viernes, 29 de enero de 2016

JOYAS DEL CINE ERÓTICO: “SLIVER” (Phillip Noyce, 1993)


     Que Sliver (Acosada, Phillip Noyce, 1993) es una mala película nadie parece dudarlo, pero hay películas que por alguna extraña razón y desde luego por motivos más prosaicos que la excelencia artística, se han mantenido indelebles en la memoria cinéfila de muchos espectadores. Bien sea porque están asociadas a una época y el cine siempre conduce a la melancolía. No nos engañemos, Sliver sólo fue un vehículo para el lucimiento de su estrella protagonista, una Sharon Stone en la cima de su carrera y que ya había triunfado apoteósicamente el año anterior con el film de Paul Verhoeven Instinto básico (1992) junto a Michael Douglas. Aquí se intentó repetir de nuevo la fórmula contratando al mismo guionista John Eszterhas para que adaptara la novela de Ira Levin en que está basado la función y a la misma protagonista que dejó a los espectadores ojipláticos con aquel sugerente cruce de piernas durante la escena del interrogatorio policial y que con el tiempo se ha convertido en uno de los momentos más celebrados de la historia del cine. El problema es que Eszterhas firmó un libreto zarrapastroso que se tuvo que rehacer varias veces, se cometieron evidentes errores de casting y Phillip Noyce se confirmó como un director incompetente para hacer creíble cualquier secuencia de la película, con el hándicap además de contar con una pareja protagonista, Stone y William Baldwin, que no destilaban ninguna química.


      El film nos presenta a la bella editora Carly Norris (Sharon Stone) que tras divorciarse dejando atrás un matrimonio convulso, se ha trasladado a vivir a un lujoso edificio de la zona alta de la ciudad de Nueva York, donde se vienen produciendo algunos accidentes inexplicables. Entre los vecinos de Carly están Zeke (William Baldwin) un atractivo soltero, y Jack (Tom Berenger) autor de unos best sellers sangrientos sobre crímenes reales y que vive obsesionado con los misteriosos accidentes mortales acaecidos en el edificio.


     Queda claro que Sharon Stone debió de seleccionar mejor sus papeles a raíz del exitazo obtenido con Instinto básico, que William Baldwin demostró con su interpretación que nunca llegaría ser un buen actor (como su hermano Alec) y que el resultado final del artefacto, destinado en un principio a estar dirigido por Roman Polanski, nos llevó a preguntarnos qué hubiera sido de esta historia si la hubiera dirigido el realizador polaco. Dicho está; continuos cambios en el guión, un montaje final absurdo y un reparto equivocado dieron al traste con una película de la que se hace difícil salvar nada: algunas escenas de sexo (la pareja protagonista es muy atractiva) y algún destello interpretativo de un Tom Berenger algo pasado de rosca. Se trataba, en fin, de estirar el chicle y aprovechar el negocio del cine erótico que en los 90 resultó muy rentable: Instinto básico, Atracción fatal, Fuego en el cuerpo, Acoso, Nunca hables con extraños, Showgirls… En esta ocasión con la temática del voyeurismo y la morbosa invasión de la intimidad salpicando la trama, pero la cinta no consigue desatar la pasión lujuriosa del espectador, atento a las diversas cámaras situadas en varias habitaciones del edificio y al que finalmente poco le importa quién sea el asesino y aun con esa indiferencia lo adivina pronto. Siendo esto así, el mayor error de bulto de la función es presentarnos a Sharon Stone como una mujer insatisfecha que cuando alcanza el orgasmo ve el cielo abierto. Lo mejor, imaginarse a uno mismo satisfaciéndola.

jueves, 28 de enero de 2016

CRÍTICA: "LA GRAN APUESTA" (Adam McKay, 2015)

La mafia de la crisis
LA GRAN APUESTA êêê
DIRECTOR: DAN MCKAY.
INTÉRPRETES: CHRISTIAN BALE, STEVE CARRELL, RYAN GOSLING, BRAD PITT, JHON MAGARO, FINN WITTROCK.
GÉNERO: COMEDIA / EE.UU. / 2015  DURACIÓN: 123 MINUTOS.   
          
