jueves, 21 de febrero de 2019

CRÍTICA: "ALITA: ÁNGEL DE COMBATE" (Robert Rodríguez, 2019)


La guerrera del Apocalipsis
“ALITA, ÁNGEL DE COMBATE” êêê
(Robert Rodríguez, 2019)
     
   
   Liado con series televisivas como Matador o Abierto hasta el amanecer, el último largometraje que vi de Robert Rodríguez fue Sin City: Una dama por la que matar (2014) que codirigida por Frank Miller me gustó mucho más que a la crítica oficialista que la tildó poco menos de bodrio. Por el contrario es un film que gana bastante en un segundo visionado. Tras firmar un par de cortos, el director texmex nos presenta ahora Alita, ángel de combate, que adaptando la novela gráfica de Yukito Kishiro parte de un guión en el que ha intervenido el propio director junto a James Cameron y Laeta Kalogridis, y que se impone como un remake del anime de 1993.


    Alita (Rosa Salazar) se despierta sin recordar quién es en un mundo futuro que no reconoce. Ido (Christoph Waltz) es un cirujano de robots que la ha recogido de un desguace y se da cuenta de que en alguna parte ese Cyborg abandonado y con cara de niña se encuentra el corazón de una joven con un pasado extraordinario. Mientras Alita toma las riendas de su propia vida y parece adaptarse a las peligrosas calles de Iron City, Ido tratará de protegerla de su propio pasado, mientras que su nuevo amigo, Hugo (Keenan Jhonson) se ofrecerá a ayudarla a desenterrar sus recuerdos. Cuando las fuerzas corruptas que manejan la ciudad comienzan a perseguir a Alita, ella descubre una pista crucial sobre su pasado: posee habilidades de combate únicas que los que están en el poder quieren controlar a toda costa. Sólo manteniéndose fuera de su alcance, podrá salvar a sus amigos, a su familia y el mundo que ha aprendido a amar.


    Me encuentro en condiciones de afirmar que esta adaptación de la clásica novela gráfica creada por Kishiro entre 1991 y 1995 con el título original de GUNNM era la soñada por fans que como yo aprecian la mano de James Cameron en el patrón creado por Rodríguez. Con unos atractivos escenarios urbanos de ciudades herrumbrosas en un futuro distópico y el frío tono cyberpunk tan de moda en los 80 y 90, la función luce un primoroso diseño de producción, y si el visionado es en 3-D, podemos apreciar unos exuberantes efectos digitales que nos hacen recordar los recursos tecnológicos utilizados en Avatar por Cameron. Pero también está muy presente  el estilo y la dinámica de la acción que Rodríguez empleó en Sin City, con la exultante modificación por ordenador de los personajes reales. Esto en cuanto al apartado técnico de una película que luce según los 200 millones invertidos en una producción de acción y ciencia ficción que mira por el retrovisor, como casi todo el cine y la literatura posterior, a Blade Runner.


    Con el protagonismo de Rosa Salazar dando vida en captura de movimiento a Alita (y buenos intérpretes secundarios como Jennifer Connelly y Mahershala Ali), una guerrera cyborg con cuerpo robótico y cerebro humano, el film fusiona con virtuosismo la frialdad metálica con el calor humano para narrar una historia de supervivencia condimentada por una explosiva y vertiginosa coreografía de la acción (peleas cuerpo a cuerpo, persecuciones, frenéticas carreras de Motorball) y una gran imaginería visual, cierto tono épico y romántico y un ritmo que en ningún momento decae. Alita, ángel de combate se eleva como un artefacto creado con mimo y el disfrute evasivo del espectador sin apenas mensajes o discursos didácticos, más allá de la compleja relación sentimental de Alita con Hugo o la difusa reflexión sobre la violencia y la diferencia de clases entre la gente que vive en Iron City y la soñada ciudad colgante de Salem. Christoph Waltz da vida de manera sentida y tierna al doctor que cuida y protege a Alita, convirtiéndose en un aliciente exponencial de la película. Estamos ante una película entretenida y muy bien realizada, sin pretensiones metafísicas pero de una brillantez visual, formal en incluso conceptual en su vertiente cibernética.

