sábado, 25 de abril de 2020

"LA JAURÍA HUMANA" (Arthur Penn, 1966)


Tratado sobre una sociedad enferma
“LA JAURÍA HUMANA” êêêêê
DIRECTOR: Arthur Penn.
INTÉRPRETES: Marlon Brando, Angie Dickinson, Robert Redford, Jane Fonda, E. G. Marshall, Robert Duvall, Richard Bradford, James Fox, Janice Rule.
GÉNERO: Drama / DURACIÓN: 135 minutos / PAÍS: EE.UU. / AÑO: 1966.

    
   Perteneciente a la Generación de la Televisión junto a realizadores tan importantes como Sidney Lumet, Robert Mulligan, Stanley Kramer, Rober Altman y John Frankenheimer, el director Arthur Penn debuta en la pantalla grande con El Zurdo (1958) un western innovador que con tono ácido recrea la vida de un joven “Billy el Niño”, al que da vida toda una estrella como Paul Newman. Con una corta filmografía en cine a pesar de su extensa carrera, ya en la década de los 70 firma una de mis películas favoritas de aquella época, La noche se mueve (1975) un atípico y poderoso thriller protagonizado por Gene Hackman en una de sus mejores interpretaciones.


    La Jauría Humana (cosa rara, pero el título en español es infinitamente superior al original y muy trillado La caza) sigue a Bubber Reeves (Robert Redford), un hombre que ha escapado de la cárcel y desorientado regresa a su pueblo natal de Texas a pesar de que su intención era ir a México. Pero sus vecinos, gente absolutamente degradada, emprenden una cacería como si fuera otra de sus diversiones del sábado por la noche. Sólo el Sheriff Calder (Marlon Brando) un hombre íntegro y cabal, tratará de evitar su linchamiento.


     En los prósperos años 60, la degradación moral de gran parte de la sociedad estadounidense es estudiada en esta película por Penn con la precisión de un entomólogo, tomando como escenario un pequeño pueblo de Texas. Con un sólido guión de Lilian Hellman a partir de la novela de Horton Foote, el director nos entrega una visceral y dramática denuncia social sumergiendo al espectador en las entrañas de una sociedad podrida y embrutecida en una década en la que estaban muy presentes los conflictos raciales, los derechos civiles seguían siendo pisoteados y los caciques millonarios imponían a los sheriffs para comprar su voluntad y una lealtad total en la defensa de sus intereses. Pero Calder (Marlon Brando en una de sus actuaciones más memorables), es hombre honesto y de principios inquebrantables, que pone en riesgo su vida (atención a la brutal paliza que recibe por parte de tres energúmenos borrachos en una sala de la comisaría) para imponer la ley ante una muchedumbre enloquecida, violenta, rebosante de miserias morales y vilezas.


    Porque de eso se trata La Jauría humana, de la intolerancia, el odio y la violencia ciega como un peligro siempre latente en un cuerpo social materialista y sin valores (la exuberante fiesta por el cumpleaños del ricachón Val Rogers y el servilismo de los empleados). La  narración es precisa, marcando siempre de manera excepcional el tempo cinematográfico, dejando que broten las emociones y agilizando el in crescendo de la trama a medida que el alcohol va haciendo efecto sobre una jauría humana que ahoga así sus frustraciones.


     Una noche de excesos y tensión que desembocará en un desolador clímax final, tan estremecedor como el vacío, la tristeza y el hastío que siente el espectador cuando en la escena que clausura el film ve caminar a Anna (Jane Fonda) magullada y desnortada, completamente absorta, tras haber perdido a los dos seres que más amaba en una misma noche. A la maestría en la dirección de actores de Penn se une la sentida banda sonora de John Barry, pero sobre todo el superlativo nivel al que raya todo un elenco en estado de gracia: desde E. G. Marshall encarnando al millonario, la lozanía de Jane Fonda y Angie Dickinson, la atractiva y agreste presencia de Robert Redford, el pusilánime empleado de banco al que da oxígeno Robet Duvall y un inmenso, sublime Marlon Brando. En la época en que se filmó la película Estados Unidos era un polvorín a punto de estallar, y Arthur Penn en esta magistral película arrastra por el fango los centelleantes neones del American Dream enseñándonos su reverso tenebroso y demostrando que es más fácil reunir a una jauría humana para linchar a un hombre que a una multitud para luchar por una causa noble. Calder, el sheriff íntegro y de valores inviolables, renuncia a su puesto obligado por su dignidad y se marcha con su mujer del pueblo. Sabe que el mal no descansa, que todo está perdido.