                                                            
      Hasta la fecha, al director Adam McKay sólo se le conocía por haber dirigido comedias al servicio de Will Farrell como El reportero: la leyenda de Ron Burgundy (2004), Pasado de vueltas (2006), Hermanos por pelotas (2008), Los otros dos (2010) y Los amos de la noticia (2013). Es decir, una ristra de películas irrelevantes que poco o nada han aportado a este maravilloso arte que es el cine. Es por eso que me ha sorprendido gratamente que se decidiera a dirigir la adaptación cinematográfica del libro homónimo escrito por el periodista norteamericano Michael Lewis, en donde reflexiona sobre la quiebra del sector inmobiliario que provocó la crisis económica mundial en el año 2008. Temática que ya ha sido tratada en espléndidas películas como Inside Job y Margin Call.


     El film nos sitúa a principios de los 2000. Cuatro tipos fuera del sistema de las altas finanzas predijeron la burbuja del crédito y la vivienda y descubrieron que los grandes bancos, los medios de comunicación y el gobierno se negaban a reconocer el colapso de la economía (vamos, como Zapatero). Entre estos bichos raros estaba Michael Burry (Christian Bale) un amante del heavy metal y jefe de un fondo de capital, y Mark Baum (Steve Carrell) jefe de un fondo de riesgo al que alerta una llamada telefónica equivocada. Su objetivo: hacer el negocio del siglo. Serán otros dos outsiders, los jóvenes inversionistas Charlie Geller (John Magaro) y Jamie Shipley (Finn Wittrock), quienes implorarán al banquero Ben Rickert (Brad Pitt) su ayuda para obtener un sitio en Wall Street, y así sacar provecho de la situación. Cuatro visionarios que decidieron apostar en contra de los bancos por su falta de previsión y codicia. Su arriesgada apuesta les conducirá al lado oscuro de la banca moderna, donde se pone en duda todo y a todos.
     

      
      Quien tenga la impresión de que esta interesantísima película queda emparentada -en la temática y sobre todo en la estética con resonancias al cine de los 70- con El lobo de Wall Street (Martin Scorsese, 2013) no irá desencaminado aunque La gran apuesta tiene vida propia y lanza una reflexión aún más dolorosa que ni siquiera en clave de comedia es posible desdramatizar. Y es que han sido millones de cadáveres los que ha dejado la maldita y despiadada crisis en su huracanado paso, y es precisamente el tono de comicidad lo que hace la tragedia más lacerante. Cuando se desinfló la burbuja inmobiliaria y mucha gente constató el riesgo de hipotecarse sin dinero ni avales, mientras los bancos sin escrúpulos tenían abierto el grifo de la barra libre del mercado de créditos cuya monstruosa factura hemos tenido que pagar todos, existió un grupo de gente que, previendo lo que se nos venía encima, decidieron ir a contracorriente y apostar contra los bancos. No fue una operación que estuviera movida por la honestidad, sino por sus propios y lucrativos intereses personales. Su olfato no les traicionó y cuando todo se hundió, ellos se forraron. Puede que la velocidad de los diálogos y los tecnicismos utilizados resulten indigestos para el espectador lego en ingeniería financiera como este cronista, aunque si nos fijamos bien éste no es un recurso baladí, pues a través de esa maraña de términos económicos, conceptos y subterfugios leguleyos es posible atisbar los despojos de tantas vidas que en su ignorancia fueron estafadas. Una legión de almas desastradas y patéticas que de la noche a la mañana pasaron de vivir cómodamente a transitar los centros de empleo, parques y albergues.

   
     Al menos yo, no he tenido la falsa sensación de que La gran apuesta sea sólo un ejercicio hiperbólico sobre un asunto terrible y absolutamente descarnado cuando conozco a algunas personas a las que la crisis ha cebado como a cochinos mientras los efectos del desastres vestía con harapos a los sufridos trabajadores laminando a la dinámica clase media. En ninguna otra actividad legal existen tantos mafiosos como en los vasos comunicantes de la economía y la política, y no hablamos de una práctica generalizada, pero son tantos los casos y ha sido -y es- tanta la rapiña y la repugnante impunidad de la que gozan, que el escenario que dibuja Adam McKay se impone como sumamente realista y alarmante, una propuesta radical porque va a la raíz podrida del problema para mostrar los métodos que esa delincuencia organizada de cuello blanco y corbata utilizó para asaltar los paupérrimos bolsillos de la gente, contando con la anuencia de los poderes políticos y los prensa, que nunca ejerció su papel de cuarto poder. La película resulta irritante por las dimensiones del drama, de un asqueroso negocio cimentado con una argamasa de mantequilla y que tuvo en los bonos basura, los fondos buitre, las agencias de calificación, la burbuja inmobiliaria y el mercado de las hipotecas sus actividades más rentables. Todos los actores rayan a gran altura y el ritmo de la función es verdaderamente trepidante, dotando de vértigo a una fábula moral en donde no hay nadie inocente y la verdad es un puñal en el corazón de la mala conciencia.

