sábado, 9 de marzo de 2013

CRÍTICA DE "LOS AMANTES PASAJEROS"

Bordes al borde de un ataque de bordes
LOS AMANTES PASAJEROS ê
DIRECTOR: PEDRO ALMODÓVAR.
INTÉRPRETES: JAVIER CÁMARA, RAÚL ARÉVALO, CARLOS ARECES, ANTONIO DE LA TORRE, HUGO SILVA, LOLA DUEÑAS.
GÉNERO: COMEDIA / ESPAÑA / 2013  DURACIÓN: 90 MINUTOS.   
     
     Después de haber visto la última película de Pedro Almodóvar este crítico se pregunta ¿qué es lo que queda? Los espectadores que han seguido de cerca la filmografía del director manchego pensarán que la edad le hace sentir una festiva y reconfortante nostalgia ochentera y que LOS AMANTES PASAJEROS es sólo un film menor, una comedia coral esperpéntica que marca un retorno a sus raíces dibujando un cuadro de personajes dislocados que intentan poner unas gotas de humor en nuestras azarosas vidas. Es un modo de verlo, pero por otro lado, los espectadores que desconocen el grueso de la carrera cinematográfica del oscarizado cineasta quedarán sorprendidos con una función especialmente dirigida a un espectro social muy selectivo, la comunidad gay, por lo que tendrán que hacer un esfuerzo para descifrar algunas claves que le son ajenas.

      Queda poca cosa, la verdad, la explicitud sexual es sustituida por la procacidad del verbo para dar vida a una historia que se mueve entre el colorido pop de Mujeres al borde de un ataque de nervios (1988) y la expresiva brocha gorda de Pepi, Luci, Bom y otras chicas del montón (1980), dando a luz un film fallido, desmesurado y absurdo hasta la náusea, rebosante de gags escatológicos y deliberadamente estúpidos.
     
      Veamos: Un vuelo intercontinental ha despegado del aeropuerto de Barajas con destino a México DF. A 10.000 metros de altura está claro que algo no marcha bien. Los azafatos han narcotizado a todo el pasaje de la clase turista. El nerviosismo hace que la tripulación haga y diga cosas impensables. Los pasajeros de la clase preferente comienzan a intuir que algo no marcha. Al final, los tres azafatos de Business, Joserra, Fajas y Ulloa (Javier Cámara, Carlos Areces y Raúl Arévalo) confesarán que las cosas están muy mal y el avión, con problemas en el tren de aterrizaje, anda dando vueltas por Toledo buscando una pista para efectuar un aterrizaje de emergencia. El motivo es que debido a una reunión de la ONU en España, todos los aeropuertos están colapsados. Mientras tanto, a bordo del avión se van descubriendo las relaciones entre los tres azafatos con los dos pilotos, Álex Acero (Antonio de la Torre) y Benito Morón (Hugo Silva).  

      Mis lectores se preguntarán qué coño de sinopsis es ésta. En realidad, una vacuidad cuya única pretensión es el petardeo gay relleno de pluma, artificio y colorido, de una subversión pueril y sin pizca de gracia (los chistes sobre pedos y felaciones tienen la misma chispa que los culos peludos de los azafatos) y unos personajes por los que es imposible sentir cierta empatía o afinidad. Sólo con una considerable ingestión de setas alucinógenas sería posible encontrar sentido a esta zarrapastrosa comedia que aliñada con un humor zafio pretende levantar acta sobre el estado de la nación, sobre la España de la corrupción, el paro y las injusticias (de ahí esa infantil metáfora sobre la clase turista drogada para que no causen problemas y la sensación de impunidad de la que gozan los poderosos). Pero lo que en verdad le interesa a Almodóvar es que todos (homos, heteros y bisexuales) nos comamos las pollas, porque serenos mucho más felices con el chupa-chups con sabor a semen en la boca y dándole a la mescalina.

       Chueca existe, pero parece quedar poca vida inteligente en el efervescente creador que un día nos regaló la espléndida ¿Qué he hecho yo para merecer esto? Y a mí me da igual que le pierda el respeto al ministro de cultura y a su tía la del pueblo, lo que sí me molesta es que, definitivamente, le haya perdido el respeto al público articulando un guión que no es más que una retahíla de tonterías pasadas de rosca, un libreto grotesco, reiterativo, trasnochado y baldío en su intento de ofrecer lúdica diversión y errático en su apagada denuncia de esa España abocada al abismo. LOS AMANTES PASAJEROS  carece de ritmo, de frescura, se impone como una fotocopia sin toner donde es imposible reproducir ya los ecos de un lugar (Madrid), un tiempo (los 80) y una escena (la Movida) donde Almodóvar quedó fagocitado por su propio ego.

      A bordo del avión vemos desquiciarse una serie de actores competentes enfundados en personajes bufonescos, unas locazas con las lenguas llenas de pelos que enarbolan la bandera de un orgullo ridículo, sin saber qué tiene de gracioso, irreverente o transgresor ese lenguaje soez si no eres un niño de siete años ni qué tiene de ingenioso que una tía con ínfulas de vidente se conecte con el más allá manoseando los paquetes de unos maromos. Lo que sí sé es que esta terrible bifurcación para llegar al epicentro de sus orígenes le ha hecho derrapar de forma escandalosa, dinamitando aquel universo tan creativo y reconocible, dejando una sensación de estupor difícilmente olvidable. 

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