lunes, 30 de diciembre de 2013
jueves, 26 de diciembre de 2013
CRÍTICA DE: "OUT OF THE FURNACE"
LA imposibilidad de una isla
OUT OF THE FURNACE êêêê
DIRECTOR: SCOTT COOPER.
INTÉRPRETES: CHRISTIAN BALE, CASEY AFFLECK, WOODY
HARRELSON, WILLEM DAFOE, ZOE SALDANA, FOREST WHITAKER.
GÉNERO: DRAMA / EE.
UU. / 2013 DURACIÓN: 116 MINUTOS.
Descubrí al director norteamericano Scott Cooper cuando nos presentó aquel
aceptable drama titulado Corazón Rebelde (2009), film que le
otorgó el Oscar a un Jeff Bridges dando oxígeno a un cantante de country
marginal que tras varios fracasos sentimentales se refugia en el alcohol. Al
realizador nacido en Abingdon (Virginia), que también cuenta con una dilatada
carrera como actor secundario, parece que le atraen las historias intimistas, los
dramas que surgen de la condición humana y los paisajes como influencias
determinantes en el carácter del hombre y su destino. De ahí que entre sus
películas favoritas se cuenten Nashville (Robert Altman, 1975), Malas
Tierras (Terrence Malick, 1973), Fat City (John Huston, 1972) y La
última película (Peter Bogdanovich, 1971)
OUT
OF THE FURNACE nos sitúa en el año 2008 y sigue la historia de Russell Baze (Christian Bale) y su hermano menor Rodney (Casey Affleck), que viven en Braddock (Pensilvania), dentro
de la extensa zona conocida como Rust Belt (el Cinturón del Óxido), un área de
Estados Unidos que se extiende por varios estados y que actualmente cuenta con
el índice de paro más alto del país, debido a la desindustrialización y la
pujanza de mercados como el chino. Russell trabaja en la acería local que está a punto de cerrar y
mantiene una relación sentimental con Lena
(Zoe Saldana) que trabaja en un jardín de infancia. Rodney, que acaba de
regresar de Irak, donde presta servicio en el ejército, anda un poco tocado y
confundido sin saber qué camino tomar. Ambos sueñan con marcharse para poder
encontrar una vida mejor. Sin embargo, un desgraciado accidente de tráfico hace
que Russell ingrese en prisión, y Rodney, que lucha en peleas ilegales para
pagar deudas a un corredor de apuestas, John
Petty (Willem Dafoe), acabará
cayendo en las redes de una banda criminal liderada por Harlan DeGroat (Woody
Harrelson), un tipo brutal que vive dentro de una pequeña comunidad endogámica
de las montañas y que se dedica al tráfico de drogas y las apuestas ilegales.
OUT
OF THE FURNACE es un oscuro y sólido drama familiar que nos remite en
su vertiente visual y en algunos aspectos de su sinuosa caligrafía a la mítica El
Cazador (Michael Cimino, 1978), uno de esos films que siempre estará en
cualquier lista de mis 100 películas favoritas de todos los tiempos, una cinta
que, recordemos, se alzó con cinco estatuillas de Hollywood incluida la de
Mejor Película. Aquí no nos encontramos con un grupo de amigos que se alistan
en el ejército para combatir en Vietnam, pero Casey Affleck es un combatiente
de la guerra de Irak, su concurso en ese conflicto sólo parece tener un fin:
huir de la asfixiante monotonía laboral y decadencia social que se respira en la
condenada y sucia Braddock, ciudad que tiene muchas similitudes con la Clayrton
del recordado film de Cimino: las dos pertenecen a Pensilvania, casi todos sus
vecinos son obreros siderúrgicos y se pasan la vida, como ya lo hicieran sus
antepasados, trabajando en la acería y matando el tiempo libre cazando ciervos
y bebiendo cervezas en el bar. En los dos films late un instinto primitivo en
sus protagonistas por reafirmar su virilidad, y las analogías no se acaban
aquí, pues el personaje de Christian Bale se nos aparece como un trasunto del
de Robert De Niro, un tipo honesto, con un gran concepto de la familia, tímido,
sensible y que se encuentra en el centro del dilema sentimental de la mujer
amada.
