Hasta que dirigió en el año
2018 London Fields, Mathew Cullen sólo tenía un bagaje como
director de vídeoclips a mayor gloria de la cantante pop Kate Perry, vídeos musicales
que ni me he molestado en visionar pues la diva californiana no se encuentra en
mi radar de preferencias. Mucho menos tras ver este fallido debut, único
largometraje, del cineasta hasta la fecha, del que sólo vale la pena resaltar
el memorable desnudo de la, por otra parte, mediocre actriz Amber Heard, ya
saben, la que fuera esposa de Johnny Depp desde el año 2015 hasta el tormentoso
divorcio en 2017, con acusaciones de maltrato físico por parte de ella.
En London Fields, Amber Heard da oxígeno a
Nicola Six, una irresistible femme fatale que tiene el presentimiento de que va
a ser asesinada. Nicola mantiene relaciones con varios hombres y todos están
locos por ella, nada extraño por el magnetismo sexual que desprende la nena,
pero sabe que uno de ellos será su asesino.
A pesar de que estaban ya divorciados, la
expareja Heard/Depp forman parte del reparto de esta ópera prima de Cullen
aunque suponemos que durante el rodaje la sangre nunca llegó al río. Sería una
de las pocas cosas para recordar, porque la participación de estas estrellas
del firmamento hollywoodiense fue olvidada muy rápidamente. Personalmente, mi
interés radicaba en que era una adaptación de la novela homónima de uno de mis escritores
favoritos, Martin Amis, y en el anunciado despelote de la actriz protagonista, pero
todo resulta un despropósito.
Amber Heard estuvo nominada al Premio
Razzie a la Peor Actriz por su papel en London Fields, un film con un libreto
flojísimo a pesar de haber colaborado en su escritura el propio Amis, por no
hablar de la espantosa puesta en escena, la pobre iluminación y el poco interés
por el invento del elenco, con un Billy Bob Thorton más perdido que una gamba
en un desierto. Lo peor es que este engendro noir tenía pretensiones y pide a
gritos que el espectador deje suspendida la credibilidad, algo imposible pues
el espectador se desentiende pronto de la trama y sólo está pendiente del
perturbador exhibicionismo de Amber Heard, pasando como de la mierda de todo lo
demás
El director francés Louis Malle
(Thumeries, 1932 - California, 1995) cuenta en su filmografía con un ramillete
de obras maestras que continúan siendo motivo de análisis y revisiones por
parte del aficionado más cinéfilo. Malle trabajó junto a Jacques-Yves Cousteau
en el documental El mundo en silencio (1956) y posteriormente con
Robert Bresson en Un condenado ha muerte se ha escapado (1956) quedando
impresionado por la dirección de actores de Bresson con intérpretes no
profesionales. Nunca perteneció a la Nouvelle Vague, desarrollando su carrera en
paralelo con el movimiento según sus propias inquietudes. Entre sus obras más
destacadas figuran Ascensor para el cadalso (1958) que realizó
con sólo 25 años, El soplo al corazón (1971), Lacombe
Lucien (1974), Adiós, muchachos (1987), Milou en
mayo (1990), y la que es para mí su más grande obra maestra, El
Fuego Fatuo, basada en la novela corta homónima de Pierre Drieu La
Rochelle.
El Fuego Fatuo sigue a Alain
Leroy (Maurice Ronet) un hombre que, a pesar de que vive en Nueva York con
su mujer, se ha sometido a un tratamiento de desintoxicación alcohólica en una
clínica privada de Versalles. Pero Leroy no disfruta como antes de su existencia,
se encuentra abatido y sin esperanza, por lo que toma la decisión de
suicidarse. Antes de llevar a cabo esa determinación, decide visitar a sus
viejos amigos de París. Motivado por un espíritu crítico, se siente incapaz de
encontrar algo con lo que llenar su vacío, cada encuentro resulta decepcionante
para él. Sus viejas amistades se han vuelto conformistas, han abandonado sus
sueños por la comodidad burguesa, convirtiéndose a sus ojos en seres mediocres,
o peor, en diletantes que han perdido el contacto con la realidad.
Según el diccionario de la RAE fuego fatuo
es “una llama pequeña que se forma a poca distancia del suelo por
inflamación de ciertas materias que se elevan de las sustancias animales o
vegetales en putrefacción”. Lo primero que se me hace necesario subrayar es
que el título no puede ser más bello y acertado tanto para la obra literaria
como para la película que toma el texto como base para su andamiaje narrativo.
