martes, 30 de septiembre de 2014

CRÍTICA: "SIN CITY: UNA DAMA POR LA QUE MATAR"

Ni excelsa ni despreciable
SIN CITY: UNA DAMA POR LA QUE MATAR êêê
DIRECTORES: ROBERT RODRÍGUEZ, FRANK MILLER.
INTÉRPRETES: JOSH BROLIN, EVA GREEN, JESSICA ALBA, MICKEY ROURKE, JOSEPH GORDON-LEVITT, ROSARIO DAWSON, BRUCE WILLIS, POWERS BOOTHE.
GÉNERO: THRILLER /EE. UU. / 2014  DURACIÓN: 102 MINUTOS.    
     

     Rotundo fracaso en las taquillas de los Estados Unidos, tanto que se está barajando su salida directa al mercado del DVD en países como España, me dispongo a ver la segunda entrega cinematográfica basada en una de mis novelas gráficas favoritas con ciertas reservas y alguna esperanza de poder rebatir las malas críticas recibidas, que como era lógico han terminado por contaminar al gran público. Tras el visionado, compruebo que SIN CITY: UNA DAMA POR LA QUE MATAR no roza ni de lejos el listón alcanzado por el film original pero tampoco es la película despreciable y aburrida que muchos nos habían contado. El film sigue manteniendo un exuberante look visual y resulta lo suficientemente entretenido como para captar rápidamente la atención del espectador y a los fans del cómic, que se lo pasarán bien con un ejercicio cinematográfico rodado con estilo.


      Frank Miller y Robert Rodríguez se encargan de nuevo de esta secuela ambientada en la oscura y peligrosa Sin City, “La Ciudad del Pecado”, aunque en esta ocasión no cuentan con el concurso de Quentin Tarantino. La trama gira en torno a Dwight McCarthy (Josh Brolin) quien busca vengarse de su ex novia, Ava Lord (Eva Green), una misteriosa e imponente mujer que abandonó a Dwight para casarse con hombre poderoso y multimillonario y ahora ha regresado para traerle más problemas. Por otra parte, la joven bailarina y stripper del bar Kadies, Nancy Callahan (Jessica Alba) intenta superar la muerte del agente de policía John Hartigan (Bruce Willis), el cual la salvó en dos ocasiones de ser violada. También nos encontramos con Johnny (Joseph Gordon-Levitt), que tiene la peligrosa misión de acabar con el mayor villano de Sin City, el senador Roark (Powers Boothe). Por otra parte, Marv (Mickey Rourke) ayudará a Dwight a consumar su venganza.


      Recuerdo que cuando era un crío pensaba en lo difícil  que debió de ser que El Padrino II mantuviera la misma calidad (e incluso superior para mí) que la primera entrega. Tan difícil que muchos años después, en 1990, pudimos comprobar el tremendo fiasco que supuso la cochambrosa El Padrino III. Sinceramente yo no esperaba que SIN CITY: UNA DAMA POR LA QUE MATAR superara el nivel de excelencia e inspiración que la película seminal, pero esperaba algo más de un artefacto supone todo un descalabro para el equipo artístico y técnico y para las productoras The Weinstein Company y Dimension Films, aunque estoy por asegurar que lejos de ser ese material de derribo que nos han querido vender, el film se eleva como una aceptable continuación que debido a las enormes expectativas creadas ha supuesto una ingrata decepción para mucha gente. Deberíamos analizar secuelas como las de El Exorcista o Alien Para darnos cuenta de que hay desengaños mayores. Estamos ante una película que tiene como misión principal cerrar algunos cabos sueltos de Sin City y ampliar el universo de una ciudad ficticia aunque inolvidable en donde la violencia, la corrupción, el sexo y la lucha por la supervivencia apenas dejan resquicio para un romanticismo fatalista o suicida.



    Claro que, diluido el factor sorpresa tras la primera entrega, todo puede parecer reiterativo o excesivamente hiperbólico. Nada hay que reprocharle a su competente elenco, en el que sobresale una deslumbrante Eva Green de alarmantes ojos verdes y con más curvas que la cordillera de los Andes, una peligrosa femme fatale rebosante de avaricia y perdición. También cumple el proteico Powers Boothe, cuya crueldad sólo es comparable a sus ansias de poder. Sin la corrosiva decadencia y pulcritud del film original (se echa en falta al puntilloso Tarantino), las tres historias desarrolladas avanzan a buen ritmo, teniendo como epicentro de encuentros ese microcosmos de ambiente contaminado por el humo del tabaco, el sudor el alcohol y la derrota que es el bar Kadies. Teniendo en cuenta que las mejores historias ya se contaron en la anterior película y que iba a ser complicado igualar su fuerza arrolladora, estamos ante un film aseado sin más pretensiones  que complementar el peculiar universo creado en Sin City. Porque lo que resulta incontestable es el magnetismo onírico de sus imágenes y la lograda atmósfera noir y sensual de la función, dentro de una trama enfangada por los arquetipos que habitan una ciudad lúgubre, infernal e ideal para el exceso y el pecado, para la fatalidad del antihéroe. Podemos estar de acuerdo en que esta secuela no era necesaria, pero una vez horneado el pastel ¿a quién le amarga un dulce?

