El nuevo invento ideado por los directores
Glenn Ficarra y John Requa firmantes también del guión- recupera la figura del
timador de gran tradición literaria y cinematográfica, pero recordando
excelentes films como Nueve Reinas (Fabián Bielinsky, 2000) y Pickpocket (Robert Bresson, 1959) se queda más
en la senda de la saga Ocean´s Eleven de Steven Soderbergh.
Tras visionar Focus tengo la sensación de que no alojará ningún poso en mi
saturada memoria cinéfila más allá de la agradable visión otra vez (recuerden
El Lobo de Wall Street) de la incomparable belleza y escultural cuerpo de
Margot Robbie.
Veamos: El
veterano timador Nicky Spurgeon
(Will Smith) es víctima de un intento de timo por parte de una hermosa joven
llamada Jess (Margot Robbie). Tras la
fallida operación, Jess se une al grupo de timadores de Nicky y su relación es
cada vez más íntima. Pero el temor de Nicky a hacer daño a los que le rodean y
el peligro que conlleva su profesión hace que abandone a Jess en la primera
oportunidad que tiene. Tres años más tarde, Nicky y Jess se reencuentran cuando
un joven multimillonario argentino, Garriga
(Rodrigo Santoro) que contrata a Nicky para progresar en su escudería de
Fórmula 1 vendiendo falsos secretos a los equipos rivales. Cuando Nicky
descubre que Jess es la nueva pareja de su proveedor, tratará de recuperarla
por todos los medios posibles, pero en el mundo de los timadores todo es posible.
Estamos
ante una película que pone de muy mala leche por el lujo que muestra (ambiente
top, muebles de diseño, ropa chic) y al parecer quienes únicamente lo disfrutan
son los que lo ostentan y la camarilla de timadores que se aprovechan. Por lo
demás,Focus no pasa
de ser un pasatiempo sin demasiado recorrido pero que tiene algunos puntos a
favor: sugerentes cambios de escenarios (Nueva York, Nueva Orleans, Buenos
Aires) iluminados con exultante pericia por el mexicano Xavier Pérez Grobet; la
aceptable química entre Will Smith y Margot Robbie, que hubiera sido mayor si
no estuviera tan fragmentada y la elegante, sexy y cómica naturalidad de la
actriz australiana, que acabará convirtiéndose en una presencia ineludible en
la gran pantalla. Sin embargo, el imponente envoltorio esconde poca sustancia y
las milimétricas vueltas de tuerca se me antojan muy previsibles.Un film muy
convencional que hace uso de todos los tópicos de este subgénero, como el
del maestro de la estafa y la alumna aventajada intercambiando roles, y las
etapas de un romance imposible que relaja el ritmo inicial y sólo explota la
recíproca atracción de la pareja. Un clímax que no guarda ninguna
sorpresa y de tintes moralistas pone el punto final a una función francamente
olvidable. Insisto, sólo recordaré a Margot.
INTÉRPRETES: WILLEM
DAFOE, NINETTO DAVOLI, RICARDO SCAMARCIO, VALERIO MASTANDREA, ADRIANA ASTI, MARIA DE MEDEIROS.
GÉNERO: BIOPIC / ITALIA / 2015 DURACIÓN: 86 MINUTOS.
Controvertido director
de cine, guionista, escritor, poeta, marxista, católico, homosexual, transgresor,
provocador, pederasta, pornógrafo son algunas de las profesiones y epítetos que
nos hacen evocar a una de las figuras intelectuales esenciales de la segunda
mitad del pasado siglo: Pier Paolo
Pasolini (Bolonia, 5 de marzo de 1922 – Ostia, 2 de noviembre de 1975), un
artista total, genuino, prolífico y multidisciplinar que supo plasmar en su
obra las constantes de una vida trágica y cuyo carácter descarnado quedó
marcado por su ciudad natal, la izquierdista Bolonia, su condición de
homosexual, que le llevó a ser expulsado del Partido Comunista Italiano tras
ser acusado de corrupción de menores cuando impartía clases en un colegio, y
por su familia: odiaba con ferocidad a su padre, Carlo Alberto Pasolini, un
militar fascista colérico, alcohólico y maltratador que fue quien identifico y
detuvo al joven anarquista de 15 años Anteo Zamboni cuando el 21 de octubre de
1926 intentó asesinar a Mussolini durante el desfile de la Marcha sobre Roma.
