Tengo poca afinidad por el cine de Noah Baumbach. Sólo Una historia de
Brooklyn (2005), un relato sobre la crisis familiar que tiene lugar cuando se
separan los padres, logró captar medianamente mi atención. El caso es que
debutó allá por mediados de los 90 con un par de comedias románticas de las que
casi nadie se acuerda y que estaban interpretadas por intérpretes entonces de
moda como Annabella Sciorra y Eric Stoltz. Baumauch que estuvocasado con la actriz Jennifer Jasin Leigh y
que actualmente lo está con la actriz y directora Greta Gerwig (que también
estrena la película Mujercitas), nos presenta ahora este drama inspirado
precisamente en sus experiencias conyugales con Jason Leigh.
Historia de un matrimonio nos
presenta a Nicole (Scarlett
Johansson) una actriz que dejó una prometedora carrera comercial para trabajar
en la compañía teatral de su marido, Charly
(Adam Driver), un director de teatro en pleno auge del que ahora se está
divorciando. Con una química aplastante y un hijo en común, la historia de amor
de esta pareja se romperá por completo, llegando que tener que recurrir incluso
a los abogadosy tribunales para zanjar
una vida en común llena de heridas abiertas.
Entendemos la película en un plano
biográfico y también como una historia sobre las constantes tan trilladas como
universales del doloroso proceso por el que tienen que pasar los matrimonios
cuando se divorcian, sobre todo si tienen hijos. Destrozos emocionales que pueden
conllevar un gran estrés cierto deterioro psíquico. Un argumento que ya vimos
expuesto en Kramer contra Kramer. Partiendo de la base de que lo que nos
cuenta ya nos lo han contado otras veces, lo que queda son unas buenas
interpretaciones de la pareja protagonista (Driver y Johansson) y de
la abogada de Nicole, una Laura Dern, siemprecon un punto de cinismo y maldad. Al inicio de la función, la pareja ya ha
dado los primeros pasos para la separación, que debería haber sido –si esto
fuera posible- amistosa. No será así porque cada uno de los cónyuges se
arrojarán a la cara toda la basura emocional acumulada desde que se casaron. El
engaño, el egoísmo, las traiciones, el narcisismo y un hijo que se convierte en
el eje de una batalla en la que todos pierden.
Sabemos bien que la convivencia en pareja
está atiborrada de cables de alta tensión, que la otra alternativa, la soledad,
es un infierno de silencios y carencias sentimentales. Y efectivamente, Baumbach logra transmitir el desasosiego y desolación
de dos vidas que se bifurcan por distintos cauces; los objetivos individuales y
realización personal, la libertad de elección y de movimiento, el abismo de
partir nuevamente de cero y la desesperanza de comprobar que, cuando se acaba
el amor, lo que queda es la guerra. Buena película que basa todo su atractivo
en la inteligencia y chispa de su línea de diálogos y en el competente trabajo
del trío protagonista.
Tras rodar en 2016 Silencio, un film menor en
la filmografía de Martin Scorsese
sobre la persecución que sufrieron los cristianos en el siglo XVII en Japón, el
director italoamericano realizó el documental Rolling Thunder Revue: Bob Dylan
Story by Martin Scorsese, que distribuida por Netflix sigue los pasos
de Bob Dylan durante la gira que realizó entre los años 1975 y 1976. Tras ese
primer contacto con Netflix, De Niro le comenta que la plataforma está
interesada en producir El irlandés (160 millones de
dólares), un proyecto largamente acariciado por el director con la intención de
reunir a la vieja pandilla de actores que, historia ya del cine, tantos éxitos
les han procurado a todos. La película es una adaptación del libro escrito por
el abogado y periodista Charles Brandt titulado I Herad You Paint Houses, pergeñado a raíz de las confesiones del
sicario de la mafia Frank Sheeran, colaborador y confidente del poderoso líder
del sindicato de camioneros Jimmy Hoffa, al que confiesa haber asesinado
arrojando así luz (o más tinieblas) sobre su desaparición en 1975, pues es algo
que también confesaron haber hecho otros asesinos a sueldo de la mafia como
Richard Kuklinski, conocido como “The Iceman”.
Veterano de la Segunda Guerra Mundial,
estafador y sicario de la Cosa Nostra que trabajó con algunos de los personajes
más importantes del siglo XX, Frank
Sheeran (Robert De Niro), conocido como “El irlandés”, descubre uno de los
grandes misterios sin resolver de los Estados Unidos: la desaparición del
legendario líder sindicalista Jimmy
Hoffa (Al Pacino). El irlandés es un proceloso viaje por los turbios
vericuetos del crimen organizado; sus mecanismos internos, sus conexiones con
la política y sus rivalidades.