sábado, 27 de septiembre de 2014

EL CULO DE CAMERON DÍAZ NO VALE UNA MISA

     

     Es indudable que la comedia –con todos sus matices- tiene su público, pero yo tengo que confesar que cada día me interesa menos, algo que puede ser debido a la ínfima calidad actual de un género que sigue en progresiva decadencia. Pocas cosas resultan mínimamente hilarantes en SEX TAPE: ALGO PASA EN LA NUBE, una función que nos presenta a un matrimonio, Jay (Jason Segel) y Annie (Cameron Díaz), que cuando entablaron relación sentían entre ellos una atracción muy intensa, pero que diez años y dos hijos después, todo se ha vuelto rutinario y se dan cuenta de que hay que avivar la llama de la pasión que se está apagando. Deciden entonces grabarse en vídeo mientras mantienen una maratoniana sesión sexual de tres horas. El problema surge cuando descubren que el vídeo ha sido enviado por error a sus amigos y familiares.


      Aburridísima, un film en el que cada situación parece forzada. Jake Kasdan se queda muy corto en su aparentemente irreverente premisa a pesar de utilizar artilugios tecnológicos (Ipad, Tablets, Cloud Computing) para dotar a la función de un toque de modernidad, y en la que la química de la pareja protagonista (el pasmarote de Jason Segel y la chica de la sonrisa pronunciada, una Cameron Díaz con 41 tacos) apenas sostiene un pésimo guión más ordinario que morboso y con sólo un par de gags reseñables. Y molesta sobremanera la obscena publicidad de Apple, una cuestión a la que el hijo del en otro tiempo prestigioso director Lawrence Kasdan, dedica más interés que a la dirección de actores o a pulir algunas secuencias patéticas, ridículas y vergonzantes. Sin pizca de pretendida tensión sexual, el encefalograma plano  persiste desde el principio hasta el final sin que los momentos más pretendidamente bizarros lo altere.


Y es que hacer una buena comedia es algo muy difícil, y no basta con pronunciar la palabra “follar” constantemente o elegir a unos protagonistas de altura, mucho menos cuando lo único que recordará el respetable son las apariciones de Rob Lowe como futuro jefe de Annie, un empresario que cuando su familia no está en casa aprovecha para dar rienda a su lado más gamberro y friki realizando todo tipo de locuras. Suyos son los mejores momentos de la función, su concurso es mucho más descarado y transgresor que la visión fugaz del culo de Cameron Díaz -que tampoco es que valga una misa- y las extrañas posturitas con Jason Segel siguiendo el manual “The Joy of Sex”. Lo peor es que se supone que estamos ante una comedia adulta, pero lo que encontramos es un humor de guardería, muy mojigato, que no sabe uno si se debe a la cultura represora norteamericana en materia sexual a al deseo de postular una visión liberal de sus propios complejos. En cualquiera de los dos casos naufraga estrepitosamente.



miércoles, 24 de septiembre de 2014

CRÍTICA: "LA ISLA MÍNIMA"

Un thriller que revisa dolorosamente nuestro pasado reciente
LA ISLA MÍNIMA êêêê
DIRECTOR: ALBERTO RODRÍGUEZ.
INTÉRPRETES: JAVIER GUTIÉRREZ, RAÚL ARÉVALO, NEREA BARROS, ANTONIO DE LA TORRE, JESÚS CASTRO, JESÚS CARROZA.
GÉNERO: THRILLER /ESPAÑA / 2014  DURACIÓN: 105 MINUTOS.    
     

    La carrera de Alberto Rodríguez (Sevilla, 1971) es una de las más interesantes del panorama cinematográfico español e incluso internacional desde que debutara codirigiendo con Santi Amodeo aquella chispeante comedia con la inmigración como fondo titulada El Factor Pilgrim (2000). Inspiración que se mantuvo intacta un par de años más tarde con su segundo largo ya en solitario, El Traje (2002), una comedia en la más notable tradición picaresca española que al mismo tiempo componía una interesante sinfonía sobre la marginación social. Pero lo cierto es que fue con 7 Vírgenes (2005), potente drama social con dos poderosas interpretaciones a cargo de Juan José Ballesta y Jesús Carroza, el trampolín que dio impulso a su carrera dándole a conocer entre el gran público. Tal vez mucha gente quedara descolocada con After (2009), aunque a mí el film me pareció muy coherente con la trayectoria del realizador, que logró una visión ácida sobre una generación (la llamada Generación X) que progresivamente fue degradándose y perdiendo toda referencia sentimental. En el año 2011 firma su mejor película, Grupo 7, un magnífico thriller sobre una brigada policial que, en vísperas de la Expo-92 de Sevilla, tiene como misión limpiar de delincuencia el centro de la ciudad, y por la que desfilaban una serie de personajes con graves problemas estructurales y de supervivencia.


