jueves, 28 de julio de 2016

LA ANGELINA JOLIE QUE UN DÍA TODOS AMAMOS


    Hubo una época en que todos amamos a Angelina Jolie, un tiempo en que figuraba siempre en todas las listas como una de las mujeres más bellas del mundo. Ya no lo es. Lo siento, pero su aspecto anoréxico horroriza. Siempre he mantenido que las mujeres quieren estar delgadas para gustar a las demás mujeres, nunca para seducir a los hombres que nos tomamos eso como una enfermedad y que nos sentimos más atraídos por las curvas que lucen las mujeres macizas y vigorosas. Aquella tiparraca fea, enjuta y fina como un regaliz llamada Wallis Simpson dijo una vez: “Nunca la mujer es lo suficientemente rica ni está lo suficientemente delgada”. No la metieron en la cárcel y todo se fue al carajo. Pero ya es hora de que alguien diga que un ser humano no puede alimentarse sólo de lechugas y brócoli, que una mujer excesivamente delgada es para un hombre una visión horripilante que merma su apetito sexual y que a los hombres nos gusta tocar chicha porque para tocar huesos nos tocamos las rodillas. Pero Joder, Angelina, si te caes de la cama Brad Pitt pensará que se ha caído el crucifijo.  Es por eso que lo mejor será recordar la hermosa lozanía de la mujer que un día todos amamos. 


    Angelina Jolie (Los Ángeles, 4 de junio de 1975), es hija del actor John Voight (con el que guarda un gran parecido) y de la desconocida actriz canadiense la Marcheline Bertrand. Su debut cinematográfico oficial se produjo en 1993 en el subproducto de ciencia-ficción Cyborg 2 (Michael Schroeder), aunque se da a conocer internacionalmente con la película Hackers (Ian Soltley, 1995), un thriller informático rutinario protagonizado por un grupo de expertos alucinados con la tecnología.

    Film donde conoció a su primer marido, el actor británico Johnny Lee Miller, lo mismo que ocurrió con su segundo esposo, el actor Billy Bob Thorton, tras coincidir ambos en aquella mediocre película sobre controladores aéreos titulada Fuera de control (Mike Newell, 1999), y lo mismo que sucedió con su actual pareja, el deseado Brad Pitt, con el que protagonizó la insufrible Sr. Y Sra. Smith (Doug Liman, 2005), y que casado con la actriz Jennifer Aniston lo dejó todo para unirse a la diva de labios pulposos y convertirse en un todo que la prensa rosa chicle bautizo con el apelativo de “Brangelina”.
  

    Tras participar en el mediocre thriller El coleccionista de huesos (Phillip Noice, 1999), consigue el Globo de Oro y el Oscar a la Mejor Actriz de Reparto por Inocencia interrumpida (James Mangold, 1999), un drama protagonizado por Winona Ryder sobre una mujer que durante los años 60 vivió cerca de dos años en un hospital psiquiátrico porque a sus padres no les gustaba su peculiar personalidad. 

    
    Con la adaptación del vídeo-juego Lara Croft: Tom Raider (Simon West, 2001) y su secuela en 2003, se convierte en una de las actrices mejor pagadas de Hollywood. Recordemos que junto a nuestro Antonio Banderas protagonizó aquel bodrio titulado Pecado original (Michael Cristofer, 2001), remake del clásico La sirena del Mississippi y en el que la pareja aparecía en una secuencias muy tórridas que fueron muy comentadas. La mejor interpretación de su carrera la logra con El intercambio (Clint Eastwood, 2008), magistral y sombrío relato del maestro en el que Angelina hace de una madre soltera cuyo hijo desaparece sin dejar rastro. Actualmente,  Angelina es embajadora de buena voluntad de ACNUR USA.   

    

miércoles, 27 de julio de 2016

LAS CHICAS DE "SIN CITY"

Eva Green


Jessica Alba



Carla Gugino



Rosario Dawson



9 1/2 WEEKS (1996): ESCENA ESENCIAL


    Desde su carácter fast-food, estética publicitaria y videoclipera e impostada elegancia, en 9 ½ Weeks Adrian Lyne nos narra la historia de esos dos yuppies (ella, Kim Basinger, galerista de arte, y él, Mickey Rourke, broker en Wall Street), que inician una tórrida relación, alcanza su máximo punto de ebullición con el striptease de alto voltaje que la espectacular rubia brinda a su partenaire mientras en estéreo berrea Joe Cocker su cansino “You Can Leave Your Hat On”, reflejando así la más universal de las fantasías. 