Las confesiones de Frank Seeran a su
abogado (Hay quien dice que el libro es un compendio rebosante de grandes
mentiras) hay que cogerlas con pinzas, ya que muchos investigadores atribuyen
el asesinato de Hoffa a otros autores e incluso que el asesinato de Joey Gallo,
que también afirma haber cometido Sheeran, lo consumó en realidad Sonny Pinto.
Aunque el escenario del crimen es el mismo, la marisquería de Little Italy “Unberto´s
Clam House”. Si bien aquí lo que importa son los valores cinematográficos de la
última criatura de Scorsese, y se hace necesario subrayar que el cineasta y su
guionista Steven Zaillian han querido imprimir a esta nueva crónica criminal un
realismo absorbente alejado de la pomposidad y el glamour de otros films del
director como Uno de los nuestros o Casino. El espectador se sumerge en
la vida de Frank Sheeran y en ese triángulo formado por su protector, el don Russell Bufalino (un superlativo Joe
Pesci) y Jimmy Hoffa, el poderoso presidente del sindicato de transportistas,
para quien trabaja como colaborador y matón convirtiéndose en su mano derecha y
en su confidente. El irlandés nos muestra una visión tangible del crimen organizado
desde dentro y sus lazos con la política; especialmente con el entorno de la
familia Kennedy, a quien la mafia ayudó a ser presidente; o la ayuda monetaria
que Hoffa donó a la campaña presidencial de Nixon, que posteriormente y en la
cárcel condenado por soborno, le concedió el indulto. De hecho, Sheeran
deja caer que el motivo principal del asesinato de Hoffa fue su amenaza de
tirar de la manta contando la participación de la mafia en el magnicidio de
J.F. Kennedy, que por cierto le benefició a él, pues su hermano Bobby Kennedy,
fiscal general del estado, iba tras sus pasos para acusarle de usar el fondo de
pensiones del sindicato para hacer negocios con la mafia.
El hilo conductor de la película es Frank
Sheeran, “El irlandés”, que pinta casas (un eufemismo que se utiliza para esa
sangre que mancha las paredes) y que se encuentra postrado en una silla de
ruedas en una residencia de ancianos porque su abogado consiguió que saliera de
la cárcel debido a su edad y mala salud. Con una duración mastodóntica de tres
horas y media, un deslumbrante diseño de producción y la digitalización de los
personajes para rejuvenecer sus rostros (no tanto sus movimientos) dentro de
una historia que comienza 40 años atrás, cuando se conocieron casualmente en
una gasolinera el don Russ Bufalino y Sheeran, entonces un simple camionero que
transportaba carne. Scorsese y Zaillian
eligen el viaje en coche de Bufalino, Sheeran y sus respectivas esposas para
asistir a la boda de la hija de Bufalino como estructura central narrativa, y
convierte ese viaje y la residencia de ancianos en constantes puntos de retorno
del relato.
La
historia transcurre de forma pausada, sobria, parsimoniosa y reflexiva, carente
de la adrenalina de otras películas del realizador como Uno de los nuestros. Haciendo uso de travellings preciosistas
marca de la casa y saltos temporales que recorren la vida criminal de Sheeran
en sus diferentes edades, se va construyendo el armazón de una trama con
fogonazos de violencia seca, falsas lealtades, traiciones, vidas familiares
absolutamente devastadas (Peggy, la hija de Sheeran, le desprecia hasta el
último día de su vida) y luchas de poder entre los diferentes clanes mafiosos y
siempre teniendo como epicentro ese mítico y controvertido personaje llamado
Jimmy Hoffa, al que oxígeno de forma espléndida Al Pacino, sobre todo en ese explosivo
encuentro que mantiene con Tony Provenzano al que pide ayuda para volver a la
cima del sindicato, lugar donde la mafia ya no le quiere. El irlandés es también una
película de miradas; las de Peggy (Anna Paquin) entre el miedo y el desprecio
hacia su padre; las de Bufalino, entendidas siempre como subrepticias e
implacables órdenes. Lo más interesante de la película lo encontramos en las
relaciones siempre tensionadas del trío protagonista, que se debaten entre la
amistad y el recelo, el juego de poder y los intereses personales. Al final de
la epopeya, vemos como un cura visita a Sheeran en los estertores ya de su vida.
Al salir le pide que deje la puerta entreabierta (como le gustaba dormir a
Jimmy), esperanto tal vez que por esa rendija entre un poco de luz en su alma
condenada. El irlandés no es una obra
maestra, pero se le parece mucho.
