“L’UMANITÉ” êêê
DIRECTOR: Bruno Dumont.
INTÉRPRETES: Emmanuel Schotté,
Séverine Caneele, Philippe Tullier, Ghislain Ghesquere, Ginette Allegre, Marie-Hélène
Aenont.
GÉNERO: Drama-políciaco / DURACIÓN: 148 minutos / PAÍS: Francia / AÑO: 1999
Qué Bruno Dumont no es un director accesible lo sabemos todos los cinéfilos que seguimos su filmografía, sus películas no están destinadas para todos los públicos y él un cineasta enigmático en la medida que trata temas trascendentes e incendiarios que, sin embargo, logra camuflar con el extraño y a veces absurdo comportamiento de sus personajes, generalmente afligidos por algún trauma, abatidos por una soledad inabarcable y poco comunicativos. Las escenas de sexo explícito que suele incluir en sus obras no resultan eróticas, sino mecánicas y rudimentarias, y el orgasmo siempre es representado con muecas y gestos de dolor más que de placer.
En L’umanité, Gran Premio del Jurado en Cannes y premio al Mejor Actor (Schotté) y Mejor Actriz (Caneele), nos sitúa en una localidad cercana a Lille, Bailleul, para presentarnos a un inspector de policía, Pharaon De Winter (Emmanuel Schotté), que investiga la violación y asesinato de una niña de 11 años cuando regresaba de la escuela. Pharaon, de gesto ensimismado y afligido por la muerte de su mujer y su hija, pasa la mayor parte del tiempo montando en bici, cultivando flores en su huerto y acompañando a una joven pareja vecina, Domino y Joseph (Séverine Caneele y Philippe Tullier), cuando van a cenar o a pasar el día en la playa, e incluso los observa cuando practican sexo de forma vigorosa. Pharaon parece sentir algo cercano al amor platónico por Domino, cuestión que a su madre, con la que vive, no le hace mucha gracia. La investigación del asesinato de la menor no avanza, y la policía está siendo presionada por las autoridades de Lille y París para que el crimen se resuelva cuanto antes.
En L’umanité, segundo largometraje de Bruno Dumont tras su debut con La vida de Jesús (1997), vemos al director francés progresar en su estilo característico de largos planos contemplativos y ritmo pausado que le lleva a fijar durante mucho tiempo la cámara en el paisaje circundante o en los personajes sin que aparentemente pase nada significante, desarrollando un ritmo cadencioso y unos diálogos morosos que exasperan a gran parte del público. Dumont siempre apunta alto en sus premisas (aquí la violación y asesinato de una menor, en Flandres la historia de unos jóvenes que se alistan para combatir en una lejana guerra, y en Hadewijh el terrorismo islamista), pero siempre está presente el inconveniente de que los espectadores se distancien de la historia debido a la innecesaria prolongación de las escenas y los planos, el carácter meditabundo de unos personajes con vidas simples y acciones supletorias que son un enigma tanto en sus emociones como en sus motivaciones. Lo que complica el mensaje de un argumento sencillo hasta hacerlo inextricable para el público.
Como comentaba más arriba, Dumont tiene tendencia a mostrar escenas sexuales explícitas, aunque éstas carecen del menor glamour al estar filmadas de forma ruda como un instinto animal. Pero tampoco le importa, como veremos, regalarnos algún detalle macabro. Tras un comienzo sugerente e impactante en el que observamos el cadáver semidesnudo de la niña asesinada con un primer estremecedor primer plano de la vagina, el caso parece ser una labor secundaria para el melancólico y solitario inspector Pharaon en la siguiente media hora, que se dedica a cuidar su huerto y a acompañar a sus vecinos. Se retomará el hilo más adelante, sin avances, sin rumbo, siguiendo el patrón de encadenar una escena accesoria tras otra, pero el jefe de Pharaon es apremiado ante el estancamiento de la investigación y una huelga de trabajadores que Dumont se inventa sin mucho sentido.
En L’umanité la identidad del violador y asesino de la niña está siempre opacada, aunque latiendo intermitentemente con la infructuosa investigación, por los rutinarios actos de los tres personajes principales, sin embargo, los espectadores que logren terminar las casi dos horas y media de metraje comenzarán a hacer sus apuestas para adivinar quién es el asesino. Y sí, entre los sospechosos está el tipo que confiesa el crimen. Pharaon lo ve en la comisaría, le abraza, le besa y abandona la habitación. En el plano final vemos a Pharaon sentado en una silla mirando extasiado la luz que entra por una ventana. Está esposado. El final queda abierto, pero entiendo que el asesino confeso es culpable, pero Pharaon también se responsabiliza por su ingenuidad y pasividad. L’umanité no es una película trascendental, sólo un relato pesaroso sobre la vileza del ser humano, sobre la humanidad o la falta de ella, sobre la pasividad y escasa voluntad del hombre en medio de un paisaje monótono y una comunidad mortecina. El simplón, apático y pánfilo Pharaon carga con el dolor por los actos horribles de una sociedad malsana. Un insignificante, ingenuo y anodino inspector carga con el peso de la culpa de toda la humanidad. Sí, Dumont siempre ha sido un cineasta diferente, complejo e insondable. Pero yo tengo la desgracia de que me gusta su cine.