jueves, 24 de enero de 2019

CRÍTICA: "CREED 2: LA LEYENDA DE ROCKY" (Steven Caple Jr., 2018)


Rocky y la gallina de los huevos de oro
CREED 2: LA LEYENDA DE ROCKYêê
(Steven Caple Jr., 2018)
     

    La eterna gallina de los huevos de oro que es la saga Rocky no para de dar beneficios. Si en 2015, bajo la dirección de Ryan Coogler se estrenó Creed: La leyenda de Rocky con el hijo del malogrado Apollo Creed pidiéndole a Rocky que fuera su entrenador en un claro tributo al film seminal con una historia que se imponía como un spin-off de la crepuscular Rocky Balboa (2006). En esta secuela de Creed, la vida para Adonis Creed (Michael B. Jordan) se ha convertido en un juego de equilibrios. El hijo de Apollo debe compaginar el tiempo entre sus obligaciones personales y el entrenamiento para su próximo gran combate, el gran reto de su vida. Además al enfrentarse a un contrincante relacionado con el pasado de su familia (el hijo del mítico Iván Drago), otorga intensidad a la inminente pelea en el ring. Eso sí, Rocky Balboa (Sylvester Stallone) estará a su lado, y juntos harán frente a ese legado compartido, lo que les llevará a preguntarse si merece la pena luchar por ello, al tiempo que descubren que nada importa más que la familia.


 Uno tiene la impresión de que lo que menos importa ya en esta longeva saga es el boxeo, pues el relato se centra más en los conflictos familiares, los dilemas existenciales y la recurrente historia de superación. Con un guión y una atmósfera mirando con nostalgia por el retrovisor, nos presentan al hijo del soviético Iván Drago (que encarnara el sueco Dolph Lundgren en Rocky IV de 1985), que siendo el mejor boxeador de Rusia, quiere destronar a Adonis del trono de mejor boxeador del mundo. La pelea, por supuesto, tiene mucho morbo, porque como bien sabe el aficionado de la saga, fue Iván Drago quien dio muerte en el ring a Apollo Creed en el segundo asalto propinándole un derechazo bestial… y Adonis está deseando enfrentarse con el hijo del púgil que quitó la vida a su padre en el ring. Mi película favorita sobre el mundo del boxeo es la magistral Toro Salvaje (Martin Scorsese, 1980), de modo que todo lo que se hizo después (e incluso antes) se me queda corto. 


 Aquí nos encontramos con demasiada mercadotecnia, demasiado circo y demasiados esteroides, todo para un espectáculo simplón en el que la familia se impone como elemento totalizador que impulsa el éxito y diluye el fracaso. Para los fans de Rocky debe resultar muy sugerente volverse a encontrar  con un Ivan Drago contenido pero que busca la revancha del pasado en la figura de su hijo. Yo no encuentro ninguna novedad reseñable, se repiten los mismos esquematismos y los mismos recursos dramáticos: remordimiento y culpa, superación y redención.

domingo, 20 de enero de 2019

CRÍTICA: "GLASS" (M. Night Shyamalan, 2018)


Se cierra el círculo
“GLASS” êêêê
DIRECTOR: M. NIGHT SHYAMALAN.
INTÉRPRETES: JAMES MCAVOY, BRUCE WILLIS, SAMUEL L. JACKSON, SARAH PAULSON, SPENCER TREAT CLARK, ANYA TAYLOR-JOY
GÉNERO: THRILLER / EE.UU. / 2018 / DURACIÓN: 129 MINUTOS.

   
    Múltiple fue la mejor película de M. Night Shyamalan desde El protegido, un film que fluctuando entre el drama desgarrador, el terror sobrenatural y el thriller psicológico, se impone como un proceloso viaje a los más recónditos pasadizos de una mente laberíntica y fracturada, en donde anida la más letal y poderosa de las criaturas. En en el punto donde lo dejó Múltiple, en Glass seguimos los pasos de David Dunn (Bruce Willis) que busca el rastro de la figura superhumana de La Bestia (James McAvoy) en una serie de encuentros puntuales. En la sombra, Elijah Price (Samuel L. Jackson) parece emerger como una figura clave que conoce los secretos de ambos.


    En una magnífica pirueta narrativa, Shyamalan conecta El Protegido y Múltiple para armar el andamiaje de este cierre de la trilogía Unbreakable con evidente cálculo. La fusión de los universos de la primera, con su atractiva relectura del mundo de los superhéroes, y Múltiple, con las escindidas personalidades de Kevin, confluyen en Glass con un riesgo asumible para alguien que como Shyamalan tiene un modo tan peculiar y tortuoso de entender el fantaterror. Y aunque el resultado no está a la altura de aquel film primigenio de la trilogía protagonizado por Bruce Willis como el Protector y Samuel L. Jackson encarnando al hombre de los huesos de cristal, podemos concluir que toda la estructura escénica y narrativa está construida con emocionante coherencia, revisitando el universo de los superhéroes desde una mirada oscura que sirve de introspección sobre sus propias obsesiones artísticas.  