viernes, 15 de febrero de 2019

CRÍTICA: "CLÍMAX" (Gaspar Noé, 2018)


El último baile

CLÍMAX  êêê
(Gaspar Noé, 2019)
    
   
    Sigo al cineasta argentino afincado en Francia Gaspar Noé desde su debut con el largometraje Solo contra todos (1991) un crudo relato sobre los límites amorales de la existencia que aún hoy sigue siendo su mejor película. Pero fue en el año 2002 cuando alcanzó fama internacional con Irreversible, un film que resultó un escándalo allí donde se estrenó por la salvaje escena de una violación y la venganza adquiriendo su propia lógica interna. También disfruté Enter the Void (2009) film entre lo experimental y lo surrealista que se desarrolla en Tokio. Love (2015) película con imágenes explícitas de sexo resultó mucho menos transgresora de lo que pretendía y se impone como su más floja película hasta la fecha.

   
   En su quinto largometraje, titulado Clímax nos traslada a los años 90 y nos presenta a una veintena de bailarines de danza urbana que se reúnen para unas jornadas de tres días de ensayo en un internado abandonado en el interior de un bosque. Así, hacen su último baile común y luego montan la última fiesta de celebración alrededor de una gran fuente de sangría. Enseguida la atmósfera se vuelve eléctrica y una extraña locura envolverá la noche. A todos les parece obvio el hecho de que han sido drogados pero no saben por quién o por qué.

  
    Con un guión de no más de tres páginas, que deja el verbo para mejor ocasión, Gaspar Noé encierra a sus bailarines callejeros en un caserón del bosque en donde tras un par de números musicales degustarán una sangría condimentada con algún componente lisérgico. La función avisa al espectador que está basada en hechos reales (no he encontrado información, puede ser una leyenda urbana), pero no importa porque todo parece una excusa para montar unas espléndidas coreografías que a través de virtuosos planos secuencia captan a la perfección la sincronización de la música electrónica de los 80 y 90 con el movimiento de los cuerpos sudorosos de los bailarines que parecen poseídos. Un rótulo con la frase “La muerte es una cosa extraordinaria” queda como sentencia premonitoria. Puede que sea así, porque durante la fiesta una locura colectiva se apoderará de todos los bailarines dando sentido a otro axioma que aparece sobreimpresionado: “Vivir es una imposibilidad colectiva”. Para quien esto firma, Clímax sólo resulta interesante hasta el primer y alucinante baile (la energía y la vida), todo lo demás es un proceso extremo de aniquilación (la muerte) en su forma más primitiva y salvaje, sin escrúpulos ni autocontrol. 

CRÍTICA: "JEFA POR ACCIDENTE" (Peter Segal, 2019)


Lo llaman “americanada”
JEFA POR ACCIDENTEê
(Peter Segal, 2019)
    
   
    Si un director debuta con un engendro cuyo título es Agárralo como puedas 33 1/3: El insulto final (1994), jamás podrás esperar de él una filmografía prometedora. La profecía se cumplió con rotundidad con Peter Segal, con un currículum jalonado por títulos como Tommy boy, El profesor chiflado II, Ejecutiva agresiva, 50 primeras citas, El clan de los rompepelotas, Superagente 86 de película, una retahíla de birriosas producciones que no hará que Segal figure en el Olimpo de la historia del cine. Tampoco hace falta, porque su fábrica de churros es una mera empresa crematística y lo que menos importa son los aspectos artísticos.


  Su nuevo engendro se titula Jefa por accidente, un film a mayor gloria de la diva latina Jennifer López (que el próximo verano cumplirá 50 años) y que da vida a Maya Davilla, una mujer inteligente que ha trabajado diligentemente en una tienda local y que le ha sido negado un puesto directivo por carecer de titulación universitaria. Después de una trola en su currículum, Maya impresiona al CEO  de una de las mayores corporaciones de Nueva York y consigue un trabajo en la compañía. Ante la increíble oportunidad de tener la carrera y el estilo de vida que siempre soñó, deberá demostrar que su inteligencia puede ser tan valiosa como un título universitario, y que nunca es demasiado tarde para una segunda oportunidad.


