viernes, 31 de marzo de 2017

MARIA BELLO EN “UNA HISTORIA DE VIOLENCIA” (2005)


MARIA BELLO IN "A HISTORY OF VIOLENCE" (David Cronenberg, 2005)


   El canadiense David Cronenberg es un director por el que siento una debilidad absoluta que cuenta en su filmografía con un puñado de obras realmente fascinantes. Películas como Videodrome, Inseparables, El almuerzo desnudo y Crash ocupan un lugar destacado en el altar de mis intocables del Séptimo Arte. Sin embargo, dos magistrales cintas suyas alcanzaron para este cronista la categoría de clásicos instantáneos: Promesas del Este (2007) y Una historia de violencia (2005), curiosamente las dos protagonizadas por Viggo Mortensen. Cierto que, según mi criterio, la primera es algo superior, pero me centraré en esta última porque contiene una de las escenas eróticas más crudas y excitantes de la historia del cine.

      
  Vayamos con una pequeña sinopsis: Ton Stall (Viggo Mortensen) y su mujer abogada, Eddie (Maria Bello) viven con su hijo pequeño en una pequeña población de Indiana donde nunca pasa nada. Un día tras evitar un robo en un restaurante, se convierte en un héroe para todos y los medios de comunicación fijan en él su atención. Debido a ello, recibe la extraña visita de alguien que dice conocer su pasado, Carl Fogarty (Ed Harris), un tipo misterioso y amenazante que tiene media cara desfigurada y que parece tener con él una cuenta pendiente. Tom y su familia lucharán contra lo que creen un error de identificación que poco a poco va transformando y dividiendo sus vidas.

   
    Musculoso thriller a modo de western urbano, Una historia de violencia está basada en una novela gráfica de John Wagner y Vince Locke que se eleva como una nítida radiografía del cáncer de la violencia que se extiende por toda la vasta geografía de Norteamérica adoptando todas las tipologías.

  
     Rebosante de secuencias poderosas, me fijaré en esa escena en que Maria Bello está muy cabreada porque ha descubierto el oscuro pasado de su marido y huye de él, pero Viggo la atrapa en las escaleras de la vivienda forzándola a practicar sexo en medio de una brusca pelea hasta que ella acaba abrazando la fantasía soñada: hacer el amor con tipo rudo, un asesino implacable, un macho alfa capaz de dominar con su fuerza a la hembra hasta la docilidad y la más mórbida lubricidad. Todo lo contrario de lo que el bueno de Viggo Mortensen había representado hasta ese momento: un buen padre, un marido atento, una persona dulce y encantadora. Una secuencia de sexo maduro y realista en la que él busca la redención y ella comprender al extraño con el que lleva años compartiendo su vida. Magistral.

martes, 28 de marzo de 2017

TRÁILER DE “COLOSSAL” (Nacho Vigalondo, 2016)

    
  
     Cuentan que desde Los cronocrímenes (2007) Nacho Vigalondo no rayaba a tanta altura. Es por eso que nos extraña mucho que Colossal no tenga a estas alturas distribución en España aunque sí en las salas de los Estados Unidos, donde tiene su prevista su exhibición el próximo 7 de abril. La trama sigue a Gloria (Anne Hathaway) una mujer corriente que, tras perder su trabajo y su novio, decide dejar su vida en Nueva York y regresar a su ciudad natal. Pero cuando los medios de comunicación informan sobre un lagarto gigante que está destruyendo la ciudad de Seul, Gloria se va dando cuenta poco a poco de que, a través de su mente, está conectada de forma extraña con estos acontecimientos.


       Dan Stevens, Jason Sudeikis, Austin Stowell y Tim Blake Nelson acompañan en el reparto a la bella Anne Hathaway. El film cuenta con un libreto del propio Vigalondo, una fotografía a cargo de Bear McCreary y fotografía de Eric Kress. La acogida crítica ha sido positiva en general, sobre todo por parte de los críticos especializados españoles, que han destacado su insolencia argumental y un sentido del humor extravagante, vigalondiano. En fin, una rara avis, una ida de olla que estamos deseando disfrutar.  


lunes, 27 de marzo de 2017

CRÍTICA: "EL BAR" (Álex de la Iglesia, 2017)


Nada da más miedo que el ser humano en su desnuda verdad

EL BARêêê


     El día de la bestia (1995) forma parte de mi lista de películas que me llevaría a una isla desierta. Es más, si yo fuera director de cine y hubiera rodado esta película me sentiría plenamente satisfecho y podría dar mi carrera por amortizada. Pero Alex de la Iglesia, que en los últimos tiempos se nos muestra como un realizador prolífico estrenando casi una película por año, cuenta ya con una extensa filmografía en la que alterna aciertos indiscutibles (La comunidad) con erráticos artefactos (Mi gran noche). En lo que todos estaremos de acuerdo es que jamás ha vuelto a rayar a la altura que lo hizo en su segundo largometraje, una película que ayudó a desencorsetar el cine español, con frecuencia tan pedante y ombliguista, elevando a obra de arte una película que bautizada crípticamente como “comedia satánica”, y a pesar de su tono costumbrista, obtuvo el suficiente eco más allá de nuestras fronteras.