miércoles, 27 de enero de 2016

SOLUCIÓN A LA FOTO ENIGMÁTICA


     Hace pocas fechas lanzaba un acertijo para ver si alguien de la legión de fieles seguidores de este blog adivinaba quién es la actriz que aparece en la imagen que mostramos encima de estas líneas. Bien, como al parecer el asunto se ha demostrado altamente misterioso a pesar de que la actriz es mundialmente conocida y el film no pasó desapercibido en su época, no me queda más remedio que revelar el enigma: la actriz que aparece de manera tan sugerente en el fotograma es Juliette Binoche y el fotograma pertenece a la película Rendez-vous, que dirigida en 1985 por Andre Téchine en España se tituló La cita y nos presenta a Nina (Binoche) una joven estudiante que descubre la vida de la capital. Allí intentará encontrar el amor y triunfar en el teatro.


      Apuntar que Téchine fue galardonado con el premio al mejor director por este film en el Festival de Cannes de aquel año, y aunque la cinta no se encuentra entre lo mejor de su filmografía y tanto la actriz francesa como su partenaire en la función, Lambert Wilson, se encontraban al principio de sus respectivas carreras, tenía algunos alicientes como para los que los que la vimos en aquella época en un cine de arte y ensayo, no la hayamos olvidado. Wilson actúa como un personaje perturbador, amoral y cínico que dinamita las vidas ajenas y busca su autodestrucción o que los demás le destruyan. Un personaje atormentado que se eleva ya como un estereotipo en muchos films del veterano director surgido en la post Nouvelle Vague. Rendez-vous o La cita, en donde Juliette Binoche aparece desnuda en todas las posturas, nos habla de amores al límite y del riesgo de la búsqueda obsesiva del éxito profesional, del dolor y el sufrimiento que conlleva alcanzar la gloria. La película no está exenta de fuerza dramática aunque el guión contiene serias lagunas narrativas que diluyen las emociones y las relaciones interpersonales de los personajes. Lo innegable es que la cinta sirvió como trampolín para lanzar definitivamente la carrera de Binoche, que a partir de entonces se convertiría en una de las actrices europeas más demandadas, trabajando a las órdenes de Leos Carax, Malle, Kieslowski y Haneke, por ejemplo.

lunes, 25 de enero de 2016

MIRIAM GIOVANELLI, CON TETAS Y A LO LOCO

    
      
   La actriz Miriam Giovanelli (Roma, 28 de abril de 1989) nació en Italia aunque tiene la nacionalidad española. Su padre es italiano y su madre española, con ella se instaló en España a los 10 años de edad y reside actualmente en Madrid. Miriam, a sus 26 años, tiene ya a sus espaldas una larga trayectoria interpretativa tanto en la televisión (medio en el cual debutó en la serie Ana y los 7), como en el cine, cuyo debut se produjo en 2007 en el fallido film de época dirigido por Inés Paris Miguel y William, un drama romántico sobre el enamoramiento de Cervantes y Shakespeare de la misma mujer.
      
     
     Giovanelli ha rodado en otros idiomas como el italiano y el inglés, y fue la imagen mundial del perfume “I Loewe You” de la marca Loewe. Dejando de lado sus apariciones televisivas en series tan exitosas y populares como Los Serrano, Física o química o Sin tetas no hay paraíso, dentro de su carrera cinematográfica  encontramos títulos como Canciones de amor en Lolita´s Club (Vicente Aranda, 2007), un tostón de película que adapta la novela homónima de Juan Marsé, o la apenas resultona comedia Rivales (Fernando Colomo, 2008) que con humor toca el tema de la rivalidad futbolística entre madridistas y culés, o entre catalanes y madrileños.


