jueves, 24 de diciembre de 2015

ANARCHY PARLOR, UNA ORGÍA DE SANGRE Y SEXO

     
   
      Dirigida por los desconocidos Devon Downs y Kenny Cage, Anarchy Parlor, también conocida por Parlor (2015) es un film que plagia descaradamente la obra cumbre de Eli Roth Hostel (2005) un film que va ganando prestigio y adeptos con el tiempo, y que nos narra las correrías de un grupo de amigos de vacaciones por la Europa del Este (concretamente Lituania), en donde todo es fiesta, alcohol y sexo. Al llegar a su primer destino, se verán atrapados por unos maníacos lugareños con un negocio muy poco corriente.

   
     Podemos entender esta cinta como un ritual de iniciación de unos amantes del gore y el torture porn en un intento de rendir homenaje (10º aniversario) al mítico título anteriormente citado, una pretensión que queda alejada del resultado final y las copias son sólo eso, a pesar de que se ha querido maquillar la trama con el asunto del tatuaje como trasfondo. La excusa perfecta para que los amigos se separen y dos de ellos desaparezcan con el señuelo de una escultural chica y caer así en los dominios de The Artist (Robert LaSardo), un asesino tatuador con un aspecto imponente que si te lo encuentras caminando por la calle su sola presencia hace que te cambies de acera.


      El gancho, la seducción está (observen bien las fotos) en exuberantes mujeres como Joey Fisher, Beth Humphreys (post dedicado a ella en este blog) y Sara Fabel, verdaderos alicientes de la función. Anarchy Parlor es un título rodado con un presupuesto bajo, que no logra su objetivo de epatar y con escasa capacidad de sorpresa. Lo mejor está en la interpretación de Lasardo, que poco a poco se está abriendo un hueco partiendo del cine Z (debido a su alarmante aspecto físico y el cuerpo totalmente tatuado que luce puede aspirar a poca cosa más) y en su aprendiz, Uta, la verdadera psicópata de la función y que interpretada por Sara Fabel (que no es actriz aunque sí una de las tatuadoras más reconocidas del mundo)  aporta el tono de maldad loca y salvaje. Eso sí, el cóctel puede resultar sabroso para el aficionado gore: tortura, despellejamientos, violencia irracional, sangre, alguna secuencia imaginativa y tías macizorras mostrando sus enormes atributos. Lituania, que debe ser para los norteamericanos el tercer mundo, sirve de impresionante escenario y eco de resonancias para el insufrible griterío (algo cargante), creando una atmósfera tenebrosa que sólo hace más acusada la sensación déjà vu. 


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