lunes, 2 de marzo de 2020

CRÍTICA: "EL HOMBRE INVISIBLE" (Leigh Whannell, 2020)


El monstruo en casa
“EL HOMBRE INVISIBLE” êêê
DIRECTOR: Leigh Whannell.
INTÉRPRETES: Elisabeth Moss, Storm Reid, Harriet Dyer, Aldis Hodge, Oliver Jackson-Cohen, Zara Michales, Michael Dorman.
GÉNERO: Ciencia ficción / DURACIÓN: 124 minutos / PAÍS: EE.UU / AÑO: 2020


     Leigh Whannell, guionista de la película de culto Saw (2004) y director de la muy irregular Insidious: Capítulo 3 (2015), nos entregó en 2018 una película que no pasó desapercibida en el Festival de Sitges de aquel año, y que con el título de Upgrade narra la historia de un tipo que ve como asesinan a su esposa y que tras quedar tetrapléjico se somete a una operación para poder volver a caminar y vengar así el asesinato de su esposa. Un film entretenido y vertiginoso que aunque parte de una premisa trillada se bifurca por imprevisibles derroteros.


    Ahora, nos presenta una nueva adaptación de El Hombre Invisible, el clásico de H. G. Wells que tuvo su primera y tal vez mejor versión  en 1933 bajo la dirección de James Whale. Aunque han sido numerosas las adaptaciones de la novela de Wells, el director australiano aporta su sello personal ideando una historia que sigue a Cecilia Kass (Elisabeth Moss) que rehace su vida tras conocer la noticia de que su multimillonario novio, Adrian Griffin (Oliver Jackson-Cohen) un cruel maltratador que es una eminencia en el campo de la óptica, se ha suicidado. Sin embargo, su estabilidad mental comienza a tambalearse cuando empieza a tener la sospecha de que en realidad sigue vivo.


    El Hombre Invisible asume un severo tono para transitar parajes del fantaterror conectados con la cruda realidad, intentando proyectar un enfoque descarnado de una historia ya conocida. Un acierto porque la retorcida pesadilla en la que se ve envuelta la protagonista, acosada por el brutal psicópata de su novio, clama a gritos esa bestial contundencia que golpea nuestros miedos más profundos; la imposibilidad de luchar contra lo que no se ve. Sin necesidad de recurrir a la truculencia del torture porn o el gore, Whannell se las apaña para actualizar convincentemente la historia de un científico loco que inventa un traje cubierto de microcámaras para hacerse invisible. Lo hace dotando de fortaleza a una mujer que utilizará todos sus recursos para hacer frente a ese monstruo que representa los abusos y la violencia machista, una relación de terror basada en la masculinidad tóxica. Una mujer que nos muestra que las cicatrices más dolorosas no son las físicamente visibles. Todo es reconocible en esa relación tan pavorosa como auténtica y cercana.


    Estamos ante una libérrima y radical versión que aunque con cierto tufillo a telefilm sobresale  por su elegante puesta en escena que desarrolla casi toda la acción en escenarios cerrados (la casa del policía amigo de la víctima, un hospital, una comisaría, la lujosa mansión junto a un acantilado del novio, un magnate de las ópticas). Así el acoso de Adrian Griffin, que experimenta con la invisibilidad y agrede ferozmente a su pareja sentimental, Cecilia, se hace más insoportable y aterrador. Moviéndose entre lo sugerente y la aridez, la fantasía y la crónica social, se incide sobre el maltrato de la víctima como subrayado del lastre de la violencia machista.


    El tema está muy trillado, pero los amantes del cine pondrán todos sus sentidos en el modo en que Whannell genera tensión jugando con el tempo y los claustrofóbicos espacios, pues ni el espectador ni la sufrida protagonista, que empieza a dudar de su cordura y sometida a un macabro juego psicológico, sabe dónde se encuentra en cada momento el hombre invisible. La amenaza es constante y la protagonista debe afinar mucho los sentidos si quiere sobrevivir al acoso latente pero imperceptible de un ser incorpóreo. A pesar de algunas situaciones resueltas con trazo grueso (el tiroteo en la comisaría tiene un cierto tono paródico) y el error no sacar más jugo al imponente escenario de esa mansión ultramoderna a orillas de un acantilado, Whannell logra una interesante película que actúa como metáfora de la violencia doméstica y la necesidad de hacerla visible más allá de las capas de invisibilidad que impone la sociedad.

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