martes, 21 de abril de 2020

CRÍTICA: "CURIOSA" (Lou Jeunet, 2019)


La mujer, su amante y el marido cornudo
“CURIOSA” êêê
DIRECTOR: Lou Jeunet.
INTÉRPRETES: Noémi Merlant, Niels Schneider, Benjamin Lavernhe, Camelia Jordana, Amira Casar, Mathilde Warnier.
GÉNERO: Drama / DURACIÓN: 107 minutos / PAÍS: Francia / AÑO: 2019.


     La aceptable y algo irregular ópera prima de la directora francesa Lou Jeunet se centra en la historia de una Marie de Régnier (Noémi Merlant) una mujer librepensante e independiente que experimenta con su sexualidad a la vez que cosecha una prolífica carrera en el mundo de la literatura y la poesía. Coetánea de Colette, Marie de Régnier se convirtió en una de las autoras más influyentes de la Francia de principios del siglo XX. Para pagar las deudas de su padre. Marie de Heredia se casa con el poeta Henri de Régnier (Benjamin Lavernhe), pero ella es la amante de Pierre Louÿs (Niels Schneider), un poeta aficionado a la fotografía que además es un erotómano y un gran viajero. Con él vivirá una iniciación al amor y el erotismo a través del vínculo fotográfico y literario que inventan juntos.


     Con una resultona iluminación de Simon Roca y un guión de Raphaëlle Valbrune-Desplechin (hermana del director Arnaud Desplechin), Lou Jeunet logra un interesante debut con el retrato de ese peculiar trío de escritores posando especialmente su mirada en Marie de Régnier, su fallido matrimonio de conveniencia y sus devaneos sexuales y amorosos con el escritor Pierre Louÿs, al que ella pide que la fotografíe en una de esas poses condenadas por la moral, que tenía varios álbumes con cientos de fotos de culos de mujeres que según cuentan había explorado y que escribió la célebre novela “La mujer y el pelele”, llevada por primera vez al cine mudo en 1928 con un guión suyo bajo la batuta del director Jacques de Baroncelli. Novela que también tuvo una adaptación televisiva española en 1990 dirigida por Mario Camus y protagonizada por Maribel Verdú.


    Henri de Régnier, elegante y conservador escritor y poeta no muy agraciado físicamente, sabía que era un cornudo, pero su desgarrador amor por Marie le llevó incluso a aceptar un hijo que sospecha que no es suyo, y que se llamará como el amante de su mujer y padrino del niño, Pierre. Curiosa, salpimentada por una música electrónica que se ajusta como un guante a varias escenas de la función, es una película filmada con gusto, sentido estético y desenvoltura, cuyo mensaje liberalizador del pensamiento, la sexualidad, los tabúes y la moral de la mujer se impone como un canto a al empoderamiento y la independencia.


     El problema es que la lectura queda un poco difuminada por el gusto de la directora por los bellos encuadres, la vaporosa teatralidad y la excesiva plasticidad con que están rodados los encuentros de los amantes, sólo rotos por las efervescentes apariciones y los bailes de una hechicera argelina llamada Zohra (Camila Jordana) de la que Pierre se ha encoñado. A Curiosa le falta garra y le sobra candidez, Jeunet asume poco riesgo en escenas sexuales resueltas de manera atropellada, distante y poco excitante. Eso sí, la visión de la belleza de los cuerpos desnudos de Noémi Merlant, Camelia Jordana y Mathilde Warnier bien valen mis suspiros y cosquilleos.


lunes, 20 de abril de 2020

"PÁNICO EN LAS CALLES" (Elia Kazan, 1950). Elia Kazan, un visionario.


El visionario Elia Kazan y su película sobre una epidemia
“PÁNICO EN LAS CALLES” êêêê
DIRECTOR: Elia Kazan.
INTÉRPRETES: Richard Widmark, Paul Douglas, Jack Palance, Barbara Bel Geddes, Zero Mostel, Dan Riss, Tommy Cook.
GÉNERO: Thriller / DURACIÓN: 93 minutos / PAÍS: EE.UU. / AÑO: 1950.