      Su siguiente película fue aquel truño titulado Mentiras y gordas (2009) una cinta dirigida por Alfonso Albacete y David Menkes sobre un grupo de chavales que se preparan para el que puede ser el verano de su vida; un artefacto taquillero pero horroroso. Tal vez una de las películas más aceptables en las que ha participado Miriam hasta la fecha sea Todas las canciones hablan de mí (2010) el debut detrás de la cámara de Jonás Trueba que, aunque con un libreto muy irregular, se impone como un relato rebosante de referencias cinéfilas y literarias.

     
    Hasta Italia  se fue Givanelli  para rodar el drama Gli Sfiorati (2011) sobre un grupo de personajes perdidos y atormentados en una Roma caótica, y la comedia I soliti idioti (2011) una película  de sketches protagonizada por dos cómicos italianos. En 2012, también en Italia, rueda a las órdenes del maestro Darío Argento Drácula 3D, un subproducto infumable en el que no encontramos ni un atisbo de genialidad del antaño genio del giallo. De nuevo en España, participa en el drama Violet (Luis Berdejo, 2013) film de tono romántico y experimental sin apenas difusión. El último film en el que ha intervenido hasta la fecha es La vita oscena (Renato de María, 2014) una cinta que no se ha estrenado en España y que narra la vida de un adolescente enamorado de la poesía y de su madre enferma de cáncer. Yo, tengo claro que Miriam Giovanelli me gusta más por otros atributos que por sus dotes interpretativas. Este post puede ser una prueba incontestable de ello. Observen bien y suspiren.

jueves, 21 de enero de 2016

JAMES ELLROY EN EL CINE


     Lee Earle Ellroy (4 de marzo de 1948, Los Ángeles, California), más conocido como James Ellroy, es un escritor estadounidense, autor de las novelas en las que se basan los éxitos cinematográficos L.A. Confidencial  y La Dalia Negra. Es uno de los más famosos escritores de novela negra contemporánea, así como también un escritor de "ensayos" o artículos dedicados a analizar y desglosar crímenes reales. Se caracteriza por poseer una narrativa "telegráfica", la cual omite palabras que otros escritores considerarían necesarias o fundamentales, en otras palabras aprovecha la dureza y fuerza de la lengua inglesa para dar frases duras, cortantes y ambiguas. Decir mucho con pocas palabras como si la economía verbal fuese fundamental. Emplea mucho la llamada "aliteración" que es una figura literaria en la cual las frases riman unas con otras y son cadenciosa y repetitivamente subyugantes para el lector. Continúa la evolución directa de la novela policial que iniciaron Dashiell Hammett y Raymond Chandler en la década de 1930, caracterizada por su dureza; es el subgénero que los norteamericanos han denominado hard boiled. Sus libros se caracterizan por su oscuro humor y retrato de la Norteamérica autoritaria, racista y conservadora. Otro punto es el pesimismo que envuelve a los personajes, la decadencia y la ausencia total de esperanza. Ello explica el sobrenombre que se la ha dado como "Demon Dog of American Crime Fiction" (El Perro Demoníaco de la literatura policíaca de Estados Unidos). Ellroy forma parte de la última constelación de la novela negra norteamericana, formada por James B. Sallis, Walter Mosley, Elmore Leonard, James Crumley y Ed McBain.
(Fuente Wikipedia)

COP, CON LA LEY O SIN ELLA (James B. Harris, 1988)
     
     Primera novela de James Ellroy adaptada a la pantalla grande, cuyo título “Sangre en la luna”, es la primera entrega de la trilogía del sargento Hopkins. Aunque el título original del film es simplemente Cop, aquí se le añadió la coletilla “con la ley o sin ella”. La película nos presenta al sargento Lloyd Hopkins (James Woods), un detective solitario que sospecha que la última ola de crímenes se debe a una misma persona, un asesino en serie. Decide darle caza a cualquier precio, y eso que su vida familiar se desmorona y que sus compañeros de trabajo comienzan a darle la espalda.