Cierto que la película no deja el poso indeleble
que nos dejó la magistral obra de Cimino, a diferencia de aquella escasean los
momentos y secuencias perdurables, pero nos encontramos ante unas excelsas
interpretaciones que elevan mucho el tono del relato convirtiendo la función en
una película de actores que en todo momento dan el do de pecho desplegando un
desbordante sentido emocional derivado de la fuerza inquebrantable de los lazos
de sangre.
Un elenco
espectacular del que despunta un Woody Harrelson que nos cautiva en el rol de
traficante de metanfetamina, un tipo osado y de turbadora maldad, un psicópata depravado
e impredecible que reina desde su destartalada guarida en la cima de la montaña
y que encuentra en el dolor y el abuso físico su mayor placer. Pero si Forest
Whitaker cumple en el papel de sheriff pacifista, Sam Shepard en el de tío de
los hermanos, Willem Dafoe en el de pragmático fiador y a Zoe Saldana la vemos
traicionar a su corazón en pos de una seguridad, lo verdaderamente interesante
es el tour de forcé interpretativo
que nos depara el duelo entre Bale y Affleck, dos hermanos que toman caminos
muy diferentes para escapar de la deprimente realidad; Russell/Bale cuida de su
padre enfermo y siente un vacío enorme cuando su novia le abandona estando él
privado de libertad, un tipo que resiste y espera su momento a pesar de que la
vida no le ha ofrecido muchas alegrías y todo parece derrumbarse a su
alrededor; por el contrario, su hermano Rodney/Affleck, de regreso de su cuarto
periodo de servicio en Irak, está trastornado por sus experiencias en combate e
inicia una huida hacia delante que sólo puede tener un destino fatal.
Me ha sentado muy bien, a pesar de sus formulismos, el visionado de OUT
OF THE FURNACE, film que se eleva como un devoto homenaje al citado film de Cimino, una historia de tono costumbrista que
finalmente trenza sus hilos en una venganza anunciada, un largo clímax que
transcurre en paralelo mostrando varias acciones determinantes. El último plano
nos indica que lo que queda es el tormento, la soledad, las heridas del alma de
un ser atrapado en una encrucijada vital y que no encuentra expiación posible
para el peso de su conciencia ni la fuerza para escapar del metafórico horno al que alude
el título.
martes, 24 de diciembre de 2013
ALEXIS TEXAS, APOLOGÍA DE MIS PECADOS
El abajo firmante da por supuesto que todo aficionado al
porno conoce a ALEXIS TEXAS (Panamá, 25 de mayo de 1985), de
no ser así, aquí estoy yo, siempre preocupado por la salud sexual de mis
compadres terrícolas, para presentársela. Alexis, aunque nació en una base militar
de Panamá, creció en el área de San Antonio, Texas. Comenzó a trabajar de
camarera en el bar Dillinger´s en la ciudad texana de San Marcos, y así poder pagarse
sus gastos y estudios, si bien no sabemos qué estudió, aunque no creo que eso nos
importe mucho.
Fue en ese lugar
donde la productora de pelis pornográficas Francisca Antonia Ceballos Becerra,
conocida mundialmente por su bizarra depravación sexual, coincidió con Alexis
mientras la productora se .encontraba rodando escenas para la serie de
películas College Amateur Tour, por lo que Alexis decidió unirse a la
filmación
Alexis es famosa por su precioso
rostro y, sobre todo, por su “enorme trasero” de aproximadamente 98 cm., aunque
nunca se me olvida reseñar que sus pechos son absolutamente naturales. También porque
es una de las actrices porno que mejor realiza el movimiento sensual de caderas
en todas sus películas. Su culo fue uno de los seleccionados para formar parte
de la antología “El gran libro del culo”, editado maravillosamente, como es
costumbre, por la editorial Taschen.
Nuestra
protagonista ha participado en cerca de 400 películas pornográficas, tan
famosas como Alexis Texas is Buttwoman, con la que ganó el Premio a la Mejor
Actriz Revelación, Mejor Escena Lésbica, Mejor Película Gonzo y Mejor DVD
Orgiástico. Ahí es nada. Alexis mide 1´73 metros de estatura, pesa 59 kg.,
tiene los ojos azules, el cabello rubio y se declara abiertamente bisexual.
lunes, 23 de diciembre de 2013
CRÍTICA DE: "FRUITVALE STATION"
Muertes de perro
FRUITVALE STATION êêêê
DIRECTOR: RYAN COOGLER.