   
    El director de origen indio, encierra a sus personajes (El Protector, La Horda y Don Cristal) en una institución psiquiátrica y a base de primeros planos incisivos que parecen mirar al espectador, realiza un estudio psicológico sobre los intrincados laberintos mentales de los protagonistas, y dentro de una atmósfera sobrenatural, explorar los extraños comportamientos de la sociedad y la condición humana, en donde lo excepcional se toma como una anomalía y se aplaude el triunfo de lo mediocre.  

  
   Con una inquietante fotografía de una Filadelfia húmeda e industrial e ideada más como un tributo a esas dos obras anteriores y al poder sugestivo del cómic, Glass es una muy buena culminación de la trilogía, en donde se intenta buscar alguna explicación racional a los delirios y traumas infantiles del trío de personajes protagonistas. Buscar en su pasado para hallar la génesis y motivaciones de unas personalidades nada comunes. En esos tres días que dura la consulta de la doctora interpretada por Sarah Paulson (el mayor hilo de conexión de las tres entregas), debe estar perfilado el diagnóstico. Y en el proceso, la siempre recurrente lucha entre el bien y el mal, el penoso itinerario vidas rotas y espejos fragmentados, que alimentan egos hasta la letal condena, y con ella, la salvación. Shyamalan cierra el círculo de la mejor manera posible.


lunes, 7 de enero de 2019

CRÍTICA: “FLEUVE NOIR (SIN DEJAR HUELLLAS)” (Erick Zonca, 2018)


Bajo sospecha

“FLEUVE NOIR (SIN DEJAR HUELLLAS” êêê
(Erick Zonca, 2018)
     

    El realizador francés Erick Zonca tuvo un gran éxito de crítica y público con el drama La vida soñada de los ángeles (1998), que representó su ópera prima. Pero su filmografía sólo constaba de dos títulos más, El pequeño ladrón (1999) y Julia (2008), cumplidos ya veinte años desde su debut. Tras una década sin ponerse detrás de las cámaras, vuelve a la pantalla grande con este thriller titulado Fleuve noir, que sin estrenarse aún en España ha sido traducido como Sin dejar huellas.

    
    Un film que basado en una novela del escritor israelí Dror Mishani, comienza cuando Dany, el hijo mayor de la familia Arnault, desaparece sin dejar rastro. Su madre, Solange (Sandrine Kiberlain), pide ayuda a la policía. El comandante François Visconti (Vincent Cassel), que ha sido abandonado por su mujer y tiene problemas con el alcohol, es asignado al caso. Todo indica que Dany ha escapado de un ambiente familiar opresivo, con un padre siempre ausente y una hermana con síndrome de down, pero una llamada anónima, abre otras hipótesis. Cuando el antiguo tutor de Dany, Yan Bellaile (Romain Duris) se entera de la desaparición de su ex alumno, le ofrece su ayuda al comandante. Visconti sospecha del obsesivo interés de Bellaile en la investigación.

    
   Zonca, en su regreso, nos plantea una investigación detectivesca en donde el primer sospechoso para el comandante Visconti es un profesor extremadamente interesado en el caso del chico desaparecido, pero debido a su caótica vida, su amargado carácter y su romance con el Whisky, nadie le cree. Tampoco yo como espectador, porque sé que eso es lo que quiere Zonca que creamos y pronto la investigación dará un giro. Sin embargo, el director francés gasta dos tercios del metraje en seguir la cometa de esa sospecha. Y mientras tanto, subtramas insustanciales que sirven de relleno como los problemas del policía con su hijo enredado en el trapicheo de drogas. También, por supuesto, algunos apuntes sobre la vida doméstica del profesor de lengua al que da vida Romain Duris, su relación con su mujer, Lola (Élodie Bouchez) y los escarceos del comandante con la madre del chaval desaparecido.


    La magnética interpretación de un Vincent Cassel envejecido, su desordenada vida y su permanente estado de embriaguez, se impone como lo más acertado de este thriller que transita por un siniestro laberinto dejando varias pistas falsas. Con una lograda atmósfera y forzando ese cliché que el cine francés en particular ha tratado en múltiples ocasiones (retrato del policía cínico, pasado de rosca, al que un fracaso sentimental ha sumido en la más absoluta miseria moral), Fleuve noir está dirigida con buen pulso por Zonca, que sabe que en la torturada mente y desastrada presencia del comandante encarnado por Cassel se encuentra lo más atractivo de una historia que despide al espectador con una confesión devastadora, que supondrá el golpe final en la herida existencial del comandante. Buena peli.