Alain Leroy ya no se encuentra a gusto en su cuerpo ni su espíritu pertenece ya
a este mundo. Con 30 años, la juventud y sus juergas con los amigos se
perdieron en la noche de los tiempos, nada queda de aquella lozanía y vitalidad,
de los sueños que les hacían sentirse los mejores. Sólo queda el recuerdo
varado en los meandros de la memoria cuando ya no encuentras sentido a nada,
cuando te invade un inabarcable vacío existencial y no hallas ningún motivo
para seguir adelante ni tus ideas encuentran un refugio donde poder respirar y
resonar. El Fuego Fatuo es una película incómoda, dolorosa, un
magistral estudio sobre la putrefacción de un alma carente ya de estímulos y
emociones, la afilada descripción de un ser aburrido, pesimista y apático sin
ninguna meta ni nada por lo que merezca la pena luchar. Louis Malle nos
obliga a seguir de forma impenitente a Alain Leroy (un superlativo Maurice
Ronet) en su adiós a personas y lugares, a unos amigos con una vida decadente y
aburguesada, que ahora viven sin la máscara de los ideales, tan vulgares y
lejanos que ya no puede tocarlos, tal vez porque le atenaza el prematuro rigor
mortis de un cadáver en los últimos ritos de la agonía.
Con un tono elegíaco, una gélida y
bellísima fotografía en blanco y negro de Ghislain Cloquet que nos regala unos
largos y hermosos travellings y una melancólica música para piano solo de Erik
Satie, la cámara envuelve a los personajes y los mima para que el espectador
sienta de forma cercana su hálito, dotando al relato de un crudo realismo con
el que Malle nos sumerge en la patología que aqueja a Alain, un ex alcohólico
que sabe que ya no importa esa primera copa salvo para hacer más diáfana la
débil luz de su clarividencia en el tenebre purgatorio. Sin coartadas morales,
románticas, idealistas o sensibleras, sin culpables ni responsables, el
director acierta al proyectar las aristas punzantes de la desolación de Alain
cuando comprueba que todo le es ajeno, y como era de suponer, tampoco encuentra
el ánimo y el apoyo entre sus viejos amigos, que muestran desinterés, frialdad,
y se engañan con pequeñas mentiras para seguir viviendo una existencia vulgar bajo
la esclavitud de su banal rutina.
El Fuego Fatuo describe con la
precisión de un entomólogo el itinerario de un hombre que busca un asidero y no
lo encuentra. Todos niegan a Leroy y lo que representa, el ayer, como el amor,
se perdió tras las brumas de la tristeza, y su condena es poseer la lucidez
suficiente para aceptar su derrota. El cañón de la Luger apunta al corazón de
Alain, se oye un disparo y sobreimpresionado sobre su rostro inerte leemos su desgarrador
epitafio: “Me suicido porque no me quisisteis, porque no os quise. Me
suicido porque nuestras relaciones fueron cobardes, para estrecharlas. Dejaré sobre
vosotros una mancha indeleble”. Obra maestra redonda, total y absoluta.
La comunidad (Álex de la Iglesia, 2000) es para quien
esto firma la segunda mejor película del director bilbaíno Álex de la
Iglesia
sólo detrás de El día de la bestia (1995). El argumento es muy
conocido para el aficionado español, pero no está mal una breve sinopsis para
los espectadores y lectores foráneos: Julia (Carmen Maura) es una mujer cuarentona que
trabaja temporalmente en una agencia inmobiliaria. Un trabajo del que está
hastiada aunque le sirve para sobrevivir. Su trabajo ahora consiste en vender
rápidamente un piso en pleno centro de Madrid. Es un edificio feo con una
comunidad muy inquietante, pero eso sí, está decorado con un gusto exquisito y
Julia se ve tentada de pasar la noche en él. La pasa, y a la mañana siguiente
uno de los vecinos, el Ingeniero, aparece muerto y Julia encuentra 300 millones
de pesetas escondidas debajo de las baldosas del apartamento del muerto. Julia
esconde el dinero en una maleta pero no le queda más remedio que enfrentarse a
la feroz ira de los miembros de la comunidad, que llevan veinte años esperando con
ilusión repartirse el botín que el difunto ganó cuando acertó el pleno de una
quiniela de futbol.
Con este post no intento realizar una reseña
cinematográfica de esta magnífica película que tiene como referencia El
quimérico inquilino (Roman Polanski, 1976), que cuenta con unos excelentes títulos de crédito,
una interpretación impecable de Carmen Maura y de todo el elenco y una
musculosa dirección en la que abundan los excesos de un director que, por otra
parte, siempre ha demostrado virtuosismo para idear esas secuencias
hiperbólicas.
