La triste vida de “la princesa del pueblo”
“SPENCER” êêê
DIRECTOR: Pablo Larraín.
INTÉRPRETES: Kristen Stewart,
Jack Farthing, Timothy Spall, Sally Hawkins, Sean Harris, Richard Sammel, Amy
Manson.
GÉNERO: Drama / DURACIÓN: 116 minutos / PAÍS: Reino Unido / AÑO: 2021.
El director chileno Pablo Larraín cuenta con una filmografía interesante de la que podemos destacar su ópera prima Fuga (2006), Tony Manero (2008), Post Mortem (2010), No (2012) y Neruda (2016), pero su mejor película hasta la fecha es El club (2015), sobre la reunión de cuatro sacerdotes en una casa de una localidad costera que, bajo el auspicio de una monja, tienen como objetivo purgar sus pecados y hacer penitencia. No me convenció tanto Jackie (2016) biopic sobre Jacqueline Kennedy que protagonizado por Natalie Portman cuenta con un guión bastante mejorable. Más sugerente me pareció Ema (2019), la odisea de una joven bailarina que se ve obligada a entregar en adopción a su hijo.
Larraín, con debilidad por el biopic, nos presenta ahora Spencer para fijar su mirada en Lady Di (Kristen Stewart), y narrar así la historia de un fin de semana crucial a principios de los años 90, cuando la princesa Diana Frances Spencer decidió que su matrimonio con el príncipe Carlos estaba en plena decadencia y necesitaba desviarse de un camino que le había puesto en primera fila para algún día ser la reina. El drama tiene lugar durante tres días, en una de las últimas vacaciones de Navidad en la casa Windsor en su finca de Sandringham en Norfolk.
Comenzaré por aclarar que el personaje protagonista de la película nunca me ha interesado mucho, una cuestión que me ha apartado siempre de su mitificación. Parece que no le ocurre lo mismo a Larraín, dispuesto a elucubrar sobre las aspiraciones de libertad y rebeldía de una chica normal que detestada los protocolos que impone la institución monárquica y que, pese a su inmovilismo y absurdas tradiciones, se debe al pertinente rigor y la falsa apariencia. Spencer cuenta con una sentida interpretación de Kristen Stewart que imita a la perfección la mirada melancólica y la languidez esencial de Diana de Gales, también, por supuesto, su angustia existencial, que encuentra su momento de mayor zozobra durante unas vacaciones de Navidad junto a la familia real en su finca de Norfolk. Con la preciosista iluminación de Claire Mathon y una excelente partitura de Jonny Greenwood que pone el frenesí a algunas escenas y anticipa el drama, la función se centra en la asfixia emocional del personaje derivando en una inquietante historia sobre la pobre niña rica cuya privilegiada posición social no le libra de caer en un vacío vital rebosante de tristeza, soledad e íntima desesperación porque carece de lo más importante: el afecto, los sentimientos sinceros, que sólo encuentra en el refugio de sus dos hijos.
Spencer cuenta con una impecable puesta en escena, una minuciosa labor de vestuario y peluquería, y una rica construcción de escenarios, todo un lujo estético para el sentido visual. Es cierto que algunos personajes se nos presentan muy desdibujados, pero la atracción la encontramos en la composición de Kristen Stewart dando vida de forma emocional, realista y cercana a esa prisionera encerrada en una cárcel de oro, un universo de suntuosos palacios, fortuna y riquezas que no puede ocultar las miserias interiores.
Icono de la cultura popular, Lady Di,
conocida como “la princesa del pueblo”, se eleva como un mito incandescente en
el imaginario colectivo consecuencia de su triste y trágico final. Pablo Larraín
denota una verdadera pasión por el personaje y coloca a la familia real como el
desencadenante de la tormenta perfecta que destruyó el alegre pálpito de la
princesa, si bien el extravagante paralelismo que trata de explotar entre Diana
y Ana Bolena nos parece fantasmagórico, aunque coherente con el fantasioso hilo
narrativo y unas situaciones que entran en el terreno de las divagaciones. Por otra
parte, resulta pertinente el tono claustrofóbico y el ambiente viciado que
envuelve el itinerario de un alma en pena por los parajes del psicodrama y la
paranoia, su inabarcable soledad, la presión insufrible que soportó Diana de
Gales hasta abrazar la más absoluta oscuridad, devorada por sus propios demonios
y el parasitismo abyecto de seres tan engalanados como inútiles.