Zamboni erró el disparo e inmediatamente fue atacado y linchado por los
fascistas que dejaron los despojos de su cuerpo agujereado por 14 puñaladas, un
balazo y signos evidentes de estrangulamiento; Pasolini veneraba a su madre,
una maestra de escuela sensible y dulce descendiente de una familia campesina;
la muerte de su hermano Guido, a los 20 años, abatido en 1945 cuando combatía
con la Resistencia en la Segunda Guerra Mundial, alojó en él y en su madre, un
terrible vacío. Pasolini murió el 2 de noviembre de 1975 salvajemente asesinado
por un chapero de 17 años, Giuseppe “Pino la rana” Pelosi, y su cuerpo
desfigurado quedó abandonado en una playa de Ostia, cerca de Roma.
Las
circunstancias de la muerte siguen sin estar claras, y al aficionado se le hace
necesario ver como complemento de este film de Ferrara, la película de Marco TullioGiordana Pasolini, un delito italiano
(1995), donde la pregunta que se impone es ¿pudo Pelosi asesinar solo a
Pasolini? Un suceso que sigue siendo un enigma a día de hoy, pero que siempre
se ha especulado que su condición de homosexual altivo, su ideario comunista,
su carácter libérrimo y su postura muy crítica con algunos políticos de la
época, acabaron condenando al intelectual más odiado y amado en la agitada Italia
de aquellos tiempos.
Abel Ferrara,
muy perdido en los últimos tiempos y que parece querer dar un nuevo impulso a
su carrera con films como Welcome to New York (2014), sobre el
affaire Dominique Strauss-Kahn, y la cinta que nos ocupa, traza un maravilloso
ejercicio de síntesis narrando las últimas horas de vida del tan recordado como
llorado director: la noche del 2 de noviembre de 1975, Pier Paolo Pasolini es
asesinado en una playa de Ostia de una brutal paliza. Convertido en icono
revolucionario en su lucha contra el poder, sus escritos resultan escandalosos,
y sus películas, son perseguidas por la censura. Ese día, Pasolini (Willem Dafoe) había pasado sus últimas horas con su
adorada madre y con sus amigos, por la noche se lanza a la calle en busca de
aventuras. Al amanecer, es encontrado su cadáver tumefacto, como una marioneta
rota, en una playa de Ostia.
Si la personalidad de Pasolini resulta
difícil de descifrar por su facultad poliédrica, al menos se ha conseguido
encontrar a un actor de rostro anguloso y marcadas arrugas gestuales que con gafas
oscuras todavía guarda más parecido físico con el director de Mamma Roma, Willem Dafoe, que mimetiza
su imagen y confiere a la función un carácter cotidiano, de calma y equilibrio.
Pasolini es el mejor y más sentido
trabajo de Ferrara en muchos años, poniendo en práctica un estilo elegante y
sencillo nos presenta un film caleidoscópico que nos muestra el pálpito y
retazos de los últimos pasos en la vida del mito de la herida abierta. Y lo
hace a modo de salmo o elegía con estampas dispersas en donde su figura, dotada
de una emocionante fisicidad, se agiganta: entrevistas a raíz de su última
película, Saló o los 120 días de Sodoma; sus reflexiones sobre el sexo,
la moralidad, y su homosexualidad como un acto de resistencia; la entrevista
que concedió a Furio Colombo en vísperas de su muerte; su pasión por el fútbol que
definió como una representación sagrada; sus salidas por barrios degradados en
busca de aventuras con jóvenes romanos; su relación con su amada madre, su
actor fetiche Ninetto Davoli y la actriz Laura Betti; y su asesinato en la
playa de Ostia, que Ferrara muestra sin pasión, pero con la lacerante equidistancia
del misterio, abonándose a la tesis de que fueron varios hombres los que
participaron en la brutal paliza que acabó con su vida. La cámara sigue a Dafoe,
la carne y el espíritu del intelectual, del artista total y universal, durante
unas horas que van a desembocar en su trágica muerte, escenas de lo vivido y lo
imaginado, asaltadas por personajes que crecen a la sombra del autor doliente.