Aquí lo que me interesa resaltar es la
escena de la ducha para la que Álex de la Iglesia utilizó un doble de cuerpo
para Carmen Maura. En el año que se rodó la película Carmen Maura contaba ya
con 54 años, y como podemos apreciar en el vídeo de esa escena, la chica que se
utilizó como doble en la citada escena goza de una lozanía deslumbrante, por lo
que no resulta creíble y la utilización de una doble de cuerpo es
escandalosamente descarada. Como podemos apreciar en multitud de películas, los
dobles se utilizan en el cine para sustituir, por distintos motivos, a intérpretes
que no pueden o no desean realizar escenas de riesgo o de desnudos, también por
caprichos de los directores si los protagonistas no le pueden ofrecer lo que buscan.
El lector puede visionar a tal efecto el film de Brian De Palma Doble
cuerpo (1984).
Aunque para el director de Acción
mutante
debió de ser una tentación rodar una escena homenaje a Psicosis con Carmen Maura desnuda en
la ducha, la actriz no estaba ya en esa época para esas fiestas. Lo cual no es óbice
para que este cronista siempre se preguntara: ¿A quién pertenecía ese
exuberante y neumático cuerpazo? Misterio.
El director Andrew Patterson debuta en el año 2014 con
una comedia de terror titulada Let There Be Zombies, que versa sobre un
profesor que pierde el control de la clase y que es amenazado por un estudiante
matón pero que debido a su carácter pusilánime no encuentra la fuerza para
hacerle frente. Todo esto antes de que se desarrolle un apocalipsis zombi.
Patterson, a pesar del limitado
presupuesto, mostraba ya maneras en esta película de aprendizaje, lo confirma con
su nueva película The Vast of Night, que nos traslada a Caluya,
un pueblo del Nuevo México de los años 50, y nos presenta a una joven e
inteligente operadora de radio, Fay (Sierra McCornick), y a un carismático DJ de la
misma cadena, Everett (Jake Horowitz), que descubren una frecuencia de
radio muy extraña a través del programa de radio en el que trabajan. Una frecuencia
que cambiará por completo la pequeña ciudad y su futuro para siempre. Llamadas sin
respuesta, señales de radio, carretes de cintas olvidados en el sótano de la
biblioteca local, tableros de control, líneas de onda cruzadas y una llamada
telefónica inquietante que llevan a Fay y Everett a una búsqueda en otra
dimensión.
Bajo la influencia de clásicos del género
como Encuentros en la Tercera Fase, The Twilihgt Zone, La
invasión de los ultracuerpos y Super 8, por citar sólo unos ejemplos, Patterson demuestra el
talento es el factor determinante para realizar una película decente más allá
del rácano presupuesto incluso en una producción de ciencia ficción. The Vast of
Night
puede ser entendida como un episodio de Dimensión desconocida y tal vez como un homenaje
a los títulos citados y algunos más. Puede, amigo lector, que no te encuentres
entre los devotos creyentes de los ovnis y de otras vidas allá en el espacio
exterior, no importa porque en aquellos años 50 casi nadie creía y se estaba
más interesados en las tensiones de la Guerra Fría. Pero algunos comenzaban a creer:
luces en el cielo, ruidos raros, desapariciones extrañas, experimentos
peligrosos y las dos personas más listas y carismáticas del pueblo, un DJ y una
telefonista amantes de la tecnología, comienzan a tener razones para creer tras
un suceso, una intrigante llamada y la confesión de una anciana.
La historia se inicia a través de la
pantalla de un pequeño televisor de la época, un tiempo en el que este medio le
hacía ya la competencia al cine, y pronto, cuando los 500 habitantes del pueblo
asisten a un partido de baloncesto del equipo del pueblo, Fay y Everett se
verán envueltos en una investigación que los llevará a hacer frente a lo que
parece una invasión alienígena. Una aventura trepidante filmada con solvencia
que nos regala hermosos travellings, magníficas interpretaciones de los (casi)
únicos protagonistas. Patterson demuestra un virtuosismo nada rimbombante a
la hora de crear atmósfera y planificar las escenas que transcurren por las
calles y alrededores del pueblo iluminado por el chileno Miguel Littin de forma
fantasmal y con una ambientación deslumbrante. Distribuida por Amazon Prime, The Vast of Night se
impone como una atractiva y simpática película pergeñada por un cineasta
llamado a firmar obras mayores.