viernes, 10 de enero de 2014

"JEUNE ET JOLIE", LA ÚLTIMA PEQUEÑA JOYA DE OZON


      La verdad, querido lector, es que cuando a François Ozon le salen bien las cosas demuestra tener un talento innegable, y parece estar en racha pues tras la sensible y magnética En la casa (2012), con aquella fascinante relación entre un profesor y un inquietante e inteligente alumno, que hizo que nos olvidáramos de de la irregular Potiche (2011), nos presenta ahora un poderoso drama que tiene como principal protagonista a Isabelle (Marine Vacth), una joven de 17 años perteneciente a una familia adinerada que aparentemente tiene el mundo a sus pies. Pero que un viaje de autodescubrimiento sexual le arrastrará a una doble vida: estudiante de día y prostituta de noche. Una historia narrada a través de cuatro estaciones y cuatro canciones.
     

      Tomada como un vaporoso y rendido homenaje a Belle de jour (Luis Buñuel, 1967), JEUNE ET JOLIE es una película muy francesa, con ese punto transgresión que tienen muchos films del país vecino a la hora de abordar el tema de la sexualidad, sus peligros, confines y extrañezas. El argumento no es muy original ni tiene gran interés, aun así resultará incomodo , sobre todo para esas mentalidades mojigatas que ponen el grito en el cielo cuando una película muestra alguna escena sexual más o menos explícita en la que esté involucrado algún menor, aunque en este caso la protagonista (una turbadora y preciosa MarineVacth) tenga 17 años, cierto que esa puede ser la razón de que la cinta no se muestre más incisiva en su vertiente transgresora.



      François Ozon no indaga demasiado en las razones por las que Isabelle decide prostituirse (¿para experimentar? ¿Por la sensación de poder? ¿Morbosidad? Nunca por dinero) tras una primera experiencia sexual frustrante con un chico alemán en la playa, al cineasta sólo le interesa ilustrar la drástica determinación como un señal extrema de rebeldía ante la hipocresía y mediocridad de esa clase media alta, aunque el realizador nunca juzga los comportamientos.


      Tampoco el de Isabelle, a la que nos encontramos de veraneo en la casa familiar junto a la playa, momento que sirve  para plasmar su primer e insatisfactorio encuentro sexual, un despertar que en otoño le conducirá por los pasillos y estancias de los hoteles de lujo como chica de compañía, hasta que en el invierno y debido a un hecho trágico, quede al descubierto su inconfesable secreto. La diremos adiós en primavera, cuando sin arrepentimiento parece haber saciado su íntima curiosidad. Queda apuntado, Isabelle no necesita el dinero, pero es consciente de su poder, no necesita prostituirse para mantener relaciones sexuales porque su belleza es el objeto del deseo de muchos hombres, y sobre todo, no necesita dar explicaciones porque su personalidad libérrima la hace tan impenetrable como los misterios del alma. Ningún cineasta conoce mejor a las mujeres que François Ozon.

      

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