Alguien voló sobre el nido del cuco es una de las películas esenciales de la década de los 70. Ganadora de cinco Oscar, con una dirección prodigiosa de Milos Forman y un elenco superlativo, mi reflexión, cuando se cumplen 50 años de su estreno, intenta ir más allá del eje central de la película que activa una denuncia del funcionamiento de las instituciones psiquiátricas, para proponer una introspección más profunda sobre la libertad, la dignidad y la capacidad del ser humano para resistir la opresión.
El ser humano frente a la férrea maquinaria institucional
En la función, el hospital psiquiátrico funciona como una metáfora de cualquier sistema que, bajo el pretexto de cuidar o corregir, termina despojando a las personas de su independencia o autonomía. La enfermera Ratched (Louise Fletcher), representa el rostro impersonal, estricto, calculador y paternalista de esas estructuras. Su autoridad no se basa en la violencia física directa y brutal, sino en el control psicológico que doma e infantiliza a los pacientes y les convence de su propia incapacidad. En esta lectura, el manicomio no sólo es un espacio físico, también una condición existencial: la alienación que produce una sociedad que valora más la obediencia ciega que la autenticidad
McMurphy: el impulso vital
Randle P. McMurphy, a quien da vida de manera pluscuamperfecta Jack Nicholson, encarna el espíritu indomable que el humanismo reivindica: la confianza en que el ser humano, incluso en las circunstancias más adversas, puede reafirmar su individualidad. Su llegada rompe la rutina del hospital, no porque suponga un peligro latente para los otros pacientes ni porque tenga en mente un plan para fugarse, sino porque introduce risas, juegos, apuestas, y la idea radical de que las rígidas reglas pueden cuestionarse. En el fondo, McMurphy actúa como catalizador de un proceso de autodescubrimiento para el resto de pacientes, les recuerda que no son únicamente enfermos, casos clínicos incurables, sino personas con historias, deseos y dignidad.
La comunidad como fuente sensorial
El humanismo de la cinta no parte de una concepción individualista, pues está construido a través de las relaciones. La escena de la pesca, por ejemplo, no es sólo una escapada para una actividad física en contacto con la naturaleza, es más bien una recuperación simbólica del derecho a experimentar el mundo en todos los sentidos. En estos momentos de camaradería se ve que la “cura” real no reside en terapias autoritarias ni en la medicación excesiva, sino en experiencias que devuelvan a la persona un sentido de pertenencia y un valor propio.
El precio de la libertad
El destino de McMurphy y su cruel lobotomía es un golpe devastador que nos revela el precio de enfrentarse a un sistema represivo sin alma. Sin embargo, su sacrificio no resulta estéril: el Jefe Bromden (Will Sampson), inspirado por su ejemplo, logra escapar. La libertad física del Jefe es también la liberación simbólica de todos aquellos que, en su interior, han decidido no dejarse someter más. En términos humanistas, McMurphy se convierte en otra figura trágica de un lacerante martirologio que demuestra que, aunque el cuerpo pueda ser derruido, el impulso de libertad puede transmitirse y sobrevivir
Mensaje final
Alguien voló sobre el nido del cuco, leída bajo un prisma
humanista, nos invita a ver al semejante no como un engranaje defectuoso que
debe ser ajustado, por el contrario, nos hace ver al otro como un ser único
cuya autenticidad debe ser preservada, nos recuerda que la salud mental no se reduce
a la ausencia de síntomas, pues implica la capacidad de vivir con sentido,
conexión y autodeterminación. En última instancia, la película es un alegato a
favor de la empatía y la sensibilidad y un grito en defensa de la dignidad
humana frente a cualquier sistema que intente sofocarlo.
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