Por su interés, recupero este artículo publicado en el "Semanario Vegas Altas y La Serena" tras la muerte del recordado actor el 26 de septiembre de 2008.
Es curioso que, siendo aún un adolescente y aunque ya había visto otros trabajos suyos por televisión, la primera película protagonizada por Paul Newman que este crítico vio en una sala de cine fue Marcado por el odio (Robert Wise, 1956), ocurrió en los primeros años ochenta en una reposición veraniega programada por el barcelonés cine Verdi. Tal vez pueda resultar baladí, pero no lo fue para mi interés por este descomunal intérprete y mi posterior formación cinéfila, pues además de ser un film clave en la filmografía del actor, ayudando al buen encarrilamiento de una carrera que había comenzado dos años atrás con el horroroso péplum El cáliz de plata (Victor Saville, 1954), jamás podré olvidar el impacto y el poderoso arrebato que me produjo su volcánica actuación dando vida al mítico boxeador Rocky Graziano, en un papel destinado en un principio al fallecido James Dean, pues no en vano la réplica femenina en esa cinta la ponía Ana María Pier Angeli, que fue en su día presentada en los medios como la novia -¿impostada?- del joven y malogrado protagonista de Rebelde sin causa.
PAUL NEWMAN EN LA MEMORIA: MUERE VIEJO Y DEJA UN
LEGADO ENVIDIABLE
Es curioso que, siendo aún un adolescente y aunque ya había visto otros trabajos suyos por televisión, la primera película protagonizada por Paul Newman que este crítico vio en una sala de cine fue Marcado por el odio (Robert Wise, 1956), ocurrió en los primeros años ochenta en una reposición veraniega programada por el barcelonés cine Verdi. Tal vez pueda resultar baladí, pero no lo fue para mi interés por este descomunal intérprete y mi posterior formación cinéfila, pues además de ser un film clave en la filmografía del actor, ayudando al buen encarrilamiento de una carrera que había comenzado dos años atrás con el horroroso péplum El cáliz de plata (Victor Saville, 1954), jamás podré olvidar el impacto y el poderoso arrebato que me produjo su volcánica actuación dando vida al mítico boxeador Rocky Graziano, en un papel destinado en un principio al fallecido James Dean, pues no en vano la réplica femenina en esa cinta la ponía Ana María Pier Angeli, que fue en su día presentada en los medios como la novia -¿impostada?- del joven y malogrado protagonista de Rebelde sin causa.
Aun estando filmada en glorioso blanco y
negro, en Marcado por el odio estaba ya el alud incontenible, el embrujo
hipnótico y seductor, la atracción sensual, el torrente visceral y salvaje de
una mirada hermosa e incendiada de pasiones, una mirada que marca el canon del
azul telúrico allá donde podamos distinguir los vestigios más bellos y
primitivos, dos chispazos azules desde un faro sólido y magnético que comenzaba
a iluminar una de las carreras más longevas, lúcidas y regulares de la historia
del Séptimo Arte.
Perteneciente a la generación de Marlon Brando y el citado James
Dean, Paul Newman nació en 1925 en Cleveland (Ohio) donde su padre, de origen
judío alemán, tenía un almacén de artículos deportivos, pero pronto quedó claro
que las miras de Paul estaban muy lejos del mostrador y las baldas del viejo
negocio familiar y del bucólico entorno de los campos de maíz. Aprovechando su
salida para cumplir el servicio militar y tras combatir en la segunda gran
guerra, se graduó en ciencias económicas y posteriormente se unió a una
compañía de teatro, en donde conoció a su primera esposa, Jacky Witte, unión
que duró una década y fruto de la cual nacieron Scott (fallecido en 1978
víctima de las drogas), Susan y Stephanie.
Tras realizar múltiples y variados
trabajos, estudia arte dramático en el Yale Drama School y en el Actor´s Studio
de Nueva York, donde como Brando y Dean, su formación estará guiada por el
legendario Lee Strasberg con una metodología inspirada en el método Stalisnavski,
alumno aventajado de una generación que se acabaría (re)conociendo como
“actores del método”. Tras debutar en Broadway,
en la televisión y a raíz de su primer éxito en cine con el reseñado
biopic firmado por Wise, la crítica –siempre con sus odiosas etiquetas y
similitudes- le comparó con Brando, para quien Newman sólo era un mal imitador
suyo, pero eso era sólo la pata de cabra de un actor prepotente que disfrutaba
metiendo el dedo en cualquier ojo, Newman le cerró la boca con un trabajo
memorable metido en la piel de Billy el niño en la película de Arthur Penn El
Zurdo (1958), un excelente y atípico western con ciertas connotaciones
psicoanalíticas.