   Película recomendada sólo para los seguidores incondicionales de Jennifer López y los espectadores de los baratos telefilms domingueros. Jefa por accidente no aporta nada a este invento (ya se sabe que español) del cine y parte de una premisa muy trillada: alguien que adopta una identidad o condición que le es ajena y se le presenta la oportunidad de su vida para, a través de un montón de enredos y obstáculos que tendrá que superar, alcanzar la felicidad sentimental y profesional que siempre imaginó. Es decir, pasar de ser una simple jefa de sección en un super sin poder llegar a la dirección por ser mujer, a ejecutiva de la más prestigiosa firma de cosméticos  de la ciudad debido a una trampa que ha hecho su ahijado inflándola el currículum. Una vez instalada, tendrá que demostrar  su valía  a base de pruebas un tanto absurdas y sin gracia. El mensaje sobre el empoderamiento femenino queda muy diluido por su voluntad de producto fast-food evasivo. Una historia de segundas oportunidades y una protagonista que se debate entre ser honesta y decir la verdad (aunque es evidente que está cualificada) o mantener la mentira y el puestazo. Todo muy previsible: el conflicto sentimental, el apoyo de sus amigas y los consabidos mantras de autoayuda. Un truño importante.

jueves, 7 de febrero de 2019

CRÍTICA: "GREEN BOOK" (Peter Parrelly, 2018)


El libro verde como guía de supervivencia
GREEN BOOKêêê
(Peter Ferrely, 2018)
     
   
   El cine de Peter Farrelly formando pareja con su hermano Bobby no me había interesado nunca. Títulos tan disparatados en los que se fusionan la comedia y a veces el más ñoño romanticismo como Dos tontos muy tontos, Vaya par de idiotas, Algo pasa con Mary, Yo, yo mismo e Irene, Amor ciego, Los tres chiflados, no conforman una filmografía de la que estar muy orgullosos. Ha sido una sorpresa que la primera película de Peter Farrelly en solitario me haya convencido descubriéndome así un talento que nunca hubiera imaginado detrás de esos títulos. Basada en una historia real, Green Book nos traslada al año 1962 para presentarnos a Tony Lip (Viggo Mortensen) un rudo italoamericano del Bronx que es contratado como chófer por el virtuoso pianista negro Don Shirley (Mahershala Ali) para una serie de conciertos por los estados sureños de Estados Unidos. Deberá tener presente “El libro verde”, una guía que indica los establecimientos donde es aceptada la presencia de personas afroamericanas. Juntos tendrán que hacer frente al racismo y los prejuicios allí reinantes, pero a los que el destino unirá obligándoles a dejar de lado las diferencias para sobrevivir y prosperar en sus vidas.


  Uno sólo necesita ver el primer tercio de la película para adivinar por dónde irá la cosa el resto del metraje. Pero eso no importa, Green Book es un relato previsible pero muy bien dirigido aunque conozcamos cuáles son sus intenciones como deriva de la mala conciencia de toda una nación y de Hollywood en particular, asaltado por los remordimientos del mal tratamiento que dieron durante décadas  al tema de la segregación. En formato de road movie, nos encontramos con dos personalidades contrapuestas que se retroalimentarán con la costumbres mutuas (los modales rústicos pero nobles de Lip comiendo pollo con las manos grasientas); y de Shirley (su personalidad sibarita, la corrección de sus modales y el verbo romántico) que les servirá de experiencia y enriquecimiento personal.