      Han pasado tres años desde que tuvimos la oportunidad de disfrutar de aquella muestra del mejor policíaco español y la espera ha valido la pena, tanto que LA ISLA MÍNIMA queda automáticamente clasificada como una de mis imprescindibles de nuestro cine y la mejor película española en lo que va de año. La acción se inicia en 1980 y nos sitúa en un pequeño pueblo de las marismas del Guadalquivir, uno de esos lugares en donde el reloj se paró hace mucho tiempo. Hasta allí se desplazan desde Madrid dos detectives de la policía, Juan (Javier Gutiérrez) y Pedro (Raúl Arévalo), que tratarán de resolver el caso de dos adolescentes brutalmente asesinadas durante las fiestas del pueblo. Ambos tienen personalidades disímiles y, por diferentes motivos, no atraviesan una época dorada dentro del cuerpo policial. Pedro es un policía moderno y tolerante que desprecia los métodos del antiguo régimen, está casado y a la espera de un hijo. Por el contrario, Juan es soltero, un policía de la vieja escuela, hedonista, violento y formado en la siniestra Brigada Político Social. Los dos tendrán que hacer un esfuerzo para limar sus diferencias en pos de atrapar al peligroso asesino de las chicas, el cual lleva años matando a jóvenes de los alrededores. Los detectives descubrirán que, además del arroz, principal fuente de riqueza de la comarca, existe otra fuente de ingresos mucho más sucia: el tráfico de drogas.


      Alberto Rodríguez  es un tipo inteligente, da igual cómo le surjan las ideas y le llegue la inspiración para realizar sus películas, el caso es que siempre se las apaña para determinar con increíble gusto y fortuna los elementos más significativos que componen sus obras y captar en progresión ascendente la atención del espectador. En LA ISLA MÍNIMA si hay algo que imprime carácter a la función es la elección del escenario geográfico donde se desarrolla gran parte de la función, las marismas, un espacio extensísimo y de ecosistema húmedo que se impone como un lugar aislado e ideal para la vida salvaje, en donde las ciénagas y la lluvia crean una atmósfera turbia, desoladora y desasosegante. El hábil cineasta se sentirá hastiado cuando con cansina insistencia le preguntan sobre las similitudes de su magnífica película con la magistral serie televisiva “True Detective” creada por el genial Nic Pizzolatto, que él dice no haber visto (el protagonismo de dos detectives antitéticos, secuestros y asesinatos, paisajes pantanosos, atmósferas enrarecidas) algo que resulta comprensible aunque no es menos cierto que esto es algo anecdótico cuando te sumerges rápidamente desde los pulcros títulos de crédito iniciales para empaparte del aroma de la esquinada vida rural en aquellos años 80, consiguiendo un radiografía nítida sobre la sociedad de la época y los lodos del franquismo.



    En LA ISLA MÍNIMA todo encaja con exactitud y escrupulosa profesionalidad, nada se me antoja gratuito o rutinario, con dos actores protagonistas inspirados dando oxígeno a dos detectives de perfiles y éticas opuestas que tendrán que conciliar sus discrepancias ideológicas, pues además de la investigación sus vidas dependen de ello. El buen pulso del director y su talento para crear tensión, hacen que la historia avance en un contenido crescendo no exento de oscuridad y realismo (recordemos que algunas chicas fueron secuestradas y asesinadas salvajemente en nuestro país aprovechando las fiestas de los pueblos), el que se vislumbra en esa España profunda, cerrada y lóbrega,  en su hermetismo y amenaza. Al guión firmado por el propio director y Rafael Cobos no le hacen falta subrayados para componer pautas modélicas, sorpresas, situaciones extenuantes, subtramas y giros bien planificados, configurando la función a base de una compleja investigación en la que se haya enredada la dupla protagonista y que temporalmente discurre alternando las pesquisas de cada uno de ellos en paralelo. El telón de fondo está tamizado por un realismo sucio y agobiante en donde se dispersan los cadáveres en putrefacción, caciques arrogantes, incultura, mano  de obra esclava, oscuros secretos y mentiras, un microcosmos degradante y lleno de costras que se impone como una revisión dolorosa y nada estridente de un pasado reciente y un tiempo crucial en donde se construyeron los cimientos en los que se asienta el presente. El final alumbra una lacerante verdad que actúa como metáfora de ese pestilente pozo fecal del que surge nuestra propia historia. Un film notable.

lunes, 22 de septiembre de 2014

MIS FAVORITAS DEL CINE ESPAÑOL: "SECUESTRADOS"

SECUESTRADOS êêêê
DIRECTOR: MIGUEL ÁNGEL VIVAS.
INTÉRPRETES: FERNANDO CAYO, MANUELA VELLÉS, ANA WAGENER, GUILLERMO BARRIENTOS, DRITAN BIBA, MATIJIN KUIPER.
GÉNERO: TERROR / ESPAÑA / 2010  DURACIÓN: 85 MINUTOS.    
       
