SÎRAT. TRANCE EN EL DESIERTO (Óliver Laxe, 2025)
Espiritualidad y anticapitalismo
En Sîrat hay un mensaje anticapitalista implícito y si se quiere explícito, pero no desde el panfleto, sino desde la experiencia sensorial. Cuando estás en el desierto, frente al dolor, frente a la música que te vacía, no hay logos ni marcas, ni hospitales ni mercados que te protejan. De tal modo que la verdadera espiritualidad es incompatible con el capitalismo, porque el capital necesita sujetos que produzcan y consuman, mientras que el trance del desierto produce sujetos que se pierden, que no rinden, que enferman, que no consumen más que polvo, música y silencio. Cruzar el desierto es negar la lógica de la abundancia artificial.
El viaje como purificación
En mi opinión, Sîrat se siente como si Óliver Laxe nos metiera dentro de un horno alquímico: un espacio en donde todo lo accesorio arde. El desierto no es sólo arena, también es fuego y crisol. Allí los personajes y nosotros con ellos, somos quemados hasta que sólo queda la esencia. La desaparición de una hija, la música machacona, la pérdida de un hijo, la fatiga, cuerpos destruidos, todo va desgastando el ego a golpe de cincel. Lo espiritual aquí no es consuelo, sino despojo radical.
La rave como templo profano
Lo que en apariencia es caos, ruido, cuerpos sudorosos, arena, sol abrasador y luces estroboscópicas, se va convirtiendo en una catedral invertida. No hay vitrales ni incienso, hay beats y polvo. Pero la función es lo mismo que un rito antiguo: provocar trance, abrir la percepción, permitir que el alma entre en otra frecuencia. Sîrat me sugiere que Dios también baila, que la divinidad no sólo está en la quietud del monje sino en la entrega total del cuerpo al ritmo.
El puente invisible
El título resuena como una advertencia: Sîrat es ese puente finísimo que separa la vida de la caída. En la película, cada encuentro, cada paso en la arena, cada desmayo físico, es un riesgo en el cruce de ese puente. La espiritualidad aquí es aprender a transitar por lo imposible, sin ninguna garantía de llegar al otro lado. Lo interesante es que Laxe no muestra tanto lo que espera al otro lado (cielo, infierno, un sentido), sino el acto mismo de cruzar, porque cruzar en sí mismo ya es otra oración.
El padre y la hija como metáfora de Dios y el alma
Uno siente que la búsqueda de la hija por el padre no es sólo literal: es también la búsqueda del ser humano que busca a Dios o de Dios que busca el alma extraviada. Hay momentos en que parece que se confunden: ¿soy yo quien busca, o soy yo quién es buscado? Esa ambigüedad es profundamente espiritual, pues lo divino no está solo que hallamos, también en el deseo mismo de buscar.
Las cicatrices como revelación
Laxe insiste en elogiar la fealdad y lo atractivo de las heridas y mutilaciones. En una cultura que vende pieles tersas, éxitos y juventud eterna, Laxe exalta lo roto, lo marcado. Es una bofetada a la lógica de la mercancía, que sólo acepta lo bello y funcional. Aquí la espiritualidad no es perfección angelical sino rostros marcados por la herida del tiempo y la intemperie. El desierto no deja intacto a nadie: arruga, quiebra, agota y despoja. Pero en esas grietas e imperfecciones se cuela la luz. Es como si la película dijera: “la salvación no está en borrar la herida, sino en habitarla”. Aunque pueda parecer mercancía cultural, en Sîrat la fiesta no es espectáculo ni consumo de ocio: es comunión de cuerpos, que se sostienen unos a otros, más bien una comunidad efímera, una familia improvisada que comparten y están fuera de la lógica del beneficio.
Mensaje final
Sîrat es, para este cronista, un manual místico en clave de rave. Nos enseña que la vida espiritual no es un camino limpio de espinas hacia la eternidad, sino una danza polvorienta, un cruce de puentes imposibles, un perderse para quizás, y sólo quizás, encontrarse. La búsqueda obstinada de un ser amado -incluso si resulta inútil y ya está perdido para siempre- es un acto de resistencia absoluta. Ese gesto resuena como antídoto contra el olvido y la indiferencia que nos impone el capitalismo, un sistema que valora las cosas por su utilidad. Y lo más poderoso: no asegura nada. No promete redención. Sólo nos ofrece el trance mismo como experiencia sagrada.
Interesante y certero análisis. No obstante lo cual, continuo pensando si tanta tragedia era necesaria.
ResponderEliminarUn abrazo.
El carácter hiperbólico de la tragedia viene dado por la sensación de apocalipsis que domina la función. La vida vale ya muy poco, tal vez como ofrenda a un Dios que poco a poco ha ido perdiendo la fe en la humanidad. Y un Dios que pierde la fe en los seres humanos es un Dios que se rebela contra sí mismo. No es un castigo, es el fin.
ResponderEliminarUna abraçada.