INTÉRPRETES: MICHAEL
B. JORDAN, MELONIE DÍAZ, OCTAVIS SPENCER, AHNA O´REILLY, ARIANA NEAL, KEVIN
DURAND.
GÉNERO: DRAMA / EE.
UU. / 2013 DURACIÓN: 90 MINUTOS.
En primer lugar, se hace preceptivo
informar al lector de que los hechos que narra FRUITVALE STATION
ocurrieron realmente: A las 2 de la mañana del 1 de enero de 2009, la policía
disparó y asesinó al joven afroamericano de 22 años Oscar Grant III cuando se
encontraba inmovilizado en el suelo en la estación de trenes de cercanía
Fruitvale Bart de Oakland (California). El terrible suceso no es nuevo, en
California la policía comete más de cien homicidios al año, la mayoría de las
víctimas son negros o hispanos, podríamos decir “año nuevo, la misma vieja
historia”.
Las claves del relato de
esta terrible y absurda historia se desarrollaron según la cronología que narra esta conmovedora
película independiente escrita y dirigida por Ryan Coogler, que se alzó con el Premio a la Mejor Película y el
Premio del Público en el pasado Festival de Sundance: Oscar Grant III (Michael B. Jordan) es un joven afroamericano que acaba de perder su trabajo en un
supermercado por llegar tarde. En 2007 estuvo un tiempo en prisión por vender
marihuana, pero ahora está dispuesto a reformarse, dejar los trapicheos con las
drogas y encontrar un trabajo con el que poder mantener a su pequeña hija, Tatiana (Ariana Neal) y formar una familia junto a su novia,
Sophina (Melonie Díaz). A Oscar no
le están saliendo bien las cosas, pero es Nochevieja y a Sophina le apetece
salir, por lo que queda con sus colegas para despedir el año en San Francisco. Por
consejo de su madre, Wanda (Octavia
Spencer), que cumple años, se desplazarán en tren, pues así podrán beber y no tendrán
que conducir. De regreso, un tipo malencarado al que Grant conocía de prisión,
inicia una pelea en el tren, por lo que se da aviso a la policía, que detiene
sólo a los jóvenes negros. Sin venir a cuento, mientras los jóvenes son
retenidos junto a un muro de la estación, Grant es inmovilizado en el suelo y
disparado a bocajarro y por la espalda por un policía. Murió en un hospital
pocas horas más tarde.
FRUITVALE STATION es un
espléndido film que nos narra una historia no por repetida menos dolorosa, un
suceso de gran trascendencia y enorme peso político-social por el drama que
denuncia, y a uno no le queda más remedio que preguntarse ¿a quiénes deben temer
más los ciudadanos norteamericanos a los policías o a los delincuentes? La respuesta
se presenta fácil: si son negros o hispanos, a la policía. La ópera prima
de Ryan Coogler nos muestra a una nueva víctima, otro mártir de un sistema que
no se sostiene, un chico negro que no había hecho nada y al que primero
insultan, luego golpean y finalmente es asesinado por un policía blanco,
Johannes Mehserle, se llama el policía fascistoide, el asqueroso racista con
uniforme que puso como excusa que se confundió y cogió su revólver en vez de la
pistola Taser, que según su versión era lo que realmente quería emplear.
Al tipo le cayeron dos años de
cárcel, de los que sólo cumplió 11 meses. El homicidio cometido por un policía sale siempre muy barato, y siempre que se escapa una bala de la pistola de un policía, ésta acaba impactando en el cuerpo de un hombre negro. Pero los teléfonos móviles de los otros
jóvenes que viajaban en el tren nos muestran otra cosa: el policía Tony Pirone
le asesta un puñetazo en la cara a Oscar Grant que le tira al suelo, y mientras
el mismo poli le sujeta la cabeza con una rodilla, Johannes Mehserle le pega el
tiro mortal por la espalda. Antes de eso, Oscar estaba parado, sin moverse,
contra el muro de la estación al lado de los otros jóvenes.
