Adiós al año 2015, y si uno echa un vistazo al
retrovisor no le queda más remedio que sentir cierta satisfacción por el
itinerario recorrido. Desde que inicié mi andadura en este blog, donde
siempre he sido apreciado y respetado, he caminado con la certeza de que mi
trabajo ha sido y es valorado no sólo por los aficionados al Séptimo Arte,
también por otros lectores que sin ser tan asiduos a esos templos de la cultura
que son las salas de cine, me han mostrado su apoyo y me felicitan
constantemente por mi labor pedagógica y de difusión de ese lenguaje tan
revolucionario que es el cine.
En realidad, lo que me hace seguir en la brecha es
la convicción de que mi empeño no ha caído en saco roto, y 16 años y más de
1000 críticas después, puedo asegurar, porque así me lo hacen llegar muchos
lectores, que gracias a mi trabajo de cronista cinematográfico, primero en la
Cadena Ser y especialmente en las páginas del Semanario Vegas Altas y La Serena
y en este blog, nuestra comarca cuenta hoy con más cinéfilos que nunca. Todo
ello a pesar de la crisis y el nulo apoyo de unas instituciones que sólo
atienden al silbido de sus pelotas, siempre enredadas en sus corruptelas y las
trifulcas del sucio juego político. Es lo que pasa cuando uno tiene una
personalidad libérrima y no pertenece a ninguna secta porque sinceramente
piensa que la política no es una forma honorable de ganarse la vida.
Gracias a los miles de lectores que defienden mi trabajo y me
animan para que siga excitando el cotarro con mis crónica, los retratos
escritos y gráficos de las hermosas actrices y modelos que me acompañan en el
tránsito semanal por estas páginas y repasando tantas películas eróticas que
hicieron más excitante nuestra existencia. Gracias a todos los colegas
blogueros, a los críticos más veteranos y a los más jóvenes e impulsivos por
mantener a flote los sueños de celuloide y acercar el cine a millones de
aficionados de cualquier clase social y cultural. Que el año que llama a la puerta venga
cargado de buenas noticias para todos.¡FELIZ AÑO NUEVO!
Dirigida por los desconocidos Devon Downs y Kenny Cage, Anarchy Parlor, también conocida por
Parlor
(2015) es un film que plagia descaradamente la obra cumbre de Eli RothHostel
(2005) un film que va ganando prestigio y adeptos con el tiempo, y que nos
narra las correrías de un grupo de amigos de vacaciones por la Europa del Este
(concretamente Lituania), en donde todo es fiesta, alcohol y sexo. Al llegar a
su primer destino, se verán atrapados por unos maníacos lugareños con un
negocio muy poco corriente.
Podemos entender
esta cinta como un ritual de iniciación de unos amantes del gore y el torture
porn en un intento de rendir homenaje (10º aniversario) al mítico título
anteriormente citado, una pretensión que queda alejada del resultado final y
las copias son sólo eso, a pesar de que se ha querido maquillar la trama con el
asunto del tatuaje como trasfondo. La excusa perfecta para que los amigos se
separen y dos de ellos desaparezcan con el señuelo de una escultural chica y caer
así en los dominios de TheArtist (Robert LaSardo), un asesino
tatuador con un aspecto imponente que si te lo encuentras caminando por la
calle su sola presencia hace que te cambies de acera.
El gancho, la
seducción está (observen bien las fotos) en exuberantes mujeres como Joey Fisher, Beth Humphreys (post dedicado a ella en este blog) y Sara Fabel, verdaderos alicientes de la
función. Anarchy Parlor es un título rodado con un presupuesto bajo, que
no logra su objetivo de epatar y con escasa capacidad de sorpresa. Lo mejor
está en la interpretación de Lasardo, que poco a poco se está abriendo un hueco
partiendo del cine Z (debido a su alarmante aspecto físico y el cuerpo
totalmente tatuado que luce puede aspirar a poca cosa más) y en su aprendiz, Uta, la verdadera psicópata de la
función y que interpretada por Sara Fabel (que no es actriz aunque sí una de
las tatuadoras más reconocidas del mundo) aporta el tono de maldad loca y salvaje. Eso sí,
el cóctel puede resultar sabroso para el aficionado gore: tortura,
despellejamientos, violencia irracional, sangre, alguna secuencia imaginativa y
tías macizorras mostrando sus enormes atributos. Lituania, que debe ser para
los norteamericanos el tercer mundo, sirve de impresionante escenario y eco de
resonancias para el insufrible griterío (algo cargante), creando una atmósfera tenebrosa
que sólo hace más acusada la sensación déjà vu.