     El siempre competente James Woods en una de sus mejores interpretaciones encabeza el reparto de este resultón y lúgubre thriller en el que da oxígeno a un detective obsesionado con dar caza a un psicópata asesino de mujeres utilizando métodos poco ortodoxos. Los Ángeles (como en toda la obra de Ellroy) es el alarmante escenario de una acción que comienza con una escena inicial inquietante que mantiene al espectador pegado a la butaca, una ciudad que más allá de los oropeles y las bambalinas esconde un submundo de psychokillers, prostitutas, chaperos, policías corruptos y sueños rotos con destino la morgue. Los excelentes secundarios como Charles Durning y Lesley Ann Warren  suben el listón de la función y nos invitan a un nuevo visionado de una película que fue ignorada en el momento de su estreno.

L. A. CONFIDENTIAL (Curtis Hanson, 1997)


     El argumento de la película, si no tan denso como la novela -ya que el guionista Helgeland y Hanson han tenido que simplificar mucho- se hace difícil de resumir en una apretada sinopsis de unas pocas líneas, pues el universo Ellroy  lo configura todo un complejo entramado de historias entrecruzadas por las que desfilan un centenar de personajes en los múltiples escenarios de una ciudad en plena ebullición y constante expansión. La acción nos sitúa en Los Ángeles a principios de los años 50, una ciudad convulsa, sacudida por la violencia, el crimen organizado y redes de corrupción y pornografía. Una década tumultuosa, en la que el trajín glamouroso y la luminosa fachada de esa fábrica de sueños llamada Hollywood, no pueden ocultar la realidad urbana, el aislamiento de barrios convertidos en guetos y zonas míseras suburbiales, fiel retrato de la división, la desigualdad y la descomposición del tejido social norteamericano, una cuestión menor para su megalómana clase política. En ese febril contexto y sobre ese pantanoso terreno se mueven algunos policías siempre al límite de la legalidad, y muchas veces traspasándolo: Ed Exley (Guy Pearce) un oficial con ambiciones que acaba de ingresar en el cuerpo; Bud White (Russell Crowe) también oficial, un tipo colérico, brutal e impulsivo que no soporta que las mujeres sean maltratadas por sus maridos; el sargento Jack Vincennes (Kevin Spacey) amante de los focos y la popularidad, para lo cual se aprovecha de un periodista sin moral, Sid Hudgeons (Danny De Vitto). Los tres investigan el asesinato colectivo de varios clientes en un restaurante, investigación que les lleva hasta Linn Bracken (Kim Basinger) una prostituta que parece tener algunas claves y que forma parte de una curiosa agencia en la que todas las mujeres guardan gran parecido con diferentes y famosas estrellas de cine. Otro suceso, el apaleamiento de seis inmigrantes mexicanos en un pasillo de los calabozos de la comisaría ejecutado por un grupo de policías, forma parte también de la trama del film.


 El eje principal del libreto de Brian Helgeland y Curtis Hanson está centrado en la competencia existente entre los oficiales de policía Hexley y White, pero la intención del realizador por bucear en lo esencial de la historia original se hace hasta tal punto visible que ha sabido jugar con un elemento, el de la confusión, inherente en todo el universo literario de Ellroy, una confusión que alguien podría tomar por desorden o galimatías, nada más lejos de la realidad, pues se trata de definir el carácter ambiguo, el desasosiego espiritual, la doble moral y las contradicciones de unos personajes atormentados, abocados a la fatalidad, sin posibilidad de enmendar sus actos, mucho menos de corregir sus destinos. Cualquiera puede ser sospechoso, se aparenta lo que no se es; Linn Bracken como doble de Veronica Lake, e incluso los brutales policías que abusan de su poder, se exceden en sus funciones y se saltan todas las leyes y códigos, se convierten en vulgares delincuentes corrompidos ( el apaleamiento de inmigrantes está basado en un suceso real). Ayudado por un competente equipo de colaboradores, Curtis Hanson recrea con inusitado virtuosismo la atmósfera crapulosa de la época para descubrir realidades cotidianas paralelas; el glamour y la violencia, el esplendor y la muerte. Con diálogos hirientes, sin concesiones, la investigación de unos oscuros asesinatos se convierte en un viaje infernal que desencadena en mosaico todo un sinfín de sospechas y ramificaciones que despiertan, al compás, una ristra de sentimientos encontrados, en el devenir de unos años en los que las apariencias y el cinismo social presidían en extremo las relaciones públicas en la gran urbe de grandes avenidas. Una vez más, una mirada despiadada, vertiginosa, arrebatadora, nos conduce a la contemplación de un mundo y un tiempo irrepetibles. El tratamiento dramático, elegíaco de la violencia, la acertada elección del elenco en el que nadie brilla por encima de nadie, la estupenda fotografía en technicolor de Dante Spinotti y la envolvente música de Jerry Goldsmith, grandes profesionales que ayudan a elevar el listón para situar a L. A. Confidential entre las tres mejores películas de la década.

