miércoles, 26 de abril de 2017

CRÍTICA: “DÉJAME SALIR” (Jordan Peele, 2017)


GET OUTêêêê


SIMPLEMENTE, LA MEJOR PELÍCULA DE LO QUE VA DE AÑO

     Sé que muchos aficionados no tendrán la posibilidad de ver Get Out en una sala de cine en un país en donde el tema de la distribución cinematográfica es para echarse a llorar. Los que sí tengan esa suerte se encontrarán con una de las mejores óperas prima de los últimos años, pues el debutante Jordan Peele se muestra tan sagaz, atrevido e inspirado que nadie diría que el comediante afroamericano de la serie Comedy Central ha pergeñado prácticamente solo esta original película. Pero así es, partiendo de  un excelente guión propio, Peele sorprende a propios y extraños con una perturbadora cinta de gran calado social y un humor absolutamente corrosivo.

     
     La normalidad parece presidir la relación del joven afroamericano Chris (Daniel Kaluuya) con su novia Rose (Allison Williams). Forman una pareja interracial muy enamorada, algo que a nadie debería extrañar en nuestros días, pero por si acaso él le comenta a su novia que se lo tenía que haber comentado a sus padres. Y es que Rose ha invitado a Chris a pasar un fin de semana en la casa de campo familiar para que conozca a sus futuros suegros, Missy (Catherine Keener) y Dean (Bradley Whitford). Al principio, Chris piensa que el comportamiento excesivamente complaciente de los padres de su novia se debe a la cortesía y el nerviosismo por la relación interracial de su hija, pero a medida que pasan las horas, una serie de señales y comportamientos cada vez más inquietantes le llevan a descubrir una verdad inconcebible.


    El arranque de Déjame salir le puede hacer pensar al espectador más cinéfilo que se encuentra ante una amable comedia de tensiones raciales al estilo de la clásica Adivina quién viene esta noche. Nada más lejos de la realidad, porque si bien el retrato de una juventud tolerante y sin prejuicios en contraste con la generación de sus padres que han tenido que edulcorar su carácter reaccionario para adecuarlo a los nuevos tiempos está presente en el primer tramo de la función, el talento y la mala baba de Jordan Peele van borrando poco a poco las sonrisas artificiales de amabilidad (que sólo son la fachada impostada con la que muchos racistas saludaron la llegada al poder de Obama), para descubrirnos la verdadera y terrorífica faz que se esconde detrás de ellas. Y es que en una sociedad tan racista como la norteamericana la complacencia es sólo una postura más, una máscara que esconde el verdadero rostro del desprecio y el odio.


      Sería obsceno por mi parte desbrozar detalles interesantes de la trama de esta espléndida película impidiendo así que sea el espectador quien se deleite descubriendo sus múltiples hallazgos. Porque doy fe de que serán testigos de una experiencia cinematográfica diferente, una mezcla de terror y comedia mordaz que se impone como una contundente denuncia social sobre uno de los más ignominiosos estigmas de una sociedad en donde la xenofobia se muestra tan permeable que empapa cualquier sistema de trasmisión cultural, social y tradicional.

    
   La pericia de Peele reside en cómo va extendiendo la sospecha  de que algo enfermizo y siniestro esconde la blanca y anglosajona novia del protagonista y su turbador clan familiar, en la sibilina e hiriente forma de mostrar que hay algo alarmante que aflora por encima de la hospitalidad y en cómo van acomodando sus aparentemente irrelevantes comentarios siempre entonados con un punto de soberbia y malicia… y sobre todo, en la forma en la que el joven Chris se ve paulatinamente envuelto en una atmósfera malsana, en el modo extraño en que los sirvientes (negros, por supuesto) y la numerosa comitiva que acuden a la casa para brindar, se comportan; los primeros porque parecen tener anulada la voluntad víctimas permanentes de un asombroso estado de hipnosis; y los otros porque parecen miembros de un sórdido y delirante culto. Antes del desquiciado e impredecible clímax final, todo el mundo ha comprendido el maquiavélico mensaje que el director ha querido alojar  en la mente del espectador, pero es tan aterrador y produce tanta vergüenza que una indescriptible mueca queda congelada en nuestros rostros mucho tiempo después. Una película que glorifica este maravilloso arte llamado cine. 


lunes, 24 de abril de 2017

CRÍTICA: “JOHN WICK: PACTO DE SANGRE” (John Stahelski, 2017)


JOHN WICK: PACTO DE SANGREêêê
    
    
    El director de estos artefactos, Chad Stahelski, es un conocido especialista de cine. De hecho, fue quien sustituyó a Brandon Lee durante el rodaje de El Cuervo (1994) cuando un desgraciado accidente acabó con la vida del actor y se decidió continuar con el rodaje. Ha trabajado en infinidad de películas como especialista, coordinador de dobles y realizador de segunda unidad. El binomio que ahora forma con Keanu Reeves en esta franquicia se fraguó hace ya tiempo cuando Stahelski actuó de doble del intérprete en películas como Matrix y Constantine.


