miércoles, 3 de agosto de 2016

CRÍTICA: "JASON BOURNE" (Paul Greengrass, 2016)

“JASON BOURNE” êêê 
Director: Paul Greengrass.
Intérpretes: Matt Damon, Tommy Lee Jones, Alicia Vikander, Vincent Cassel, Julia Stiles.
Género: Acción / EEUU / 2016 Duración: 123 minutos.   

  
     Que la primera película que vi de Paul Greengrass fuera la excelente Domingo sangriento (Bloody Sunday, 2002) se me antojó una buena manera de unir lazos de empatía con un director por el que hoy siento debilidad. Con un formato semidocumental, el director británico  nos narró de forma realista los trágicos sucesos que tuvieron lugar en Londonderry en 1972 cuando soldados británicos dispararon sobre civiles desarmados en una manifestación dejando un balance de catorce personas heridas y más de una treintena de heridos. El mismo año que se estrenó este magnífico docudrama llegó a las carteleras El caso Bourne (Doug Liman, 2002) potente primera entrega de la que se iba a convertir en una exitosa franquicia basada en el personaje creado por Robert Ludlum con Matt Damon de protagonista. Tuvieron que pasar sólo dos años para que Greengrass fuera requerido para que se pusiera detrás de las cámaras en las siguientes dos entregas: El mito de Bourne (2004) y El ultimátum de Bourne (2007) con gran éxito de crítica y público. Tras el digno spin-off El legado de Bourne (Tony Gilroy, 2012) con Jeremy Renner encarnando a Bourne, se ha querido reflotar la saga contando con el director y protagonista que más gloria han dado al personaje.

     
     En esta secuela titulada simplemente Jason Bourne nos encontramos nos encontramos a Jason Bourne (Matt Damon) con la memoria recuperada, pero eso no significa que el más letal de los agentes de los cuerpos de élite de la CIA lo sepa todo. Han pasado doce años desde la última vez que Bourne estuviera esperando en las sombras. ¿Qué ha ocurrido desde entonces? Todavía quedan muchas preguntas en el aire. En medio de un mundo convulso, azotado por la crisis económica, el colapso financier, la guerra cibernética y en el que varias organizaciones secretas luchan por el poder, Jason Bourne surge de forma inesperada en un momento en el que el mundo se enfrenta a una inestabilidad sin precedentes. Desde un lugar oscuro y torturado, Bourne reanudará la búsqueda de respuestas sobre su pasado.


       Como bien se explica en la sinopsis, Jason Bourne ha recuperado la memoria y se mueve sorprendido por un mundo que ha cambiado y que desprende un agrio aroma apocalíptico. Pronto es consciente de que en una sociedad tan vigilada la mayor libertad consiste en no dejarse ver. Su situación tras abandonar la zona muerta de su memoria recuperando así episodios tenebrosos y determinantes de su pasado, le permite fijar objetivos concretos sobre quiénes están de su parte, lo que le otorga mayor ventaja para poner en marcha una venganza que quedó oculta en la nube de su memoria. Greengrass, como director y uno más del equipo de guionistas, diseña un relato anfetamínico en detrimento del halo trágico del héroe, planificando espídicas persecuciones por las calles de Atenas y dotando de un tratamiento seco y visceral a las escenas de violencia, sustentando así el aparataje de una trama que alterna la acción en tiempo real con flash backs que sacuden la mente del protagonista como si fueran descargas eléctricas.

     
    Con Jason Bourne le puede asaltar a uno una molesta sensación de déjà vu no sólo por la labor del director y el actor protagonista, sino porque se rige por las mismas coordenadas que las anteriores entregas con ambos como principales pilares. Pero también es posible ver la función desde un prisma diferente si tenemos en cuenta que Bourne ha dejado atrás la espesa niebla en la que estaba envuelta su memoria y la agencia que le persigue tiene ahora medios logísticos más rápidos y eficaces para operar. Jason Bourne arranca de forma adrenalínica y no baja el ritmo en ningún momento lanzando la acción a una velocidad supersónica por un entramado de trampas, traiciones y aliados inesperados que necesariamente nos abocan a un final consecuente donde quedarán atados todos los cabos.

      
    La sociedad que nos presenta Paul Greengrass se nos muestra más inhumana que nunca, y la personalidad de Bourne no es inmune a ese ambiente de desencanto, melancolía y amargura forjando en él una determinación suicida que abonada por las pérdidas y la sensación de fin de civilización que le rodea, le impulsa a jugar en la ruleta de la vida apostando por el todo o nada. Puede que Jason Bourne sea un film ideado con dos objetivos claros: el éxito en taquilla y al mismo tiempo volver a dotar a la saga de la esencia bourniana que se había diluido en el spin-off dirigido por Gilroy, pues dejando claro que la franquicia es una de las que más han influido en el cine de acción moderno, esta secuela aporta poco a un universo forjado por arquetipos muy férreos. No hay ningún problema porque el espectador se lo pasará en grande dejándose llevar por su vertiginosa dinámica de persecuciones endiabladas y encarnizadas peleas cuerpo a cuerpo que te clavan en la butaca. También con la frágil belleza de una Alicia Vikander cada vez más requerida y con la maquiavélica crueldad de Tommy Lee Jones y la locura asesina del implacable Vincent Cassel, dos villanos a la altura de un espectáculo que ofrece lo que esperas.

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