El director neoyorquino no especula en ningún momento con las causas e hipótesis de la muerte de Pasolini, algo que podría haberse considerado atrevido o irreal, mostrándose más interesado en todo lo que late en la dimensión humana del genial artista, y nos hace respirar su aliento con un fondo de convulsión política y social, Roma como un teatro violento y siniestro, la Ciudad Eterna en crisis de valores (posesión y destrucción), y sobre la que estos valiosos fragmentos de las últimas horas de vida del escritor (profesión que indicaba su pasaporte), de su pensamiento, marcan una deriva excepcional que pone en valor su incorruptible trayectoria vital, en donde el escándalo que provocan sus obras serviría de espejo para enfrentar a la podrida sociedad con su propia podredumbre, el asco del director hacia el mundo en que vivía. El inabarcable llanto de su madre, Susanna, al conocer la muerte de su segundo hijo de boca de la actriz Laura Betti, prolonga un dolor universal, un llanto colectivo de locura y derrota, una sensación de ruina y orfandad tan lacerante como ineludible.
El cabroncete
de Tinto Brass traspasa todo límite
de lo prohibido en El hombre que mira contando cómo en un colegio de Roma, un
profesor llamado Dodo sufre una depresión y su mujer le acaba dejando por otro.
El profesor quiere recuperarla desesperadamente
y comienza a tener fantasías a soñar despierto con ella, convirtiéndose en un
mirón y sumergiéndose en un mundo de sexo y fantasías. Un film muy guarro en
donde el director italiano se desata y que a pesar de las coartadas
pseudointelectuales o de tintes psicológicos, solo logra desarrollar un film de
barniz pornográfico, con un guión aberrante, diálogos obscenos aunque con una
bella fotografía y sugerentes escenarios. Cinta muy superficial que nos
presenta a dos bellísimas actrices, Katarina
Vasilissa y Cristina Caravaglia.
CONFESIONES DE TINTO
BRASS (FERMO POSTA) (1995)
El film, tal vez
uno de los menos conocidos del director, nos narra la colección de historias
reales que representan las fantasías sexuales de la vida cotidiana de muchas
mujeres que envían por correspondencia al realizador especialista en cine
erótico. Una película floja, representativa de la decadencia a la que se veía
abocada la carrera del director. Interpretada por él mismo y por un elenco de
macizas actrices eróticas italianas, basa su trama en una serie de cartas,
fotos y cintas de vídeo, y Tinto Brass
plasma esas confesiones, fantasías y deseos secretos con una carga desinhibida
de sensualidad y flagrante lujuria. Atención a la morbosa escena en la playa
con las dos parejas follando y observándose.
MONELLA (1998)
Estamos ante la
historia de una joven muy sensual, Lola
(Anna Ammirati)que está a punto de casarse con un hombre de costumbres
tradicionales que desea que ella llegue virgen al matrimonio, pero ella siente
un fuego que la quema por dentro y una gran atracción por el amante de su
madre, un hombre experto en cuestiones sexuales. Una sucesión de tórridas
escenas teniendo como protagonista a una mujer promiscua/ninfómana, loca por
lanzarse a las experiencias sexuales que le ofrece la vida y con un novio bobo,
algo que aprovechará para cumplir sus más libidinosos deseos.
