jueves, 29 de mayo de 2014

CRÍTICA DE: "LA POR" (EL MIEDO)

El monstruo de papá
 LA POR (EL MIEDO) êêê
DIRECTOR: JORDI CADENA.
INTÉRPRETES: IGOR SZPAKOWSKI, ROSER CAMÍ, RAMÓN MADAULA, ALICIA FALCÓ.
GÉNERO: DRAMA / ESPAÑA / 2013 / DURACIÓN: 73 MINUTOS.


      El cine español se ha sumergido profusamente en los últimos años en el tema de la violencia doméstica con resultados más que apreciables con películas como Solas (Benito Zambrano, 1999), Sólo mía (Javier Balaguer, 2001), Te doy mis ojos (Icíar Bollaín, 2003) y la hispano-argentina Antigua vida mía (Héctor Olivera, 2002). El veterano director catalán Jordi Cadena bucea en esa infame lacra social presentándonos a Manel (Igor Szpakowski) un adolescente que nunca habla con nadie de su familia, del miedo que él, su madre (Roser Camí) y su hermana pequeña (Alicia Falcó) sienten cuando su padre (Ramón Madaula) está en casa. Por eso a Manel le gusta ir al instituto, pues mientras está allí se libera de ese miedo.

      La por, basada en un texto de Lolita Bosch, es un estremecedor relato de ajustadísimo metraje, estructura minimalista y parcos diálogos que arranca de forma descriptiva dando un sentido demoledor al título, una perturbadora puesta en escena que nos sitúa en lo que tendría que ser el espacio acogedor de un cálido hogar convertido en un castillo del terror por culpa de papá monstruo, un tipo brutal al que toda la familia teme y que ha instaurado un clima de violencia y miedo en su casa. Tiene pavor a quedarse solo, mientras su familia calla y no denuncia aunque presienten su destino fatal. Los sonidos cobran una vital importancia en la cinta: los pasos, el rumor del agua de la ducha, las puertas que se abren y cierran, los golpes y gritos en la oscuridad, los lamentos de la madre vencida, desesperada, impotente e incapaz de abandonar un infierno en el que también zozobran sus hijos.


      Un film terrible, amargo y necesario, de ambiente viciado e irrespirable que deja al espectador, al igual que las víctimas, paralizado, habitando un espacio malsano e infernal, del que como a ellas, le será imposible escapar. El miedo lo congela todo: las ilusiones, el porvenir, las tareas cotidianas, la risa, el amor, los gestos, el silencio, las palabras y las miradas. En el comienzo, el latido de la cámara nos hace visitar cada habitación de la casa para mostrarnos a sus habitantes despiertos e inmóviles en la cama esperando a que el padre salga de casa para ir al trabajo, la razón de ese miedo nos será expuesta en la carne lacerada de la madre mientras se viste, un espejo insufrible de la más pavorosa aberración. La figura paterna apenas aparece, y acierta Cadena al presentarlo, con una simple pincelada,  fuera de su dominio patriarcal como un hombre sonriente y totalmente diferente en su vida social  y laboral, mostrando así las dos caras de la bestia. Nadie podrá olvidar el crescendo dramático y aterrador al que la trama nos acerca, con el rostro tembloroso y ensangrentado de la madre, como siempre rendida ante el último acto del horror, sin haber sabido nunca como exterminar las esporas de un mal que ya estaba incubando en sus propios hijos.

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