La película, que
abre con la grabación real de este aterrador vídeo que prendió la mecha de la
indignación por toda la Bay Area, está filmada con cámara en mano y un barniz granulado que busca el efecto
naturalista de los docudramas, y Coogler logra la empatía del espectador y el
compromiso emocional, cuestión a la que contribuye la magnética interpretación
de Michael B Jordan (¿un nuevo Denzel Washington?), pero también el modo
sensible con el que Coogler traza el recorrido que realiza el joven hasta el infausto
momento de su muerte: el esfuerzo, a pesar de las adversidades, de Oscar por
ser un buen hijo (el tema del cumpleaños de su madre); un buen ciudadano (se
niega a vender la bolsa de hierba que posee, a través de una llamada a su
abuela, ayuda a una chica con la receta de una fritura de pescado, pide al dueño de una tienda que está cerrada que deje utilizar el lavabo a una chica que está embarazada); un buen
novio (la sinceridad que le demuestra finalmente a Sophina); y un buen padre
(el modo dulce que tiene de tratar a su hija, a la que tras dejarla con sus
primos le promete que al día siguiente irán a al restaurante infantil Chuch E.
Cheese).
La película
no me resulta en absoluto maniquea, sentimos la muerte de Oscar no sólo porque
es un buen tipo que trata de enmendar errores y encarrilar su vida, sentimos la muerte
de Oscar como la de cualquier persona inocente, la sensación de vacío nos consume porque es más grande el amor que
sentimos por él que el odio que nos provoca el brutal policía que acaba
estúpidamente con su vida en el frío suelo de una estación de tren. Tenemos claro
que el racismo y la violencia es un gran problema en Estados Unidos, lo que no sabemos es si Obama es consciente de que la
policía contribuye a ello de manera preocupante, hasta el punto de que el
ciudadano se pregunta ¿qué clase de reconocimientos psicológicos se les hace a
esos hombres de uniforme? A los que por cierto se les entrega todo tipo de
armas letales. Finalmente, el incidente
que se produce al principio, en donde un vehículo atropella a un perro sin que
su conductor se detenga, dejando al desgraciado animal agonizando en brazos de
nuestro afligido protagonista, puede servir como siniestra analogía de la muerte de
Oscar: una muerte más para la estadística, un animal muerto, una muerte de perro,
un nombre para el recuerdo o el olvido ¡Qué asco!
viernes, 20 de diciembre de 2013
SEX.VIOLENCE.FAMILY VALUES, EL CINE QUE VIENE DE SINGAPUR
SEX. VIOLENCE. FAMILY VALUES (2012) es una
película de la que por pura casualidad vi un tráiler en el que una chica realizaba
un baile erótico con una barra Pole-dance. Me llamaron la atención dos cosas:
el hermoso cuerpo de la exótica actriz y la canción seleccionada para su
sugerente baile, Midnight in june, de AWOL, un melancólico y desconocido tema de
1993 y que tal vez, a estas alturas, sólo yo recuerde en este país de horteras.
En el cartel de este film de la República de Singapur reza un subtítulo que nos
alerta: “Tres historias guarras de la
ciudad más limpia del mundo”. Inmediatamente traté de localizarlo.
Con un
ajustadísimo metraje (47 minutos) consta de tres historias cortas: la primera
de ellas se titula Dibujos animados y sigue a un niño perturbado que dibuja en su
cuaderno escenas perversas, algo que acaba descubriendo la directora del colegio y pone en
conocimiento de su madre; el siguiente capítulo lleva por título Porn
Masala, y nos narra los avatares de un director de películas
pornográficas que despide a un actor indio primerizo por su incapacidad
manifiesta para rodar una secuencia en la que tiene que desvirgar a una Lolita;
el tercer corte, The Bouncer (El Gorila), nos cuenta la sorpresa y vergüenza que
asalta a un guardia de seguridad de un club nocturno que descubre que su joven
hija es una de las poledancers que
baila de manera sensual en la barra de la pista de la disco donde él trabaja.
Esta producción independiente está
financiada por la famosa discoteca de Singapur que sirve de escenario al film,
The Butter Factory, y está escrita y dirigida por Ken Kwek. Los cortos
fueron seleccionados individualmente en más de una decena de festivales
internacionales, y Porn Masala ganó el Premio del Público (en la modalidad de
cortometrajes) en el Screen Festival de Nueva York en su edición de 2011. La cinta
causó una cierta polémica en Singapur por su clasificación y en determinado
momento fue prohibida por la Autoridad de Desarrollo de Medios de Singapur
(MDA) que alegó que la película contenía escenas ofensivas para la comunidad
india. Tras una serie de recursos con los censores, el film quedó clasificado
como R21. Aún daría que hablar cuando en Malasia la Junta Censora
Cinematográfica prohibió su pase en el Festival Internacional de Cine de Asean.
