"VERÓNICA" êêêê
En el panorama actual del cine de terror
español, Paco Plaza es ya por
derecho propio uno de los nombres de referencia más destacados desde que
debutara en 2002 con el Segundo nombre, un film sobre la
doble personalidad que escondía un hombre que se ha suicidado. Algo inferior
fue Romasanta:
La cara de la bestia (2004) que nos sitúa en la Galicia de 1850 para
seguir el rastro del hombre lobo. Pronto llegaron sus mayores éxitos
codirigiendo junto a Jaume Balagueró [Rec] (2007) y sus más flojas
secuelas de 2009 y 2012, ésta última rodada por Plaza en solitario, en las que
anulado el factor sorpresa tampoco son cintas desdeñables.
Bajo
la inspiración de un suceso ocurrido en el barrio madrileño de Vallecas a
principios de la década de los 90, que sigue siendo el único caso documentado por la policía española de un fenómeno paranormal, la trama se centra en una adolescente
llamada Verónica (Sandra Escacena)
que tras jugar a la ouija con sus amigas, su vida se ve asediada por
aterradoras presencias sobrenaturales que además amenazan con hacer daño a toda su familia.
Con la pericia sobradamente demostrada para
el cine de género, Plaza compone una magnífica pieza sobre los terrores más
tangibles y cotidianos orquestando una exquisita ambientación. Y da igual que
seas escéptico en lo concerniente a fenómenos paranormales porque la historia
te la crees debido al tono hiperrealista, tan físico y cercano. Parte
importante del éxito se debe al buen pulso en la dirección de actores y a que
el espléndido reparto da en todo momento el do de pecho con unas
interpretaciones llenas de verdad y matices. Así, la debutante Sandra Escacena,
pese a su corta edad, se come la pantalla y nos regala un amplio abanico de
recursos interpretativos que oscilan entre la tristeza, la madurez, la
inocencia y el horror.
El
director valenciano echa mano de la página de sucesos para inspirarse en un
caso muy sonado ocurrido en Madrid en 1991, y con el concurso del guionista
Fernando Navarro, que firma un guión sólido sin grandes fisuras a pesar de las
lógicas licencias dramáticas, nos sumerge de manera sorprendente en la
atmósfera de un populoso barrio obrero con sus moles de edificios de ladrillos
rojos, sus tendederos de ropa, su ajetreo en las calles y bares, el ambiente en
los colegios de EGB, y se las apaña para crear una tensión in crescendo desde
el minuto uno, o ese instante en que nos abandonan las defensas y nos hacemos
vulnerables a los terrores más íntimos y las heridas.
El relato está cosido a base de múltiples
homenajes que conducen a la melancolía, sobre todo a la gente de mi generación:
el primer tributo lo encontramos dedicado a la vida en los populosos barrios de
las grandes urbes que marcó nuestra infancia y adolescencia, se homenajea a la famosa
banda Héroes del Silencio, que en el año que se sitúa la acción editaron su
álbum en directo Senda´91, a la
influencia de la televisión en el ámbito familiar con esa cancioncilla de un
anuncio televisivo de moda en la época que se repite como un mantra, a Ana
Torrent, presencia obligada y actriz de referencia lo largo de cuatro décadas
en varias obras maestras del cine español, y por supuesto, a Chicho Ibáñez
Serrador, pionero, referente y maestro del cine de terror patrio y al que Plaza
homenajea con una escena calcada de ¿Quién
puede matar a un niño? (1976) y con imágenes de esta película en su
pase por televisión.
Desplegando todo un manual de
subterfugios inherentes al género (idea genial la de ese edificio a modo de
cruz invertida), con una perfecta composición de esa escena inicial y esencial
en la que Verónica y sus amigas juegan a la ouija en el sótano del colegio mientras
se produce un eclipse solar y un inquietante plano de la Hermana Muerte, una
monja ciega que todo lo ve, resulta fascinante el modo en que Paco Plaza nos introduce en un
microuniverso reconocible dotando a la función de un clima de cotidianidad en
el que Verónica se impone cómo víctima posesa de espectros y sinsabores, una
adolescente que ha tenido que crecer deprisa para hacerse cargo de sus hermanos
menores porque su madre, viuda, trabaja todo el día en el bar. Una estampa si
se quiere costumbrista que el director transforma en un escenario pesadillesco no
exento de la amargura que desprende la inocencia robada de la protagonista, que
además de no poder compartir los momentos de ocio con sus amigas se ve acechada
por presencias malignas. Un drama intimista aterrador construido con
ingredientes familiares.