viernes, 29 de marzo de 2013

ANGELINA JOLIE, LA MÁS DESEADA


      ANGELINA JOLIE (Los Ángeles, 4 de junio de 1975), es hija del actor John Voight (con el que guarda un gran parecido) y de la desconocida actriz canadiense la Marcheline Bertrand. Su debut cinematográfico oficial se produjo en 1993 en el subproducto de ciencia-ficción Cyborg 2 (Michael Schroeder), aunque se da a conocer internacionalmente con la película Hackers (Ian Soltley, 1995), un thriller informático rutinario protagonizado por un grupo de expertos alucinados con la tecnología.

      Film donde conoció a su primer marido, el actor británico Johnny Lee Miller, lo mismo que ocurrió con su segundo esposo, el actor Billy Bob Thorton, tras coincidir ambos en aquella mediocre película sobre controladores aéreos titulada Fuera de control (Mike Newell, 1999), y lo mismo que sucedió con su actual pareja, el deseado Brad Pitt, con el que protagonizó la insufrible Sr. Y Sra. Smith (Doug Liman, 2005), y que casado con la actriz Jennifer Aniston lo dejó todo para unirse a la diva de labios pulposos y convertirse en un todo que la prensa rosa chicle bautizo con el apelativo de “Brangelina”. 

      Tras participar en el mediocre thriller El coleccionista de huesos (Phillip Noice, 1999), consigue el Globo de Oro y el Oscar a la Mejor Actriz de Reparto por Inocencia interrumpida (James Mangold, 1999), un drama protagonizado por Winona Ryder sobre una mujer que durante los años 60 vivió cerca de dos años en un hospital psiquiátrico porque a sus padres no les gustaba su peculiar personalidad. 

      Con la adaptación del vídeo-juego Lara Croft: Tom Raider (Simon West, 2001) y su secuela en 2003, se convierte en una de las actrices mejor pagadas de Hollywood. Recordemos que junto a nuestro Antonio Banderas protagonizó aquel bodrio titulado Pecado original (Michael Cristofer, 2001), remake del clásico La sirena del Mississippi y en el que la pareja aparecía en una secuencias muy tórridas que fueron muy comentadas. La mejor interpretación de su carrera la logra con El intercambio (Clint Eastwood, 2008), magistral y sombrío relato del maestro en el que Angelina hace de una madre soltera cuyo hijo desaparece sin dejar rastro. Actualmente,  Angelina es embajadora de buena voluntad de ACNUR USA.       


        Buena voluntad que también tuviste conmigo, que me acogiste sin preguntarme nada. Yo era como un peluche sucio y maloliente abandonado en la basura, un títere en la agonía recitando el estribillo de una canción fúnebre. 

     

      Fuiste mi salvación, Angelina, estabas tan delgada que oía chirriar tus huesos, tan pálida como una flor agostada, como el espectro de una virgen sin pintura. Cuando hacíamos el amor salía el imbécil que llevo dentro, adornando los movimientos con una torpe impostura deportiva, hasta que te enfadabas, fruncías tus labios caníbales y apagando el cigarrillo en el vaso de whisky me gritabas: ¡Fóllame de una puta vez! Sentencia heavy, irreverente y nada furtiva que me conminaba a desflorar tu alma preñándola de primavera. Sin ningún respeto, como si se tratara de un Brad “Pitto” cualquiera. 
    

jueves, 28 de marzo de 2013

CRÍTICA DE "LA CAZA" (JAGTEN)

Mentiras y falsas denuncias: una lacra que destroza vidas

LA CAZA (JAGTEN) êêêê
DIRECTOR: THOMAS VINTERBERG.
INTÉRPRETES: MADS MIKKELSEN, THOMAS BO LARSEN, ALEXANDRA RAPAPORT, LASSE FOGELSTROM, ANNIKA WEDDERKOPP.
GÉNERO: DRAMA / EE. UU. / 2013  DURACIÓN: 111 MINUTOS.   
ESTRENO EN CINES: 19 DE ABRIL DE 2013.
    
     Hay películas que te obligan a hacer una toma de conciencia, te cabrean, te zarandean, te golpean y te dejan una acidez de estómago difícilmente soportable. El director danés Tomas Vinterberg (Copenhague, 1969) vuelve para presentarnos una obra a la altura de su mejor creación, Celebración (1998), aquel musculoso drama firmado bajo el estricto decálogo de la corriente purista Dogma´95, un torpedo en la línea de flotación de una putrefacta y cínica burguesía y en toda la estructura imperante que, a falta de remedios, prefiere ignorar, no saber. Todavía recuerdo con pavor aquella denuncia atroz y radical sobre los abusos y los métodos de coacción de una jerarquía familiar amparada en el silencio, el miedo y la debilidad de las víctimas para descargar en ellas sus fracasos, complejos y trastornos.