Ciertamente,
para un europeo, SEX. VIOLENCE. FAMILY VALUES se presenta como una película muy
poco transgresora; no hay desnudos ni violencia, el lenguaje dista mucho de ser
soez y sólo en el relato titulado Porn Masala puede encontrar uno,
dando rienda suelta a la imaginación, alguna señal irreverente. El caso es que
el programa de cortos no es nada despreciable e incluso podemos gozar de
algunas cositas interesantes en cada uno de ellos: el niño que no sólo plasma en su bloc de dibujos los
jueguecitos bizarros que sus padres desarrollan en el dormitorio sino que está
dispuesto a llevarlos a la práctica; el actor novato hindú que se enfrenta a su
primer rodaje porno y que tiene que desflorar a una jovencita no sin antes
explorar algún agujero negro; el segurata que observa púdicamente la
vertiente desbordadamente sensual de su hija con una sensación de desasosiego
que no le deja pegar ojo junto a su mujer, sin imaginarse que ésta va varios
galgos por delante de él. En fin, que uno puede dedicar un rato al visionado de
esta nota exótica sin arrepentirse de ello. Peores cosas he visto yo este año
que despedimos.
domingo, 15 de diciembre de 2013
CRÍTICA DE: "12 AÑOS DE ESCLAVITUD"
Crudo y magistral relato sobre la abyección
12 AÑOS DE ESCLAVITUD êêêêê
DIRECTOR: STEVE MCQUEEN.
INTÉRPRETES: CHIWETEL EJIOFOR, MICHAEL FASSBENDER, BENEDICT
CUMBERBATCH, PAUL DANO, SARAH POULSON, PAUL GIAMATTI.
GÉNERO: DRAMA / EE.
UU. / 2013 DURACIÓN: 133 MINUTOS.
Steve
McQueen no es un director de cine afroamericano. Es negro, es director de
cine, pero es británico, concretamente, nació en Londres en 1969 ¿Por qué
escribo esto? Muy simple: la temática de la denigrante esclavitud nunca ha sido
bien explotada en Hollywood, y aunque intentos como Mandingo (Richard
Fleischer, 1975) levantaran algunas ampollas por su visión sobre el trato que
recibían los esclavos en las plantaciones sureñas de Estados Unidos,
presentándose en su época como una película áspera y polémica para los
catadores de prejuicios; y Steven Spielberg nos presentara aquel irregular
melodrama titulado El color púrpura (1985) y, sobre todo, el apreciable alegato antirracista
titulado Amistad (1997), que nos narraba la odisea de medio centenar de
esclavos que viajaban en un barco y se amotinaban frente a las costas de Cuba,
el tema de la esclavitud parece elevarse como una de las propuestas más espinosas
y preceptivas dentro del cine en general y el norteamericano en particular. Tal
vez, como el propio McQueen comentó: “A
la gente le cuesta mucho cerrar ciertas heridas”.
Ha tenido que ser
un director negro y europeo quien abordara con total severidad una de las más
crueles infamias perpetradas por el ser humano en contra de otros seres
humanos. 12 AÑOS DE ESCLAVITUD se
inspira en la autobiografía homónima de Solomon Northup (1808-1857), un texto
poco conocido que llegó a las manos del realizador gracias a la labor de
investigación de su esposa. Solomon Northup
(Chiwetel Ejiofor), vive en Nueva York junto a su familia como un hombre negro
libre. Se gana la vida tocando el violín y con su pericia como carpintero, y no
hay nada en la vida que le haga temer por su libertad hasta que se topa con dos
compañeros músicos que acabarán vendiéndole en Washington, tras engañarle con
una excelente oferta de trabajo. Con su nombre de esclavo, Platt, Northup es
trasladado en barco a Nueva Orleans, donde es comprado por William Ford (Benedict Cumberbatch) el dueño de una plantación. Aun
en su nueva condición de esclavo, la buena relación con su amo le permite
llevar una vida aceptable hasta que John
Tibeats (Paul Dano), el tiránico capataz de obra se cruza en su camino, y
tras un grave incidente, acabará provocando su venta a una plantación cercana,
la de Edwin Epps (Michael
Fassbender). Su calvario no ha hecho más que empezar.