   Aunque se trate de una perogrullada, voy a insistir sobre una cuestión que seguro resulta más preocupante para todos aquellos que viven en una tranquila y lujosa zona residencial rodeados de las más sofisticadas medidas de seguridad: créanme, a la hora de la verdad todas esas costosas medidas resultan dolorosamente inútiles, pregunten a José Luís Moreno. Es duro reconocerlo, pero el hogar, el lugar más sagrado que como individuos tenemos para expresar íntimamente nuestra libertad individual/emocional, puede ser en cualquier momento profanado sin que podamos hacer nada para evitarlo. Esa verdad está ahí afuera, y SECUESTRADOS demuestra que la simple rotura de un cristal basta para que se desate la peor de las pesadillas de una forma automática y brutal. El sevillano Miguel Ángel Vivas (Reflejos, 2003), se sirve de algo tan de moda como el temible secuestro exprés (que consiste en retener a los inquilinos en su propiedad y amenazarlos hasta conseguir el máximo dinero posible en pocas horas), para componer toda una sinfonía hiperrealista del horror con tan sólo doce planos-secuencia.


    La trama de este magnífico film se desarrolla más o menos así: El acomodado matrimonio formado por Jaime (Fernando Cayo) y Marta (Ana Wagener), se traslada con su hija Isabel, (Manuela Vellés), a una lujosa urbanización a las afueras de Madrid. La mudanza ha sido agotadora y celebran el traslado con una cena familiar y descorchando una botella de champán. Es entonces cuando, de repente, irrumpen en el nuevo hogar tres encapuchados albaneses que, desarrollando una violencia bestial, retienen a los miembros de la familia. Mientras el líder de los asaltantes sale con el padre y con todas las tarjetas de crédito y las claves de las del resto de la familia en busca de un cajero automático, las dos mujeres quedan secuestradas en su misma casa por los otros dos encapuchados. La tensión irá in crescendo hasta estallar en una explosión de violencia atroz.


      Miguel Ángel Vivas nos regala una obra de culto instantánea, de una violencia extasiante, seca, extrema y sin florituras, y como siempre habrá quien le acuse de desplegar una violencia gratuita, yo me seguiré preguntando ¿qué tipo de violencia no lo es? Lo importante es que derrocha verosimilitud reflejando una realidad tristemente cotidiana en nuestro país, a la cabeza de Europa en cuanto a número de asaltos violentos, y donde más allá de la incapacidad de nuestra sociedad para procesar esa tragedia mayestática tan reconocible (el escenario se convierte en un tablero infernal en el que seres racionales utilizan la palabra en un intento inútil para ganar la partida a otros seres que sólo se mueven por instintos), el film encuentra su mayor virtud en su feroz naturalismo, en los efluvios orgánicos, la fisicidad y cercanía del drama. Esa casa que actúa como un personaje más y en donde la tensión se puede cortar con un cuchillo, salpicándonos de lágrimas, sudor y sangre, electrizando nuestros tímpanos con gritos desgarradores, respirando el hálito de la desesperación y el sadismo en un hogar convertido ya en una brutal coreografía del pánico no apta para un público sensible. Lo logra gracias a las impecables actuaciones de un elenco en estado de gracia ante el complicado reto de unas secuencias extraordinariamente dilatadas.
     


      Precedida de referencias tan significativas como De repente (Lewis Allen, 1954), 37 horas desesperadas (Michael Cimino, 1990), La habitación del pánico (David Fincher, 2002), Los Extraños (Bryan Bertino, 2008), y sobre todo Funny Games (Michael Haneke, 1997), una propuesta, en todo caso, más intelectual y mucho menos visceral que esta orgía arrebatadora en que se convierte SECUESTRADOS, el cineasta andaluz otorga coherencia a la trama con un contundente prólogo sobre un hecho real que sitúa la acción en el alarmante contexto histórico en que nos encontramos. No escatima en recursos técnicos con esa cámara que a modo de ojo de cíclope no pierde detalle y sigue la acción de forma obsesiva, o esa pantalla dividida que nos muestra dos situaciones diferentes que tienen lugar al mismo tiempo y que se desarrollan en el mismo lugar. En fin, una dirección enérgica, un espléndido guión, un poderoso empaque visual, excelentes interpretaciones, una historia estremecedora narrada sin concesiones ni metáforas ni análisis sociales ni piedad con una platea que intenta combatir íntimamente el miedo repitiendo: “es sólo una película, es sólo una película, es sólo una película… ”

jueves, 18 de septiembre de 2014

MIS PELÍCULAS FAVORITAS: "LA NARANJA MECÁNICA (A CLOCKWORK ORANGE, 1971)