      De la obra posterior de Vinterberg sólo me resultó interesante Submarino (2010) crónica sobre dos hermanos que han crecido y viven en condiciones marcadas por las drogas y las dependencias. Todo aficionado esperaba que el guapo director nórdico nos volviera a sorprender con un nuevo drama psicológico sobre los aspectos más monstruosos de esta decadente sociedad.


      LA CAZA nos narra la rutina de Lucas (Mads Mikkelsen) un profesor de cuarenta años que tras un divorcio difícil ha encontrado una nueva novia, Nadja (Alexandra Rapaport) y se dispone a reconstruir su relación con su hijo adolescente, Marcus (Lasse Fogelstrom). Lucas, tras cerrar el colegio donde impartía clases trabaja en una guardería donde es adorado por todos los niños. Pero un día, una mentira inocente y fortuita de de la pequeña Klara (Annika Wedderkopp) que se siente atraída por él y que es la hija de su mejor amigo, Theo (Thomas Bo Larssen) hace que Lucas sea acusado sin pruebas, salvo el confuso y teledirigido testimonio de la niña, por el más repugnante de los delitos. Cercana la navidad, sobre un paisaje nevado, la mentira se propaga como un virus. El estupor y el recelo se extienden por la pequeña comunidad, obligando a Lucas a luchar por salvar su vida y su dignidad.
      
      Una verdadera conmoción me ha producido el visionado de esta magnífica película que ambienta su trama en un país desarrollado y una sociedad del bienestar tan hipersensibilizada con el tema de los abusos a menores. Al cinéfilo más impenitente la premisa le recordará el clásico de William Wyler La Calumnia (1961), o tal vez al excelente y escalofriante documental Capturing the Friedmans (Andrew Jarecki, 2002).


      Sin embargo, a mi me ha llevado a evocar aquel gravísimo error judicial y a aquella (es decir, esta) asquerosa e histérica sociedad sin escrúpulos que diseminó sospechas absurdas y crucificó a una mujer, María Dolores Vázquez, por el asesinato de de la joven de 19 años Rocío Wanninkhof, basándose en prejuicios, el seguimiento asfixiante de una prensa amarillista y una deficiente investigación policial asentada en indicios inconsistentes y sin ninguna prueba concluyente. Una mujer inocente que fue condenada en un grotesco juicio con jurado popular y encarcelada durante diecisiete meses. Posteriormente fue absuelta por instancias superiores, pero el mal ya estaba hecho. Me pregunto cómo reaccionaron y se sintieron todas aquellas personas que la estigmatizaron y llamaron asesina, la prensa carroñera, la policía inepta, aquel juez peligroso y el contaminado jurado que la condenó tras ser detenido el verdadero culpable del asesinato, Tony King, que posteriormente también asesinaría en 2003 a la joven de Coin Sonia Carabantes, algo que ¿se podía haber evitado?   


      Seguramente igual que los miembros de la comunidad retratada por Vinterberg, trataron de pasar página como si nada hubiera pasado aun siendo conscientes de que su irracionalidad, su histeria y sus prejuicios destrozaron una vida, o tal vez sus convicciones no acaben nunca por desmoronarse y seguirán desconfiando de la víctima refugiándose en un axioma falso e insensato “Los niños nunca miente”. Pero todos sabemos que sí lo hacen, constantemente y de forma interesada. Los niños miente más que hablan, tienen una imaginación desbordante y casi nunca les hacemos caso salvo cuando lanzan –sabrá Dios por qué- una terrible acusación contra un adulto, y que por poco fundada que esta sea convertirá la vida de la persona señalada en un infierno. Lucas era el mejor profesor, el mejor amigo, el mejor vecino y el mejor amante, en pocas horas pasará de héroe a villano, sintiendo en sus carnes la frágil línea que lo separa todo.  


