Los aficionados al cine de ciencia ficción sabemos que la filmografía del guionista, productor y director neozalandés Andrew Niccol va mucho más allá de su obra maestra Gattaca (1997). Dejando de lado los thrillers de trasfondo belicista como El señor de la guerra (2005) y Good Kill (2014), e incluso la fallida y puerilmente romanticona La huésped (2013), película de tono post-apocaliptico nacida al rebufo de la saga Crepúsculo, nos encontramos con un legado tan interesante como infravalorado dentro de un género cinematográfico que en los últimos años ha brindado al aficionado contadas alegrías.
“SIMONE” (2002)
Andrew Niccol no dirige una película desde 2018, y tuvieron que pasar cinco años para que viera la luz su nueva criatura tras su espléndido debut con Gattaca. Su título, Simone (2002), que más que una película de ciencia ficción es una comedia del cine dentro del cine que nos presenta la historia de Viktor Taransky al que da vida Al Pacino, un director de cine en decadencia al que se le presenta una nueva oportunidad para situarse detrás de las cámaras, pero todo se va al carajo por culpa de una temperamental actriz, Nicola Anders (Wynona Rider). Entonces, Elaine (Catherine Keener), su ex mujer y directora de los estudios, le despide. Tras ese fracaso, conoce a Hank Aleno (Elias Koteas), un genio informático que le cede un programa que puede resolver sus problemas: “Simulation one.” Nace así Simone (Rachel Roberts), la estrella de cine más popular y adorada por el público. Y su creador, Taransky, se convierte de la noche a la mañana, en un triunfador.
Guionista de la magnífica El show de Truman (Peter Weir, 1998), con la que Simone guarda cierta similitud en cuanto al poder de la tecnología y los códigos de la simulación, Niccol pone al director de cine frustrado encarnado por Al Pacino al frente de un bombón, la actriz perfecta, con las dotes interpretativas, la belleza y elegancia de las más aclamadas musas de Hollywood. Claro que es una actriz virtual, un holograma, una ilusión que pronto se convertirá en un fenómeno de masas tan inaccesible como enigmático. Taransky se encarga de ocultar la verdad detrás del mito, pero con el prodigioso invento no tiene que soportar el ego de ninguna estrella de cine ni el estrés y los caprichos de los que ponen la pasta, los productores, que con sus ocurrencias minan la creatividad del artista. Buena película que merece una revisión.
“IN TIME” (2011)
El cuarto largometraje de Andrew Niccol costó unos 40 millones de dólares y recaudó alrededor de 174, siendo hasta la fecha su película más taquillera. In Time (2011) nos sitúa en una sociedad futura. El hallazgo de una fórmula contra el envejecimiento trae consigo no sólo la superpoblación, sino también que el tiempo se haya convertido en moneda de cambio para comprar objetos y cubrir necesidades. Los ricos pueden vivir para siempre, pero los que no lo son tendrán que negociar cada minuto de sus vidas, y los pobres, mueren jóvenes. Tras salvar la vida a un tipo rico, Will Salas (Justin Timberlake), un joven obrero, se encuentra con el inesperado regalo de una inmensa cantidad de tiempo. A partir de entonces será perseguido por la corrupta policía llamada Los Guardianes del Tiempo, que están liderados por Raymond Leon (Cillian Murphy). En su huida, Will, toma como rehén a una joven, Sylvia Weis (Amanda Seyfried), hija de una familia adinerada.
La ley natural: los ricos ganan y viven, los pobres pierden y mueren. No hace falta concebir una sociedad futura, está pasando aquí y ahora, y no sólo en los países más subdesarrollados. Es la cruel estructura social en la que el mundo se mueve. En In Time el tiempo es dinero, si eres rico, eres inmortal y tienes el poder. Si eres pobre, estás condenado a morir joven o intentar sobrevivir en un gueto apartado de la zona rica, luchando contra milicianos y mercaderes para conseguir un día, tal vez una semana más de vida. Con los ecos referenciales del 1984 de Orwell, la función se impone como una desoladora metáfora sobre los privilegios y la diferencia de clases. Así, cuando los ciudadanos llegan a los 25 años se activa un reloj biológico con la duración de un año, de ese modo, el tiempo se convierte en el elemento más preciado. Todo se compra con tiempo y todo el mundo aparenta 25 años. La diferencia es que los ricos pueden vivir eternamente, su inmortalidad se debe a que el ilimitado tiempo de que gozan les ha sido sustraído a otras personas. Siempre habrá un héroe que intente cambiar el orden social, pero la selección natural y la evolución biológica darwiniana acaba siempre imponiéndose.
“ANON” (2018)
En su última película dirigida, Andrew Niccol nos sitúa en un mundo distópico en el que no existe la privacidad ni el anonimato, donde el conocimiento de todo y de todos es total porque todo lo que se ve y se hace queda grabado, pudiendo tener acceso a los recuerdos de todos los individuos. Al ser cien por cien transparentes, las vidas son fáciles de controlar y rastrear por las autoridades. Es el fin del crimen, o eso parece. No obstante, se están cometiendo una serie de asesinatos y el detective traumatizado Sal Frieland (Clive Owen), es el encargado de investigar el caso. Tras toparse con una chica (Amanda Seyfried), sin huellas digitales y completamente invisible para la policía, pronto, el detective llegará a la conclusión de que no es el fin del delito, sino un nuevo principio.
Estamos, de nuevo, ante el Gran Hermano y la influyente obra de Orwell, para conformar la estructura narrativa de una película infravalorada que me gusta mucho, un gélido thriller distópico sobre una sociedad hipervigilada con una virtuosa puesta en escena, un planteamiento inteligente y una hipnótica estética futurista bañada por tonos grises azulados y ocres. Con escenarios funcionales y fríos dominados por una arquitectura brutalista, nos encontramos con una investigación policial clásica en una sociedad rigurosamente controlada, y, por lo tanto, aparentemente civilizada y sin fisuras, todo a costa del control del ciudadano y su falta de intimidad. Pero siempre existirá la lucha contra el poder. Los individuos llevan su propia interfaz, archivos incrustados en el cerebro y todo se hace mediante el control mental, todo queda registrado y nadie puede mentir, pues sus confesiones serán verificadas al instante delante de sus ojos. Aún así, existen ciudadanos que no quieren ser sometidos a ningún control, y es en este punto donde aparece una joven hacker a la que da oxígeno Amanda Seyfried, asesina a sueldo que vende sus servicios al mejor postor y no deja rastro digital. Cuando el detective encarnado por Clive Owen le pregunta qué tiene que esconder con tanto celo, la hacker le responde que de lo que se trata es de su intimidad, y por lo tanto nadie, bajo ningún concepto, puede arrogarse el derecho de invadirla y poder ver lo que ella no quiere que nadie vea. Entre las mejores películas de ciencia ficción de la última década.