Bordes al borde de un ataque de bordes
LOS AMANTES PASAJEROS ê
DIRECTOR: PEDRO
ALMODÓVAR.
INTÉRPRETES: JAVIER
CÁMARA, RAÚL ARÉVALO, CARLOS ARECES, ANTONIO DE LA TORRE, HUGO SILVA, LOLA
DUEÑAS.
GÉNERO: COMEDIA /
ESPAÑA / 2013 DURACIÓN: 90 MINUTOS.
Después de haber
visto la última película de Pedro Almodóvar
este crítico se pregunta ¿qué es lo que queda? Los espectadores que han seguido
de cerca la filmografía del director manchego pensarán que la edad le hace
sentir una festiva y reconfortante nostalgia ochentera y que LOS
AMANTES PASAJEROS es sólo un film menor, una comedia coral esperpéntica
que marca un retorno a sus raíces dibujando un cuadro de personajes dislocados
que intentan poner unas gotas de humor en nuestras azarosas vidas. Es un modo
de verlo, pero por otro lado, los espectadores que desconocen el grueso de la
carrera cinematográfica del oscarizado cineasta quedarán sorprendidos con una
función especialmente dirigida a un espectro social muy selectivo, la comunidad
gay, por lo que tendrán que hacer un esfuerzo para descifrar algunas claves que
le son ajenas.
Queda poca cosa,
la verdad, la explicitud sexual es sustituida por la procacidad del verbo para
dar vida a una historia que se mueve entre el colorido pop de Mujeres
al borde de un ataque de nervios (1988) y la expresiva brocha gorda de Pepi,
Luci, Bom y otras chicas del montón (1980), dando a luz un film
fallido, desmesurado y absurdo hasta la náusea, rebosante de gags escatológicos
y deliberadamente estúpidos.
Veamos: Un vuelo intercontinental ha despegado del aeropuerto de Barajas con destino a México
DF. A 10.000 metros de altura está claro que algo no marcha bien. Los azafatos
han narcotizado a todo el pasaje de la clase turista. El nerviosismo hace que
la tripulación haga y diga cosas impensables. Los pasajeros de la clase preferente
comienzan a intuir que algo no marcha. Al final, los tres azafatos de Business, Joserra, Fajas y Ulloa (Javier
Cámara, Carlos Areces y Raúl Arévalo) confesarán que las cosas están muy mal y
el avión, con problemas en el tren de aterrizaje, anda dando vueltas por Toledo
buscando una pista para efectuar un aterrizaje de emergencia. El motivo es que
debido a una reunión de la ONU en España, todos los aeropuertos están
colapsados. Mientras tanto, a bordo del avión se van descubriendo las
relaciones entre los tres azafatos con los dos pilotos, Álex Acero (Antonio de
la Torre) y Benito Morón (Hugo Silva).
Mis lectores se
preguntarán qué coño de sinopsis es ésta. En realidad, una vacuidad cuya única
pretensión es el petardeo gay relleno de pluma, artificio y colorido, de una
subversión pueril y sin pizca de gracia (los chistes sobre pedos y felaciones
tienen la misma chispa que los culos peludos de los azafatos) y unos personajes
por los que es imposible sentir cierta empatía o afinidad. Sólo con una
considerable ingestión de setas alucinógenas sería posible encontrar sentido
a esta zarrapastrosa comedia que aliñada con un humor zafio pretende levantar
acta sobre el estado de la nación, sobre la España de la corrupción, el paro y
las injusticias (de ahí esa infantil metáfora sobre la clase turista drogada
para que no causen problemas y la sensación de impunidad de la que gozan los
poderosos). Pero lo que en verdad le interesa a Almodóvar es que todos (homos,
heteros y bisexuales) nos comamos las pollas, porque serenos mucho más felices
con el chupa-chups con sabor a semen en la boca y dándole a la mescalina.
Chueca existe, pero parece quedar poca
vida inteligente en el efervescente creador que un día nos regaló la espléndida
¿Qué
he hecho yo para merecer esto? Y a mí me da igual que le pierda el
respeto al ministro de cultura y a su tía la del pueblo, lo que sí me molesta
es que, definitivamente, le haya perdido el respeto al público articulando un
guión que no es más que una retahíla de tonterías pasadas de rosca, un libreto
grotesco, reiterativo, trasnochado y baldío en su intento de ofrecer lúdica
diversión y errático en su apagada denuncia de esa España abocada al abismo. LOS
AMANTES PASAJEROS carece de
ritmo, de frescura, se impone como una fotocopia sin toner donde es imposible
reproducir ya los ecos de un lugar (Madrid), un tiempo (los 80) y una escena
(la Movida) donde Almodóvar quedó fagocitado por su propio ego.
A bordo del
avión vemos desquiciarse una serie de actores competentes enfundados en
personajes bufonescos, unas locazas con las lenguas llenas de pelos que
enarbolan la bandera de un orgullo ridículo, sin saber qué tiene de gracioso, irreverente
o transgresor ese lenguaje soez si no eres un niño de siete años ni qué tiene
de ingenioso que una tía con ínfulas de vidente se conecte con el más allá
manoseando los paquetes de unos maromos. Lo que sí sé es que esta terrible
bifurcación para llegar al epicentro de sus orígenes le ha hecho derrapar de
forma escandalosa, dinamitando aquel universo tan creativo y reconocible, dejando una
sensación de estupor difícilmente olvidable.
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