       Sé que al ver la película muchos espectadores se preguntarán si los daneses ignoran que existió Freud y nos dejó el psicoanálisis. Pienso que con lo narrado anteriormente ni una pizca de soberbia o frivolidad debería aflorar a la hora de valorar la denuncia que lanza LA CAZASomos unos seres poco evolucionados, muy primarios, a la mínima dejamos escapar la bestia que llevamos dentro para diseminar el odio y acorralar a la presa. Un trabajo superlativo de Mads Mikkelsen que hace frente a la injusticia con la mayor entereza y dignidad, que intenta controlar la desesperación con el apoyo sólo de su hijo y de algún amigo. Lucas ha quedado aislado, es señalado, humillado y golpeado, siente impotencia porque hasta su novia duda de él, hace brotar la rabia en algunos momentos sintiendo las puñaladas traperas de la traición, y maneja con cierta contención un asunto que le dejará desfondado. Vinterberg demuestra una vez más lo buen director de actores que es y se desenvuelve de forma brillante manejando la tensión, poniendo el dedo en la llaga de las denuncias falsas (tan de moda en el tema de los abusos y los maltratos) y las sospechas ciegas que tanto daño hacen.

       La culpabilidad de los niños es muy relativa ante la reacción exaltada y la mentalidad calenturienta de los adultos que dan pábulo a sus mentiras e inaccesible imaginación. Cualquiera puede ser detenido por una mentira o una denuncia falsa y todo el mundo es culpable hasta que no se demuestra lo contrario, de ahí la importancia de un film que puede ser tomado como un oportuno documento social (está inspirado en hechos reales) y la valentía de un cineasta que clausura la cinta con un disparo que roza la cabeza de Lucas, una advertencia de que la caza nunca cesa. 

sábado, 23 de marzo de 2013

MIS PELÍCULAS FAVORITAS: "EL IMPOSTOR"

La inteligencia como defensa
EL IMPOSTOR êêêê
(LIAR, DECEIVER)
DIRECTOR: JONAS Y JOSH PATE.
INTÉRPRETES: TIM ROTH, CHRIS PENN, MICHAEL ROOKER, RENEE ZELLWEGER, ROSANNA, ARQUETTE, ELLEN BURSTYN.
GÉNERO: THRILLER / EE. UU. / 1997  DURACIÓN: 103 MINUTOS.         
    
      Los hermanos gemelos Jonas y Josh Pate debutaron en el año 1995 gracias al mecenazgo de Peter Glatzer con el film The Grave, auténtica revelación en el Festival de Sundance e inédita en las pantallas de nuestro país, nada de lo que han creado posteriormente como guionistas o directores ha logrado interesarme. Sí lo lograron con este oscuro thriller titulado aquí EL IMPOSTOR, una historia a costa del asesinato de Elizabeth (Renee Zellweger), una preciosa prostituta cuyo cadáver ha aparecido descuartizado. Entre sus pertenencias, un nombre: John Walter Wyland (Tim Roth) un joven rico y crapuloso que se convierte por esa prueba circunstancial en el principal sospechoso del asesinato, y al que no le queda más remedio que someterse al detector de mentiras.

       Al frente del polígrafo se encuentra uno de los mejores y expertos investicadores forenses, Kennesaw (Michael Rooker) al que acompaña en los interrogatorios el ambicioso detective Braxton (el ya fallecido Chris Penn). A lo largo de los días en que se desarrolla las sesiones con el detector, vamos conociendo las complejas y tortuosas situaciones personales que viven cada uno de ellos. El sospechoso intenta hábilmente engañar a la máquina, dar un nuevo rumbo a la investigación, acusando incluso a los propios investigadores.

      Con la producción otra vez de Glatzer, EL IMPOSTOR  es un ejercicio retorcido de expresividad narrativa, un film sórdido para el que la pareja de cineastas han diseñado una atmósfera claustrofóbica y, por momentos, espectral y subyugante. A través de fichas con datos generales (profesionales, sociales, familiares) vamos conociendo a grandes rasgos los perfiles de los protagonistas, y entre todos esos datos hay uno que nos indica por dónde pueden ir los tiros en el interrogatorio con el detector de mentiras al que tiene que someterse Wyland: su elevado coeficiente intelectual, que intuimos le puede servir para salir airoso de una situación tan comprometida como ser el único sospechoso de un escalofriante asesinato.

      Walter Wyland (un superlativo Tim Roth) un pijo epiléptico y adicto a la absenta del que su padre reniega, maneja con habilidad maquiavélica esa situación tan complicada, hasta el punto de hacerse con el control del interrogatorio policial y pasar de convertirse de investigado a investigador. Para ello, cambia de confesión, distorsiona la realidad y enfrenta a los dos policías que le interrogan con sus propios demonios: Kennesaw, experto forense cuya vida naufraga en medio de un matrimonio roto por las infidelidades de su esposa y sus celos patológicos como rémora para superar la dolorosa situación; el detective Braxton, al que su desmedida afición al juego le lleva a poner su vida en peligro.