LA NARANJA MECÁNICA
(A CLOCKWORK ORANGE)
Fantástico - USA, 1971 - 137 Minutos - Color.
DIRECTOR: STANLEY KUBRICK.
INTÉRPRETES: MALCOLM McDOWELL, PATRICK MAGEE, ADRIENNE CORRI, MIRIAM KARLIN.

    Tenía fama Stanley Kubrick de ser un realizador muy exigente, puntilloso y obsesivo -coletilla que repetimos continuamente-, poco o nada impulsivo y reacio a la espontaneidad, algunos de estos rasgos quedan confirmados por la tranquilidad con que asumía sus proyectos cinematográficos, trabajos sumamente elaborados sobre los que ejercía, desde la primera idea, un control férreo y exhaustivo. Con Kubrick podían pasar muchos años -incluso diez- de intervalo entre película y película... pero ¿a qué dedicaba todo ese tiempo sin producir nada? Pues, por lo visto, a seleccionar material para su próximo film, algo que viniendo de una personalidad tan detallista y escrupulosa como la de este cineasta no debe resultar tan extraño, ya que todo el material susceptible de ser adaptado que caía en sus manos pasaba por un proceso analítico para barajar los pros y los contras, analizando de forma meticulosa las posibilidades e inconvenientes con que se podía encontrar si decidía en último termino llevarlo a la pantalla. De cualquier manera no es el caso de La naranja mecánica, ya que la novela es un regalo que le hacen en el año 1968 y dos años después ya ha comenzado el rodaje, sólo han pasado tres años desde el estreno de 2001 Odisea del espacio, si bien es cierto que los referidos intervalos van a ir progresivamente aumentando en el futuro; Barry Lindon (1975), El resplandor (1980), La chaqueta metálica (1987) y Eyes Wide Shut (1999).


    Me apetece extenderme con la sinopsis del film: Alex (Malcolm McDowell) y sus tres drugos (amigos en su jerga) deciden llevar a cabo una de sus particulares sesiones nocturnas de ultra-violencia, que esta vez incluye el apaleamiento de un mendigo, una pelea con otra banda y la violación de la mujer de un escritor. Los padres de Alex, descontentos con la vida de su hijo, le intentan convencer para que asista a clase, pero el prefiere pasar el tiempo zascandileando con sus drugos y no inventando cosa buena, practicando el mete y saca y escuchando con excitación suprema a Beethoven, su ídolo. Su jefatura dentro de la banda es un día cuestionada por sus tres drugos, Alex se encarga por su cuenta de poner las cosas en su sitio. Una noche la banda asalta la casa de una mujer que vive acompañada de docenas de gatos y rodeada de todo tipo de fetiches y objetos eróticos, Alex la mata con un gran pene de porcelana, pero sus drugos le golpean en la cabeza y después es detenido por la policía. Tras un juicio, es condenado a catorce años de cárcel, allí pone interés en ser elegido para seguir el nuevo tratamiento psicológico Ludovico, que está todavía en fase de experimentación, una terapia creada con el fin de anular la violencia y guiar a los presos por el buen camino... y de paso ponerle en un santiamén en libertad. De vuelta a casa, completamente reformado, se encuentra con la sorpresa de que sus padres han alquilado la habitación suya a un joven, al que además han cogido cariño. De patitas en la calle se encuentra con el mendigo al que en tiempos golpeó y que le ha reconocido, obligándole a ir con él debajo de un puente, y una vez allí, con  la ayuda de otros indigentes le propinan una soberana paliza de la que es rescatado por dos policías, que no son otros que dos de sus antiguos drugos, estos le llevan a un campo donde casi le ahogan introduciéndole violentamente la cabeza en una pila de agua. Bajo la lluvia, tiritando y herido, deambula hasta encontrar una casa que resulta ser la del escritor al que atacó y a cuya esposa violó, el escritor acaba reconociéndole también y le tortura, le mantiene encerrado en una habitación donde se escucha a gran volumen la terrible sinfonía de Beethoven, por lo que no le queda más remedio que saltar con la intención de quitarse la vida. Sobrevive y es ingresado en un hospital, los periódicos acusan al gobierno de una cura inhumana, de haber inducido al joven Alex al suicidio, en el hospital es visitado por sus padres que se sienten culpables y le piden que vuelva a casa. Una enfermera le pasa unas diapositivas, a través de sus respuestas violentas le confirma su recuperación, Alex imagina escenas eróticas, comprende que está totalmente recuperado.
   

