Nueva lectura de una obra inaccesible para el cine
“EL EXTRANJERO” êêê
DIRECTOR: François Ozon.
INTÉRPRETES: Benjamin Voisin, Rebecca Marder, Pierre
Lottin, Dennis Lavant, Swann Arlaud.
GÉNERO: Drama / DURACIÓN: 122 minutos / PAÍS: Francia / AÑO: 2025
Nueva adaptación cinematográfica a cargo de François Ozon de la obra cumbre del escritor Albert Camus tras aquella irregular versión firmada por Luchino Visconti en 1967. La acción nos sitúa en la Argelia colonial de los años 30. Meursault, un empleado francés, asiste al entierro de su madre con una serenidad que roza la indiferencia. En los días siguientes retoma su vida sin aparente duelo: se baña en el mar, inicia una relación amorosa, participa pasivamente en conflictos ajenos. Un encuentro fortuito en la playa, bajo un sol impenitente, culmina con el asesinato de un hombre árabe. Detenido y juzgado, Meursault descubre que el tribunal parece menos interesado en el crimen que en su incapacidad para expresar los sentimientos esperados. Su destino queda sellado no tanto por lo que ha hecho, sino por lo que no ha sabido -o querido- expresar.
Adaptar El extranjero resulta una empresa compleja además de aceptar una paradoja: la novela de Camus no es célebre por lo que narra, sino por lo que queda suspendido o en la sombra. Su fuerza procede de una voz que se limita a constatar hechos sin interpretarlos, de un individuo que no busca sentido allí donde la sociedad lo exige. François Ozon, consciente de la imposibilidad de trasladar esa voz a la pantalla sin convertirla en artificio, elige otro camino: filmar el extrañamiento en lugar de explicarlo.
Su Meursault (nada que reprochar a Benjamin Voisin que cumple con su papel sobradamente) no es un héroe existencial ni un provocador subversivo de la moral, pues se nos muestra como una figura desconectada. Ozon lo filma como alguien que nunca acaba de encajar en el encuadre social: en el velatorio, en el dormitorio compartido, en la sala del tribunal. El cuerpo sustituye al monólogo interior; el mutismo reemplaza a la reflexión. Así, la película no busca que comprendamos a Meursault, sino que experimentemos la inquietud que provoca su actitud, su opacidad.
La gran inflexión de esta adaptación aparece en su relación con el contexto colonial Francia-Argelia. Allí donde Camus mantenía un silencio absoluto sobre la identidad del hombre asesinado, Ozon introduce una conciencia histórica que ya no puede ser eludida. El crimen aquí deja de ser un gesto absurdo y aislado para convertirse en una estructura de poder, en una violencia que precede al disparo. Esta decisión reorienta el relato: el juicio ya no es únicamente una farsa moral sobre las emociones correctas, también un mecanismo que preserva un orden social profundamente desigual.
Sin embargo, esta actualización tiene un coste. Al hacer visibles las coordenadas políticas del relato, la película mitiga parcialmente el vacío metafísico que hacía de El extranjero una obra radical. El absurdo camusiano -ese cisma entre el deseo humano de raciocinio y el silencio del mundo- se transforma aquí en algo más legible y discursivo. El desconcierto filosófico cede espacio a la interpretación histórica.
Aun así, la película no traiciona a la obra: la imposibilidad de reconciliar al sujeto con un mundo que exige coherencia emocional, arrepentimiento y redención. El Meursault de Ozon sigue siendo un condenado por no mentir, por no fingir un dolor que no siente. En ese punto, la adaptación acierta plenamente. El extranjero, un film esteticista con una bellísima iluminación en blanco y negro cortesía de Manuel Dacosse, no es la historia de un asesino, sino la de un hombre incapaz de representar el papel que la sociedad espera de él.
Más que actualizar a Camus, Ozon lo pone en tensión en nuestro presente. El resultado no es una versión definitiva, más bien una lectura provocadora, deliberadamente imperfecta, que nos obliga a preguntarnos qué hacemos hoy con la indiferencia, los mutismos herméticos y la falta de sentido. En definitiva, El extranjero de Ozon no es una ilustración del texto del escritor galo, sino una interpretación crítica de sus límites y de su legado. Su interés no reside en reproducir la experiencia ya que no puede ser la misma. En ese gesto -más ensayístico que narrativo- la película encuentra su mayor valor y, tal vez, su principal rémora.





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