Primera incursión
del director norteamericano Philip
Kaufman en un film de temática erótica a la que seguirán Henry
& June (1990) sobre el triángulo formado por el novelista Henry
Miller, su mujer June y su amante Anaïs Nin en el bohemio París de los años 30;
e el biopic sobre el Marqués de Sade Quills (2000). Adaptación de la
novela homónima del escritor checo Milan Kundera, La insoportable levedad del ser
nos sitúa en la Praga inmediatamente anterior a la invasión soviética de 1968. Tomás (Daniel Day-Lewis) además de
cirujano es un hombre mujeriego que sólo tiene como aspiración encontrar una
felicidad que no se vea alterada por cuestiones como la libertad, el
compromiso, el consumismo… lo que le provoca conflictos existenciales,
sentimentales y sexuales. Su vida se debate entre su esposa, Teresa (Juliette Binoche) que sufre las
infidelidades de su marido pero se resigna a aceptarlas por temor a perderle; y
Sabina (Lena Olin) su eterna amante,
que es quien verdaderamente siente la levedad, la ligereza de las cosas, sin
otorgar importancia a la infidelidad y a casi ninguna cosa, consecuencia de su
actitud amoral y anodina.
Ni mucho menos me decepcionó esta
traslación a la pantalla grande que realizó Kaufman de uno de los libros más
comentados y populares de la década de los 80, una empresa ciertamente
arriesgada. Rodeado de un potente elenco (no muy conocido en aquel tiempo), una
soberbia ambientación, sugerentes cambios cromáticos y dotando a la acción de
ciertos matices históricos-políticos que nos sumergen en un tiempo y un lugar
tan apasionantes como convulsos, logra una obra perdurable de la que aún se
recuerdan escenas y detalles jugosos. Tomás se erige en el km 0, el tótem
de un triángulo en donde convergen las vidas de dos mujeres antitéticas:
Teresa, su mujer, soñadora, introvertida, romántica y poseedora de una belleza
pura provinciana; y Sabina, su amante, desinhibida, despreocupada, sofisticada,
estereotipo de la mujer sexy y urbana.
La insoportable levedad del
ser no está exenta de lirismo, de tristeza y fracaso (la invasión
soviética de un país, Checoslovaquia, que estaba dando los pasos adecuados para
situarse en los parámetros de la socialdemocracia europea) y la naturaleza
liberadora, catártica, del sexo, o, probablemente, la más dulce forma de la
esclavitud. Tal vez, en el film las escenas de sexo se nos muestren
excesivamente contextualizadas por el componente dramático derivado por la
esencia opresora del comunismo y el carácter sórdido de la existencia que
inflige. El elemento más sensual y dinámico lo aporta la bella actriz sueca
Lena Olin, dueña de una exuberancia sideral sin caer nunca en la vulgaridad. Despojada de la complejidad intelectual del
texto de Kundera, en la cinta (que incluye secuencias sugerentes como la de
Sabina y el sombrero) quedan bien definidas las vías en litigio del dilema
existencial: la levedad (la vida hedonista o disipada, la falta de compromiso y
responsabilidad, el desenfreno sexual, el extravío, la inmoralidad); y el peso
de la existencia (las ataduras del matrimonio, el orden, la angustia vital, la responsabilidad,
los celos, el estado de las cosas). Pero por encima de todo está el miedo a
perder la libertad, de ahí que el desfile de tanques soviéticos ponga fin los
sueños evanescentes, a la levedad, obligando a los protagonistas a guardar sus
vidas en una maleta y emigrar a otros lugares, amanecer bajo otro cielo donde vivir
no sea un martirio perpetuo.