     Como la primera entrega, que estuvo codirigida junto con David Leitch y titulada John Wick: Otro día para matar, esta secuela es otro menú con ensalada de tiros y hostias que comienza donde lo dejó la primera: El legendario asesino John Wick (Keanu Reeves) se ve obligado a salir de su retiro por un exsocio que planea obtener el control de un misterioso grupo de asesinos. Obligado a ayudarlo por un juramento de sangre, John emprende un viaje a Roma con la firme intención cumplir la deuda y enfrentarse a los más peligrosos asesinos del mundo.
  
   
   Diluido el factor sorpresa del film seminal, por John Wick: Pacto de sangre sobrevuela una pegajosa sensación de déjà vu que no será perceptible para los espectadores que no tuvieron la oportunidad de ver la película original (que ni siquiera se llegó a estrenar en las salas de nuestro país), pero para los  que si la vimos, set pieces como la de la discoteca de Roma nos ha hecho evocar una secuencia muy parecida que formaba parte de aquella. Con su mujer fallecida por causas naturales, toda la violenta odisea que Wick emprende en la primera entrega se resume en la devastadora venganza del implacable asesino de quienes le robaron su preciado coche y mataron a su perro.


     Aquí se cambia de escenario y por fin recupera su auto, aunque de nada le servirá porque lo dejará para el desguace, pero el estilo, la parquedad de diálogos y la atmósfera se mantienen en un relato en el que se hace imposible hacer un recuento de cadáveres. Un patrón conceptual que es el santo y seña de esta saga: diálogos cortos y directos sin momentos para la reflexión, infinitos disparos a bocajarro, una persecución tras otra (atención a la que se produce en unas  catacumbas) y la venganza como única lógica.
  

     Enmarcada dentro del cine de acción pura y dura, Stahelski  y su guionista Derek Kolstad visitan lugares comunes del género con esa máxima que dice que los códigos secretos del sindicato de asesinos son tan sagrados como el amor evocador de Wick a su desaparecida mujer, la única razón por la que dejó atrás un pasado de violencia y perdición; lugares comunes en donde la traición se paga cara y las cuitas se resuelven a tiro limpio. En el film también nos encontramos a una red de mendigos (cuyo líder es Laurence Fishburne) que esconden un poder secreto en la sombra y que ayudarán a John Wick (tan nihilista, solitario, melancólico y autodestructivo como siempre) cuando un contrato de siete millones de dólares pongan precio a su cabeza y miles de asesinos de cualquier pelaje le tengan en el punto de mira.

    
    Y el invento, a pesar de lo ridículo y excesivo de la propuesta, funciona. Sin dar ningún respiro al espectador y como si de un frenético videojuego se tratara desarrolla una acción muy física, visceral y con algunas briznas de humor que son como un bálsamo entre tanta muerte a quemarropa. A destacar esa escena del tiroteo con silenciador en la escalera mecánica del metro, en la que Wick se enfrenta a Cassian, el guardaespaldas de Gianna D´Antonio, un sibilino tiroteo que pasa desapercibido para los transeúntes que les rodean.   

viernes, 21 de abril de 2017

CRÍTICA: “PERSONAL SHOPPER” (Olivier Assayas, 2016)

       

"PERSONAL SHOPPER"  êêê


    El director francés Olivier Assayas tiene tras de sí una regular filmografía que comenzó a mediados de los ochenta con Desordre (1986) jugoso drama sobre unos jóvenes que quieren formar una banda de rock y que como no tienen medios roban los instrumentos y todo acaba en tragedia. Películas resultonas como El niño del invierno (1989) y París se despierta (1991) dos dramas sobre las consecuencias del amor, se alternan con experimentos notables como Irma Vep (1996) una sátira sobre el cine dentro del cine, films erráticos como Demonlover (2002) un absurdo neo noir, hasta llegar a la que es para mí la mejor producción de este cineasta: la serie televisiva Carlos (2010) sobre el famoso terrorista de los años setenta y ochenta que también tuvo su adaptación cinematográfica. Su penúltimo film, Sils María (2014) que cuenta también con la presencia de Kristen Stewart acompañada de Juliette Binoche, es un aseado drama que tiene como trasfondo el mundo del teatro.


    Personal Shopper sigue a Maureen (Kristen Stewart) una joven estadounidense en París que trabaja como asistenta del guardarropa de una celebridad. Aunque no le gusta su trabajo, es el único medio que tiene para pagarse la estancia en la capital francesa mientras espera una manifestación de Lewis, su hermano gemelo fallecido recientemente tras sufrir un ataque al corazón. Así, Maureen pasa algunas noches en una mansión vacía y comienza a recibir en su teléfono móvil extraños mensajes anónimos.