Tras la compra
en 2012 por parte de Walt Disney de LucasFilm por un montante superior a los
4.000 millones de dólares, un negocio que supuso la retirada de George Lucas de
la industria cinematográfica y que abría una nueva etapa para la franquicia Star
Wars, somos muchos los que hemos dado por supuesto que Lucas, sin
vínculo creativo o empresarial con los nuevos proyectos, ha supervisado desde
la distancia la toma de decisiones. Lo cierto es que estamos ante la séptima
entrega de La Guerra de las Galaxias, primera de la tercera trilogía, un
film que dirigido por el talentoso J. J.Abrams (Super 8, Star
Trek, Monstruoso) vuelve a contar con el concurso de un ya muy veterano
Harrison Ford en su última aparición
en la franquicia y que no aparecía en ella desde su participación en La
Guerra de las Galaxias VI: El retorno del Jedi (1983).
Han pasado más de
30 años desde la caída del Imperio Galáctico, derrotado por la Alianza Rebelde.
Luke Skywalker (Mark Hamill) ha
desaparecido, pero existe un mapa que rebela dónde se encuentra el último
guerrero Jedi con vida. Muchos de los antiguos héroes: Han Solo (Harrison Ford), Leia
(Carrie Fisher), Chewbacca, R2-D2 y C-3PO, están cautivos y luchan por la resistencia. La galaxia se
encuentra todavía en guerra y una nueva República ha surgido aunque su gobierno
es un mero títere. Ante el convulso panorama político, un misterioso guerrero, Kilo Ren (Adam Driver) está obsesionado
con acabar con los Jedi y amenaza la paz. Ren pertenece a la Primera Orden, una
fuerza leal a la memoria de Lord Vader y Palpatine. Frente a esa amenaza, el
único recurso es un androide: BB-8,
pues en él se encuentra el mapa para localizar a Luke Skywalker. Entregar esta
valiosa información será el objetivo de dos nuevos personajes: el soldado
imperial, Finn (John Boyega) que
reniega del ejército imperial y Poe
Damaron (Oscar Isaac), un piloto enviado por Leia (Carrie Fisher) para una misión importante. En su huida, los
pilotos se estrellan en el desierto de Jakku. Allí, aparecerá un nuevo
personaje: Rey (Daisy Ridley) una
joven chatarrera, de gran fortaleza, que ha aprendido a valerse por sí misma.
El encuentro cambiará sus vidas y les embarcará en un intenso viaje para
encontrar al más poderoso guerrero de la galaxia, el Maestro Jedi Luke
Skywalker.
No soy un gran
fan de esta incombustible saga y, como era previsible, Star Wars: El despertar de la
Fuerza alojará poco poso en mí saturada memoria. No obstante, he
seguido la carrera de J. J. Abrams desde Misión Imposible III (2006) y me
parece un director mitómano realmente interesante. Con un guión en el que ha
participado Lawrence Kasdan, el artefacto no aburre -que ya es mucho decir-
aunque casi todo me suena a ya visto, una sensación déjà vu que nada molestará
a sus fanáticos e iconoclastas seguidores, y que supongo es lo que el director
persigue. Como se esperaba, el diseño de producción es fastuoso y el alarde de
imaginería visual absolutamente aplastante, con el objetivo de recuperar la
esencia de la saga y hacer babear a los fans de cuatro generaciones distintas.
La función es muy previsible, pero el ritmo vertiginoso que imprime Abrams
logra que el relato no decaiga en ningún momento, y en las escasas secuencias de
calma, ahí está el adorable androide BB-8 -y su potente lazo con la heroína
Rey- para protagonizar los momentos más cómicos y tiernos de la función. La séptima entrega de la saga se impone
como un sentido homenaje realizado por un fanático rendido del universo Star Wars, y es por eso que toda la
historia es una caja de resonancias, un eco que resuena en el túnel del tiempo,
con una media hora magnífica con la presentación y el encuentro de los
personajes.
John Williams incide en la clásica banda sonora, una sinfonía mítica que todo el mundo asocia con la saga y que inflama la pasión de millones de fieles. Pero en esta fiesta-homenaje, o medido ejercicio de reciclaje, muchos espectadores echarán en falta una evolución más profunda de la trama (que siempre lleva implícita una denuncia a los sistemas totalitarios) sin despreciar el tono nostálgico, y se quedan con la miel en los labios preguntándose por los nuevos derroteros por los que transitarán los personajes y la historia. Teniendo en cuenta que el argumento arranca varios años después del fin de El retorno del Jedi, resulta importante señalar que los personajes veteranos de la franquicia quedan integrados en la acción de forma muy natural, y Harrison Ford (Han Solo) que es de todos ellos el que goza de más minutos, no desentona nunca vistiendo su legendaria cazadora, con su inseparable Chewbacca protagonizando uno de los momentos más emocionales del film. Star Wars: El Despertar de la Fuerzarememora estilemas clásicos e intenta un difícil equilibrio aportando toda la artillería tecnológica para subliminar las sucesivas batallas y esos sugerentes cambios de escenario (el desierto, el valle, la montaña) que consiguen rejuvenecer la saga y hacer más soportable el ritmo a los más pequeños. La película no es un prodigio, pero sirve para relanzar la franquicia, y sobre todo, para que estas navidades se vendan millones de muñecos BB-8.
