El veneno de las malas influencias
“BLUE CAPRICE” êêê
DIRECTOR: Alexandre Moors.
INTÉRPRETES: Isaiah
Washington, Tequan Richmond, Tim Blake Nelson, Joey Lauren Adams
GÉNERO: Drama psicológico / DURACIÓN: 93 minutos / PAÍS: EE.UU. / AÑO: 2013
Debido a la buena acogida del post sobre francotiradores, me gustaría recomendar esta interesante película independiente presentada en el Festival de Sundance y basada en el caso real de los francotiradores de Washington D.C., que tuvieron lugar en 2002, Blue Caprice, título que hace referencia al automóvil Chevrolet Caprice de color azul desde el que disparaban los asesinos, representa la ópera prima del director francés Alexandre Moors, que lejos de centrarse en el sensacionalismo de los crímenes, la película opta por explorar con sobriedad la relación entre John Allen Muhammad (Isaiah Washington) y Lee Boyd Malvo (Tequan Richmond), responsables de una ola de asesinatos aleatorios que sembraron el pánico en Estados Unidos. Así, más que reconstruir el suceso histórico, la función, con un guión del propio director y R.F.I. Porto, funciona como un estudio psicológico y social que examina los mecanismos tóxicos de manipulación y dependencia que pueden derivar en violencia extrema
La cinta, con una estética minimalista y una iluminación de tonos gélidos y encuadres estáticos, se aleja de los códigos narrativos habituales del thriller criminal para ofrecer una mirada íntima y perturbadora. No recrea con detalle los tiroteos, Moors prefiere enfocarse en cómo se construye la dinámica de poder entre los protagonistas: un hombre adulto carismático que manipula a un adolescente vulnerable, ofreciéndole un sentido de pertenencia a cambio de una obediencia absoluta. El resultado es un vínculo turbio, a medio camino entre el lazo paternofilial (Muhammad actúa como padre adoptivo), y el adoctrinamiento. Una premisa en la que se apoyó también Tony Kaye para su magnífica American History X.
La puesta en escena refuerza esta atmósfera enrarecida. La fotografía fría y contenida transmite un sentimiento de aislamiento y extrañeza, mientras que el montaje pausado refleja la calma previa a los fríos estallidos de violencia absurda. En este sentido, la violencia no se muestra de manera explícita, espectacular o morbosa, sino como un eco distante que acentúa la sensación de amenaza inminente.
Las interpretaciones resultan esenciales. Isaiah Washington logra encarnar con sutileza la mezcla de magnetismo y oscuridad de Muhammad, con un retrato que evita la simple caricatura y se acerca más a la mezcla de figura paterna y predicador diabólico. Por su parte, Tequan Richmond aporta la vulnerabilidad y desconcierto del joven desarraigado Malvo, cuya identidad se moldea en función del otro, convirtiéndolo en una figura trágica atrapada por el lavado de cerebro y la manipulación de Muhammad, un tipo amargado y resentido con su mujer a la que concedieron la custodia de sus hijos.
En conjunto, Blue Caprice carece del enfoque de
crónica policial para acercarse más a una reflexión sobre la debilidad humana,
la soledad, la alienación, el abandono y el poder destructivo de las malas
influencias que se crean bajo condiciones de sometimiento afectivo. Su mayor
logro radica en mostrar cómo el terror puede gestarse no sólo en los actos
tangibles de violencia, sino en las dinámicas y los vínculos íntimos que
pervierten y deforman la voluntad individual.
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