Vidas dasahuciadas
“EL TRISTE OLOR DE LA CARNE” êê
DIRECTOR: Cristobal Arteaga.
INTÉRPRETES: Alfredo Rodríguez, Ruth Sabucedo, Alfonso
Míguez.
GÉNERO: Drama social / DURACIÓN: 87 minutos / PAÍS: ESPAÑA / AÑO: 2013.
El director y guionista chileno Cristobal Arteaga, que viene alternando sus trabajos entre su país de origen y España aunque sus únicos tres largometrajes los ha rodado en Galicia, donde está afincado, debutó con esta rara ávis titulada El triste olor de la carne, film rodado con una cámara al hombro en un plano secuencia y que se desarrolla durante la crisis económica que comenzó en 2008. Una cámara que sigue de manera asfixiante e impenitente a Alfredo Barrera (Alfredo Rodríguez), un hombre trajeado en una tensa jornada que trazará una línea divisoria en su vida. Tras su aspecto de ejecutivo se esconde un hombre desesperado que perdió su trabajo y dentro de una hora y media perderá su casa. Pero Alfredo tiene un plan. Y lo ejecutará, porque no puede seguir viviendo durante más tiempo tras esa falsa fachada.
Con ecos muy lejanos de Un día de furia, El empleo del tiempo y La vida de nadie, Cristobal Arteaga plantea una crítica al hipercapitalismo salvaje que ha laminado el concepto de humanidad y que con un marcado carácter clasista ha divido a la sociedad empobreciendo a la clase media y arrojando a la indigencia a la clase más humilde. El triste olor de la carne es un relato sobre la desesperación de los desplazados por un sistema que antepone la rentabilidad de las empresas a los valores humanos. El desafío no le sale bien a Arteaga, pues el tour de force rodado en plano secuencia se ve necesitado de más garra y más sucesos, de un pulso más electrizante para dotar de más ritmo al itinerario del protagonista, que recorre las calles de la ciudad vendiendo los pocos objetos de valor que le quedan -y así seguir un poco más con la farsa- hasta llegar a su domicilio, donde unos funcionarios le esperan para ejecutar el desahucio de su domicilio.
Financiada mediante crowfunding, más allá
de la simplicidad del argumento y la incapacidad del director de profundizar de
manera más corrosiva en las consecuencias familiares y sociales de una brutal
crisis económica, más allá incluso de que la película refleja una realidad
vigente (entonces y ahora), buscando un hiperrealismo sobre el que pone énfasis
el sonido ambiente y el discurso machacón del entonces presidente Mariano
Rajoy, la película no logra romper la monotonía porque al espectador se le
ofrecen pocos asideros: ver caminar al protagonista o ir en taxi por la ciudad
de Vigo durante los 90 minutos de metraje sin que apenas ocurra nada. Con un
tono semidocumental para tratar de hacer más tangible el drama que tantas
familias sufren en épocas de crisis económica, Arteaga nos enseña el fruto podrido de
la burbuja inmobiliaria, de la concesión indiscriminada de créditos, de la
precariedad laboral, del incremento del paro y el recorte de servicios sociales…
un putrefacto caldo de cultivo para que amplios sectores de la sociedad
española queden excluidos del sistema laboral y todos los circuitos económicos.
De ahí la agobiante cercanía de la cámara, ese testigo silencioso que no emite
ningún juicio de valor ni necesita concesiones estéticas, aunque jamás se
logre captar con intensidad la emotividad y el desgarro en el camino de
perdición de un hombre que sólo ve ya una salida.