Conocía a Paco Cabezas a raíz del estreno de Carne de Neón (2010)
película protagonizada por Mario Casas que tenía como base su cortometraje de
igual título de 2005, un relato refrescante sobre el lumpen que contenía un
humor muy negro. Más mediocre fue su siguiente film, Tokarev (2014) un thriller
con un reparto encabezado por Nicolas Cage (actor que es ya un género en sí
mismo) que tiene la venganza como eje narrativo. Cada vez más asentado en los
Estados Unidos, en 2015 rueda Mr. Right, que contando con el
concurso de Sam Rockwell y Anna Kendrick narra la historia de una mujer que se
enamora de un hombre aparentemente perfecto pero que resulta ser un asesino a
sueldo. Cabezas ha estado en los últimos años dirigiendo multitud de episodios
para series televisivas estadounidenses de éxito y le ha llegado a decir no a
Steven Spielberg para poder regresar a España y ponerse al frente de este proyecto
escrito por el propio director junto a José Rodríguez y Carmen Jiménez.
Adiós cuenta la historia de Juan (Mario Casas) un preso en situación
de tercer grado y padre de familia que obtiene un permiso penitenciario para
asistir a la comunión de su hija en Sevilla. Pero la muerte en accidente de la
niña cuando viaja acompañado de su mujer, Trini
(Natalia de Molina), destapará todo un entramado de narcotráfico y corrupción
policial. El caso acaba en manos de Eli
(Rith Díaz), una inspectora que tendrá que lidiar con los recelos de un sector
de la policía y del padre de la pequeña, que quiere tomarse la justicia por su
mano.
El realizador sevillano vuelve al lugar que le
vio nacer, y lo hace remarcando el perfil de un personaje maltratado por la
vida en medio de un paisaje urbano marginal convertido en una ciénaga de
corrupción, traiciones, mentiras, delincuencia, amistad y lazos de sangre. La muerte
de la hija de Juan (espléndido Mario Casas salvo por su forzado acento andaluz)
es la chispa que hace explotar un polvorín de violencia entre los diferentes
clanes mafiosos y una trama de policías corruptos en un ambiente degradado y
peligroso muy alejado de la postal turística, en donde la falta de escrúpulos y
la moral desvencijada de los personajes hace naufragar cualquier esperanza
entre trapicheos de drogas y ruina moral. El escenario de la acción, Las 3000 Viviendas de Sevilla (que actúa
como un personaje más) es un microcosmos que se rige por sus propios códigos de
honor y un respetado Consejo de Mayores, eso no evita que la delincuencia
vomite su bilis y los narcos diriman sus diferencias a tiros. Paco Cabezas fusiona
ese alarmante desgarro social con momentos de acción y escenas íntimas
emocionales.
En ocasiones, el director eleva el tono
dramático hasta un nivel de grandilocuencia y se apoya en un potente diseño de
producción aunque utiliza algunos recursos narrativos poco rigurosos. Sale airoso
cuando refleja con pálpito el destino aciago del hombre que se sabe marcado por
los lazos de sangre, la maldita pertenencia a un clan familiar que una vez
caído en desgracia te acosa como un fantasma del pasado que regresa para hacer
más funesto tu tránsito por la vida. La venganza
se convierte en el último recurso del apestado, desencadenada por la muerte de
una niña, su hija, flor de la pureza de un hombre que esperaba poco ya de su
propia existencia salvo cuidar de que esa inocencia no se viera manchada. Cuando
ya no tienes nada que perder, el infierno es sólo un oasis para el descanso. Adiós no llega a ser una película
redonda debido fundamentalmente a que el guión abre excesivas batallas en las
que nunca se profundiza, y la escasa garra en algunas escenas que lo piden a
gritos.
En la corta filmografía de Lorene Scafaria encontramos títulos
como Buscando
un amigo para el fin del mundo (2012) o Una madre imperfecta
(2015), películas que no me dejaron ningún poso pero que cuentan, eso sí, con
repartos de lujo que, supongo no tendrían en esos momentos otra cosa ofertas
mejores en sus agendas.
Las estafadoras de Wall Street nos presenta a Ramona
(Jennifer López), Destiny (Constance
Wu), Annabelle (Lili Reinhart) y Diamond (Cardi B), un grupo de
strippers que se unen para estafar a sus clientes, ricos magnates de Wall
Street. Cuando Elizabeth (Julia
Stiles) una periodista del New York Magazine, comienza una investigación, ellas
verán peligrar sus negocios, que también se verá afectado por la crisis
financiera de 2008. Será entonces cuando tendrán que afianzar su lealtad por
encima de la envidia y la avaricia.
Inspirada en hechos reales a partir del
artículo de Jessica Pressler publicado en el New York Magazine, Las
estafadoras de Wall Street no acaba de funcionar como drama ni mucho
menos como comedia, y es que el relato sobre un grupo de strippers que se ganan
la vida bailando y prostituyéndose en un club nocturno frecuentado por yuppies
de Wall Street a los que despluman para mejorar sus ganancias, nunca llega a
conmoverme a pesar de la difícil situación personal de algunas de ellas.
