“SPOORLOOS” (George Sluizer, 1988)
Desaparecida, dirigida por el francés, aunque nacionalizado holandés, George Sluizer se eleva como una de las obras más perturbadoras del cine europeo de finales del siglo XX. Basada en la novela corta The Golden Egg de Tim Krabbé, el film explora los límites de la obsesión, la banalidad del mal y la ineludible angustia existencial a través del relato aparentemente sencillo de una desaparición, pero formalmente impecable en su sutileza y en el rigor de un horror creíble: Rex y Saskia (Gene Bervoets y Johanna ter Steege) son una pareja de holandeses de vacaciones en Francia. En una gasolinera, Saskia desaparece sin dejar rastro.
Según diversos testimonios, lo que aterró a Stanley Kubrick fue la forma en que Desaparecida retrata un terror despojado de artificios y ornamentos, un mal sin espectacularidad, íntimamente ligado a la cotidianidad. La desaparición de Saskia no se presenta como un acto sórdido o estilizado; por el contrario, Sluizer opta por una puesta en escena sobria, casi clínica, que subraya la normalidad de lo monstruoso. Raymond (Bernard-Pierre Donnadieu), el villano, es un ciudadano común, un padre de familia meticuloso, cuya monstruosidad radica precisamente en su trivialidad.
La película articula un contraste inquietante entre la obsesión del protagonista masculino, Rex, el novio de Saskia, y la meticulosa planificación del secuestrador. Rex representa el duelo infinito sin hallazgo del cuerpo de su novia y la necesidad compulsiva de una verdad total por muy espeluznante que sea, mientras que Raymond, el secuestrador, encarna la lógica fría del experimento moral, en la que la crueldad no surge de la ira ni del sadismo, sino de la curiosidad científica y la autoafirmación del poder. El espectador, atrapado entre ambas subjetividades, asiste a un desenlace que rebela no sólo el destino de Saskia, también la radical impotencia de los seres humanos frente a la sorpresa y la opacidad del mal.
Formalmente, Sluizer rompe con las convenciones del thriller: la narrativa avanza de manera lineal, sin golpes de efecto y rehúye del suspense forzado. La tensión emerge de la inexorabilidad del destino y del carácter reversible de las decisiones. El horror no proviene de lo que se ve, sino más bien de la certeza de lo que sabremos más tarde. En este sentido, Desaparecida se alinea con una tradición existencialista cercana a Michael Haneke y Chantal Ackerman, donde el interrogante central es ¿cómo vivir sin saber qué pudo ocurrir? La secuencia final -una conclusión devastadora- encarna la perfecta materialización del concepto de lo siniestro freudiano: lo familiar que de repente se vuelve irreductiblemente extraño. La claustrofobia de la revelación convierte al espectador en cómplice involuntario, incapaz de escapar del mismo destino de Rex.
Finalmente, Desaparecida no es un thriller en el sentido comercial o purista del género y apunta hacia reflexiones filosóficas de carácter universal. El que Kubrick reconociera haber quedado profundamente aterrado por la película se entiende mejor a la luz de esta concepción del horror como algo ontológico más que narrativo. Un mal que no necesita de enredos o argucias, porque habita ya en la misma estructura de lo cotidiano.