    Dos persecuciones, una a pie que comienza en el apartamento de unos narcos y atraviesa un mercado en donde se produce un terrible tiroteo y acaba en un sórdido edificio, y otra con la persecución de dos ambulancias en el clímax final, marcan las dos secuencias de acción más reseñables de una función que cuida bien los diálogos para no desdibujar a los personajes. Leí hace tiempo que Manos sucias sobre la ciudad fue la película que inspiró la popular serie televisiva Starsky y Hutch, puede ser porque también son dos policías de la brigada contra el vicio y ambas contienen acción y una hilaridad semejante, pero realmente las películas de policías colegas eran un subgénero ya muy común en esa época, tanto que en el mismo año se estrenó Una extraña pareja de polis (Richard Rush, 1974), con Alan Arkin y James Caan al frente del reparto, aunque en esta ocasión el escenario era la ciudad de San Francisco. La película alterna momentos cómicos con escenas brutales (la paliza que unos matones de Rizzo propinan a los protagonistas), un tono que deriva del carácter arrogante e irreverente de Keneely y Farrel, a quienes nadie espera en casa debido a su soltería y pueden dedicarse en cuerpo y alma a su profesión, pero lo que más les une es su condición de policías insobornables que intentan hacer lo correcto dejando fuera de la circulación al pez gordo que mueve los hilos del crimen en la ciudad, tal vez una misión imposible para dos simples policías de los que Rizzo se burla insistentemente. 

   Manos sucias sobre la ciudad es otra de esas películas que nos sirven de extraordinario documento para volver la mirada sobre un tiempo y un lugar (los años 70 y cualquier metrópolis estadounidense, en este caso, Los Ángeles), calles nocturnas ruidosas atestadas de prostitutas y donde abunda el trapicheo, neones de colores chillones, locales de porno en vivo, zonas degradadas, comisarías cutres y apartamentos destartalados… que sirven como metáfora de una época confusa y poco edificante.

sábado, 15 de abril de 2023

MIS PELÍCULAS FAVORITAS: “BULLIT” (Peter Yates, 1968)


“BULLIT”

DIRECTOR: Peter Yates.

INTÉRPRETES: Steve MQueen, Jacqueline Bisset, Robert Vaughn, Don Gordon, Robert Duvall, Simon Oakland, Carl Reindel, Norman Fell.

GÉNERO: Acción / DURACIÓN: 113 minutos / PAÍS: EE.UU. / AÑO: 1968.

      El director británico Peter Yates, que venía de dirigir en su país El gran robo (1967), dramatización del famoso robo del British Royal Mail en 1963, irrumpe en Hollywood dirigiendo Bullit un año más tarde… y jamás volvería a rayar a tanta altura. El confidente (1973) y El relevo (1979) están muy bien, pero alejadas de la calidad de esta icónica película que cuenta con la magnética presencia de Steve MQueen. La trama es simple con alguna idea ingeniosa, aunque en realidad, importa poco: Frank Bullit (MQueen) es un teniente de la policía de San Francisco al que un ambicioso fiscal le encarga el trabajo de proteger a un testigo que está dentro del programa de protección y al que persigue la mafia de Chicago. A pesar de toda las precauciones y la seguridad que le brinda, Bullit no puede evitar que el testigo sea asesinado. A partir de entonces, pondrá todo su empeño en investigar el caso, que será más complejo de lo que parece a primera vista.

     Bullit es un thriller filmado de forma sobria y elegante, pero con ínfulas de modernidad, alejado en carácter y estilo de los deprimentes policíacos que iban a ocupar la pantalla en la década siguiente.  Bullit es una película con estilo, tan cool como el personaje protagonista que le da título, porque si algo queda claro más allá del desarrollo de la trama y la famosa secuencia de la persecución es que la película ha pasado a la historia por el carisma de Steve MQueen. Que a partir de entonces brillaría como la más luminosa estrella del firmamento de hollywoodiense. Marcando tendencia con sus chaquetas con coderas, sus jerséis de cuello alto, su peinado y su Ford Mustang. Tiene una novia guapísima (Jacqueline Bisset), que lo único que hace es lucir palmito y es incapaz de comprender cómo Bullit puede trabajar rodeado de tanta violencia. Y es que Bullit tiene un caso peliagudo entre manos, pero para ser sincero, al espectador esa investigación se la trae al pairo. No porque el argumento no resulte interesante, sino porque siempre importará menos que la imagen hipnótica de MQueen haciendo cualquier cosa. Yates sabe de su tremendo atractivo.

