martes, 27 de enero de 2015

MIS PELÍCULAS FAVORITAS: "LA CINTA BLANCA"

El nido de la serpiente
LA CINTA BLANCA (DAS WEISSE BAND)
DIRECTOR: MICHAEL HANEKE.
INTÉRPRETES: ULRICH TUKUR, BURGHART KLAUSSNER, SUSANNE LOTHAR,  JOSEF BIERBICHLWER, RAINER BOCK.
GÉNERO: DRAMA / AUSTRIA / 2009  DURACIÓN: 144 MINUTOS.           
      

     
         En su magnífico ensayo titulado “El Mal” (Tusquets, 1997), el filósofo alemán Rüdiger Safranski se plantea una investigación a partir de dos preguntas: ¿De dónde surge el Mal y por qué? La primera bucea por los orígenes tanto en los relatos bíblicos como en las teogonías griegas con la gran certeza de que el caos, la violencia y la destrucción son el principio de todas las cosas y siguen latentes en la civilización. La segunda, el por qué del Mal, nos enfrenta al tema de la libertad y al hecho de que el hombre tiene la posibilidad de elegir. El director austriaco Michael Haneke, firmante de las perturbadoras Funny games, Código desconocido, La pianista y Caché, pasa por ser uno de los más precisos radiólogos del Mal, un puntilloso forense que exhuma el cadáver podrido de la sociedad para delatar su escalofriante autopsia. Veamos: La cinta blanca sitúa la acción en un pequeño pueblo protestante del norte de Alemania en 1913, justo un año antes de que comience la Primera Guerra Mundial. Una comunidad aparentemente tranquila y temerosa de Dios que asiste a una serie de sospechosos accidentes (el médico sufre una grave caída al topar su caballo con un cable sujeto entre dos árboles, un granero devorado por las llamas, un niño retrasado es secuestrado y torturado…), desgracias o actos criminales que se suceden como una maldición, un castigo ritual que altera la rutina de unos ciudadanos que intentan seguir con sus vidas. El maestro de la escuela investiga para descubrir la increíble verdad.
      
    
   Filmada en blanco y negro (simbólica lucha entre el Bien y el Mal), con una radiante fotografía con resonancias al estilo expresionista y al cine de Bergman que confiere un aura atmosférico y glacial a ese pueblo perdido de Alemania, microcosmos agobiante construido sobre pilares fácticos arquetípicos: el barón, el pastor, el médico, el maestro, el administrador, y a los que, salvo el maestro, Haneke señala como impulsores de una moral perversa y corrupta, guardianes siniestros de un universo hermético y ortodoxo, de un orden asfixiante y brutal que va a tener demoledores efectos sobre los más pequeños. Es precisamente la nada redundante voz en off del ya anciano maestro el hilo conductor de aquellos atroces acontecimientos vividos cuando era joven, y Haneke, con un estilo austero cargado de sutilezas, nos sumerge lentamente en los dramas cotidianos más insoportables. En la intimidad de unos hogares en donde lejos de las miradas ajenas se ejerce de forma sistemática la represión, la humillación y el castigo, en la impunidad de las sombras el pastor graba con saña el evangelio en la piel de sus hijos, el médico abusa de su hija y, en una de las secuencias más devastadoras que este crítico recuerda, humilla a su amante escupiéndole en la cara el asco que le provoca con una lacerante contaminación acústica para el espectador, sentenciando que lo único que desea es que se muera de una vez. Torturas, adulterio, incesto, vejaciones, un fértil sustrato para que arraigue con vigor el odio y el fanatismo venidero.          
     


      El director austriaco saca punta al lápiz para dibujar con tortuoso esmero la faz de la generación de muchachos que años más tarde empuñaría la bandera del nazismo, los mecanismos elementales del Mal y las pulsiones de una moral demoníaca alimentada en los oscuros meandros de una sociedad corrupta y autoritaria, abriendo en canal las entrañas del monstruo para mostrar sus aspectos más turbios y aterradores, que, por desgracia, todavía subyacen. Y lo hace con una rigurosa línea de diálogos, ejemplar control del ritmo, una composición de planos tan bella como sombría y unos personajes magistralmente perfilados no exentos de cierta carga espectral. Maestro en la creación de ambientes malsanos y opresivos, genial siempre en la utilización de la elipsis y el fuera de campo, con La cinta blanca logra una película mayor que se eleva como una fábula cruel y perfectamente definida: el blanco simboliza la inocencia, la pureza, la virtud y el candor; el negro, por el contrario, oculta en sus sombras el pecado, secretos inasumibles desde un prisma racional. Cercano estaba el tiempo de quemar las máscaras y abandonar la oscuridad, cuando esos cachorros amamantados en un ambiente de ignorancia, sumisión y crueldad exhibieran con orgullo, a plena luz del día, su propia noción de la pureza: El triunfo de la voluntad. Obra maestra absoluta.  


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