Battle
Royale (Fukasaku Ninji, 2000) es
un excelente film de acción que se desarrolla en un Japón apocalíptico con
graves problemas estructurales, altísimas tasas de paro y una violencia brutal
en las calles y en los colegios. El gobierno toma cartas en el asunto intentando
paliar esos problemas. Una de sus soluciones consiste en elegir por sorteo a
una clase de un colegio cualquiera, trasladarla a una isla deshabitada e
inducirla a un macabro juego de exterminio. Durante tres días van a enfrentarse
entre ellos, y sólo uno puede sobrevivir
Japón saludaba el nuevo siglo ccon una
película que iba a convertirse en uno de los títulos más apreciados por los
amantes del cine de culto, una cinta que llegaba de la mano de todo un
veterano, Fukusaku Ninji, que a sus 72 años tenía detrás toda una filmografía
de más de 60 títulos desde que debutara a principios de los años 60,
convirtiéndose en referente de reputados directores como Martin Scorsese,
Quentin Tarantino y John Woo. De su extensa obra pocos títulos pudimos
disfrutar en España hasta entonces: Tora! Tora! Tora!, Los
invasores del espacio, Exterminio.
El film, como viene siendo tradicional en
esta sociedad gazmoña, levantó una enorme polémica en el momento de su estreno,
debido al controvertido punto de partida y, sobre todo, a la cruda violencia
desplegada, un auténtico festín para goremaníacos. Dejando a un lado la
ñoñería, los sermones sotánicos/satánicos de la crítica más pureta y ortidoxa,
el film, revestido de fábula sangrienta, lo que en realidad esconde es una despiadada denuncia que actúa como reflejo de
una realidad: la de un Japón que ve cómo sus índices de violencia se disparan
sin que los políticos hagan nada por detener ese avance. De hecho, uno de los
miembros del Partido Democrático del
Japón, en la oposición política, montó una campaña para prohibir la película, y
el parlamento del País del Sol Naciente llegó a debatir el tema.
El gran “Beat” Takeshi, que aquí ejerce de profesor ideólogo encargado de dar
instrucciones y controlar la batalla juvenil, está genial, como siempre, con
ese estilo frío, cínico, imperturbable y tocado con un grado de sentimentalismo
que le ha hecho tan popular, demostrando que no sólo es un buen actor cuando se
dirige a sí mismo, también alcanzando registros excelentes a disposición de
otros colegas. Definida por algunos críticos extranjeros como un cruce entre La
NaranjaMecánica y El Señor de las Moscas, BattleRoyale
es una verdadera joya del humor corrosivo basada en el potente debut literario
de Koshun Takami, que además sirve como espejo deformante y catarsis vomitiva
para el rechazo de la violencia, acciones salvajes que el público adolescente,
el más influido por su estética y su endemoniada coreografía del horror, acaba
repudiando cuando en situaciones límites tiene que luchar hasta las últimas
consecuencias. Un toque de atención para los políticos que, desde los
tentáculos del poder, intentan censurar en los medios de comunicación y la
cultura todo aquello que no les interesa: el vacío de poder y sus desmedidas
ambiciones personales. Brillante y sádica, como una fiera descarga eléctrica en
los testículos.
INTÉRPRETES: JOHNNY DEPP, GARY FARMER, LANCE HENRIKSEN, MICHAEL
WINCOTT, ROBERT MITCHUM.