Ese mismo año rueda a las órdenes de su amigo Martin Ritt la
adaptación del célebre drama sureño escrito por William Faulkner El
largo y cálido verano, film interesante por el enfrentamiento entre el
larvado terrateniente interpretado por Orson Welles y el mozo de cuadras
encarnado por Newman, y sobre todo porque durante el rodaje conocería a la que
iba a ser su segunda esposa, la actriz Joanne Woodward, con la que, hasta su
reciente muerte, ha compartido cincuenta años de amor, convirtiéndose en la
verdadera luz de su vida, un matrimonio de una inusual estabilidad en
Hollywood, lugar del que, inteligentemente, se mantuvieron alejados en su casa
de Connecticut. Juntos tuvieron tres hijas: Eleanor, Melissa y Claire.
Destacamos 1958 como un año crucial en la
vida del actor con la mirada más azul del cine, su matrimonio con Woodward dio
estabilidad a su vida sentimental y a su carrera, con una cosecha de la que también
forma parte La gata sobre el tejado de zinc (Richard Brooks), un film de
pasiones desatadas en el que formaba pareja con Elizabeth Taylor y que levanto
un inusitado morbo en su estreno en nuestro país. Tras encarnar al líder
sionista Ari Ben Canaan en el oportunista film de Otto Preminger Éxodo
(1960), nos regaló uno de sus papeles más recordados en la obra maestra de
Robert Rossen El Buscavidas (1961), punzante y descriptiva disección clínica
sobre la filosofía del éxito, en la que nuestro llorado actor da vida a Eddie Felson,
un perdedor que quiere expiar su catastrófico pasado con el juego.
Aun así, la
década de los sesenta, con algunos títulos de interés, como Dulce
pájaro de juventud (1962) donde es de nuevo reclamado por Brooks para
la adaptación de otra obra de Williams y La leyenda del indomable (Stuart
Rosenberg, 1967) un clásico del cine penitenciario, la malgasta con
producciones de poca miga, un puñado de ellas producidas por él y dirigidas por
su amigo Martin Ritt, por lo que decide emprender una carrera paralela como
realizador en películas protagonizadas por su mujer, entre las que destacan Rachel,
Rachel (1968) y El efecto de los rayos gamma sobre
las margaritas (1972), dramas en formato teatral creados como vehículos
para que la Woodward
ponga en práctica todo el catálogo de tics aprendidos en el Actor´s Studio. Todavía tendrá tiempo de disfrutar de
dos grandes éxitos bajo la batuta de George Roy Hill, el western de acción Dos
hombres y un destino (1969) y el policíaco de ambientación retro El
Golpe (1973). Su última aparición cinematográfica fue junto a Tom Hanks
en la esteticista Camino a la perdición (Sam Mendes, 2002) magnifico film
adaptación de una novela gráfica que transcurre en el gangsteril Chicago de los
años 30.
Nominado nueve veces a los Oscar, lo
consiguió con aquella especie de continuación de El Buscavidas titulada El
color del dinero (Martin Scorsese, 1986), además del honorífico a toda
su carrera que le concedió la Academia.
Paul Newman fue un
gran tipo, uno de los actores más característicos e importantes de la segunda
mitad de la historia del cine, esa que marcó la edad de oro. Un actor
comprometido con las causas sociales y alejado del glamour, el oropel y las
bambalinas hollywoodienses. Sinceramente, no creo que haya sido el más bello de
la historia (si de mi dependiera ese frívolo galardón se lo llevaría Alain
Delon), ni mucho menos el de mayor talento interpretativo (algunos actores
surgidos al calor del Nuevo Hollywood, como Robert De Niro, son, en ese
aspecto, superiores a él y a Marlon Brando), pero me ha encantado conocerle,
ser testigo de su obra y su legado moral, conocer su envidiable dignidad a la
hora de decir adiós, admirar como envejecía con elegancia, decoro y gallardía,
sin adulterar su decadencia, preparando el foso en la intimidad y el calor de
los suyos, con su rutilante y diáfana mirada en tránsito de iniciar el camino
hacia la inmortalidad y el Olimpo de los dioses. Desde este foco inmundo de
náufragos y parados, gracias por todo, amigo, descansa en paz, siempre serás
uno de los nuestros.
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