Para lograr sus objetivos, las estafadoras
utilizan una droga de fabricación casera que mezcla un componente afrodisíaco
con otro que deja anestesiado a los ejecutivos, y es en ese estado cuando
aprovechan para asaltar sus tarjetas de crédito. Las denuncias de los estafados
brillan por su ausencia en previsión del escándalo que supondría para sus
parejas y empresas. Por supuesto el grupo de strippers es multirracial, como
mandan los cánones del baboso buenrollismo en estos absurdos tiempos, y la
historia resulta reiterativa tanto en las situaciones de los personajes como en el trillado empoderamiento femenino
que aquí puede ser discutible. En fin, un pobre acercamiento a las constantes temáticas
del cine de Scorsese.
Especialista en el género de género de
terror, en la filmografía de Mike
Flanagan encontramos títulos tan olvidables como Ouija: El origen del mal
(2016) precuela del zarrapastroso film de Still White Ouija (2014), pero
también otras más aseadas como el thriller psicológico titulado El
juego de Gerald (2017), que con un reparto encabezado por Carla Gugino
y Bruce Greenwood nos presenta a un matrimonio que intenta revitalizar su
relación con nuevos juegos sexuales. Para este cronista su película más lograda
es Hush
(2016), que con un ajustado metraje narra la historia de una escritora que se
quedó sorda en su adolescencia y vive aislada en una casa del bosque en donde
será acosada por un hombre enmascarado. Una cinta entretenida rodada sin
efectismo y con gran sentido de la tensión.
En Doctor Sueño, secuela de la mítica El
resplandor (Stanley Kubrick, 1980) basada en la novela de Stephen King,
y a la vez de la miniserie dirigidapor
Mick Garris en 1997, que fue una especie de reboot del film de Kubrick, nos
encontramos con Danny Torrance (Ewan
McGregor) es ya un hombre adulto alcoholizado que vive atormentado con los
sucesos que ocurrieron cuando tenía cinco años en el hotel Overlook. Ahora
busca encontrar un poco de paz a pesar de vivir traumatizado por aquellos
recuerdos de su infancia. Pronto conocerá a Abra (Kyliegh Curran) una valiente niña dotada de un poder
extrasensorial. Abra reconocerá enseguida que Danny comparte su poder, y juntos
tendrán que enfrentarse a la despiadada Rose
la Chistera (Rebecca Ferguson) y a sus acólitos, un grupo de viajeros que
se alimenta de los niños que asesinan y tienen el don de “el resplandor”.
Tras ver Doctor Sueño, uno
recuerda la eterna enemistad que surgió entre Stephen King y Stanley Kubrick
por la adaptación cinematográfica que el director de Lolita realizó de la novela del escritor de Maine, que echaba
pestes de esa visión, pero que el arriba firmante y millones de cinéfilos
consideramos una obra maestra. Jack Torrance, a quien daba vida Jack Nicholson,
murió congelado en el intrincado laberinto del hotel Overlook, pero a la
pesadilla sobrevivió su hijo Danny, al que encontramos ahora con una vida
tortuosa, alcoholizado y perdido. Flanagan
infunde su sello personal a la función y resulta mucho más fiel al texto para
alegría de King, recreando algunos de los pasajes que más huella dejaron en los
fans de la novela; esencialmente los viajes espaciales y la conexión entre Rose
la Chistera y la niña Abra.
Hay cierta poesía emocional en el viaje de
rehabilitación y expiación de Danny Torrance, convertido en el ángel de la
guarda de esos ancianos de la residencia geriátrica que ven cómo su presencia
ilumina su tránsito hacia la habitación del sueño eterno. Pero la amenaza está
en esos viajeros, especie de neohippies circenses, comandados por la villana
Rose y Papa Cuervo, que se alimentan del vapor de los niños que tienen el mismo
don que Danny y Abra, un vapor que aumenta con el dolor cuando son asesinados. Asistimos
a un enfrentamiento con armas en el bosque entre Danny, Billy (el buen
samaritano que le ha dado cobijo y trabajo) y Abra contra los acólitos de Rose,
que verán mermados sus efectivos. Más tarde
la función nos traslada a un decrépito Overlook, que entre el moho y el óxido conserva
su ancestral y misteriosa elegancia, para rendir tributo a El Resplandor con esas imágenes de un Danny niño pedaleando por la
moqueta, la aparición de las niñas gemelas asesinadas, la puerta destrozada por
el hacha de Jack, el laberinto… y aunque el clímax final, sempiterno
enfrentamiento entre las fuerzas del bien y del mal, está rodado con estrépito
de una forma atropellada, no emborrona algunos logros del film, como esa
primera media hora que capta a la perfección el contexto gélido y desgarrador
de la novela.