 Con una fotografía exuberante, una espléndida ambientación y el eco de Paseando a Miss Daisy asaltando la memoria, Green Book fusiona con acierto la denuncia racista, los buenos sentimientos de respeto y tolerancia y un fino sentido del humor para construir la estructura de una película amable que pone el foco en ese vergonzoso “Green Book” que los afroamericanos tienen como indispensable guía para no meterse en problemas cuando recorren los estados más racistas. Ese es el eje, pero el film como era de esperar se dispersa de manera sugerente hacia las interrelaciones personales del refinado pianista homosexual y el rudo chófer italoamericano. Un virtuoso de las teclas que se gana bien la vida tocando temas clásicos, populares y de jazz, tan culto y pulcro como arrogante y estirado, que encuentra en Lip el sentido más humano, cercano y familiar de una existencia muy alejada de su solitaria vida. Lip actúa de chófer y guardaespaldas, y a pesar de que en su interior guarda un poso de racismo (vemos cómo tira a la basura dos vasos de unos trabajadores negros que han estado trabajando en su casa) se sentirá avergonzado cuando Shirley, en uno de sus conciertos, es obligado por el anfitrión a ir a orinar a una barraca del jardín para que no utilice los lavabos para blancos. Con excelentes interpretaciones de sus dos protagonistas, Green Book no cuenta nada nuevo, pero la película está muy bien filmada y sirve de lección básica sobre el respeto y otros comportamientos que nos pueden hacer mejores.

domingo, 3 de febrero de 2019

CRÍTICA: "LA FAVORITA" (Yorgos Lanthimos, 2018)


LA FAVORITA  êêê
(Yorgos Lanthimos, 2018)
    

   Ídolo de modernos y de la vanguardia festivalera, el director griego Yorgos Lanthimos goza de un gran predicamento entre los cinéfilos gafapasta. Películas como Canino, Langosta y El sacrificio de un ciervo sagrado se han convertido en obras de culto para cierta intelectualidad siempre sedienta de nuevas formas escénicas y narrativas. En La favorita, un drama de época que el realizador confiesa que fue un encargo, nos sitúa en la guerra entre Inglaterra y Francia a principios del siglo XVIII. Una reina debilitada, Ana Estuardo (Olivia Colman) ocupa el trono británico, mientras su amiga Lady Sarah (Rachel Weisz) gobierna en la práctica el país en su lugar, debido al precario estado de salud y el carácter inestable de la monarca. Cuando la nueva sirvienta, Abigail (Emma Stone) aparece en palacio, Sarah, embriagada por su encanto, no se da cuenta  de que Abigail ve en su nueva posición una oportunidad para regresar a sus raíces aristocráticas. Como la política ocupa una parte del tiempo de Sarah, Abigail comienza a acompañar con más frecuencia a la reina.


    Con un guión que por primera vez no firma el director, La favorita nos traslada a la corte de la reina Ana Estuardo de Inglaterra para narrarnos el ascenso desde lo más humilde y servil de una mujer, Abigail (la criada encarnada con gran fuerza por Stone) hasta la más alta instancia del palacio real. Lo hará del brazo de su prima, protectora y finalmente rival, la duquesa Lady Sarah, a quien da vida de forma excelsa Weisz. Con ellas en la corte, tendrán lugar todo tipo de intrigas, conspiraciones, traiciones y sospechas que lindan con la paranoia, derivadas de estas dos mujeres que forman un triángulo tan temible como ridículo junto a la inclasificable reina, a la que Colman confiere un tono depresivo e histérico, brutal sin conciencia. Tres personajes terribles, comenzando por la primera gran soberana británica, una mujer aquejada de gota, frágil, sexualmente voraz, caprichosa, ciclotímica, rodeada de 17 conejos en recuerdo de los 17 hijos que ha perdido, que necesita estar protegida por mujeres dominantes y fuertes para que, ante su incapacidad, gobiernen en la sombra. 


    El error de Lady Sarah fue rescatar a su pobre prima Abigail, una noble a la que la suerte fue esquiva, porque será testigo de su codicia sin escrúpulos para arrebatarla sin pudor su condición de nueva favorita de la reina. Con un muestrario de recursos técnicos (el uso del ojo de pez, del gran angular y los contrapicados), Lanthimos arma un relato sobre el absolutismo del poder, la naturaleza depredadora humana y su carácter despiadado, en un retrato de personalidades tan tóxicas como espeluznantes. Buena película.