    No obstante, me gustan más las escenas rodadas en  atestados bares de mala muerte y atmósferas irrespirables, en los callejones lluviosos de los barrios más insalubres, en húmedos subterráneos urbanos donde el agua cae en cascada sobre la pareja en el gozo de lo prohibido, y el bueno de Mickey Rourke que baja su boca al pilón buscando esencias del deseo irreprimible, tratando de respirar el aura eterna de una relación que sólo durará nueve semanas y media. Los 80 fueron plástico y yo los viví desde sus más lúdicos meandros.  

martes, 26 de julio de 2016

“BRIDGEND” (Jeppe Ronde, 2015)


Bridgend êêê
     
   
    Bridgend es una idílica localidad del sur de Gales que con una población de cerca de 40.000 habitantes sufre desde 2007 una ola de suicidios absolutamente insufrible. Entre ese año y 2012 al menos 79 personas se quitaron la vida, la mayoría eran adolescentes de entre 13 y 17 años que se ahorcaron sin dejar ni una sola nota. Los suicidios continúan a fecha de hoy. Al parecer, algunos de esos jóvenes padecían de depresión y otros tenían malas relaciones con sus padres, pero, aparentemente, muchos de ellos no tenían ningún motivo para llevar a cabo tan drástica acción y sus vidas transcurrían con normalidad sin que nadie apreciase en ellos señales evidentes de una conducta que hiciera sospechar tan trágico final. Tal vez, algunos de ellos cayeran en el efecto imitación y buscaran sus minutos de gloria entre la comunidad  y la prensa. A día de hoy las causas son una fuente de especulaciones.

     
   El danés Jeppe Ronde se basa en este caso real para su primera película de ficción titulada igual que el nombre de ese pueblo que saltó al mapa internacional debido a tan dramáticos sucesos. Veamos: Sara (Hannah Murray) y su padre, Dave (Steven Waddington) acaban de instalarse en la localidad de Bridgend County procedentes de Bristol. El lugar es apacible y su paisaje hermoso, de no ser porque está siendo asolado por una epidemia de suicidios de adolescentes para los que nadie encuentra una explicación lógica. Como nuevo miembro de la policía local, Dave está decidido a parar esta situación. Pero mientras, su hija empieza a relacionarse con los jóvenes de su edad involucrados peligrosamente en un mundo secreto, al margen de los adultos, un mundo fascinante y oscuro que puede conducirla al límite de su resistencia y su cordura.


    Bridgend se inicia con la llegada de Dave al pueblo que será su nuevo destino como policía local acompañado de su hija Sara tras la muerte de su esposa. Traen consigo el caballo de Sara y los dos parecen mantener una relación muy estrecha. Adivinamos pronto que esa relación se irá deteriorando cuando al poco de su llegada Sara traba amistad con una pandilla de jóvenes del pueblo que pasan su tiempo libre –que es casi todo el día en el film- bebiendo alcohol y rindiendo homenajes a los amigos que se han suicidado en un ritual que consiste en bañarse desnudos en un lago y aullar sus nombres al viento como si fueran una manada de lobos.


      Jeppe Ronde dota de intensidad dramática las acciones de los adolescentes creando una atmósfera densa, impenetrable y enigmática con tintes esotéricos. Sara (magnífica interpretación de Hannah Murray) nos sirve de guía para sumergirnos en la pulsión y la angustia existencial de los adolescentes de la comunidad y la enorme muralla generacional que les separa de sus padres y demás adultos, algo que acabará sufriendo ella aunque no parece suficiente razón para explicar tan tremendo y luctuoso desenlace.

      
    Si Ronde pone el acento en la carencia de emociones en el núcleo de las relaciones familiares, la cercanía de la vida en el pueblo no parece estrechar los lazos para hacer más firme esa comunión, por el contrario, se hace más evidente la gélida distancia y la incapacidad para amar de los adultos, provocando que los jóvenes jueguen con la muerte para sentirse alguien. El director danés capta hábilmente el ímpetu de la sangre juvenil, sus ansias de rebeldía y su desorientación en un ambiente opresivo y un paisaje boscoso ideado para el culto y la melancolía. Una eterna niebla cubre las colinas y acaricia el lago en unas visiones oníricas que nos acercan al ancestral paganismo celta de Gales. Ronde imagina Bridgend como un espacio mágico y sensorial, una dimensión sobrenatural en donde los adolescentes se purifican y viajan con la determinación de un loco hacia el suicidio sin despedirse de nadie. La palidez de sus cuerpos flotando en el lago rodeado de fuego nos muestra la lírica maldita de un infierno que tiene más de ritual y fantasía mitológica que de refugio para la deprimente realidad. Un film extraño y en cierto modo fascinante.