    A clockwork orange esta basada en la novela homónima del escritor británico Anthony Burgess, relato que es una horripilante visión de un mundo futuro, aunque cercano, donde la realidad es un universo caótico de sexo y violencia. Como la novela, el brutal film de Kubrick pone de relieve situaciones menos ficticias de lo que aparentemente podemos deducir, porque si algo queda claro es la intención del cineasta por hacer una reflexión sobre los mecanismos represivos -alguien puede entender defensivos- de los sistemas autoritarios y la juventud como engranaje intransigente e inconformista dentro de esa maquinaria de control. Que el realizador decidiese, casi inmediatamente, llevar a cabo el proyecto, pude ser debido a lo tremendamente sugerente que le resultó su esencia temática, que contiene todos y cada uno de los elementos que componen las constantes que para el autor son más atractivas y recurrentes: el sexo, la violencia, la muerte, el humor corrosivo, una visión nada optimista sobre el futuro y la oportunidad de poder desarrollar su acusado e impactante sentido del espectáculo. El bar Lácteo Korova, en donde por lo general se consume leche, es el lugar preferido del nadsat-adolescente, es allí donde Alex y sus drugos planifican sus fechorías, esa dosis de insustituible violencia que les sirve para quedar agotados y les ayuda a dormir como angelitos toda la noche de un tirón. Rechazan la religión, las normas y las leyes, crean estimulos vitales mediante la destrucción, promulgan para la mujer una condición de objeto para uso y consumo fisiológico y detentan un nuevo orden a través de la primacía de los instintos más salvajes y primitivos. Por todo esto Kubrick fue acusado neciamente de fascista por ciertos pseudointelectuales que creyeron, ignorantes ellos, que el protagonista del film era el alter ego del director de la película.
   
    Stanley Kubrick era un francotirador que quería acertar siempre en el blanco, no siempre lo logró, pero a fe que cuando lo hizo su obra trascendió de lo normal para convertirse en todo un fenómeno sociológico. Es lo que sucedió con La naranja mecánica, una película superpolémica a la que se culpó de incitar a un imitador a cometer un asesinato, por lo que fue retirada por el director, quien en vida se negó a que fuera exhibida en el Reino Unido. El film, rodado en exteriores, salvo algunos decorados -el bar, la cárcel, la casa del escritor-  impresiona por su diseño (vestuario, ambientación, etc.) la escenografía, la música y la estupenda fotografía de John Alcott. Kubrick, con su afinada puntería, acertó una vez más en la diana y convirtió la obra de Burgess en un clásico dentro del Séptimo Arte, demostrando de nuevo su habilidad para vampirizar literatura y ensamblarla dentro de un universo propio, rebosante de poderosa energía visual y un lenguaje fílmico conciso, no exento de cierta ironía, consecuencia tal vez de su mirada corrosiva y su postura agnóstica ante la vida.
   

    Por último, contaré una anécdota que sirve para ilustrar el irritante perfeccionismo y la preocupación obsesiva por controlar hasta el más mínimo detalle de que hacía gala este singular cineasta: días antes del estreno en Nueva York de La naranja mecánica, Kubrick se enteró de que el interior de uno de los cines estaba pintado con una laca blanca brillante que producía reflejos inaceptables, mandó a pintar de nuevo el cine. El director de la sala le objetó que sólo faltaban unos días para la proyección y que no encontraría a nadie que se comprometiese a levantar los andamios y pintar la sala a tiempo. Kubrick, sin moverse de Inglaterra, buscó personalmente a un decorador y consiguió que se hiciese el trabajo, utilizaron una pintura luminosa que producía el mismo problema. Kubrick insistió en que lo volvieran a pintar, esta vez en un tono mate. 

lunes, 15 de septiembre de 2014

CRÍTICA DE: "EL HOMBRE MÁS BUSCADO"

Último testamento de un genio
EL HOMBRE MÁS BUSCADO êêê
DIRECTOR: ANTON CORBIJN.
INTÉRPRETES: PHILIP SEYMOUR HOFFMAN, WILLEM DAFOE, GRIGORY DOBRYGIN, RACHEL MCADAMS, ROBIN RIGHT, DANIEL BRÜHL.
GÉNERO: ESPIONAJE / EE. UU. / 2014  DURACIÓN: 121 MINUTOS.    