Nacido en Akron (Ohio), JimJarmusch
es uno de los directores de cine independiente de mayor prestigio, ejerce desde
su debut con Permanentvacation (1980) un poderoso magnetismo
sobre un amplio sector de la crítica, a pesar de que para el público siga
siendo un gran desconocido. Extrañosenelparaíso
(1984) su segundo largometraje, es un magnífico relato sobre las peripecias de
tres amigos en Estados Unidos con el que gana la Cámara de Oro en Cannes’84, y
el galardón de mejor película del año para la Sociedad Nacional de Críticos de
EE.UU. Bajoelpesodelaley (1986)
se nos presenta como una irregular revisitación del género de fugas
carcelarias. Mysterytrain (1989) es un admirable y original film
compuesto por el cruce de tres historias que suceden en Memphis. Nocheenlatierra (1991) incluye cinco historias de taxis, taxistas y
pasajeros que transcurren a lo largo de una noche en cinco ciudades diferentes
del mundo -Los Ángeles, Nueva York, París, Roma y Helsinki- . Tras realizar un
excelente documental sobre el músico Neil Young, realiza la espléndida Ghostdog (1999) remake de Elsilenciodeunhombre de Melville, protagonizado por Forest Whitaker en el papel de un
asesino a sueldo. Jarmusch vive y trabaja actualmente en Nueva York.
Sinopsis: tras recibir una oferta de
trabajo en Machine, fría ciudad del oeste americano, el contable William Blake
(Johnny Depp) deja su trabajo en Cleveland (Ohio). Pero, su sorpresa es
mayúscula cuando una vez allí, el dueño de la factoría, John Dickinson (Robert
Mitchum) ya ha cedido su puesto a otra persona. Sin empleo, tiene un
enfrentamiento mortal con Charlie (Gabriel Byrne) el hijo de Dickinson, que
mata a su mujer al encontrarla en la cama con Blake, quien a su vez mata a
Charlie. A partir de entonces su cabeza tiene un precio, perseguido a muerte
por tres cazarrecompensas.
Empeñado en determinadas ocasiones -cosa
que yo particularmente agradezco- en revisionar géneros desde su singular
estilo, Jarmusch nos ofrece su aportación al western, incursión en la
que con su intransferible percepción es capaz de extraer momentos de trance
casi anestésicos, y es que no todos han sabido ver que la revisión es un
ejercicio que en manos de talentos como el de Jim es una opción totalmente
válida de sublimar y dignificar el arte. DeadMan es un western
indefinido y surreal, nada fácil para quienes esperen encontrar aspectos
deudores o semejanzas con el cine de Ford, Mann, Peckinpah o las mediocres
ilustraciones del spaghetti-western. Fúnebre relato tan espectral como
indica su propio título, “Hombre muerto”, pues el indio Nobody está convencido
de que su acompañante es el espíritu del polifacético artista inglés William
Blake. Rodada en blanco y negro, con una hermosa y eficaz fotografía de Robby
Müller, la cinta funde a la perfección el tono onírico del fascinante
imaginario de su autor, un universo en el que laten los temas más recurrentes
de su cine: el desarraigo, la soledad, el nomadismo, y por primera vez, elevada
a un tono grotesco, la violencia.
Casi todo el peso del film recae sobre
esos dos personajes antes mencionados, el indio Nobody (Gary Farmer) que pasó
varios años prisionero de los blancos y le sobró tiempo para leer algunos
escritos del poeta William Blake, y que ahora se ha convertido en un proscrito
para su propia tribu de Pies Negros. El hecho de encontrarse con alguien con un
nombre identico al del pota británico, le impulsa a pensar que está en
presencia de un fantasma, lo que le lleva a sentir por el personaje
protagonista interpretado por Johnny Depp un cierto temor reverencial. Para
éste último, llegado del noroeste, se la abre en la áspera e inhóspita Machine
todo un mundo de codicia, sordidez y misterios a los que poco a poco irá
despertando en su paulatina adaptación a un espacio por momentos de una
vertiginosa agorafobia, y en otros asfixiante y cerrado.
Así, nos encontramos
con una película de género atípica, que como no podía ser de otro modo bajo la
batuta de este peculiar autor, queda muy alejada de las ampulosas
superproducciones hollywoodienses, y que por momentos apunta destellos poéticos
para ir gradualmente adentrándose de forma críptica hacia los dominios de los
más bajos instintos de la condición humana: corrupción, avaricia, venganzas y
la más feroz crueldad son desplegadas con frialdad, pero con intensidad, por un
cúmulo de personajes -caciques, cazarrecompensas, alguaciles- que desarrollan,
envueltos en una atmósfera malsana, todos los recursos criminales a su alcance.
El afán depredador de los cazarrecompensas, nada tiene que ver con los métodos
caballerosos puestos en práctica por los legendarios héroes del far-west
en aquellos famosos duelos rituales, ordalías que derivaban siempre en una
acción de equidad para salvar el honor. Aquí, la traición, el instinto de
supervivencia, la ambición y el poco aprecio a la vida acotan el camino de
William Blake, siendo al final la víctima propiciatoria de esta exquisita
metáfora del Mal. Maravillosa banda sonora a cargo -cómo no- de Neil Young para
el primer film en el que Jarmusch abandona el asfalto.