RÉQUIEM POR BROWN (Jason Freeland, 1998)


        Floja adaptación de la primera novela escrita por James Ellroy en 1981. Contando con el protagonismo de Michael Rooker (Henry, retrato de un asesino en serie), el film nos narra la historia de un policía de Los Ángeles que, entre copa y copa, se dedica a recuperar coches para un revendedor y a escuchar música clásica en su destartalado despacho de detective privado. Su vida da un giro inesperado cuando un hombre le ofrece una gran cantidad de dinero por vigilar a su hermana adolescente, Jane (Selma Blair) relacionada con un anciano mafioso (Harold Gould). Un mundo de conspiraciones y crímenes espera a Brown, quien esta vez puede perder algo más que su trabajo.

  
   Con la estimulante presencia de Selma Blair (que encarna a una chica de 17 años cuando en la época del rodaje tenía 26) este reiterativo y fúnebre noir contiene todos los clásicos clichés del género (femme fatale, sobria voz en off, mafiosos sin escrúpulos, investigadores alcohólicos) y un tufo a serie B absolutamente innegable. La novela merecía un director con más talento y un reparto de más altura, pero los escasos medios abocaron a la empresa al fracaso más absoluto.

DARK BLUE (Ron Shelton, 2002)



      Pese a que el guión está firmado por el guionista y director David Ayer, éste se basa en una historia o idea original de James Ellroy. La acción nos sitúa en 1992 días antes de conocerse  el veredicto del caso Rodney King en el que estaban acusados cuatro policías blancos y los posteriores disturbios raciales de Los Ángeles. Época en que dos oficiales de policía son asignados a la investigación de un cuádruple homicidio con componentes racistas. Los agentes son el veterano Eldon Perry (Kurt Russell) y el novato Bobby Keough (Scott Speedman). Recorriendo los tumultuosos barrio de la ciudad, Perry y Keough deben detener a los peores asesinos y afrontar sus propios demonios, que son más despiadados que los asesinos que persiguen.


      Aceptable y descarnada crónica sobre el Departamento de Policía de Los Ángeles que transita por todo el universo Ellroy teniendo como base la corrupción policial y los disturbios raciales. Tanto Russell como Speedman realizan un trabajo competente en el papel de policías villanos que practican ese fascismo cotidiano que tan normal parece en los Estados Unidos en donde un buen número de guardianes de la ley están podridos hasta el tuétano y son de gatillo fácil ante las personas afroamericanas. Un film que a una escala pequeña queda emparentado con la magnífica Training Day, pero con una puesta en escena más tosca y un mensaje aún más ambiguo. 

LA DALIA NEGRA (Brian De Palma, 2006)


    Una tarde de finales de los 80 (creo que fue en 1988) me encontraba paseando por el céntrico Paseo de Gracia de Barcelona cuando captó mi atención un libro de los muchos que se promocionaban en el escaparate de una librería, su título, La Dalia Negra, su autor, James Ellroy. El que me decidiera a adquirirlo tuvo mucho que ver con la dedicatoria que el escritor norteamericano reseñó en memoria de su madre: “Para Geneva Hilliker Ellroy (1915-1958). Madre: veintinueve años después, esta despedida de sangre”. La novela, que me cautivó y me pareció una obra maestra redonda, total y absoluta, la despaché en un par de días de insomnio y me convirtió para siempre en un devoto de la obra de Ellroy. Fue un título clave, no sólo para su autor (con ella alcanzó el esperado éxito y vio como se acercaba su sueño de ser el mejor novelista de América) también para los lectores de novela negra, que desde hacía tiempo anhelábamos un nombre que se elevara por encima del desolador erial en el que se encontraba el género en aquella época. Pero, lo que más me interesó en aquellos momentos fue el paralelismo entre la historia real novelada en esa obra por el autor nacido en Los Ángeles y el traumático episodio que arrastraba su trágica historia personal, y que más tarde trataría en profundidad en unas estremecedoras y honestas memorias, Mis Rincones Oscuros, una suerte de investigación tardía sobre las extrañas circunstancias del asesinato de su madre.
     