TRASGREDIRE (CHEEKY,
CARLA BELLA RAGAZZA) (2000)
Trasgredire es una comedia erótica del año 2000 que nos narra las
vicisitudes deCarla (Yuliya
Mayarchuk), una joven y despreocupada veneciana que va a Londres para buscar un
piso que compartir con su novio,Matteo (Jarno
Berardi). Una vez en la capital inglesa,Moira (Francesca
Nunzi), una funcionaria del estado, seduce a Carla y ella queda cautivada.
Carla decide no decirle nada a Matteo, aunque él sospecha algo y se pone muy
celoso al imaginar las aventuras eróticas de Carla. Matteo acabará viajando a
Londres para enfrentarse a Carla, cuyas revelaciones le harán despertar.La película,
como casi todas las del cineasta milanés, es un auténtico espantajo narrativo,
si bien cuenta con la absoluta trascendencia de que podemos disfrutar de los
hermosos, espectaculares, epicúreos, apetitosos cuerpos de sus protagonistas,
entre los que sobresale la chispeante y pasional modelo ucraniana Yuliya Mayarchuk en el rol de una mujer
enardecida dispuesta a disfrutar de la vida, su atropellada sensualidad, su
cuerpo esculpido por las manos de un genial artesano y su desatado instinto
animal nos hace volar más allá de los límites de lo imaginable: lírica exquisita para ambientar un
relajado soliloquio.
LAS PERVERSIONES DE
LIVIA (SENSO´45, BLACK ANGEL) (2000)
La película nos
traslada a la Italia fascista de los años 40. Una mujer (Anna Galiena) casada
con un jerarca local mantiene relaciones con un miembro de las SS. La atracción
que siente por el oficial alemán la llevará a introducirse en un mundo
clandestino de perversión y juegos eróticos. Al menos aquí nos encontramos con
un libreto un poco más elaborado aunque, eso sí, lo que finalmente nos interesa
es contemplar desnuda a la gran Anna
Galiena (con algunas incursiones en el cine español, como por ejemplo en Jamón,
Jamón, La pistola de mi hermano o Cuestión de suerte). Brass, que intenta hacer un grosero
homenaje a Senso de Visconti, retorna a su obsesión por los nazis y la
Italia fascista de algunas de sus películas setenteras y ochenteras, para
firmar un film que resulta más sórdido que erótico, y en donde el tema de la
sumisión, las perversiones y el fetichismo de los uniformes se elevan como
ingredientes ya muy trillados que ayudan a configurar un molesto tono
melodramático.
FALLO¡ (PRIVATE) (2003)
La penúltima
película dirigida por Tinto Brass es
una cinta sobre seis episodios basados en la sexualidad y el erotismo de una
nueva generación de mujeres. Una de las películas más zarrapastrosas del
realizador, un relato absolutamente chabacano y soez o deliciosamente
pornográfico, según cómo se mire. Lo seguro es que el director italiano impone
un erotismo hortera y en demasiadas ocasiones cómico, con escasa fuerza visual
y de una sensualidad que se vende muy barata, y en donde destaca la pasarela de
mujeres físicamente muy hermosas en situaciones altamente irrisorias.
MON AMOUR (2005)
Marta (Anna Jimskaia) es una mujer casada que un día conoce a León, un gigoló con quien tiene un encuentro sexual en un museo, la presencia de visitantes hace que los amantes se separen para encontrarse después en una fiesta donde ella acude con su marido. Terriblemente enamorada de León, se prestará a sus juegos sexuales, incluso a practicar sexo con dos hombres a la vez. Pero la situación se complica cuando el marido de Marta descubre su diario, donde relata sus apasionados encuentros con su amante. Última película dirigida por Tinto Brass, que no creemos que, debido a su avanzada edad, se vuelva a situar detrás de la cámara. En Mon amour late el impulso y la esencia de sus primeros y más logrados trabajos, y tiene su mayor aliciente en el modo de radiografiar la pérdida de la pasión después del matrimonio. Anna Jimskaia está como un queso, y si el film se merece un visionado es debido a su presencia y porque el director se empeña en dar sentido y sofisticación a la puesta en escena.