      Desde entonces mi fidelidad a Álex de la Iglesia es absoluta e inquebrantable. Su nueva y minimalista apuesta lleva por título El bar y sitúa la acción a las nueve de la mañana en un bar céntrico de Madrid, en donde un grupo de personas de lo más dispar se encuentra desayunando. Entre ellos está Elena (Blanca Suárez) una pija que tiene una cita con un chico, Nacho (Mario Casas) un publicista con pintas de hipster, Trini (Carmen Machi) una señora adicta a las tragaperras, Israel (Jaime Ordóñez) un chiflado vagabundo que ayuda al párroco de la iglesia, y la dueña del bar, Amparo (Terele Pávez) y el camarero, Sátur (Secun de la Rosa). Parece un día cualquiera. Hasta que uno de los clientes al salir del bar es abatido de un disparo en la cabeza. Nadie más se atreve a salir. Están Atrapados.


        Se hace difícil encontrar un microcosmos más castizo y reconocible que un bar típicamente español, en este entorno con olor a fritanga y el suelo lleno de cáscaras de avellanas y huesos de aceituna, se cita una fauna variopinta que, ya sean clientes habituales o de paso, puede ser representativa de nuestra sociedad, un lugar ideal para jugar al cluedo si dentro de sus paredes se cometiera un misterioso asesinato. Pero a diferencia de Los crímenes de Oxford, por ejemplo, lo que menos le importa al director son los asesinatos y las ocultas motivaciones de quienes están disparando a todo aquel que pone un pie fuera del bar, cuestión que se impone como MacGuffin para desarrollar lo que verdaderamente le interesa: nuestra respuesta ante situaciones de alta tensión y de dificultades extremas, y reflejar cómo el miedo hace brotar lo peor de nosotros mismos, nuestro visceral egoísmo y vesania, los prejuicios y juicios de valor, el instinto de supervivencia y el sálvese quien pueda.


      De la Iglesia no dedica mucho tiempo al perfil de los personajes, ¿para qué? Cuatro pinceladas son más que suficientes para definir de manera eficaz al arquetípico y heterogéneo grupo. Quien demande algún tipo de empatía o afinidad con los personajes debe buscar otra apuesta en la cartelera, preferiblemente un melodrama. Porque lo que aquí se traga una pestilente cloaca es el concepto de lo políticamente correcto, las miserias cotidianas que nos asisten y las mentiras con las que nos engañamos todos los días para sobrevivir, para sentirnos integrados en cualquier comunidad de mierda que, en cualquier caso, siempre conspira a nuestras espaldas.

  
  Como ejercicio multirreferencial podemos escuchar los ecos de El ángel exterminador de Buñuel, La Cabina de Mercero, Última llamada de Joel Schumacher, La niebla de Stephen King… Pero El Bar tiene el sello propio que le confiere la típica e infernal locura ibérica, esa escandalera que nos obliga a mirarnos ante el espejo que nos devuelve la imagen nada deformada de cómo somos realmente. Porque si América no es un país, sino un gran negocio, España es un enorme patio de vecinos en donde el “mal vajío”, como el que sufre el tipo obeso que entra en el lavabo del bar y pondrá al grupo en alerta sobre lo que puede estar sucediendo, te puede sorprender en cualquier momento. Fábula hiperbólica y extenuante, la última criatura del director bilbaíno, hace gala de un buen nivel técnico y unas correctas interpretaciones entre las que sobresale Jaime Ordóñez dando oxígeno a un indigente desastrado y maloliente, una especie de sucio y desaliñado predicador callejero que se nos muestra como el más clarividente sobre los designios de la condición humana, sus mentiras y la falsa moral. Nada da más miedo que el ser humano en su desnuda verdad. ¡Que suene el Himno de la Alegría!



viernes, 24 de marzo de 2017

ANGELINA JOLIE EN “VIDAS AJENAS” (2004)


TAKING LIVES” (D. J. Caruso, 2004)


     A D. J. Caruso le podemos considerar ya un director veterano que, aunque dio sus primeros pasos en la televisión allá por mediados de los 90 dejando su firma en series y telefilms, debutó en la gran pantalla con el thriller The Salton Sea (2000) un film aseado que protagonizado por Val Kilmer nos narra cómo un talentoso músico de jazz se engancha a la metanfetamina tras la trágica muerte de su mujer. En la filmografía de Caruso encontramos títulos atractivos como Apostando al límite (2005), Disturbia (2007), La conspiración del pánico (2008), Standing Up (2013) y truños importantes como Soy el número cuatro (2011), The Dissappoinments Room (2016) y la recientísima xXx: Reactivado (2017).