      Así, la apasionante obra de Ellroy relata el caso real de Elizabeth “Betty” Short, una preciosa joven de Massachussets que llego a Los Ángeles con la intención de convertirse en actriz y que fracasando en sus aspiraciones se vio abocada, dentro de la vida crapulosa que comenzó a llevar, a dedicarse a la prostitución. El 15 de enero de 1947 apareció su cadáver desnudo, seccionado en dos partes a la altura del ombligo y con inusitados signos de violencia en un solar cerca de Hollywood. El examen forense dictaminó que la víctima había sido torturada durante días y que, mientras esto sucedía, conservó el conocimiento en todo momento. El atroz suceso sigue siendo hoy uno de los más brutales y espeluznantes de la crónica negra de Estados Unidos, un enigma que conmocionó a todo el país y que sigue todavía sin resolver, pues nunca se ha descubierto al culpable de tan sádico crimen. El apodo de “la dalia negra” se lo puso un periodista en referencia a la película La Dalia Azul de George Marshall y protagonizada por Alan Ladd, de moda por aquel entonces, también por su cabello azabache y ser éste el color favorito de sus trajes de raso. Como apuntaba, la madre de James Ellroy, Geneva Hilliker Ellroy, fue asesinada en parecidas circunstancias. El 22 de junio de 1958 apareció estrangulada en un suburbio de Los Ángeles, y como en el caso de La Dalia, nunca se detuvo al asesino. Ellroy tenía por entonces diez años y aquella dolorosa tragedia  ha marcado de forma obsesiva su obra y toda su existencia: “Es como si uno y otro caso se metamorfosearan”, comenta el escritor.
   

      Brian De Palma, un director siempre interesado por el cine de género, retoma la historia narrada por Ellroy en la que a través de dos policías y ex boxeadores, Lee Blanchard (Aaron Eckhart) y Bucky Bleichert (Josh Harnett) seguimos la investigación del bestial asesinato de una aspirante actriz identificada como Elizabeth Short (Mia Kirshner). Entre los dos detectives existe una severa y noble competencia, sobre todo porque Bleichert se siente atraído por la mujer de su colega, Kay Lake (Scarlett Johansson) al mismo tiempo que por una misteriosa femme fatale hija de un magnate de la construcción, Madeleine Linscott (Hillary Swank), por lo que la pugna entre los compañeros oscila entre la investigación obsesiva del caso más brutal y complejo de la historia criminal y los lechos con sábanas de seda.  


        El espectador más cinéfilo y cultivado puede pensar que, debido a su presupuesto, sus pretensiones y las expectativas creadas -al adaptar una de las obras más conocidas y personales de Ellroy y situarse un maestro como De Palma detrás de la cámara- que La Dalia Negra es un film fallido... Y lo es sólo en parte, porque siendo verdad que resulta excesivamente academicista y fría, que algunos personajes no resultan creíbles, la función contiene muchos alicientes y buenos momentos para considerar que la propuesta no es despreciable: el combate de boxeo entre Mr. Hielo y Mr. Fuego, rodado con un realismo y una crudeza impactantes; el hallazgo del cadáver de Betty Short en el descampado, secuencia que seguimos desde detrás de la ventana de un cochambroso apartamento el mismo instante en que una mujer lo descubre y sale corriendo espeluznada hasta que alrededor del cuerpo desmembrado se amontona todo un enjambre de coches patrulla y periodistas, en una perfecta ilustración de la novela; o la artificiosa, aunque estimulante escena de la muerte de Blanchard, con ese sello tan inconfundible de su autor de crear tensión a través de la ingravidez de la cámara lenta. Aún hay más, el suntuoso tono quemado, achocolatado, de la excelente fotografía -puro cine negro- del experto Vilmos Zsigmond, el impecable diseño de producción, la labor tan profesional de vestuario y el origen de la interesante trama real narrada. No obstante, ese vertedero putrefacto de polis corruptos, gángsters y chuloputas, asesinos de ancianas y niños, magnates sin escrúpulos, peligrosas femmes fatales de dobles vidas y sueños rotos, se nos muestra con elegancia pero sin alma ni emoción, necesitado de una mayor garra, del frenesí, la visceralidad y la demencia volcánica del genio narrativo de James Ellroy.