    Elia Kazan, que debutó con la comedia Lazos humanos (1945), y que aún no había saltado desde el trampolín más alto de la fama que le otorgó Un tranvía llamado deseo (1951), realizó en 1950 esta película sobre una pandemia letal titulada Pánico en las calles, que aun hoy en día es una de las obras más redondas y olvidadas del director. Un relato premonitorio sobre una alarma sanitaria que cobra hoy vigencia a raíz de la tragedia mundial del Covid-19.


    Potente muestra de cine noir, Pánico en las calles nos sitúa en la Nueva Orleans de 1950. Allí, una noche, el hampón Blackie (Jack Palance) y sus dos compinches matan a un inmigrante que les había ganado jugando al póker. A la mañana siguiente, el doctor Clint Reed (Richard Widmark) del Servicio de Salud Pública, confirma que el muerto tenía la peste neumónica y alerta a las autoridades. Para evitar que la peste se propague, una cuestión que tendría efectos catastróficos para la población, Clint y el capitán de la policía Tom Warren (Paul Douglas) tienen que encontrar y aislar a los asesinos, y así evitar un contagio masivo. La operación se lleva a cabo en el más absoluto secreto para que no cunda el pánico entre la población. Disponen sólo de 48 horas para conseguirlo.


     El enorme director de La Ley del Silencio (1954) y Al Este del Edén (1955), filma, en plena Caza de Brujas puesta en marcha por el infame senador republicano Joseph McCarthy (Kazan fue absuelto por el Comité de Actividades Antiamericanas de colaborar y pertenecer al Partido Comunista y acusado por sus compañeros de profesión de ser un delator), una película que toma ahora, transcurridos 70 años desde su estreno, el pulso a la más rabiosa actualidad. Un film que muchos aficionados desconocen y que es entendida como un alegato anticomunista: un inmigrante de un país del Este de Europa (el portador del mal se llama Kochak) infectado con la peste neumónica (el comunismo) es asesinado una noche con la posibilidad real de que haya contagiado a todas las personas que tuvieron contacto con él (los gánsteres asesinos diseminadores de la peste), con la alarmante seguridad de que si no se les localiza rápidamente provocarán que el virus (otra vez el comunismo) se convierta  en una incontrolable pandemia que se extenderá por todo el país e incluso por todo el planeta. Por supuesto, los buenos (los americanos), con el capitán Warren y el doctor Clint al frente de la investigación, tratarán de que esto no ocurra.


     Nueva Orleans, con sus calles malolientes y sus tugurios sórdidos portuarios, actúa como un personaje más de la función en el frenesí de una historia contrarreloj que, aunque con un final previsible, mantiene la tensión durante todo el metraje y nos brinda un magnífico duelo interpretativo con los personajes encarnados por Widmark y Palance. Galardonada con el Oscar al Mejor Guión y el Premio al Mejor Director en el Festival de Venecia, Pánico en las calles fusiona a la perfección el thriller clásico y el cine de catástrofes poco tiempo antes de que la industria inundara las pantallas grandes con esa temática.


    Como intervalos de la vertiginosa investigación, vemos a Widmark en escenas familiares que nos muestran las estrecheces con las que vivían también los funcionarios del estado y a su mujer, la hermosa Barbara Bel Geddes que sirve de contrapunto entrañable con el apoyo moral que suministra a su marido ante el estrés que supone la persecución de los hampones. Jack Palance hace un deslumbrante debut, un trabajo superlativo, él representa la esencia del mal, con su imponente estatura, sus ademanes chulescos y su difícil rostro. 


   Estamos, amigo lector, ante una obra excelente, dominada por una atmósfera densa y lóbrega, en donde se aprecian las lamentables condiciones de vida y de salubridad de los suburbios portuarios y en donde Kazan pone todo su talento para pulsar un abanico de resortes técnicos (el nervio con que están rodadas las persecuciones) y artísticos (sublime dirección de actores) para dominar la acción, mantener la intriga y dibujar el arco dramático con apuntes emocionales y psicológicos hasta el punto de que el espectador perdona el mensaje excesivamente moralista de una corrosiva alegoría.


jueves, 16 de abril de 2020

"SERPICO" (Sidney Lumet, 1973)


El precio de la honestidad
“SERPICO” êêêê
DIRECTOR: Sidney Lumet.
INTÉRPRETES: Al Pacino, John Randolph, Jack Kehoe, Biff McGuaire, Cornelia Sharpe, Barbara Eda-Young, John Medici.
GÉNERO: Thriller / DURACIÓN: 130 minutos / PAÍS: EE.UU. / AÑO: 1973.