      Con un mediocre libreto firmado por Jon Bokenkamp según la novela de Michael Pye, Vidas ajenas nos presenta a la agente especial del FBI Illeana Scott (Angelina Jolie) especializada en perfiles psicológicos, que debido a su buen currículum es requerida por la policía francófona de Montreal para tratar de capturar a un asesino en serie que suplanta la identidad de sus víctimas. En la investigación resulta de gran ayuda el testimonio de James Costa (Ethan Hawke), un testigo que vio al asesino cuando atacaba a su última víctima.


     En su día me pareció una exageración que Angelina “Morritos” Jolie estuviera nominada a la peor actriz en los Premios Razzie por su actuación en este irregular thriller sin más pretensiones que seguir la indeleble estela dejada por la obra maestra de David Fincher Se7en (1995). Su interpretación no es ni de lejos lo peor de una película en la que Caruso se ve incapacitado para desarrollar los códigos clásicos del cine policíaco o de suspense. Y eso que el film comienza bien con una secuencia protagonizada por el gran Paul Dano en el rol perturbador de un chico solitario y bobo, pero que nos sorprenderá con una acción de extrema crueldad llevada a cabo con una frialdad escalofriante. Éste arranque es lo único magistral de un film que se bifurcará por derroteros previsibles a partir de que Angelina Jolie llega a Canadá para tratar de resolver el enigma. Un misterio para el que lo único que tiene que hacer es aplicar la lógica científica y seguir las pistas e indicios que se barajan abocándonos así a una investigación policial rutinaria que, de paso, nos descubrirá el talón de Aquiles de la agente profiler: una frustración sexual que el asesino aprovechará para ponerla en jaque.

       Vidas ajenas es un thriller con una buena idea muy desaprovechada que nos enseña sus cartas demasiado pronto y que en su desarrollo argumental todo resulta demasiado tópico e incluso sonrojante: un grupo de policías ineptos de entre los que sobresale un Olivier Martínez en un papel cochambroso de poli duro y desconfiado, una madre desconsolada que guarda muchos secretos (impagable Gena Rowlands), un asesino psicópata poco carismático porque Caruso se carga lo más atractivo de su carrera criminal que es su capacidad camaleónica para robar identidades y una agente federal que derrama sensualidad sin tan siquiera proponérselo. Aparte del clímax final, absolutamente increíble, Vidas ajenas nos regala una escenita sexual que, aunque agradecemos, se nos antoja completamente gratuita, pero que encaja con el corpus tramposo, falsario y caótico de la función, que sin apenas progresión dramática invita al espectador menos avispado a adivinar quién es el asesino una hora antes de su final. Imagino lo que podría haber hecho Denis Villeneuve con esta jugosa premisa y me pongo de mala leche. 


jueves, 23 de marzo de 2017

CRÍTICA: “THE DEVIL´S CANDY” (Sean Byrne, 2016)


“THE DEVIL´S CANDY” êêê   
 
    
    Dirigida por el director australiano Sean Byrne, el film nos narra la historia de un matrimonio, Jesse y Astrid (Ethan Embry y Shiri Appleby) y su hija Zooey (Kiara Glasco) que han comprado una idílica casa en Texas para que él pueda desarrollar su trabajo artístico como pintor. Al poco de mudarse, los cuadros de Jesse empiezan a adquirir un tono más oscuro e inquietante, como si una extraña fuerza poseyera su mente.
  
      
    The Devil´s Candy es el segundo largometraje del autor de The Loved Ones (2009) un perturbador debut sobre un secuestro que, con una fusión genérica entre la comedia negra y el torture-porn,  va camino de convertirse en un film de culto. En su nueva apuesta, Byrne da una vuelta de tuerca original y angustiosa al tema de las casas encantadas sin olvidar su ya característico humor negro. El film fue exhibido en la pasada edición del Festival de Sitges y cuenta con un ajustadísimo metraje de 80 minutos. Estamos seguros de que el tráiler hará que se le caiga la baba a más de un aficionado. 


