jueves, 3 de enero de 2013

CRÍTICA DE "LINCOLN"


Un film sobrio, pausado y academicista.
LINCOLN êêê
DIRECTOR: STEVEN SPIELBERG.
INTÉRPRETES: DANIEL DAY-LEWIS, SALLY FIELD, TOMMY LEE JONES, JAMES SPADER, JOSEPH GORDON-LEWITT, LEE PACE.
GÉNERO: DRAMA POLÍTICO / EE.UU. / 2012  DURACIÓN: 149 MINUTOS.   
  
    No es arriesgado pensar que un film como LINCOLN, tremendamente político y localista, será más apreciado por el espectador estadounidense que por el resto de los mortales, para quienes será complicado digerir una película tan densa y saturada de personajes que les suenan muy lejanos. La historia nos sitúa en 1865, tras cuatro años de Guerra Civil Americana entre unionistas y confederados, la contienda se acerca a su fin. El presidente Abraham Lincoln (Daniel Day-Lewis), prepara la instauración de una enmienda que prohíbe la esclavitud en los Estados Unidos. No obstante, esta presenta un gran dilema: si la paz llega antes que se acepte la enmienda, el Sur tendrá poder para rechazarla y mantener la esclavitud; si la paz llega después, cientos de personas seguirán muriendo en el frente. En una carrera contrarreloj para conseguir los votos suficientes, Lincoln se enfrenta a la mayor crisis de conciencia de su vida.

                                                        
      Si lo tuyo, amigo lector, es la acción, huye de esta película como de la peste porque te aburrirá su ritmo lento y las extensas conversaciones derivadas de los tejemanejes palaciegos e intrigas políticas. Daniel Day-Lewis se siente cómodo dentro de la piel del decimosexto presidente de los Estados Unidos, dotando a tan heroica –casi mística- figura de una cercanía física y un abanico de matices humanistas encomiables, teniendo en cuenta que Spielberg sitúa la trama en un momento crucial de la historia de su país, durante los estertores de la guerra entre los estados del Norte y el Sur y la aprobación de la enmienda que tiene como objetivo la abolición de la esclavitud, será el momento en que su ya de por sí alargada figura se agigante hasta convertirse en el presidente más recordado y querido de la  historia. Un proceso que le hará envejecer diez años en apenas unos meses y que tendrá su trágico clímax final en el teatro Ford, cuando el popular actor John Wilkes Booth dispare sobre su cabeza.

        Seré sincero, la película se sostiene gracias a las soberbias interpretaciones de un espectacular elenco comandado por un Day-Lewis (Lincoln resucitado) que huele a Oscar a miles de kilómetros, y que incluye nombres del prestigio de Tommy Lee Jones, Sally Field, James Spader y Joseph Gordon-Lewitt, pues como suponíamos las labores de puesta en escena, diseño de producción, dirección artística, vestuario… tienen una factura impecable. Sin embargo, el carácter íntimo, academicista y el ritmo plúmbeo de la función acaban penalizando un relato que, repito, está más indicado para la corrosiva melancolía y memoria histórica del pueblo norteamericano.

      Vemos a un Lincoln cansado, envejecido, encorvado, campechano, siempre con alguna anécdota o historieta que contar a su círculo de confianza, proyectando una imagen entrañable y humilde incluso para los emisarios confederados. Sabemos que lo narrado tiene tanta importancia que cambió el rumbo de la historia de los Estados Unidos, de ahí que el dilatado metraje se centre en las negociaciones y chantajes que se llevaron a cabo para aprobar la famosa decimotercera enmienda. Pero Lincoln, como todos los políticos, tenía más sombras que luces (la política profesional es siempre un gran prostíbulo para los ideales), y sabemos que algunas manifestaciones suyas estaban teñidas de un racismo recalcitrante (algo que hubiera sido molesto incluir en esta hagiografía) y que las verdaderas causas de la guerra contaban con otros intereses más espurios. 

      LINCOLN  no es, ni mucho menos, un biopic, porque su perspectiva está limitada a un cortísimo periodo de su presidencia (las semanas que duraron las negociaciones para la aprobación de la mencionada enmienda), pero lo verdaderamente anecdótico de esta irregular, a ratos soporífera propuesta, no es el parco estudio psicológico de los personajes, que se quedan sólo en esbozos, sino que fueron los republicanos, con el voto único en contra de los demócratas, los que sacaron adelante la enmienda para abolir la esclavitud aunque el racismo siguiera empapando cada poro de la nación. Y me pregunto ¿cómo llevarán esta cuestión sobre su conciencia Barack Obama y esposa?

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