     El director holandés Anton Corbijn, prestigioso fotógrafo y director de vídeos musicales para bandas como Joy Division, Depeche Mode, Nirvana, U2 y Metallica entre otros, no sorprendió en exceso cuando eligió para debutar un relato biográfico sobre uno de los músicos más malditos, torturados y lúcidamente trágicos del panorama musical del pasado siglo, Ian Curtis, frotman de la banda Joy Division. Con Control (2007) que estaba basado en el libro “Touching from a Distance”, escrito por la viuda de Curtis, no sólo logró una excelente crónica sobre los últimos años del recordado ídolo británico de la era post-punk, también una severa introspección sobre el carácter sombrío del artista, una personalidad inestable atrapada en una vida de insatisfacciones e incapaz de cumplir con las exigencias que su nuevo estatus de estrella en ciernes y su familia le reclamaban. Corbijn bajó mucho el listón en su segunda película, El Americano (2010), un thriller protagonizado por George Clooney sobre un asesino a sueldo que tras cometer un error en su último trabajo se refugia en un pueblecito italiano a la espera de realizar una última misión, y que sin tildar la función de despreciable, es cierto que el realizador quedó hipnotizado  por el encanto del protagonista olvidándose de otorgar vida al relato.   


      Pero si hay algo que Anton Corbijn hace maravillosamente, seguramente debido a su experiencia y talento como fotógrafo, es la creación de atmósferas, signo inequívoco de un excelente esteta hechizado por la imagen y convencido de que esa estilización influye de manera realista en el aspecto escénico y narrativo de la historia. Veamos: Un joven ruso, Issa Karpov (Grigory Dobrygin) consigue llegar a Hamburgo desde Turquía. Lleva encima una importante cantidad de dinero, se declara musulmán devoto y presenta signos espeluznantes de haber sido torturado. Espías de tres países dedicados a la lucha antiterrorista están convencidos de que han localizado a un terrorista islámico. Una abogada idealista, Annabel Richter (Rachel McAdams), defensora de los derechos civiles, y un polémico banquero, Tommy Brue (Willem Dafoe) son los únicos que conocen la verdadera identidad del joven que dice ser checheno. Algo que también acabará conociendo Günther Bachmann (Philip Seymour Hoffman), el agente antiterrorista alemán que sigue sus pasos.


      El oleaje chocando contra el dique del puerto de Hamburgo, uno de los más importantes de Europa y ciudad donde Mohamed Atta planificó los atentados del 11-S, se nos aparece como el primer plano de un film basado en la novela homónima de John Le Carré. Un plano que sirve de introducción premonitoria a una trama con fuerzas en constante conflicto e intereses cruzados. Un argumento sofisticado que, sin embargo, expone con nitidez un crisol donde confluyen una serie de personajes en los que apenas se detiene el director: un ricachón islamista del que se sospecha que puede estar financiando a células terroristas, un fugitivo checheno que llega a la ciudad alemana para reclamar asilo y el dinero de la herencia que su padre tiene a buen recaudo en un banco, el banquero que guarda esa herencia y una abogada de los derechos civiles. Y en medio de todos ellos, la omnipresente y magnética figura de Philip Seymour Hoffman, agente antiterrorista alemán que al mando de su equipo se nos muestra como un lobo solitario, un tipo individualista de mirada insomne, hastiado y de aspecto un tanto astroso, siempre con un cigarrillo colgando de los labios y una petaca de whisky en el bolsillo. La figura oronda del llorado intérprete se eleva como el mayor estímulo para darle una oportunidad a una película muy atractiva en los sugerentes escenarios de un Hamburgo húmedo y brumoso, por donde deambulan con poco recato redes de espías, servicios secretos y de inteligencia y soplones, casi todos abrumados por la mala conciencia, el fatalismo y la impunidad.



       Y es que cualquier sospechoso con trazas de talibán puede convertirse en una víctima inocente que engrosará la larga lista de terribles daños colaterales derivados de los traumas y paranoias del 11-S para, en palabras de la supervisora estadounidense a la que da vida Robin Wright, “hacer del mundo un lugar más seguro. Aunque todo el reparto cumple sin muchas alharacas dando oxígeno a personajes de perfiles muy  desdibujados, las hipnóticas apariciones de Hoffman en una función carente de acción pero no de suspense, se elevan como la síntesis perfecta de un trabajo asqueroso que te consume y agota, un retrato poderoso de un ser obsesivo y respiración pesada que se patea un Hamburgo gris y cutre, con esos tugurios en donde se sirve alcohol barato y en donde el alma se debate en una atroz lucha interior. EL HOMBRE MÁS BUSCADO pasaría inadvertida de no contar con la presencia cautivadora del actor fallecido hace unos meses, y el espectador amante de las grandes interpretaciones lo entenderá llegado el sorprendente clímax final, siendo partícipe de su derrota y dolor, de la amarga sensación de desencanto e impotencia de un hombre íntegro preocupado por hacer bien su trabajo y que desesperado sentirá la hiel del engaño y la traición. La lacerante excitación de sentirse un simple peón en un mundo de urgencias e intereses bastardos.