       Los Pate reflejan de manera sobresaliente la tensión que tiene lugar entre las cuatro paredes de la comisaría donde se desarrolla el interrogatorio, y nos muestran a modo de flash backs imágenes fantasmales que emergen de las distintas confesiones y de una lúgubre cinta de vídeo. Mientras, flotando en el ambiente irrespirable de la sala, el olor nauseabundo del cadáver de una bella prostituta, evocación que supone para alguien mucho más que una sombra nocturna en un parque. Sin duda, lo más atractivo de esta incursión dentro del subgénero de los interrogatorios policiales, es el intento de involucrar a los detectives encargados de la investigación a base de ir diseminando dudas y sospechas, personajes sobre los que los cineastas han edificado oscuras e inquietantes vidas paralelas, personalidades volcánicas que pueden vomitar su lava en cualquier momento, sumergiendo al espectador en un microcosmos de falsas apariencias donde nada es lo que parece.
    
         El film de los hermanos Pate me ha hecho recordar una magistral película perteneciente al mismo subgénero, Pura Formalidad (Giuseppe Tornatore, 1994), film en el que el gran Gerard Depardieu da vida a un escritor acusado de un turbio asesinato y un no menos excelso Roman Polanski encarna al comisario que le somete a  un implacable interrogatorio. Magníficas apuestas para una sesión doble.

miércoles, 20 de marzo de 2013

CLOSER: NUNCA NATALIE PORTMAN ESTUVO MÁS BELLA



      En el año 2004 el veterano director Mike Nichols dirigió la interesante CLOSER, el film es una adaptación de una obra teatral de Patrick Marber estrenada con gran éxito en Broadway que nos presenta a un escritor frustrado (Jude Law), que redacta necrológicas y que está a punto de publicar su primera obra.

     Aunque vive con una encantadora bailarina de striptease (Natalie Portman), no puede evitar la tentación de enamorarse de la fotógrafa encargada de diseñar la portada del libro (Julia Roberts), que está emparejada con un dermatólogo (Clive Owen).
     
      Closer, ambientada en el Londres actual, es un film que nos habla de temas tan comunes y universales como el amor, el deseo, los celos, las infidelidades, los encuentros sexuales ocasionales y las relaciones cruzadas que dan paso a traiciones muy destructivas.

      Relaciones que no llevan a ninguna parte, ya que ninguno de ellos sabe qué quiere y a quién quiere. No obstante, la debilidad que siento por Natalie Portman me ha hecho distinguir su interpretación en esta cinta como la más bella y perfecta de su carrera. Su rol de stripper-camarera esconde un personaje suculento, seductor, enigmático y a la vez frágil, complejo y repleto de matices.

       Una suerte de Lolita trufada de femme fatale que nos hechiza desde su primera irrupción y nos hace babear con la visión de su hermosa anatomía. Pero, que el lector no se confunda: todo el contenido sexual de Closer está en la inusitada fuerza de sus diálogos, auténtica metralla para oídos refinados. 

domingo, 17 de marzo de 2013

CRÍTICA DE "SPRING BREAKERS"

Certera radiografía de una juventud bailando en el vacío
SPRING BREAKERS êêêê
DIRECTOR: HARMONY KORINE.
INTÉRPRETES: SELENA GÓMEZ, VANESSA HUDGENS, RACHEL KORINE, ASHLEY BENSON, JAMES FRANCO.
GÉNERO: THRILLER / EE. UU. / 2013  DURACIÓN: 92 MINUTOS.   


     Este cronista estaba verdaderamente hastiado de cazadores de vampiros, brujas, gigantes y demás tonterías infantiloides dentro de la actual y pesada corriente de adaptaciones de cuentos clásicos. De modo que nada mejor para cambiar el chip que ver la última cinta firmada por el inimitable Harmony Korine, que ya tiene cuarenta años pero siempre será recordado como el enfant terrible que escribió el polémico guión de Kids (Larry Clark, 1995), iniciando posteriormente una carrera como director en los márgenes que dio comienzo con Gummo (1995), crónica sobre una galería de frikis de la América profunda, a la que siguieron Julien Donkey-Boy (1999), Mister Lonely (2007) y Trash Humpers (2009), que lograron que su nombre sonara con fuerza en los circuitos alternativos, rodeado siempre de un círculo fiel adoradores de la cultura trash más disfuncional.

