El mito y la prolongación del dolor
PASOLINI êêêê
DIRECTOR: ABEL
FERRARA.
INTÉRPRETES: WILLEM
DAFOE, NINETTO DAVOLI, RICARDO SCAMARCIO, VALERIO MASTANDREA, ADRIANA ASTI, MARIA DE MEDEIROS.
GÉNERO: BIOPIC / ITALIA / 2015 DURACIÓN: 86 MINUTOS.
Controvertido director
de cine, guionista, escritor, poeta, marxista, católico, homosexual, transgresor,
provocador, pederasta, pornógrafo son algunas de las profesiones y epítetos que
nos hacen evocar a una de las figuras intelectuales esenciales de la segunda
mitad del pasado siglo: Pier Paolo
Pasolini (Bolonia, 5 de marzo de 1922 – Ostia, 2 de noviembre de 1975), un
artista total, genuino, prolífico y multidisciplinar que supo plasmar en su
obra las constantes de una vida trágica y cuyo carácter descarnado quedó
marcado por su ciudad natal, la izquierdista Bolonia, su condición de
homosexual, que le llevó a ser expulsado del Partido Comunista Italiano tras
ser acusado de corrupción de menores cuando impartía clases en un colegio, y
por su familia: odiaba con ferocidad a su padre, Carlo Alberto Pasolini, un
militar fascista colérico, alcohólico y maltratador que fue quien identifico y
detuvo al joven anarquista de 15 años Anteo Zamboni cuando el 21 de octubre de
1926 intentó asesinar a Mussolini durante el desfile de la Marcha sobre Roma.
Zamboni erró el disparo e inmediatamente fue atacado y linchado por los
fascistas que dejaron los despojos de su cuerpo agujereado por 14 puñaladas, un
balazo y signos evidentes de estrangulamiento; Pasolini veneraba a su madre,
una maestra de escuela sensible y dulce descendiente de una familia campesina;
la muerte de su hermano Guido, a los 20 años, abatido en 1945 cuando combatía
con la Resistencia en la Segunda Guerra Mundial, alojó en él y en su madre, un
terrible vacío. Pasolini murió el 2 de noviembre de 1975 salvajemente asesinado
por un chapero de 17 años, Giuseppe “Pino la rana” Pelosi, y su cuerpo
desfigurado quedó abandonado en una playa de Ostia, cerca de Roma.
Las
circunstancias de la muerte siguen sin estar claras, y al aficionado se le hace
necesario ver como complemento de este film de Ferrara, la película de Marco Tullio Giordana Pasolini, un delito italiano
(1995), donde la pregunta que se impone es ¿pudo Pelosi asesinar solo a
Pasolini? Un suceso que sigue siendo un enigma a día de hoy, pero que siempre
se ha especulado que su condición de homosexual altivo, su ideario comunista,
su carácter libérrimo y su postura muy crítica con algunos políticos de la
época, acabaron condenando al intelectual más odiado y amado en la agitada Italia
de aquellos tiempos.
Abel Ferrara,
muy perdido en los últimos tiempos y que parece querer dar un nuevo impulso a
su carrera con films como Welcome to New York (2014), sobre el
affaire Dominique Strauss-Kahn, y la cinta que nos ocupa, traza un maravilloso
ejercicio de síntesis narrando las últimas horas de vida del tan recordado como
llorado director: la noche del 2 de noviembre de 1975, Pier Paolo Pasolini es
asesinado en una playa de Ostia de una brutal paliza. Convertido en icono
revolucionario en su lucha contra el poder, sus escritos resultan escandalosos,
y sus películas, son perseguidas por la censura. Ese día, Pasolini (Willem Dafoe) había pasado sus últimas horas con su
adorada madre y con sus amigos, por la noche se lanza a la calle en busca de
aventuras. Al amanecer, es encontrado su cadáver tumefacto, como una marioneta
rota, en una playa de Ostia.
Si la personalidad de Pasolini resulta
difícil de descifrar por su facultad poliédrica, al menos se ha conseguido
encontrar a un actor de rostro anguloso y marcadas arrugas gestuales que con gafas
oscuras todavía guarda más parecido físico con el director de Mamma Roma, Willem Dafoe, que mimetiza
su imagen y confiere a la función un carácter cotidiano, de calma y equilibrio.
Pasolini es el mejor y más sentido
trabajo de Ferrara en muchos años, poniendo en práctica un estilo elegante y
sencillo nos presenta un film caleidoscópico que nos muestra el pálpito y
retazos de los últimos pasos en la vida del mito de la herida abierta. Y lo
hace a modo de salmo o elegía con estampas dispersas en donde su figura, dotada
de una emocionante fisicidad, se agiganta: entrevistas a raíz de su última
película, Saló o los 120 días de Sodoma; sus reflexiones sobre el sexo,
la moralidad, y su homosexualidad como un acto de resistencia; la entrevista
que concedió a Furio Colombo en vísperas de su muerte; su pasión por el fútbol que
definió como una representación sagrada; sus salidas por barrios degradados en
busca de aventuras con jóvenes romanos; su relación con su amada madre, su
actor fetiche Ninetto Davoli y la actriz Laura Betti; y su asesinato en la
playa de Ostia, que Ferrara muestra sin pasión, pero con la lacerante equidistancia
del misterio, abonándose a la tesis de que fueron varios hombres los que
participaron en la brutal paliza que acabó con su vida. La cámara sigue a Dafoe,
la carne y el espíritu del intelectual, del artista total y universal, durante
unas horas que van a desembocar en su trágica muerte, escenas de lo vivido y lo
imaginado, asaltadas por personajes que crecen a la sombra del autor doliente.
El director neoyorquino no especula en ningún momento con las causas e hipótesis de la muerte de Pasolini, algo que podría haberse considerado atrevido o irreal, mostrándose más interesado en todo lo que late en la dimensión humana del genial artista, y nos hace respirar su aliento con un fondo de convulsión política y social, Roma como un teatro violento y siniestro, la Ciudad Eterna en crisis de valores (posesión y destrucción), y sobre la que estos valiosos fragmentos de las últimas horas de vida del escritor (profesión que indicaba su pasaporte), de su pensamiento, marcan una deriva excepcional que pone en valor su incorruptible trayectoria vital, en donde el escándalo que provocan sus obras serviría de espejo para enfrentar a la podrida sociedad con su propia podredumbre, el asco del director hacia el mundo en que vivía. El inabarcable llanto de su madre, Susanna, al conocer la muerte de su segundo hijo de boca de la actriz Laura Betti, prolonga un dolor universal, un llanto colectivo de locura y derrota, una sensación de ruina y orfandad tan lacerante como ineludible.