DUEÑOS DE LA CALLE (David Ayer, 2008)


    Tras la casi fallida La Dalia Negra, adaptación cinematográfica excesivamente fría y academicista de una de sus más famosas novelas a cargo de Brian De Palma, nos llega ahora Dueños de la calle, traslación a la pantalla grande de su relato “The Night Watchman”, película para la que el escritor nacido en Los Ángeles ha tenido a bien colaborar en la escritura del libreto. No es el único aliciente del film que nos ocupa, pues detrás de las cámaras se sitúa el guionista y director David Ayer, un cineasta por el que también siento cierta afinidad, no sólo por su potente guión para la excelente Día de entrenamiento, también gracias a su debut como director con la no menos espléndida Harsh Times, y que al igual que Ellroy es hijo de la ciudad de las bambalinas y el oropel, del crimen y la corrupción.


      El film sigue las vicisitudes de Tom Ludlow (Keanu Reeves) un veterano detective de la policía de Los Ángeles que está pasando por malos momentos debido al reciente fallecimiento de su esposa. Ludlow sólo encuentra refugio en la bebida, se mueve como un lobo solitario por las sombras de la noche, aunque trabaja bajo la protección de la unidad “Ad Vice”, y de su jefe, el enigmático Jack Wander (Forest Whitaker). Tras haber resuelto el caso de unas chicas secuestradas por una peligrosa banda y ser por ello ascendido, su vida acaba de arruinarse cuando unas pruebas le implican en el asesinato de un oficial, por lo que tendrá que rendir cuentas ante el capitán Biggs (Hugh Laurie) el implacable jefe del Departamento de Asuntos Internos. Pero es entonces, como si no tuviera ya nada que perder, cuando decide enfrentarse a todo en lo que había confiado desde que inició su carrera policial con intenciones muy rectas, es ahora cuando empieza a cuestionar todo el círculo de amistades del que ha estado rodeado.

   
    No es extraño que nos sintamos impelidos a comparar Dueños de la calle con Serpico (Sydney Lumet, 1973), mítica película a la que Reeves hace referencia en la cinta, ya que las dos comparten el tema del policía dispuesto a enfrentarse  con la corrupción imperante en el Cuerpo, la consabida denuncia del cine hollywoodiense  al sistema, aunque podemos encontrar algunos puntos más en común: ambos films se abren con una escena sangrienta (más impactante la de la matanza de coreanos del film de Ayer), los dos detectives se nos muestran como seres solitarios desnudos ante los peligros de la jungla urbana, con enemigos a uno y otro lado de ley, y como consecuencia, tanto una como otra película arrojan visiones muy pesimistas y algo demagógicas sobre el establishment estadounidense.


      El segundo largometraje de David Ayer es un film resultón que no carece de interés, capaz de sobreponerse a la sensación de déjà vu que aromatiza cada tramo de su metraje. Moviéndose, como les gusta a sus responsables, entre los fétidos meandros de la ciénaga policial y el cine acción convencional, el film transcurre como un juego de espejos deformantes, en los que la realidad dista mucho de ser lo que se refleja en ellos. A pesar de su afición al vodka y la certeza de que su mujer murió poniéndole los cuernos, Ludlow sabe –porque jamás perdió su medida moral y la lógica del pensamiento- que media un abismo entre lo que un día soñó y en lo que se ha convertido, escéptico ante el sistema judicial y sus filtros burocráticos, imparte una justicia nada garantista, automática e inapelable. Imprimiendo al relato un denso vaho moralista, por la acción sobrevuela una acusada introspección sobre el poder letal que el Estado y los ciudadanos otorgan a sus policías, y cómo las escasas limitaciones en el desempeño de su labor, los abusos y las tentaciones derivan, en muchas ocasiones, en su total degradación, para finalmente concluir que, en mayor o menor medida, todos somos cómplices de esa corrupción.