La incansable búsqueda de la
espiritualidad
“SIRÂT. TRANCE EN EL DESIERTO” êêêê
DIRECTOR: Oliver Laxe.
INTÉRPRETES: Sergi López. Bruno
Núñez, Jade Oukid, Richard Bellamyun, Stefania Gadda, Tonin Javier, Joshua Liam
Herderson.
GÉNERO: Drama / DURACIÓN: 114 minutos / PAÍS: España / AÑO: 2025
He de reconocer que hasta la fecha no había logrado conectar plenamente con el cine del director español nacido en Francia Oliver Laxe a pesar de que todas sus películas han tenido un notable éxito en el Festival de Cannes. En Mimosas (2019) sólo me atrapó el embrujo de los paisajes del Atlas marroquí, aunque me sentí distante del arrobado espiritualismo que desbordaba la función; y en Lo que arde (2019), de nuevo me cautivaron los paisajes de Galicia. pero nada me interesó el engrudo narrativo que nos mostraba la historia del pirómano Amador.
Sí me ha logrado convencer con su tercera película de ficción que se mueve entre el drama, la road movie y la intriga titulada Sirât. Trance en el desierto, una historia que sigue a Luis (Sergi López) un hombre acompañado de su hijo Esteban (Bruno Núñez) que buscan en una rave que se celebra en un remoto lugar de las montañas del sur de Marruecos a su hija y hermana Mar, desaparecida hace meses en una de esas eternas fiestas. Reparten su foto en el lugar envueltos en un frenesí de música electrónica y un tipo de libertad que desconocen. Allí conocen a un grupo de raveros y deciden seguirlos a una última fiesta que se celebrará en el desierto, donde esperan encontrar a la joven desaparecida.
En Sirât, Oliver Laxe prolonga las temáticas y paisajes trillados en sus anteriores obras: sus películas no transitan por carreteras asfaltadas, sino por senderos espirituales, territorios intermedios entre lo tangible y lo invisible. Ahora lo hace a través de un relato áspero y sinuoso, ubicado en el sur de Marruecos, donde el desierto y las raves se abrazan para iniciar un viaje místico sin brújula ni mapa. Laxe transforma el espacio físico -las arenas del Magreb- en un terreno de mutación interior. Lejos de ser un simple fondo exótico, el desierto en Sirât es un umbral, una vía de paso (significado de esa palabra árabe) entre lo humano y lo trascendente. Allí no se transita por carreteras, sino por la naturaleza del alma. Una vasta geografía que exige la rendición del cuerpo, del ego, del tiempo.
Visualmente, Laxe opta por una fotografía granulosa del super 16 mm a cargo de Mauro Herce, que barniza el presente con un toque de memoria ritual. Pero es el sonido, la música creada por Kangding Ray como una rave teológica, lo que más impacta: los beats electrónicos superpuestos a cánticos, jadeos, respiraciones y silencios densos marcan el ritmo emocional más que la trama. La música lo envuelve todo, guía, impulsa, interroga. La búsqueda de la desaparecida Mar, absorbida por una comunidad nómada de ravers, por parte de Luis y su hijo sólo es una excusa para la verdadera travesía que le interesa a Laxe: la desintegración del yo, el derrumbe de las certezas. El director edifica su película como si el cine consistiese en una oración audiovisual. En cada tramo, el espectador se siente invitado… o arrastrado a una inmersión sensorial y espiritual cercana al chamanismo.
El tercer acto de la función introduce una ruptura abrupta que aparece como una apostasía al tono contemplativo inicial. Pero esa fractura -violenta, casi sacrificial- es una parte integral de las intenciones de Laxe: para resucitar hay que atravesar la destrucción. Y en un mundo donde todo se destruye y se consume de forma fragmentaria y rápida, Sirât exige presencia plena, como oda al cine que no permite distracciones. La película busca más conmover que complacer, alejándose de convencionalismos, ofrece una dinámica más cercana al rito que al relato. Estamos ante una película exigente, a veces hermética, aunque profundamente coherente en su peculiar propuesta: convertir la pantalla en un sendero de tránsito espiritual. La revelación de una elevada expresión más allá de todo lo humano.