jueves, 11 de septiembre de 2014

CRÍTICA DE: "EL LOBO DETRÁS DE LA PUERTA"

Cenizas de pasión y muerte
EL LOBO DETRÁS DE LA PUERTA êêêê
(O LOBO ATRÁS DA PORTA)
DIRECTOR: FERNANDO COIMBRA.
INTÉRPRETES: MILHEM CORTAZ, LEANDRA LEAL, FABIULA NASCIMENTO, TAMA TAXMAN, KARINE TELES, ANTONIO SABOIA.
GÉNERO: DRAMA / BRASIL / 2013  DURACIÓN: 100 MINUTOS.    


     La mentira es un cáncer que corroe las relaciones de pareja, en verdad, la mentira lo pudre todo. El debut del director debutante Fernando Coimbra parece apoyarse en este  mantra para construir un áspero y lacerante relato sobre la infidelidad, el engaño, los peligros de las relaciones espontáneas, los celos y las profundas heridas sentimentales que se abren cuando la mentira aflora, y lo que comienza como un intrascendente culebrón acaba derivando en un cuento de horror insoportable. El argumento, basado en un hecho real sacado de la crónica negra brasileña de la década de los sesenta, nos sitúa en un Río de Janeiro actual para narrarnos la inquietud de unos padres porque su pequeña hija ha sido secuestrada por una supuesta amiga de su madre a la salida del colegio. En la comisaría, Sylvia y Bernardo (Milham Cortaz y Fabiula Nascimento), los padres, y Rosa (Leandra Leal), principal sospechosa y amante de Bernardo, dan testimonios contradictorios que conducen a los más sombríos rincones del deseo, la mentira y la perversidad de las relaciones de esos tres personajes, lo que hace sospechar que alguien esconde un oscuro secreto.   


      EL LOBO DETRÁS DE LA PUERTA es un excelente film sobre los horrores cotidianos, las tragedias que engendra el ser humano cuando se deja llevar por los instintos primarios y desconecta todos los mecanismos de alerta. Coimbra acierta con esa cámara impenitente siempre encima de los personajes dotando a la acción de una pegajosa sensación de fisicidad y constante agobio. Resulta asombroso que un debutante demuestre tanta pericia a la hora de situar la cámara, logrando sutiles travellings, encuadres con gran relieve y sentido y unos primeros planos que captan de forma tangible, la tensión, la emoción, el deseo y el tormento.


      Así, la purulenta verdad se va deslizando como una procesión de gusanos por las entrañas de unos personajes que sienten el escalofrío de su terrible naturaleza, sin por ello utilizar recursos morbosos que hubieran restado verosimilitud a la trama. El buscado tono naturalista es el elemento que infunde una dimensión escalofriante a la historia y confiere una pátina malsana al hilo argumental que se va tejiendo alrededor de un triángulo amoroso del sobresale Leandra Leal dando oxígeno a Rosa, una mujer despechada, temeraria, perturbada y tan ciega de venganza que es incapaz de calibrar sus acciones porque piensa que la más atroz no superará nunca su dolor.


       Hacía tiempo que el cine no nos regalaba tan elaborados, extensos e intensos flash backs, y si bien no encuentro grandes hallazgos en las líneas de diálogos que forjan las razones ocultas, las motivaciones y las vulgares vidas de los personajes (Rosa no parece tener oficio ni beneficio más allá de dar algún paseo por si caza alguna presa), el espectador centrará su atención en una escena que va a determinar el derrumbe mental de Rosa y su fatal desequilibrio, una de las grandes secuencias de la función rodada con garra y calculada frialdad y que tiene lugar tras hacerle saber a Bernardo que está embarazada y desea tener el bebé. Un suceso que dejará a Rosa tocada y dispuesta para romper la cancela que mantiene presos a los demonios en su interior.



      Montada sobre una sólida estructura narrativa, una espléndida puesta en escena y un sobrio aspecto formal, EL LOBO DETRÁS DE LA PUERTA es un film deslumbrante en su apartado técnico que pone en el escaparate a un novel y audaz cineasta que juega con las dotes detectivescas del espectador mediante tenues pistas, sensibles cambios de iluminación y, sobre todo, la doblez de los personajes, apartado que deja entrever que es un hábil director de actores. La resolución del enigma, consecuente aunque pueda parecer atropellada, ilumina los más sórdidos pasadizos del alma humana, su ardor por las soluciones extremas, su innata voluntad manipuladora y depredadora. Los ruidos de la vida acompañan ese último y espeluznante acto en un descampado para fundir las cenizas de la pasión y de la muerte.