    Y, por supuesto, Bullit es una de las películas más influyentes de la década de los 60, su huella la encontramos en French Connection, Heat, Ronin Su tono seco, realista, pero con diálogos parcos, la profesionalidad de los dos implacables e impecables asesinos a sueldo, que actúan en silencio y sin histrionismo, infunden a la acción una gran tensión, la virtuosa iluminación de William A. Fraker que siguiendo las indicaciones de Yates convierte a San Francisco en un mítico personaje más con sus calles tobogán, la música del maestro argentino Lalo Schifrin con ritmo de jazz confieren al marco dramático de la acción un ambiente especial, con una labor de montaje dinámico absolutamente prodigiosa. Si a todos esos ingredientes le sumamos la participación de unos secundarios de lujo como Robert Vaughn (el Napoleón Solo de El agente CIPOL), a Don Gordon como compañero de Bullit y a Robert Duvall en un papel escueto como imposible taxista, tendremos el cóctel perfecto para una película inolvidable.

     Peter Yates deja que la cámara siga de forma impenitente a Steve MQueen y se enamore de él, un policía hierático, de pocas palabras, que jamás se ofusca ni muestra sus emociones, que se acuesta tarde y se despierta tarde, que se divierte con su novia y que, tiene la ingeniosa idea de hacer creer, incluso a sus superiores, que el testigo protegido sigue con vida, para poder atrapar a sus asesinos cuando vayan a rematarle. Transcurridas casi cinco décadas y media desde su estreno, Bullit sigue siendo un lujo, uno de esos milagros del Séptimo Arte que, como comenta Tarantino refiriéndose a MQueen, nunca un actor consiguió tanto haciendo tan poco, le bastaba simplemente con estar allí, con llenar el encuadre.


lunes, 10 de abril de 2023

CRÍTICA: "NO MIRES A LOS OJOS" (Félix Viscarret, 2022)

 

“NO MIRES A LOS OJOS” (Félix Viscarret, 2022) êêê

      Tengo ya lejano el debut del director pamplonés Félix Viscarret titulado Bajo las estrellas (2007), aunque recuerdo que me resultó interesante su mezcla de comedia y drama con un tono costumbrista. Mas reciente tengo Vientos de La Habana (2016), irregular thriller que adapta una novela de Leonardo Padura sobre el asesinato de una profesora en donde la capital cubana se impone como un personaje más. A falta del estreno en junio de su última película, Una vida no tan simple, tenía pendiente el visionado de No mires a los ojos, con un argumento que sigue a Damián (Paco León), un carpintero que es despedido de su trabajo tras veinte años en la empresa. Damián no reacciona bien, y lleno de rabia sale corriendo y se esconde en el primer sitio que encuentra: un armario cargado en un camión. El armario, con Damián dentro, es entregado en casa de Lucía y Fede (Leonor Watling y Álex Brandemühl), una pareja más o menos de su edad que tienen una hija adolescente. Esa misma noche, un impulso inesperado, lleva a Damián a quedarse con la familia para convertirse en una misteriosa presencia que observará y se moverá desde la sombra.

     Basada en la novela Desde la sombra de Juan José Millás, escuchamos en la mítica canción de Golpes Bajos “No mires a los ojos de la gente”, que suena insistentemente, la siguiente estrofa: Escóndete en el cuarto de los huéspedes, con todo a oscuras no pueden verte. Y eso es lo que hace Damián, esconderse dentro de un viejo y clásico armario de una habitación matrimonial. Él, que es un tipo tímido y solitario se mantendrá alerta espiando a la que en apariencia representa la familia perfecta. No es así, el marido es infiel, y la esposa nos muestra el semblante triste de quien sufre la herida de la ausencia. Por otra parte, la hija adolescente se deja manipular y chantajear por un joven traficante de quien está enamorada.

    Damián, un contraído Paco León, se moverá como un fantasma por la casa cuando la familia no está o está dormida, y con el paso del tiempo irá descubriendo todos sus secretos, el origen de la aflicción de Lucía y la infidelidad de Fede, al mismo tiempo que se entretiene lavando los platos y dejando la cocina impoluta. Viscarret arma un relato sobre la necesidad de afecto (la conexión imaginaria entre Damián y Lucía), y la soledad, un vacío en el que cae Damián cuando le dejan sin el único asidero que representaba el trabajo. Para huir de una vida sin nada, Damián crea una ilusión, deforma la realidad y se siente protagonista de un universo en el que no existe más allá de su carácter de sombra en la sombra. Pero la ilusión no es sólo de Julián, también de Lucía, que siente cercana y cálida esa presencia que se esconde en el armario y ayuda en las labores domésticas. Y es que los dos comparten las mismas frustraciones y melancolía. El sueño de dos náufragos.