Espejito, espejito…
DIRECTOR: Coralie Fargeat.
INTÉRPRETES: Demi Moore,
Margaret Qualley, Dennis Quaid, Gore Abrams, Tom Morton.
GÉNERO: Ciencia ficción / DURACIÓN: 140 minutos / PAÍS: Reino Unido / AÑO: 2024
Segundo largometraje de la directora parisina Coralie Fargeat tras la escalofriante Revenge (2017), una película enmarcada dentro del subgénero rape & revenge (violación y venganza), que obtuvo el premio a la Mejor dirección y Dirección Novel en el Festival de Sitges con un gran trabajo físico de la protagonista, Mathilda Lutz, dando oxígeno a una mujer a la que un tipo agrede sexualmente y que, junto con sus dos cómplices, abandonan en medio del desierto dándola por muerta. Pero no lo está, y su venganza será implacable.
El talento de la realizadora francesa se ve confirmado en su nueva propuesta, La sustancia, que nos presenta a Elisabeth Sparkle (Demi Moore), una veterana actriz que dejó atrás sus mejores tiempos y ahora conduce un programa de fitness para la televisión. Debido a su edad es despedida por el jefe de los estudios, Harvey (Dennis Quaid), por lo que ya no tiene ingresos y está desesperada. Tras sufrir un accidente de tráfico es ingresada en un misterioso hospital en donde alguien le ofrece una sustancia que la transformará en una versión mejorada de sí misma, un alter ego más joven, bello y perfecto. El revolucionario producto inyectable la convierte en un pibón llamado Sue (Margaret Qualley), pero tiene unas indicaciones estrictas: debe pasar una semana en su cuerpo mejorado seguida de otra en su cuerpo real, y así sucesivamente. Si rompe este ritmo, las consecuencias serán nefastas.
De la belleza, el envejecimiento y la perpetua mirada masculina heteropatriarcal trata la nueva cinta de Coralie Fargeat que se impone como una cruda fábula que nos incita a la reflexión sobre el culto a la juventud, la imagen y la marginación de las actrices y modelos cuando llegan a una determinada edad en cumplimiento de unos estrictos cánones de belleza. Escrito está, Demi Moore da vida a una antigua actriz y sex symbol (lo que en la vida real fue en sus años dorados en la gran pantalla), reconvertida ahora en monitora de ejercicios aeróbicos para la televisión. Un día, debido a su avanzada edad, cancelan su programa y acepta el uso de un extraño tratamiento que le permite transmutarse en un alter ego más joven y vital. Así, de su contenedor corporal, un mero cascarón, surgirá la jovencísima y atractiva Sue, con todos los atributos que una mujer anhela y un hombre desea.
La directora fija y amplifica su mirada sobre el cuerpo de Sue con planos de detalles, ángulos y encuadres que la cosifican y nos sitúa dolorosamente ante el espejo mostrando nuestra obsesión por las apariencias y condición de vouyeurs. Estimulada por los ecos de la corriente de “La Nueva Carne” entre cuyos mejores popes se encuentra David Cronenberg y la magistral obra de Oscar Wilde El retrato de Dorian Gray, Fargeat crea con La sustancia una punzante sátira sobre los repugnantes códigos por los que se rige desde siempre el show business, mostrando cómo una actriz que antaño ganó un Oscar se ve ahora desplazada por la mella que ha dejado en su cuerpo el inexorable paso del tiempo, dejándola sin su único medio de subsistencia. Algo que al productor sin escrúpulos (un zafio y repulsivo Dennis Quaid), le importa un carajo, pues demanda carne fresca.
Todos coincidiremos en que el culto a la
imagen y la belleza se ha sobredimensionado en los últimos tiempos con las
redes sociales, y el estúpido narcisismo de influencers, streamers, youtubers y
demás ralea, aunque los que tenemos cierta edad ya conocimos un fenómeno de más
baja intensidad con las top models de los años 80. Sin embargo, todos somos
conscientes de que en la industria audiovisual los actores pueden seguir brillando
como estrellas en papeles protagónicos encarnando a atractivos galanes aun
siendo sexagenarios o septuagenarios, es el caso de José Coronado, Richard
Gere, George Clooney, Brad Pitt, Tom Cruise… algo que parece vetado a las
actrices, relegadas a papeles secundarios y que una vez traspasada la barrera
de cuarentena comienzan a ver cómo sus agendas se vacían y sus carreras
descarrilan siendo relegadas a papeles secundarios. Finalmente, La
sustancia acaba derivando en una alegoría grotesca sobre nuestros peores
males: la cosificación de la mujer, el sexismo, el machismo, la exposición y
mercantilización de la intimidad y el desprecio a los ciclos naturales de la
existencia. Un final monstruoso que tal vez sea nuestro verdadero yo reflejado
en el espejo deforme de nuestra conciencia.