He de reconocer
que nunca me he sentido atraído por la literatura de Thomas Pynchon y recuerdo que me costó horrores terminar su obra más emblemática, El arco iris de la gravedad (1973). Un texto
que se ve asaltado por un amplísimo elenco de personajes y que trata de forma
farragosa materias como la química, las matemáticas y la religión, temáticas
que, siendo sincero, me interesan muy poco. Desde luego no me quedaron ganas de
leer más libros de este gurú de la postmodernidad y la contracultura. Pienso que
cuando a un artista se le cuelga la etiqueta “de culto” es como si se le
estuviera concediendo una licencia para epatar con cualquier bodrio. Es el caso
del escritor y también de Paul Thomas Anderson,
al que le reconozco dos películas magníficas (Boogie nights, Magnolia),
otras dos solamente aceptables (Sidney, Pozosde
ambición) pero también algunos pestiños que provocan vergüenza ajena, TheMaster,
Embriagado
de amor y el film que nos ocupa, Puro vicio, cinta que adapta la novela
que Pynchon escribió en 2009.
La función nos
traslada a la soleada California de 1970. Doc
Sportello (Joaquin Phoenix) es un peculiar detective privado de Los
Ángeles. Después de mucho tiempo sin verse, su ex, Shasta (Katherine Waterston) una seductora femme fatale, solicita
su ayuda para encontrar a su amante desaparecido, un magnate que pretendía
devolverle a la sociedad todo lo que había expoliado. Sportello se ve sumergido
así en una trama con muchas aristas.
Como apuntaba, el calificativo “de culto”
le hace a Thomas Anderson un flaco favor y le incita a atreverse con cualquier
cosa, él sabe que una legión de rendidos y alucinados críticos rebozará su
indigesto pestiño con el caviar de la excelencia. Puro vicio es una tomadura de
pelo, una película enmarañada, confusa, rodada sin convicción y tan desordenada
que se hace imposible saber de qué va el asunto; personajes apenas esbozados
que entran y salen de la pantalla sin decir nada interesante y, lo que es peor,
dando la impresión de estar más perdidos en la historia que los sufridos
espectadores (en la sesión a la que este crítico asistió casi la mitad de los
espectadores abandonaron la sala antes de que terminara la película).
Uno se dispone a
ver la película tras leer una sinopsis que le recuerda mucho, por la época y la
trama, a espléndidos films inspirados en las novelas pulp de detectives como La
noche se mueve (Arthur Penn, 1975) o Adiós Muñeca (Dick Richards, 1975) y lo que se encuentra es con una
galería de personajes excéntricos, absurdos e histriónicos pululando por una
historia laberíntica, dispersa y muy mal narrada que esconde un vacío absoluto.
Su kilométrico metraje no tiene ningún sentido y lo único reseñable es la
puesta en escena, la ambientación, la conseguida atmósfera de las playas hippies
californianas de principio de los 70, y la visión siempre agradable de algunos
cuerpos femeninos muy saludables; de ese totum revolutum que forman el detective
fumeta con patillas a lo Curro Jiménez al que da vida Joaquin Phoenix, sectas a
la búsqueda de percepciones extrasensoriales, policías surrealistas, diálogos que
rozan la paranoia y la anticlimática
resolución del caso, mejor no hablamos. Puro vicio es un film vacuo, soporífero,
un relato en el que Anderson desprecia a los personajes y la historia para
poner énfasis en los escenarios y regodearse en su grimoso estilo, un
pretencioso e insoportable ejercicio de estilo firmado por un director cuyo ego e ínfulas de artista único, por mucho que se empeñe su camarilla de abducidos críticos,
acabará condenando al ostracismo. Si eres capaz, amigo lector, de llegar al
final de esta inconexa y tediosa tontería, te mereces un premio. Todavía ando jodido
por esas dos horas y media perdidas de mi valioso tiempo que jamás recuperaré.