THE WILD BUNCH (1969)
Grupo Salvaje representa uno de los hitos más significativos y sobresalientes de la historia del western y, más ampliamente, del cine estadounidense de finales de la década de los sesenta. Estrenada en un contexto de profunda transformación cultural y política -la Guerra de Vietnam, la contracultura y la crisis de valores tradicionales- la película se erige como una revisión violenta, desencantada y profundamente nihilista del mito fundacional del Oeste norteamericano. Peckinpah, consciente de la decadencia del género, utiliza sus convenciones para subvertirlas, dando lugar a una obra visceral que oscila entre la elegía y la crítica.
Con el concurso de un gran elenco compuesto por sus actores fetiche Warren Oates y Ben Johnson, William Holden, Robert Ryan, Ernest Borgnine y Edmond O’Brien, el film narra la historia de un grupo de bandidos envejecidos liderados por Pike Bishop (William Holden), quienes al intentar dar un último golpe antes de retirarse, se ven atrapados entre el avance de la modernidad -encarnada por la industrialización, el ferrocarril y las armas automáticas- y la desintegración de un mundo que ya no tiene un lugar para ellos. Desde su secuencia inicial, Peckinpah establece un tono de fatalidad: los bandidos, disfrazados de soldados irrumpen en un asalto que degenera en una masacre filmada con virtuosismo técnico escalofriante. La utilización del montaje fragmentado, la cámara lenta y el contraste entre sonido y silencio dotan a la violencia de una hipnótica coreografía, alejándola del espectáculo heroico para transformarla en un ritual de destrucción.
La violencia, elemento central en Grupo Salvaje, siempre ha sido objeto de debates críticos. Pero más allá de su impacto sensorial, Peckinpah la concibe como como un dispositivo moral y estético. La brutalidad explícita de la función no busca glorificarla, sino denunciar la falsedad de su representación en el western clásico. En este sentido, Grupo Salvaje funciona como una respuesta al idealismo de John Ford o Howard Hawks, pues donde estos exaltaban la camaradería y el honor, Peckinpah muestra cuerpos destrozados, traiciones y un código de lealtad que sólo subsiste como residuo anacrónico. La célebre secuencia final -el asalto suicida contra las tropas del general Mapache- sintetiza este desencanto: la violencia se convierte en el único gesto de autenticidad posible en un mundo corrupto.
Desde una visión formal, la película constituye un punto de inflexión en el lenguaje cinematográfico. El montaje múltiple de Lou Lombardo introduce una temporalidad fracturada que anticipa el cine moderno de los setenta. Del mismo modo, la fotografía de Lucien Ballard, con su paleta terrosa y su luz implacable, confiere a los paisajes mexicanos una dimensión crepuscular, subrayando la idea de un ocaso histórico. Peckinpah, finalmente, no filma un western, filma su entierro.
Grupo Salvaje trasciende así su condición genérica para
convertirse en una introspección sobre la obsolescencia, la violencia
institucional y la pérdida de sentido. En ella, el western muere junto con sus
protagonistas, dejando tras de sí un eco trágico que redefine los límites éticos
y los mecanismos estéticos del cine estadounidense. Más que una película del Oeste e incluso
de acción, es un réquiem por la masculinidad heroica y por el propio mito de
América.













Lógica prolongación y profundización en la temática que sirviera de base al hermoso y melancólico western DUELO EN LA ALTA SIERRA, del mismo Peckinpah, realizador que vertebraría el contenido de sus obras más importantes sobre estas premisas. Hombres de frontera, inadaptados y violentos, sobreviviendo fuera de época, en un tiempo que ya no es el suyo, alcanzados por los cambios y la evolución social, aplastados por la vejez, en perpetua huída hacia adelante y ya sin fronteras que alcanzar. Al final, cansados, derrotados, unidos para darse calor, girarán sobre sus talones y saldrán de la única manera posible, del único modo que saben hacerlo, con la dignidad recuperada de maculados caballeros medievales en una última confrontación, un orgiástico ritual de aniquilamiento.
ResponderEliminarEstamos hablando de una película de impresionante factura (a la que quizá le sobren algunos efectos de zoom) con momentos de operística belleza que ya en su día marcó época, convirtiéndose en un clásico incontestable (y revelador) del género que en aquellos momentos estaba negándose a ser enterrado definitivamente. En cualquier caso, ahí estaba Sam Peckinpah otorgándole un último fulgor de grandeza crepuscular.
Un saludo.
Así es Teo, un hito técnico y estilístico del western y del cine de acción moderno. Destaca por su innovador montaje paralelo y la cámara lenta -inspirada en Kurosawa y anticipándose a directores como Scorsese y Tarantino- para coreografiar la violencia con una precisión casi musical. Peckinpah empleó múltiples cámaras y diferentes velocidades de filmación para crear secuencias de tiroteos que combinan caos y claridad narrativa.
EliminarSaludos y gracias por tu excelente comentario
Me emociono cada vez que la veo, cada vez que vuelvo a ver a esos antihéroes cansados, condenados a ser leyenda a los acordes de "La golondrina".
ResponderEliminarUn abrazo.
A mí también en cada nuevo visionado me provoca múltiples sensaciones. La mezcla de realismo sucio y estilización poética redefine el western clásico, marcando el paso hacia el cine revisionista de los 70.
EliminarUna abraçada.