“THE POSTMAN ALWAYS
RINGS TWICE” (Bob Rafelson, 1981)
El clásico de la novela negra de
James M. Cain ya tuvo una excelente adaptación a la pantalla grande en 1946 de
la mano de Tay Garnett, que protagonizada por la mítica Lana Turner y el no
menos legendario John Garfield está considerada la mejor película de la
filmografía de un autor que nunca volvió a rayar a tanta altura, consiguiendo
una de las mejores muestras de cine negro de la época dorada de Hollywood. Si estas
palabras parecen estar escritas con cemento, no es menos cierto que Bob Rafelson consigue con este remake
una de sus obras más celebradas, recordadas y valoradas junto a Mi
vida es mi vida (1970) con el protagonismo también de Jack Nicholson.
La trama nos
sitúa en los Estados Unidos durante la época de la Gran Depresión. Hasta un
restaurante situado en una carretera secundaria llega el vagabundo Frank Chambers (Jack Nicholson). El dueño, Nick Papadakis (John
Colicos) un inmigrante griego, le ofrece trabajo, pero él lo rechaza. Sin embargo,
cuando ve a la mujer del propietario, Cora
(Jessica Lange) decide aceptar, se enamora perdidamente de ella y desea que sea
solo y exclusivamente suya, aunque eso implique matar al marido. Ambos traman
el asesinato perfecto, pero finalmente no todo saldrá como habían imaginado.
Aceptable muestra
del cine neo-noir ochentero que es sobre todo memorable por el potencial
erótico de Jessica Lange –una derramaplaceres absolutamente exquisita y sensual
que nos regala esa ya mitológica secuencia que se desarrolla sobre la camilla de
la cocina toda rebozada de harina- más que por los códigos de una intriga
criminal mucho mejor desarrollados en el film de Garnett y en la que fue la
primera adaptación cinematográfica de la novela de Cain, Ossessione (Luchino
Visconti, 1943), que representó el debut del realizador italiano y que está
considerada como una obra seminal del movimiento neorrealista. Cora encuentra la horma de su zapato en Frank (un Jack Nicholson más contenido que
de costumbre), dos almas en la hoguera que víctimas de su avaricia, del desarraigo,
de su pasión desmedida, de los sombríos tiempos que les ha tocado vivir,
inician una tórrida relación a espaldas del marido de Cora, un tipo vulgar que
carece de atractivo físico, mucho mayor que ella y que no puede satisfacerla. Así,
la atracción física imanta la primera parte de la función poniendo énfasis en
las miradas, en la gestualidad corporal y en la química incendiaria de las
distancias cortas.
El guión del
dramaturgo David Mamet centra su atractivo en el torrente pasional que brota de
la pareja de amantes, que irá in crescendo al mismo tiempo que la progresión dramática
y la intriga, lugar común para todo buen cinéfilo y amante de la novela negra. Aun
así, hay momentos de gran poder emocional en la relación de unos personajes que
movidos por el deseo y la ambición, pronto imaginamos que caminan tocados por
el fatalismo y la maldición. El cartero siempre llama dos veces es la
historia de un sin techo, un vividor, un buscavidas con un rosario de
antecedentes penales y una camarera prisionera de una vida gris e insatisfactoria que la oprime,
pero es también la historia de un crimen chusco que no dejará que la pareja
viva con plenitud su amor porque el destino golpea dos veces. Toda la función
está bañada por una atmósfera sórdida y desesperanzada, consecuente con un
final tan absurdo y demoledor como la vida de los ordinarios protagonistas y
sus imposibles sueños, un final que cubre con un manto de fracaso y pesimismo
el drama existencial de dos perdedores.