EL CONTEXTO HISTÓRICO Y LA CENSURA. Stanley Kubrick tuvo que enfrentarse al Código Hays y a la moral puritana de los años 60, sobre todo en los países anglosajones. Esta barrera le obligó a recurrir a la elipsis, la ironía y el humor negro. La película juega con la insinuación más que con la representación y el espectador tiene que imaginar lo que no puede mostrarse. De ese vacío y mi pereza surge la insatisfacción. Lyne en el año 1997 lo tuvo mejor que Kubrick en 1962, pero desaprovechó la oportunidad, los recursos, la libertad de que disponía y defraudó las ilusiones.
EL TONO. Kubrick convierte la obra de Nabokov en una sátira cruel, en una comedia negra con un humor cáustico que ridiculiza tanto a Humbert (James Mason), como a la sociedad que lo rodea. Peter Sellers, como Quilty, es un bufón siniestro que subraya la ridiculez del deseo patente y enfermizo de Humbert por la Lolita encarnada por Sue Lyon.
Lyne apuesta por el melodrama romántico y atmosférico. Jeremy Irons interpreta a Humbert desde la fragilidad y la melancolía, lo que genera un retrato un poco más humano que lo justifica, Dominique Swain es una Lolita menos enigmática y más víctima, aunque con una dosis de picardía adolescente.
EL EROTISMO AUSENTE. Kubrick no podía filmar escenas explícitas. Lyne, aún pudiendo, se acobardó. Esa decisión fue desconcertante, la sensualidad y la tensión sexual es pobre, nunca supera la frontera del pudor, tal vez pensando equivocadamente, que la película se convertiría en un espectáculo explotation. El resultado es fallido, un extraño híbrido, parco en sensualidad y casto en su narrativa.
EL ESTILO VISUAL. Kubrick opta por la sobriedad formal, la precisión geométrica y la sátira a través del encuadre. La imagen se pone al servicio del distanciamiento crítico.
Lyne se apoya en una estética noventera, atmósfera luminosa y cargada de melancolía. Aquí se nota la mano del director especializado en dramas eróticos como 9 semanas y media y Una proposición indecente.
IMPACTO. La Lolita de Kubrick se convirtió en un clásico por su sibilina, para mí insuficiente, capacidad para sortear la censura con cierta inteligencia. La de Lyne, en cambio, quedó más como una curiosidad frustrante, un intento de acercar la novela de Nabokov de manera fiel sin encontrar nunca el tono. El paso del tiempo puede hacerla mínimamente sugerente para revisar esa contradicción: tener más libertad y, aun así, tontamente, autocensurarse.
Como conclusión, apuntaré que Kubrick transformó la imposibilidad en una cierta, aunque exigua virtud, mientras que Lyne, gozando de toda la libertad, se quedó en tierra de nadie: demasiado sentimental para resultar controversial, demasiado tímido para ser provocador. Una lástima todo.
Es cierto que ambos títulos desaprovechan su potencial erótico. Sea como fuere, la versión de Kubrick me sigue pareciendo una obra maestra; en cuanto a la versión de Adrian Lyne, más fiel al original literario, solamente correcta, aunque tanto Jeremy Irons como la joven Dominique Swain defienden muy bien sus respectivos personajes.
ResponderEliminarUn abrazo.
Verás, yo en parte entiendo el cinturón de castidad. Las dos actrices, Lyon y Swain debutaron con este papel de sendas Lolitas, y la primera tenía 16 años y la segunda 17, posteriormente tuvieron carreras muy deprimentes (Lyon trabajó en España con José María Forqué y Eloy de la Iglesia, de Swain nunca más se supo). Pero como leí la novela antes de ver las dos versiones, me sentí muy frustrado. Coño, haber haber elegido actrices mayores de edad con aspecto adolescente, muchas veces se ha hecho. Cualquier cosa menos estos quiero y no puedo en forma de anhelos imposibles.
ResponderEliminarNo, Lolita de Kubrick está lejos de ser una obra maestra, es un film encorsetado, ha envejecido muy mal, pero me decepcionó más la cobardía de Lyne y su patética melancolía con un cierto (y falso) tono intelectual.
Una abraçada.