         El gran aliciente de la función es ese secundario de lujo llamado Pruitt Taylor Vince (en algún momento haremos un recuento de la cantidad de películas en las que ha aparecido), un actor que debido a su aspecto físico casi siempre es requerido para encarnar a personajes perturbados y que en el papel de Ray se impone como un siervo de Satanás, que le pide el sacrificio de niños que son su más preciada golosina. Con una atmósfera lúgubre cuando cae la noche y secuencias realmente conseguidas como la llegada de Ray al hotel, el ataque al niño que juega en la pradera y a los policías que vigilan la casa de la familia y la niña acosada, The Devil´s Candy cuenta también como algunos momentos que chirrían (la ineptitud de la policía, la torpeza de los padres en el asalto de Ray a la casa), pero es imposible abstraerse de su barroco esteticismo y la fuerza de su banda sonora, que disfrutarán los aficionados al Heavy metal con temas de Slayer y Metallica.


      The Devil´s Candy no inventa la rueda ni lo pretende, y si no somos excesivamente quisquillosos pasaremos por alto la chapuza de fuego generado digitalmente, e incluso perdonaremos ese happy ending cuando esperábamos algo más acorde con la música metalera. 


    El por qué el villano de la función se comporta así tendrá que descubrirlo el espectador cuando vea la película, pero echamos de menos un perfil más acusado de su vertiente psicológica. Y nos gusta especialmente el aspecto físico del padre de familia encarnado por  Ethan Embry, ese pintor obsesionado cuya figura se asemeja a un Jesucristo sufriente y ensangrentado, una metáfora de la lucha entre el Bien siempre en alerta y el Mal que nunca descansa. Un film honesto y entretenido.

martes, 21 de marzo de 2017

CRÍTICA: “BELOW HER MOUTH” (April Mullen, 2016)


Romance desde la isla de Lesbos


    Apenas sé nada de esta directora canadiense llamada April Mullen que al parecer debutó en el año 2012 con una comedia teen sobre maldiciones, zombies y demonios titulada Muertos antes del amanecer. Me cuentan gente en la que confío que toda su filmografía es muy chusca, que en el año 2014 estrenó un zarrapastroso thriller con el escueto título de 88, protagonizado por la bellísima Katharine Isabelle. Nada sabemos de otro thriller firmado por la canadiense en 2015, Farhope Tower, pero sí que últimamente anda liada filmando capítulos para series televisivas como Aftermath y Belleuve.

    
   El argumento de Below Her Mouth es tan simple como el mecanismo de un botijo: Dallas (Erika Linder) acaba de dar por terminada la relación con su pareja, Joslyn (Mayko Nguyen). Dallas, que trabaja arreglando las cubiertas de las viviendas, le echa el ojo a Jasmine (Natalie Krill), editora de una revista de moda y dueña de la casa en la que está trabajando. Una noche, se encuentran en un club de mujeres y Dallas inicia un agresivo juego de seducción. Jasmine, que aparentemente es heterosexual y está comprometida con su novio, cae en los brazos de Dallas e inician un tórrido romance.

   
     Muy alejada de la calidad cinematográfica y el sentido dramático y emocional de La vida de Adèle (Abdellatif Kechiche, 2013) y con el rotundo título traducido al español “Debajo de su boca”, April Mullen nos entrega un soso relato en el que la mayor parte del metraje lo gasta en los encuentros eróticos que tienen las dos protagonistas sin asumir muchos riesgos, algo que resultará muy excitante para el público masculino (también, claro para las mujeres lesbianas), pues las escenas eróticas están rodadas con un cuidado esteticismo, cierta sensualidad y naturalismo. Below Her Mouth es un film engendrado completamente por mujeres, y el único hombre del reparto sólo existe como coartada para desarrollar una trama previsible y anodina.


      Nada de lo que ocurre en la función resulta novedoso o irreverente, y la explicitud sexual se sitúa muy por debajo de la cinta francesa anteriormente citada. Pero la directora asegura que en la película se nota la mirada femenina, según ella su película está rodada con una sensibilidad distinta y no ocurre como en otras de temática lésbica pergeñadas para excitar a los hombres. Vende su producto, pero si ese era su objetivo, no creo que lo haya conseguido. Insisto, el único interés de esta aburrida película para los hombres y mujeres heterosexuales reside en ver cómo retozan sus dos bellas protagonistas, y no creo que las féminas que sienten atracción sexual hacia otras mujeres se sientan atrapadas por una historia tan vulgar y de una narrativa tan plana. Conclusión: guión pobre, interpretaciones mediocres y el sexo como único y mínimo aliciente.