    Perteneciente a la Generación de Televisión, Sidney Lumet debutó en la pantalla grande con la obra maestra de tono teatral Doce hombres sin piedad (1967) que cuenta con un elenco impagable. Serpico fue la primera colaboración del director con el actor Al Pacino, ya convertido en una estrella tras su participación en El Padrino en el papel de Michael Corleone. Su segunda y última colaboración sería con Tarde de perros (1975), otro de sus thrillers más celebrados en el que Pacino forma pareja con el recordado y mítico John Cazale. Esas dos únicas colaboraciones son reivindicadas hoy como dos de las películas más icónicas del cine estadounidense de los años 70.


    Basada en la historia real de Francesco Vincent Serpico, oficial de la policía de Nueva York que ganó fama en 1971 al convertirse en el primer policía en declarar como testigo en un juicio contra la corrupción sistemática del departamento. Con un guión de Waldo Salt y Norman Wexler basado en la biografía que escribió del personaje Dick Maas, con una excelente partitura de Mikis Theodorakis y una potente iluminación a cargo de Arthur J. Ornitz, la película, en el contexto de los convulsos años 70 en Nueva York, sigue a Frank Serpico (Al Pacino), un policía íntegro y de inviolables principios que, a diferencia de sus colegas, jamás se dejó sobornar y por eso se ganó la enemistad de sus compañeros de profesión, de los cuales sólo recibió amenazas y se vio expuesto a situaciones muy peligrosas.


     Serpico siempre quiso ser policía, de ahí su frustración cuando tras graduarse en 1960 en la academia, todo su mundo se derrumba tras constatar la asquerosa ciénaga de corrupción en la que se mueven sus colegas ante la ceguera o el beneplácito de sus superiores. Tras varias denuncias en vano para que los altos mandos inicien una investigación interna sobre la corrupción, Serpico contacta con el New York Times para contar el caso y hacerlo público. 


    Estamos ante una de las más excelsas películas de la dilatada carrera de Lumet con la base de uno de sus temas recurrentes (la corrupción de las instituciones), con una pluscuamperfecta actuación de Al Pacino dando oxígeno a un nuevo tipo de héroe humano e insobornable. La función que cuenta con un potente trabajo de localizaciones, trasciende la simple crónica policial para dar forma a un emotivo relato dramático en medio de un paisaje urbano caótico en donde la honradez parece ser un valor a la baja.


   Porque de eso trata Serpico, de la lucha de un hombre solo contra el cáncer de la corrupción generalizada en la policía y la impotencia que siente cuando todos los poderes a los que acude para denunciar esas prácticas delictivas le dan la espalda. Cabe resaltar que las relaciones amorosas que vive Serpico resultan tan fugaces como tristes: tanto su relación con una bella bailarina de ballet, que lo deja para casarse con un tipo adinerado de Texas, como la más intensa y lacerante que desarrolla con su vecina, una enfermera de hospital, se acaban frustrando por el infierno doméstico que se deriva de la obsesión de Serpico por buscar una salida a la tensa situación que vive en el trabajo y que acaba contaminándolo todo. 


  Policía de paisano, Frank Serpico viste desaliñado, con un estilo hippy, estudia español, es amante de la vida bohemia, lleva el pelo largo, bigote o barba poblada, no quiere ser un héroe, sólo cumplir con su deber, hacer bueno el lema policial de servir y proteger. Rodada con sobriedad, Serpico resulta dinámica tanto en su expresividad narrativa como en las escenas de acción de persecuciones a pie o en coche. El clímax final, crudo y sin moralinas, nos habla del peligro y el sacrificio que supone transitar con rectitud por un camino plagado de podredumbre y enemigos. La música de Theodorakis pone la nota melancólica a una amarga victoria. El héroe dice adiós. Está asqueado, se marcha lejos. Uno de los films que mejor define las constantes temáticas de Lumet.