EL CABO DEL MIEDO, remake que Martin Scorsese realizó en 1991 del original de 1962 El
cabo del terror de J. Lee Thompson y que tenía a Gregory Peck y a Robert
Mitchum de protagonistas, no pasará a la historia como una de las más
brillantes piezas de su extensa filmografía. Tampoco se encuentra entre mis
películas favoritas de Scorsese aun reconociendo que raya a una altura superior
a la media coetánea, es decir, con un nuevo visionado el film del director
italoamericano me sigue pareciendo muy irregular, ligero, por fases entretenido
y con súbitas caídas en el histrionismo y lo absurdo.
Puede servir como un
alimenticio ejercicio de estilo, pero su calidad está muy alejada de otras
obras de este peculiar cineasta como Taxi Driver, Toro Salvaje, Uno
de
los nuestros o Casino, por poner unos ejemplos. El argumento
de la cinta es muy conocido: Max Cady
(Robert De Niro), es un ex convicto que tras pasar catorce años entre rejas
sale en libertad con la idea fija de vengarse de su abogado, Sam Bowden (Nick Nolte), al que acusa
de no haber querido defenderle bien durante su juicio por la violación de una
adolescente. La presión que ejercerá sobre él y su familia irá in crescendo de
forma terrorífica.
Es curioso que la escena que más me gusta de este psicothriller
se rodara de forma improvisada entre sus dos protagonistas, Robert De Niro y Juliette Lewis, quedando plasmada para
la posteridad en su primer intento. Juliette Lewis, que en la película da vida
a Danielle, la hija del matrimonio formado por Sam (Nolte) y Leigh (Jessica
Lange), y que se nos muestra con un aspecto de lolita entre lo inocente y lo
vicioso, recibe una llamada de su nuevo profesor de arte dramático citándola
para una clase que tendrá lugar en el teatro del instituto. Cuando la
adolescente llega al escenario de la cita a quien se encuentra es a un tipo
melenudo e inquietante al que no conoce de nada que se está fumando un porro,
y que tras mostrar sus dotes de seducción
en una charla rebosante de filosofía barata, le dice: “Anoche estuviste pensando en mí ¿verdad? Sí… es verdad. Lo sabía, creo
que he encontrado una compañera, una compañera para el largo viaje hacia la luz
¿Puedo ponerte el brazo en el hombro? No importa” es entonces cuando Robert
De Niro se le acerca y le mete el dedo pulgar en la boca que ella chupa con fruición
y ojos chispeantes, para posteriormente besar los carnosos labios de la
entregada ninfa. Una escena cargada de erotismo y sensualidad que creó un
icono indeleble en la memoria colectiva.
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