domingo, 25 de enero de 2015

CRÍTICA: "NIGHTCRAWLER"

El derrumbe moral de una sociedad enferma
NIGHTCRAWLER  êêêê
DIRECTOR: DAN GILROY.
INTÉRPRETES: JAKE GILLENHAAL, BILL PAXTON, RENE RUSSO, RIZ AHMED, KEVIN RAHM, ANN CUSACK.
GÉNERO: THRILLER / EE. UU. / 2014. DURACIÓN: 113 MINUTOS


      
     Con un ajustado presupuesto de tan sólo 0cho millones de dólares, el guionista Dan Gilroy (hermano del director Tony Gilroy) firma una de las mejores óperas prima que este cronista ha visto en los últimos años, lo ha hecho a la edad de 55 años, un dato que debería servir para no desanimar a nadie. Su nombre como guionista lo podemos encontrar en films como Apostando al límite (D. J. Caruso, 2005) un aceptable drama deportivo protagonizado por Al Pacino, Matthew McConaughey y la mujer del guionista y director Rene Russo. También en la fallida (por no decir despreciable) comedia dirigida por Dennis Hopper Misión explosiva (1994), nada que veladamente pudiera anticipar esta tremenda sorpresa titulada Nightcrawler, tal vez la auténtica sleeper de la temporada.


    Tras ser testigo de un accidente, Lou Bloom (Jake Gillenhaal) un joven que no consigue encontrar un trabajo estable, descubre el mundo del periodismo freelance en un ambiente nada seguro para esta profesión: el mundo criminal en la ciudad californiana de Los Ángeles. La vida del apasionado joven va a cambiar mucho a partir de entonces, traspasando la difusa línea existente entre el riesgo y la peligrosidad.


     Hay quien ha apreciado en el film algunas resonancias o ecos referenciales de films míticos como Taxi Driver e incluso de la más reciente y magnífica Drive, sin embargo, la historia de este trastornado sociópata sin amigos ni escrúpulos está más cercana a El gran carnaval de Billy Wilder, Network: un mundo implacable de Sidney Lumet y El ojo público de Howard Franklin, tres magníficos relatos que reflejan con poderosa y audaz maestría el estado de una sociedad enferma que alimenta sus espíritu con toneladas de basura servida con el más mínimo y apestoso detalle por unos medios de comunicación que hacen de las miserias cotidianas un espectáculo tan cruel y bochornoso como adictivo, y que sirve para saciar la voracidad insaciable de un mundo corrompido y abonado al éxtasis de la perversidad.


      Jake Gillenhaal, un actor como la copa de un pino que sabe elegir sus papeles y que se merece un reconocimiento mayor que la mayoría de sus contemporáneos, da oxígeno a un tipo, vulgar, torpe, obsesivo y solitario, un espécimen que camina por el abismo de la marginalidad sin saber qué camino elegir, y que encuentra su lugar en el sol como reportero de sucesos en una ciudad, Los Ángeles, que los crea por miles. Nightcrawler ilumina con espeluznante pulcritud los oscuros recovecos de la mente humana y los meandros del alma donde encontramos el espantoso  reflejo de en qué nos hemos convertido.


       A Lou Bloom, un lobo con piel de cordero, nunca le importan los medios para conseguir cualquier fin; trata de manera denigrante a su ayudante, manipula el escenario del crimen, despista a la policía y oculta información para modelar ad hoc sus reportajes, que serán vendidos a los programas amarillistas de televisión ávidos de sensacionalismo sangriento. Al espectador le resulta imposible empatizar con ninguno de los personajes, ni mucho menos con quienes hacen que un sujeto tan depravado como el protagonista sea aceptado socialmente y se imponen como piezas claves para su triunfo profesional, un triunfo que va aumentando en la misma escala proporcional que sus niveles de inmoralidad y degradación. Bloom, queda apuntado, es un tipo mediocre, desalmado, demacrado, ojeroso, con una vida insulsa, monótona, que plancha meticulosamente sus camisas mientras ve viejas películas en blanco y negro y que desea reafirmar su triunfo profesional haciendo realidad su mayor anhelo: follarse a la madura y atractiva productora de televisión interpretada por Rene Russo, al frente de un macabro programa dedicado a mostrar vídeos escabrosos. La fantasía queda en el aire, pero Rene Russo insinúa de forma perceptible el deseo.


        En cualquier caso, el triunfo de Bloom se deja ver cuando cambia su viejo automóvil por un musculoso deportivo como seña de identidad, una herramienta muy práctica para las huidas y persecuciones, un triunfo que se hará más palpable en la elocuente escena final. Nightcrawler actúa como espejo de una sociedad enferma en donde cualquier don nadie puede alcanzar el éxito, el trillado sueño americano sin importar los cadáveres que tengas que pisotear para conseguirlo, todo para lograr mayores índices de audiencia, y Bloom es el estereotipo monstruoso de nuestra era, elevado a los altares por unos medios de comunicación en gran parte culpables de nuestro derrumbe ético y moral.



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