    Más que una clásica historia de fantasmas, aunque contenga algunas secuencias con apariciones espectrales, la nueva criatura de Olivier Assayas nos invita a reflexionar sobre la pérdida y el dolor, lo efímero de la existencia y su vacuidad, las insatisfacciones, la alienación y la hiriente soledad en un mundo en el que nos movemos de pantalla en pantalla y las nuevas tecnologías han devuelto a la gente a las cuevas, a refugiarse de un mundo hostil lleno de sinsabores y en donde el placer, también el llanto, es un desahogo solitario; la desnaturalización de las relaciones interpersonales y el aislamiento de una realidad cada vez más perturbadora, como comprobaremos en el tramo final.


     Como soy de los que piensan que la gente no cree en nada y sólo se interesa por vivir el momento, toda vivencia está presidida por un carácter de urgencia e inmediatez. Así, no hay pausa en la vida de Maureen (una Kristen Stewart que el día que deseche sus tics y muecas de niña estreñida se convertirá en una buena actriz), una mujer que vive entre el desasosiego de un trabajo insatisfactorio y estresante y el acoso del fantasma de su hermano que, desde su condición de médium que comparte con ella, la acecha y vive tras su aliento. Es tal vez lo más real de un mundo falso, lleno de lujos, imposturas y carencias afectivas.


   Assayas prolonga el misterio a través de la angustia de la protagonista, de su confusión e interrogantes. Desde la primera aparición de un ectoplasma en la decadente mansión hasta las adictivas conversaciones en el servicio de mensajería del iPhone, Maureen se pierde en un laberinto de espejos (o de pantallas) sin encontrar más salida que la desesperación, la insistente y latente sensación de que una presencia fantasmal sigue sus pasos y la abraza en la noche con la gelidez de un íncubo.


    Pero es que a medida que se desarrolla la trama, la vemos a ella vagar por la ciudad y las exclusivas tiendas como si de un espectro se tratara; sus contactos cotidianos son breves e insustanciales y su melancolía de alma en pena parece pertenecer ya a otro mundo. Un sangriento suceso final dará un giro a su vida y pondrá fin a su estancia en París para dirigirse al encuentro de su novio, al que sólo conocemos a través de videollamadas. Ha hecho falta una tragedia para que Maureen despierte a la realidad, pero allá donde vaya estará acompañada de su alma gemela…o la conciencia espiritual de en qué nos hemos convertido.  


miércoles, 19 de abril de 2017

“FRAGMENTOS DE AMOR” (Fernando Vallejo, 2016)

  
"FRAGMENTOS DE AMOR"  ê
   

    Me pidieron que comentara esta película colombiana dirigida (es un decir) por Fernando Vallejo. Pero la verdad, me resulta muy aburrido por la lamentable calidad cinematográfica del producto. Rodada como si fuera el capítulo piloto de una mediocre telenovela, Fragmentos de amor nos narra la historia de Susana (Angélica Blandón) y Rodrigo (José Ángel Bichir) un afinador de pianos que comienzan una relación amorosa a pesar de que ella (tan enamoradiza que parece ninfómana) tiene pareja. Él, que se ve desasistido por las musas desde que su mujer le dejara, vuelve a componer cuando ella le cuenta historias tórridas de sus amores pasados.


    Malograda y, no nos engañemos, zarrapastrosa adaptación de la novela “Fragmentos de amor furtivos” de Héctor Abad, todo en la función resulta tan impostado como grotesco en una trama que mezcla atentados con bombas perpetrados por los narcoterroristas en los años 90 con una relación pasional desastrosamente construida en la que la bella Blandón demuestra sus nulas dotes interpretativas pero que no desentona dando la réplica a ese otro actor vulgar que es el hermano menor de los Bichir. Pocas veces he visto en una pantalla una pareja con menos química y unas secuencias sexuales rodadas con menos sensualidad y morbo, algo esto último que debería ser el eje central de la narración.

    
   Todo resulta artificiosamente ridículo, comenzando por las historias eróticas que jalonan el pasado de la histriónica protagonista y siguiendo por los patéticos diálogos que cruzan la pareja, tan planos y faltos de profundidad psicológica como las escenas sexuales, en las que la Blandón se dedica a mover mecánicamente las nalgas sin enseñar mucho y sin ningún atractivo, mientras Bichir se aplica en hacer de momia con una mueca de disgusto y una actitud ciertamente machista. El fiasco hay que apuntárselo mayormente a Fernando Vallejo, incapaz de regalarnos una sola escena con un mínimo de valor cinematográfico. Reveladora esa secuencia final en la habitación de las máscaras, ya que todo es un teatro inútil, una tomadura de pelo.