      Puede sorprender que para su último invento, SPRING BREAKERS, cuente con la participación de algunas estrellas de la Disney como las no tan inocentes Selena Gómez y Vanessa Hudgens, en el que es hasta la fecha su film más comercial y mejor distribuido: En los Estados Unidos el término spring break se utiliza para denominar a la pausa primaveral que se lleva a cabo en escuelas y universidades (en España coincide con la Semana Santa) y que los estudiantes aprovechan para trasladarse a los estados que gozan de mejor clima y en donde se liberan de las tensiones en interminables juergas regadas con drogas y alcohol.
     
      Korine toma como punto de partida ese contexto para contarnos la aventura vivida por cuatro chicas, Candy (Vanessa Hudgens), Brit (Ashley Benson), Faith (Selena Gómez) y Cotty (Rachel Korine), que cometen un atraco en un restaurante para poder irse de juerga a las costas de Miami. Una vez allí, son sorprendidas por la policía en una casa llena de drogas y van a parar a la cárcel. No tardan en salir bajo fianza gracias a un traficantes de armas y drogas, Alien (un James Franco irreconocible en plan gángster rapero con trenzas y dientes de plata), que tomará bajo su protección a las chicas y las utilizará para sus intereses criminales.  

      Si dicen que el cine es una chica y una pistola, esa fue la primera imagen que tuvo Korine para dar forma al proyecto: unas chicas en bikini con pistolas. Realmente, el cineasta californiano consigue su objetivo creando una magnética experiencia audiovisual en donde la lírica está en los sugerentes escenarios, en el saturado cromatismo, en la simbiosis de la imagen festiva y la música electro-house, en la parca  y nada convencional narrativa, carente de todo mensaje moralista. 

      SPRING BREAKERS es ante dodo un film esteticista  de imágenes muy elaboradas, que sirve como certera radiografía de una generación  nihilista y vacía danzando en su universo pop, una generación, la actual, que se sumerge en las drogas, el alcohol, el sexo, la música y vive con la ambición de conseguir dinero rápido sin importar cómo, que se alimenta de iconos desechables para construir un mundo hueco de fantasía cuya meta última es la perdición. La vida como una fiesta interminable donde los padres y adultos no tienen cabida con sus prosaicas preocupaciones, y que se sentirían espeluznados al comprobar como sus hijos tiran sus vidas a la basura.

       Con estilizado tono pulp, esta metáfora sobre la vida hedonista llevada al límite se impone como una punzante película generacional, de ahí que me parezca apropiado que unas princesitas Disney encarnen ese modelo de frivolidad de una juventud para la que la imagen lo es todo.

        La espléndida banda sonora a cargo de Clift Martínez y Skrillex pone énfasis a un ejercicio de estilo que nos deja momentos memorables, como ese espectacular plano secuencia del atraco, aunque tal vez no se entienda que su estética de videoclip, el abuso del slow motion, los impenitentes flash backs y su caótico montaje, son efectos buscados por el director para hacer más indigesto el explosivo cóctel que mantiene en éxtasis a esta generación perdida, el culto y el mantra (“spring brakers siempre, zorras”) que proyecta el nihilismo existencial y autodestructivo de estas jóvenes en bikini en un fondo hortera de neones y colores chillones. Son las tinieblas en versión naïf del “gran sueño americano” representadas con taimada exactitud, un cuento ácido sobre la modernidad más voluble, el placer sintetizado en la pasión por las bagatelas y el vértigo del abismo. Un film excelente.


martes, 12 de marzo de 2013

MARLON BRANDO: LA CARNE Y EL ESPÍRITU DEL MÉTODO



Aborrecía la fama, echaba pestes de su profesión, de la que sólo le gustaba el dinero. Vivía desde hacía tiempo recluido, apartado del mundo en su casa de California o en su atolón Tetiaroa, en las islas de Tahití. La mole de 150 kilos en que se había convertido le provocaba problemas cardíacos y respiratorios, una obesidad incontenible que apenas le permitía caminar. Las heridas del alma, esas cuchilladas profundas que asesta la vida sin compasión, le dejaron en la ruina y anímicamente desfondado; un cadáver con permiso en un cerco de soledad. 

       Fue en 1990 cuando se gastó una fortuna en la defensa de su hijo Christian, condenado a 10 años de cárcel por el asesinato del novio de su hermanastra Cheyenne. Cinco años más tarde, Cheyenne se suicidó. El mito bajó la guardia, ya nada volvería a ser lo mismo. Se le recuerda llorando  en el juicio contra su hijo, lamentando, con una tristeza inabarcable, no haber sido un buen padre. Su vida en las últimas décadas fue un desastre.