Apuntaba que
resulta extraño que el cine Hollywoodiense (de poco me vale el último ejemplo de
Django
Desencadenado) se las ha apañado casi siempre para pasar de
puntillas por el ignominioso tema de la
esclavitud cuando representa una de las mayores vergüenzas de esa gran nación
de la que todos parecen estar tan orgullosos. Sin embargo, sí lo ha hecho en
multitud de ocasiones sobre el holocausto judío con la dolorosa verdad de obras
magistrales como La lista de Schindler, tal vez
junto a El Pianista, la película definitiva sobre esa temática. Sin embargo,
no encuentro demasiadas diferencias entre una y otra infamia, y que nadie me
hable de números.
Steve McQueen acierta
al retratar a la bestia mostrándola con todos los detalles brutales y matices
psicológicos, con sus fauces, garras e instintos salvajes. Sí, los parajes
comunes de la banalidad del mal y sus esporas de destrucción, la fisicidad y el
naturalismo del terror como instrumento de dominación y poder que convierte al
ser humano en un objeto utilitario dentro de un proceso de cosificación que
tiene como objetivo vaciar el alma. Estamos,
amigo lector ante una obra cumbre, un clásico que perdurará en el tiempo, una
obra maestra incontestable que ruge como un volcán de sangre inocente, un
ejercicio de angustiosa revisión histórica que debería ser proyectado en todos
los institutos y universidades por dos motivos fundamentales: su punzante,
brillante y dramático carácter de documento que actúa como un martillo pilón
sobre la conciencia colectiva; y por la impagable recuperación de un personaje
para la historia, Solomon Northup, al que da oxígeno y auxilio un
pluscuamperfecto Chiwetel Ejiofor, un hombre
que aun en la humillación y la tortura no pierde nunca la determinación y sus
ansias de libertad para volver con su familia.
Lo peor de esta
penetrante y desgarradora tragedia es que Northup era un hombre libre hasta que
una fatal encrucijada del destino le hizo recorrer esos penosos 12 años de
esclavitud, que son narrados por McQueen con un realismo atroz despreciando el
recurso de la elipsis, porque aunque no la única, esa es la imagen más
impactante de la esclavitud: los ahorcamientos, la carne lacerada, la piel a
tiras, las pústulas y llagas, la roja sangre salpicando a los desalmados que
creen pertenecer a una raza superior y esgrimen la biblia cuando con sus actos
escupen sobre la palabra de Dios. También cuenta el deterioro psíquico de las
víctimas, no menos sutil, y que en muy contadas ocasiones encuentra el bálsamo
que actúa sobre la mala conciencia, sin apenas fuerzas físicas ni mentales para
encontrar la luz al final del tenebroso túnel.
Con una espléndida fotografía que funde los
contrastes cromáticos de los paisajes pantanosos de Luisiana, una acerada y
emocional banda sonora y unas interpretaciones de altura, con un Michael
Fassbender que vuelve a brillar en el perfil de un monstruo sin escrúpulos y
sin medida de la justicia, un esclavista siniestro en su visión más salvaje,
psicótica e inhumana (el odio fijado en sus ojos en el momento en que los
latigazos se suceden sobre la desnuda espalda de la esclava a la que ha
humillado y ultrajado). Todo el elenco roza la excelencia: un Brad Pitt en la
piel de un benévolo constructor canadiense; Paul Giamatti como vendedor de
esclavos; Paul Dano como eficaz y malvado capataz; Benedict Cumberbatch como un
esclavista con conciencia; y una Sarah Poulson de suaves maneras que no pueden
esconder su impronta sociópata.
Como ya hiciera en Hunger (narrando la huelga letal de Bobby Sands y otros miembros
del IRA presos en 1981), o en Shame
(la esclavitud del sexo de un treintañero neoyorquino), 12 AÑOS DE ESLAVITUD se nos presenta como un film honesto y
necesario, que a pesar de que algunas secuencias puedan resultar insufribles
por subyugantes (los pies de Ejiofor apoyados mínimamente con los puntas en el
barro para impedir que la cuerda quiebre su cuello), de toda la visceralidad
contenida, de los excesivos subrayados, nos invita a lamentar, de nuevo, susurrando ¡El Horror! ¡El Horror!
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