        Marlon Brando, el actor más importante de la historia (lo de el mejor es para mí muy discutible) el hombre que dinamitó las formas de la dramaturgia en el Séptimo Arte, murió el 1 de julio de 2004 en un hospital de Los Ángeles. Podía ser un hombre arisco, celoso de su intimidad, lleno de contradicciones y fobias, pero nadie borrará de mi insustituible memoria cinematográfica algunas de sus memorables interpretaciones. Casi todas surgidas de una carnalidad salvaje e indomable, de las mil formas de retorcer el alma y modular los sentimientos.

       Nacido el 3 de abril de 1924 en Omaha (Nebraska), perteneciente a una familia humilde, tras ejercer diferentes oficios debuta en el teatro en 1944, siendo descubierto por los críticos un par de años más tarde. El escritor y dramaturgo Tennessee Williams le seleccionó personalmente para interpretar al volcánico Stanley Kowalski para el estreno teatral de su obra Un tranvía llamado deseo, que en 1951, a las órdenes de Elia Kazan, inmortalizó en la pantalla grande.

      Debutó en el cine metido en la piel de un parapléjico de la Segunda Guerra Mundial en Hombres, de Fred Zinnemann, y nada más poner los pies en Hollywood dio comienzo su leyenda, convirtiéndose en uno de los acores más solicitados y aclamados de su generación. Kazan confía de nuevo en él  para dar vida al legendario guerrillero mexicano en ¡Viva Zapata! de 1952, y sobre todo, para la formalmente magistral La ley del silencio (1954), encarnando al torturado e inolvidable boxeador Terry Malloy, enfrentado a una organización mafiosa que controla los muelles de Nueva York, el lirismo de algunas de sus escenas, su lucha por la dignidad y la autoestima nos acongoja poniéndonos un nudo en la garganta. Su recordada actuación le reportó el primer Oscar de su carrera y son muchos los que piensan que en ella quedó grabado su mejor trabajo.

       Brando interiorizó  y dio validez como nadie  al hondo realismo del método Stanislavski, que Lee Strasberg y su profesora Stella Adler importaron de Rusia y pusieron en práctica en el famoso Actor´s Studio. En 1966 protagoniza La jauría humana, obra firmada por Arthur Penn en la que da oxígeno a un Sheriff íntegro, incorruptible, que se opone al linchamiento de un preso pese que accedió al cargo gracias a las personas que desean la muerte del fugitivo.
         
      Algunas de sus memorables interpretaciones de la década de los 70 marcan un punto de inflexión en mi voraz cinefilia, en el seguimiento obsesivo que personalmente dediqué al actor. Cómo olvidar al Vito Corleone de El Padrino (Francis Ford Coppola, 1972), el tenebroso jefe de la mafia de voz tenue, maneras nobles y gestos pausados que incluso desde la penumbra impone su presencia y gobiernal el clan. Es el año más dulce de Brando, el absoluto desarraigo moral de Paul en El último tango en París (Bernardo Bertolucci, 1972), personaje excéntrico y decadente lastrado por el suicidio de su mujer, que le ha dejado tocado, y dotado de un atractivo animal, nihilista, perverso y enigmático que siempre me lleva a recordar aquella corrosiva escena -cuyos diálogos me sé de memoria- en que Paul sodomiza a Jeanne (Maria Schneider) forzándola a repetir: “Santa familia, templo de los buenos ciudadanos, los niños son torturados hasta que confiesan su primera mentira, donde la libertad se quiebra bajo la represión, donde la libertad es asesinada por el egoísmo. Familia, me dais asco, me cago en vosotros, maldita familia”.

      Cómo me gusta el final de esta obra maestra, la mirada sin horizonte de ese apátrida narcisista y autodestructivo pegando el chicle en la barandilla de la terraza antes de desplomarse. Por último, cómo olvidar al endiosado, megalómano y sádico coronel Kurtz de Apocalypse Now (Francis Ford Coppola, 1976) su enorme mano de dedos romos acariciando su brillante clava, como un rey en un pudridero humano, otorgando a un film de dimensiones operísticas las claves de la conciencia americana, la culpa y la redención. La presencia de Brando me acompañará siempre aun con melancolía, como quien recuerda sus primeros juguetes desde la más absoluta decadencia.